Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García.
Algunos funcionarios han insinuado que los kurdos podrían haberse hecho saltar por los aires a propósito. El término casi sagrado de «terrorismo» tiene hoy por finalidad de poner freno a la voluntad y la capacidad de resistir a la arbitrariedad.
El 10 de octubre, uno de los más mortíferos incidentes con bombas de la historia de la república de Turquía sacudió a la opinión pública, tanto la del país como la internacional. Las imágenes fotográficas y los vídeos que mostraban primero a personas ensangrentadas y después a otras ahogadas por los gases lacrimógenos lanzados por la policía en la manifestación por la paz realizada en Ankara eran sin duda atroces y terroríficos. Aun así, el espectáculo de la horrenda carnicería apenas puede dar una pista de lo complejo de la cuestión que está detrás de la herida que el ataque infligió a la sociedad turca.
Las generaciones más jóvenes dicen que se han iniciado en la conciencia política y la movilización gracias a los acontecimientos conocidos como «Ocupa [el parque] Gezi» del verano de 2013. Ese año fue el de las grandes esperanzas, no solo por la reaparición de la política de base, sino también por la creación de un nuevo partido político, el de los Pueblos Democráticos (HDP) liderado principalmente por los kurdos de Turquía, que nació como organización aglutinante para unir a varios grupos marginados. Dos años más tarde, a pesar de un breve y eufórico intermedio después de las elecciones generales del 7 de junio, la atmósfera general se está acercando a la desesperanza. La razón principal es que el gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) está utilizando tácticas sin legitimidad alguna para someter o acabar con las formas alternativas de compromiso político. En lo que respecta a los movimientos y la oposición parlamentaria, la mayor parte de las acciones para canalizar las demandas o reparar los errores son bloqueadas mediante astutas maniobras que van desde aprovechar las lagunas legales hasta la opresión abierta.
La marginación del disenso
La táctica más insidiosa implica el uso incesante del término «terrorismo». La organización guerrillera kurda (PKK) y algunas fracciones de la ultraizquierda ya estaban rotuladas de ‘terroristas’ por Turquía y sus aliados occidentales, pero el gobierno del AKP utiliza esta denominación para poner fuera de la ley y estigmatizar al movimiento Gülen (su antiguo aliado islamista, a Ocupa Gezi, al HDP (un partido que hoy está en Parlamento) y a numerosos periodistas y personalidades públicas que se atreven a expresar su descontento. Algunos funcionarios incluso han sembrado dudas en relación con quiénes perpetraron el atentado suicida con bombas en Ankara, insinuando que los kurdos podrían haberse inmolado adrede para ganar algunos votos más. Una vez que se reconoció públicamente que uno de los suicidas militaba en el Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS), la afirmación de que el PKK podría estar colaborando con el ISIS fue aireada para mantener turbias las aguas. Cinco días después del atentado, el gobierno impuso a los medios una interdicción de información sobre el hecho, prohibiendo «todo tipo de noticias, entrevistas, críticas y comentarios similares en la prensa escrita, televisada, las redes sociales y cualquier otro medio en Internet».
El método adoptado por el gobierno para responder al ataque de Ankara que produjo más de un centenar de muertos hace recordar los años noventa, el periodo más negro en la «guerra de baja intensidad» contra los kurdos de Turquía. En lugar de romper con una larga tradición de poder estatal autoritario (como a menudo le gusta proclamar), sin lugar a dudas el AKP ha perpetrado ese atentado. Cualquier lucha o iniciativa que tuviera el potencial de descentralizar el aparato del Estado de modo de dar un lugar a la aspiración de las distintas lenguas, etnias, religiones o ideologías no aprobadas por la representación oficial de la ‘turquidad’, ha sido severamente aplastada en toda la historia de la república. Fue en los noventa cuando el país fue literalmente partido en dos: por un lado, los kurdos de las provincias del sureste vivían bajo un Estado de Emergencia que otorgaba poderes extraordinarios a los gobernadores y a las fuerzas armadas turcas para asesinar, poner en prisión, censurar y expulsar a la población de cualquier ciudad. Por el otro, los turcos del resto del país fueron intimados a creer que la cuestión kurda era el resultado de la traición de una banda de terroristas cuyo exterminio era el único medio de tratar el problema.
El término ‘terrorismo’ y la complicidad de los medios hegemónicos esconden eficientemente la complejidad de la situación al público más amplio desde hace más de 20 años. En este sentido, la siguiente confesión del importante periodista Hasan Cemal es muy reveladora: «En Turquía, ni los periodistas ni la prensa cumplen con su deber en relación con los kurdos y el problema del sureste [del país]. El número de aquellos que lo hicieron sigue siendo reducido. Lo admito: como graduado en Ciencia política, yo no sabía en qué consistía el problema kurdo. Empecé a saberlo cuando el PKK entró en la escena política… Si en ese momento hubiéramos podido mostrar la prisión militar de Diyerbakir como lo que realmente era, es decir, un espacio horroroso en el que se cometían todos los crímenes contra los derechos humanos… es posible que algunas cosas podrían haber sido diferentes en Turquía».
Breve historia del ‘terrorismo’
Terrorismo es una palabra en la que hay cierto acuerdo, aunque no en el sentido en el que pensamos hoy. Data de los tiempos de la Revolución Francesa, cuando se refería al terror inducido por el Estado, el que Robespierre desencadenó contra sus mismos compañeros en la forma de caza de brujas. Más tarde, quienes se oponían al zarismo en Rusia ‘democratizaron’ el término poniéndolo al alcance del populacho cuyo único medio de resistencia frente al régimen absolutista era perturbar la normalidad de la sumisión cotidiana mediante la difusión del miedo y el terror.
A los ojos del nazismo y sus colaboradores, la resistencia francesa era ‘terrorista’. La voladura del hotel King David en Jerusalén en 1946 por un grupo sionista clandestino fue una muestra de la utilización de tácticas terroristas para acabar con los colonizadores y las potencias imperialistas. Con el tiempo, todas las connotaciones anteriores presentes en la palabra terrorismo fueron relegadas al olvido. Y se convirtió en un término que da nombre a la amenaza al monopolio gubernamental de la violencia que reclama la prerrogativa ejecutiva, por ejemplo, el derecho que tiene un Estado a interrumpir los procesos democráticos de deliberación para decidir un curso de acción eficaz destinada a eliminar esa amenaza.
La ‘guerra contra el terror’ de Estados Unidos es una de esas instancias en la historia reciente; otra es la actual ofensiva del Estado turco contra los kurdos y otros opositores. Lo que tienen en común ambos casos es el pretexto que proporciona el término ‘terrorismo’ para despreocuparse por los derechos y libertades elementales de las personas. No es que estos sean suficientes para proteger la vida frente a las prerrogativas gubernamentales, sino que pueden servir como armas retóricas empleadas y citadas por grupos y movimientos sociales en su lucha de resistencia contra formas de poder extremas. Lo que hoy hace la palabra casi sagrada de ‘terrorismo’ es poner freno a la voluntad y la capacidad de resistir la arbitrariedad.
La Ley de Seguridad de Turquía
En Turquía, la producción en serie de cadáveres ha alcanzado la masa crítica entre junio y mediados de octubre: han muerto 694 personas; entre las cuales, más de 200 no eran ni miembros de las fuerzas de seguridad del Estado ni de las guerrillas kurdas. Las bombas han destrozado vidas y miembros en tres manifestaciones pacíficas en Diyarbakır, Suruç y Ankara. El procedimiento y la tecnología empleados en los tres ataques han sido los mismos. Ciertamente, pueden ser catalogados como casos de ‘terrorismo’, pero hay algo más. La ecuación «PKK= terrorista= HDP» ha sido repetida y machacada insistentemente en la mente de la gente desde marzo [de 2014], cuando el presidente Recep Tayyip Erdogan empezó a criticar públicamente la hoja de ruta hacia la paz negociada entre el gobierno y el HDP.
En sorprendente contraste, más tarde -el 21 de marzo-, en la celebración del Newroz (Año Nuevo kurdo) se leyó ante una gran multitud de kurdos la carta de Abdullah Ócalan, líder del PKK actualmente en prisión. Öcalán hacía un llamamiento a las guerrillas para que realizaran una conferencia y discutieran la posibilidad de dejar las armas. Ignorando la voluntad de su propio partido en el gobierno, el presidente Erdogan se opuso también a la formación de una comisión de control que supervisara las negociaciones de paz y negó que existiera algo así como un «problema kurdo» en Turquía. A su vez, Erdogan fue criticado por el primer ministro suplente por entrometerse en asuntos que son jurisdicción del gabinete.
Pero el gobierno se sometió prontamente a la voz de su amo. «De manera fortuita», el AKP omitió mencionar el proceso de paz en su manifiesto electoral. En abril, la mayoría AKP parlamentaria votó una draconiana ley de seguridad que permitía desnudar a las personas para registrarla y prolongar el periodo de detención hasta las 48 horas. Autorizaba a la policía a usar armas de fuego y a ‘sacar’ a participantes de las manifestaciones para llevarlos a lugares desconocidos (no necesariamente las comisarías). La ley convertía prácticamente cualquier manifestación en un ‘acto terrorista’. Más aún, el primer ministro Dayutoglu llamó «banda de violentos y terroristas» al HDP y Erdogan dijo que ese partido estaba «apoyado por los terroristas». Las acusaciones se produjeron en un momento en el que el HDP estaba preparándose para competir en las elecciones generales como un partido que prometía la paz, la participación democrática, la igualdad entre géneros y las libertades de expresión, de conciencia y de orientación sexual. En mayo, se informó de 56 ataques contra sedes del HDP en toda Turquía, algunos de los cuales fueron instigados por los gobernadores locales nombrados por el AKP.
Una selectiva ‘guerra contra el terror’
De este modo, bastante antes de las elecciones del 7 de junio en las que HDP obtuvo el 13,2 por ciento de los votos en el país y consiguió 80 escaños en el Parlamento, el AKP ya estaba preparándose para «luchar contra el terrorismo». Resulta bastante llamativo que la misma lógica preventiva no fuera aplicada al ISIS. A principios de este año, el AKP rechazó la moción parlamentaria de investigar las actividades del ISIS en Turquía. Dado que sabemos con bastante certeza que los ataques con bomba en Diyarbakır, Suruç y Ankara han sido realizados por el ISIS, esta omisión resulta todavía más sospechosa. La duplicidad del gobierno -que habla de paz con los kurdos en el ámbito nacional mientras que desde 2014 asume una posición extremadamente hostil respecto de los kurdos sirios que luchan contra el ISIS- da una pista de cómo el AKP ha quedado atrapado entre dos o más fuegos. El PYD, Partido Democrático por la Unión, que apoya al PKK fue decisivo en la expulsión del ISIS de zonas del norte de Siria y el establecimiento del enclave autónomo kurdo de Kobane. El gobierno fue acorralado tanto por el juego geopolítico como por el juego electoral.
Los analistas turcos y extranjeros se han centrado sobre todo en la forma en que el proceso de paz fracasó cuando el PKK declaró que retomaría las acciones armadas tras la matanza de Suruç. Ciertamente, el PKK podría haber sobreestimado sus posibilidades de aprovechar el viento revolucionario que soplaba desde Kobane para declarar la autonomía de las provincias turcas pobladas por kurdos. El apoyo de Estados Unidos al PYD también desempeñó un papel en este cálculo equivocado. En cualquier caso, se optó por instigar un levantamiento armado de tal modo que oscureciera la victoria electoral del HDP.
Pero lo que frecuentemente pasa desapercibido es la escasa voluntad que el gobierno tiene para permitir el funcionamiento de un nuevo Parlamento. Habiendo superado el 10 por ciento del umbral electoral, una de las disposiciones más antidemocráticas de la Constitución de 1982 -redactada bajo la tutela de los generales golpistas-, el HDP estaba preparado para reiniciar las conversaciones de paz y proponer el restablecimiento de comisiones de la verdad sobre las matanzas, ejecuciones y desapariciones forzadas en la historia reciente. Mediante acciones que aunque legales son en buena parte ilegítimas, el AKP -que sigue siendo la mayoría en el Parlamento- paralizó las negociaciones con la intención de formar una coalición y después llamó a elecciones para el 1 de noviembre.
Mientras tanto, hay un feroz recrudecimiento de la violencia del Estado ejercida tanto contra los kurdos como contra los disidentes turcos. La llamada ‘guerra contra el terror’ se convertido en una guerra contra la totalidad de las ciudades o distritos del sureste de Turquía. La ciudad de Cizre no fue la primera ni será la última en sufrir asedio militar y toque de queda pero, en Cizre, esta situación duró ocho días. Numerosos civiles, entre ellos varios niños, fueron alcanzados por disparos de francotiradores o muertos por fuego de mortero. Los habitantes de la ciudad sitiada deben soportar la escasez de agua y alimentos; los cortes de la electricidad y las telecomunicaciones, la falta de medicamentos y de cuidados sanitario duran días enteros. Detenciones masivas, docenas de asaltos a hogares y redacciones de periódicos y numerosos juicios contra sospechosos de ‘terrorismo’ son moneda corriente. Mientras tanto, 128 sedes del HDP fueron atacadas en la noche del 8 de septiembre por turbas aparentemente ultranacionalistas, pese a que existen indicios de la implicación de grupos de jóvenes afiliados al AKP.
Turquía polarizada
Esta espiral de violencia y señalamiento ha resultado en la división de la sociedad turca, quizá no tan marcada como en los pasados años noventa, pero suficientemente grave. La diferencia tecnológica entre aquella y la de ahora es que las redes sociales permiten la circulación de noticias y opiniones que los medios hegemónicos convencionales censuran. Las fotografías de civiles y guerrilleros kurdos heridos o asesinados, los informes publicados por organizaciones de derechos humanos y las opiniones expresadas por los opositores hoy pueden hacerse circular; es por eso que el gobierno del AKP impone frecuentes apagones en las redes sociales. Si acaso las redes sociales ayudan a paliar la polarización social es otra cuestión. El odio racial (los kurdos tachados de «perros», «bastardos» e incluso «armenios»), la desinformación y la difamación están tan extendidas en Internet como lo están en la prensa escrita o en la TV.
Esta es una de las razones por las que la manifestación del 10 de octubre en Ankara fue organizada por varias organizaciones sindicales y partidos políticos: se trataba de permitir la expresión a viva voce de exigencias por la paz. La manifestación era una ocasión para que aquellos que estaban por la paz aparecieran de cuerpo presente, mostrando así su solidaridad con los kurdos y esperando de este modo presionar al gobierno para que parara su agresión contra la oposición. En ese giro demoníaco de la suerte, ese día fueron destruidos cientos de cuerpos humanos; así también la prudencia de quienes creían que podían influir en los tradicionales sentimientos nacionalistas de los ciudadanos turcos.
La herida infligida a la sociedad turca por los atentados de Ankara se reveló en toda su dimensión dos días después de la masacre, con ocasión del partido de fútbol entre las selecciones de Turquía e Islandia. Cuando antes del encuentro se anunció por la megafonía del estadio que se haría un minuto de silencio por las víctimas de los atentados, algunos aficionados silbaron en señal de protesta y cantaron «Los mártires son inmortales; nuestra tierra es indivisible». Estaban refiriéndose al más conocido de los eslóganes de la ‘lucha contra el terrorismo’ en Turquía, es decir, que los soldados que mueren en el combate contra el PKK son ‘mártires’ y que no se permitirá que los kurdos dividan el país. Tal como escribió Tim Arango en NewYork Times: «Nada parece ser suficiente para la unión de los turcos en estos días, incluso en un momento en el que se comparte la pena o el triunfo».
Obviamente, los aficionados estaban haciéndose eco de la ecuación oficial «PKK= terrorista= HDP», pero en esta ocasión la ecuación ya era más abarcativa e incluía también a los manifestantes y activistas por la paz. Era como si estuvieran pensando «Paz= terrorismo», recordando en cierto modo al 1984 de George Orwell.
Aún peor, era como si aquellos que habían muerto en Ankara fuesen responsables de su propia muerte. Esto, desde luego, habla de un profundo trauma social. Pero, ¿es acaso sorprendente que semejante confusión pueda hacerse presente en el corazón y la mente de los ciudadanos cuando un estado pone sitio a sus propias ciudades y aterroriza a su propia población? Ciertamente, la perspectiva es desalentadora.
Fuente: https://www.opendemocracy.net/zeynep-gambetti/ankara%E2%80%99s-war-on-peace