Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Aunque la gratuita destrucción del patrimonio histórico de Siria -desde los templos romanos a las iglesias bizantinas, de las mezquitas omeyas a los castillos de los cruzados y palacios otomanos- ha recibido mucha atención por parte de los medios, no siempre ha quedado claro el propósito subyacente en esa destrucción. No se trata necesariamente de actos aislados de vandalismo o de codicia. Son parte intrínseca de la batalla en Siria contra la identidad, los valores y la historia que en los últimos tres años se ha llevado ya casi 200.000 vidas. El patrimonio de la nación se ha utilizado como arma para financiar el baño de sangre, para impulsar el sectarismo y para eliminar capítulos enteros del pasado del país en un intento de remodelar de forma radical su futuro.
La manifestación más pronunciada de la guerra en Siria contra el patrimonio cultural ha sido la venta de tesoros saqueados de los lugares arqueológicos y museos para conseguir dinero y armas, al igual que los diamantes de sangre. Entre los objetos de mayor valor en el mercado negro se incluyen mosaicos romanos, estatuas de Palmira, joyas antiguas, manuscritos medievales y objetos religiosos prehistóricos, que van abriéndose lentamente camino hacia las colecciones privadas de todo el Oriente Medio, Europa y América del Norte. Son muchos los grupos que en la guerra civil siria se benefician del comercio con esos objetos, incluidas las milicias afiliadas al régimen y los batallones rebeldes. Entre los de peor fama está el Estado Islámico (EI), el grupo islamista de línea dura que controla un «califato» que se extiende desde Raqa, su capital en el este de Siria, hasta los suburbios de Bagdad. Según los estudiosos Salam Al Kuntar, Amr Al Azm y Brian Daniels, el EI obtiene rápidos ingresos de las antigüedades robadas, especialmente de las tasas que impone a los saqueadores y contrabandistas que operan dentro de su territorio. Aunque es posible que los ingresos por las antigüedades no puedan compararse con el efectivo que el EI consigue de desvalijar bancos o vender petróleo, suponen aún millones de dólares al año, destinados a pagar balas, entrenamiento terrorista y otros gastos relacionados con la guerra.
Aunque es un hecho trágico, el saqueo de las antigüedades en zonas de conflicto no es nada nuevo. Se produce por todas partes cuando la guerra y la inestabilidad reinan. Lo que distingue la guerra de Siria contra el patrimonio cultural es la destrucción deliberada de lugares religiosos con objeto de avivar el odio sectario. Grupos como el EI siguen una rama fundamentalista del Islam sunní conocida por lo general como wahabismo, que considera herejes a los chiíes y condena la práctica de visitar las tumbas sagradas, una costumbre habitual en muchos países musulmanes, sunníes y chiíes por igual. Los wahabíes consideran esta práctica como una forma de idolatría y por tanto se encargan de destruir tumbas siempre que pueden. Un ejemplo típico lo tenemos en el pueblo de Dayr Hafir, al este de Alepo, donde los combatientes del EI llegaron a principios de este año para «educar» a sus habitantes en los peligros de adorar tumbas. Las fotos muestran a los vecinos cooperando con los combatientes en la destrucción de un santuario que tenía una cúpula verde. Uno sospecha que esos vecinos pudieran haberse visto obligados a participar: las actitudes puritanas del EI son extrañas para muchas zonas de Siria, donde la veneración de tumbas es una parte muy antigua y valorada de la vida religiosa.
La demolición de santuarios tiene también connotaciones políticas en una guerra que ha lanzado a una oposición musulmana mayoritariamente sunní contra una coalición de grupos chiíes, empezando por la secta alauí del Presidente Bashar al-Asad. El odio del EI hacia el chiísmo es tan extremado que incluso les ha llevado a burlarse de sus antiguos aliados en el grupo Yabat al-Nusra -rama de al-Qaida que, por derecho propio no son precisamente unos ángeles- por descuidar la demolición de los santuarios chiíes. Un ejemplo es la mezquita de Uways al-Qarani en Raqa, construida en la década de los noventa y en los primeros años del 2000 con la ayuda de Irán para consagrar la tumba de uno de los compañeros del Imán Ali. Mientras que Yabat al-Nusra se limitó a cerrar la mezquita de azulejos azules cuando controlaba Raqqa, el EI la demolió completamente en mayo de 2014 en medio de una gran columna de humo y escombros
Por su parte, las milicias chiíes en Iraq y el Líbano han utilizado la amenaza contra sus lugares sagrados como un pretexto apenas velado para intervenir en nombre del régimen de Asad. Por ejemplo, el líder de Hizbollah, Hasan Nasralah, ha justificado la cuestionable participación de su grupo en una guerra civil extranjera afirmando que lo hace para proteger las mezquitas chiíes, especialmente el gran lugar de peregrinación de Sayida Sainab, situado en los suburbios del sur de Damasco, sometido al intenso fuego de artillería de los grupos rebeldes. Aunque muchos chiíes de fuera están verdaderamente preocupados por la situación de estos lugares, sus dirigentes explotan esa preocupación para disfrazar sus más profundas obligaciones estratégicas con el Sr. Asad y sus valedores iraníes. Su impacto en la guerra civil siria ha sido importante: en muchos lugares, las milicias chiíes son las responsables de haber inclinado la balanza del conflicto a favor del régimen.
La alianza entre el Sr. Asad y varios grupos chiíes ha avivado la rabia entre los rebeldes sunníes. Muchos acusan al régimen de bombardear deliberadamente importantes mezquitas sunníes como forma de castigo colectivo contra la mayoritaria población sunní en ciudades como Alepo, Homs y Deraa. Una de las respuestas más curiosas fue un video de 2013, en el que aparecía el comandante islamista Zahran Alush de pie frente a Qasr al-Hayr al-Sharqi, uno de los grandes «palacios del desierto» del este del país construido por los califas omeyas a principios del siglo VIII. En ese contexto simbólico, Alush exige el establecimiento de un nuevo estado omeya en Siria, en imitación de la gran dinastía árabe sunní que la gobernó en los albores del Islam. Después, procede a condenar a los chiíes que controlan Damasco hoy, de los que se burla como Mayus, o zoroastrianos, los que practicaban la religión pagana del Irán antiguo. El ataque del Sr. Alush es especialmente llamativo considerando que los omeyas llegaron al poder en el 657 d.C. derrocando al Imán Ali, a quien los chiíes veneran como el legítimo sucesor del profeta. El video es una mezcla notable de fundamentalismo sunní y nacionalismo laico sirio. Pero, aparte de esto, es una prueba de cómo los antiguos monumentos pueden utilizarse y destrozarse para promover agendas políticas muy modernas.
Aunque la división entre sunníes y chiíes impulsa gran parte de la actual guerra en Siria contra el patrimonio cultural, el daño a los monumentos cristianos ha sido también considerable. La naturaleza de esta destrucción es más ambigua porque en muchos de los casos no está claro quién fue el responsable y tampoco si el daño fue algo deliberado o se trató simplemente un accidente de guerra, como sucedió en las ciudades casi totalmente cristianas de Malula y Qusair, en el oeste de Siria. Un caso muy claro de profanación se produjo en Raqa, donde a una iglesia católica armenia la despojaron de sus cruces y la convirtieron en una oficina para la propagación de las creencias islámicas de línea dura. Aunque los cristianos han sufrido mucho por todo el país, la situación en Raqa es especialmente sombría. A principios de este año, el EI dio a los cristianos la opción de convertirse de inmediato al Islam pagando el humillante impuesto per cápita conocido como yizia para evitar la muerte; meses antes había sucedido algo similar, pero a una escala mucho mayor, con los cristianos y yasidíes de Mosul.
La destrucción del patrimonio histórico en Siria es una metáfora de la brutalidad de la guerra civil como un todo. La pérdida de templos, iglesias, mezquitas y museos es consecuencia de un conflicto que devalúa la vida humana y el patrimonio hasta ínfimos niveles. Vemos esto de forma clara en el constante incremento de pérdida de vidas, en los océanos de refugiados que se arremolinan en las fronteras sirias y en el uso de armas que mutilan y degradan. Pero los ataques contra el patrimonio cultural sirio son también ataques contra su pueblo. Ya se trate de sunníes, chiíes, cristianos u otros grupos, la destrucción busca borrar a poblaciones enteras de esta tierra heterogénea negándoles la conexión con su pasado. Al destruir la historia, las facciones en guerra en Siria se arriesgan a destruir el futuro de su país. Lamentablemente, como demuestra la guerra en marcha contra su patrimonio cultural, en esa dirección es en la que se avanza.
Christian Sahner está completando su doctorado en Historia en la Universidad de Princeton. Es autor de «Among the Ruins: Syria Past and Present» que Oxford University Press está a punto de publicar.
Fuente: http://online.wsj.com/articles/syrias-blood-diamonds-1410215215