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La hermosa vida sin Arafat

Fuentes: El Corresponsal de Medio Oriente y Africa

El tiempo vuela cuando uno la está pasando bien, dice el refrán. El próximo mes se cumplirá un año de la muerte de Yasser Arafat, y las masas no atestarán las calles de Ramallah en reuniones conmemorativas ni Bill Clinton y otros líderes mundiales vendrán a inaugurar alguna obra en su nombre. Sin embargo, el […]

El tiempo vuela cuando uno la está pasando bien, dice el refrán. El próximo mes se cumplirá un año de la muerte de Yasser Arafat, y las masas no atestarán las calles de Ramallah en reuniones conmemorativas ni Bill Clinton y otros líderes mundiales vendrán a inaugurar alguna obra en su nombre. Sin embargo, el año de su desaparición es una oportunidad para plantearse ciertas preguntas sobre la conducta de Israel antes y después de su muerte.

El año que transcurrió desde la muerte de Arafat no ha sido tan lindo como nos prometieron, y la vida aquí sin él no ha sido mejor que cuando estaba. Arafat le sirvió a Israel como una excelente excusa para continuar la ocupación y casi el único cambio significativo que ha ocurrido desde entonces es la pérdida de esa excusa.

El último año fue el de la desconexión de Gaza. No de una división de la tierra ni nada que se le parezca. Tampoco de algún progreso hacia la paz, sino solamente el año en que una decisión unilateral les fue impuesta a los palestinos sin considerar sus necesidades. No hubo calma en la ocupación durante este año. Gaza fue encarcelada; en Cisjordania, las restricciones en la vida de los palestinos continuaron con plena crueldad y la cuota se intensificó con el muro de separación. Todo esto, a pesar del hecho de que la demonización de Arafat por parte de los líderes israelíes en los días de su ocaso podían hacer pensar que el mayor obstáculo para la paz había desaparecido con su muerte.

«Él nos enterrará a todos», profetizó el líder de los arafatologistas, el general Amos Gilad, momentos antes de que Arafat muriera. Pero como otras predicciones de Gilad, ésta también se demostró falsa. En el gobierno y en la opinión pública israelí hubo muchos que buscaron apresurar su fallecimiento: el ministro de Defensa Shaul Mofaz, que quiso matarlo; el gobierno, que determinó en el 2001 que «Arafat no era relevante», y el gabinete de seguridad, que en 2003 decidió expulsarlo de los territorios.

Los ministros compitieron entre sí en ese asalto verbal a Arafat; el comandante de las Fuerzas de Defensa Yiftah Ron Tal propuso la «evaporación» del rais y Gilad fue el responsable de llevar adelante la burda propaganda con la que se lo pretendió manchar. El ministro de Relaciones Exteriores, Silvan Shalom, reflexionó en septiembre de 2003, frente a 30 de sus pares reunidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas, recitando el mismo estribillo: «Arafat es el principal obstáculo para la paz». ¿Y qué hizo Shalom desde que ese obstáculo ha sido removido, excepto dar su apoyo a la desconexión de Gaza y reunirse con el ministro de Relaciones Exteriores de Paquistán?

En verdad, los atentados terroristas han disminuido drásticamente y el ejército israelí también está matando menos. Pero cuando uno mira las estadísticas, es imposible atribuir esto a la muerte del rais: la pronunciada declinación de las muertes empezó mientras él todavía conservaba la vida. Desde las 184 muertes de israelíes en 2002, se pasó a 104 en 2003 y a 13 este año. Sin embargo, el último mes de su vida, cuando llegó agonizante a París, fue un mes sangriento, con el mayor número de víctimas palestinas desde la puesta en marcha del Escudo de Defensa: 140 personas perdieron la vida en un solo mes. Dos meses después, cuando Arafat ya había fallecido, Israel ya había matado a otros 100 palestinos. Es decir que la magnitud con la que ambas partes mantuvieron el combate, no fue porque Arafat no estaba más en la Muqata.

Arafat fue reemplazado con el líder más moderado que los palestinos hayan tenido alguna vez. Sin embargo, miles de prisioneros palestinos continúan pudriéndose en la prisión, algunos de ellos sin condena. Sólo en días recientes Israel arrestó a unos 400 más, sin dar mayores precisiones sobre las razones. Con la excepción de dos reuniones estériles entre Ariel Sharon y Mahmoud Abbas (la tercera está prevista para el martes) durante las cuales Abbas puso sobre la mesa sus demandas y Sharon se encargó de rechazar la mayoría de ellas, el primer ministro no se molestó por fortalecer las relaciones con el nuevo líder, y ciertamente no lo trató como a un igual. Si Sharon juró no encontrarse con Arafat, y cumplió con la promesa, ¿por qué no se ha encontrado más a menudo con su sucesor?

Durante este año, Israel no sólo no ha hecho nada para ayudar a fortalecer internamente a Abbas sino que ha hecho todo para debilitarlo. Y ahora se queja de su debilidad. Israel tiene una gran responsabilidad en el dramático fortalecimiento de Hamas en Gaza, que pronto se extenderá a Cisjordania también. Los asesinatos selectivos han vuelto, los puestos de control no han sido removidos y las condiciones de vida de los palestinos han permanecido tan duras como antes, con ataques terroristas o sin ellos, con Arafat y sin él. El único cambio que ha ocurrido fue el debilitamiento -aunque no la desaparición- de la campaña de difamación del líder palestino.

No hay muchos que extrañen a Arafat. Los palestinos lo culpan de no haber hecho lo suficiente para sacarlos de sus vidas miserables, y a los ojos de los israelíes él se convirtió en Satanás desde hace tiempo. Palestinos e israelíes olvidan el largo camino que él hizo desde el no reconocimiento de Israel al histórico cruce del Rubicón estableciendo relaciones. En cierto sentido, fue Israel el que perdió una oportunidad con Arafat, quizás el único líder que tuvo el poder para alcanzar un compromiso con Israel.

La historia juzgará las dos caras del hombre que logró consolidar al pueblo palestino y llevar su caso a la cima de la agenda internacional, así como la violencia cruel y la corrupción de la que también fue responsable. Pero un año después de su muerte, uno no puede decir que un nuevo amanecer ha llegado a Medio Oriente. Una guerra civil amenaza al pueblo palestino (y ésta también es una mala noticia para Israel), una guerra que Arafat hizo todo para prevenir y al parecer no habría hecho erupción si hubiera estado. E Israel no está haciendo gran cosa por conducir las negociaciones con su sucesor a un acuerdo justo que aseguraría el fin a violencia. Contrariamente a las promesas, la muerte de Arafat no mejoró nuestras vidas.

La fuente: Haaretz (Tel Aviv, Israel). La traducción del inglés pertenece a Ayelén López para elcorresponsal.com.