Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Las heridas psíquicas no tratadas siguen abiertas. Se siguen negando las responsabilidades, la justicia y los derechos básicos a los supervivientes.
Los supervivientes de la masacre de Sabra y Chatila de septiembre de 1982 han compartido gran cantidad de testimonios de horror durante las tres últimas décadas. Otros más salen a la luz sólo a través de testimonios circunstanciales porque los aspirantes a declarantes en un juicio murieron durante la matanza. Otros testigos apenas están empezando a emerger del profundo trauma o del silencio autoimpuesto.
Los supervivientes de la masacre del campo de Chatila compartirán este mes algunos testimonios. Se sentarán con los cada vez más numerosos visitantes internacionales que anualmente vienen a conmemorar uno de los crímenes más espantosos del siglo XX.
No hay testimonios mediocres de la matanza.
Zeina, una mujer hermosa de mediana edad con la cara bronceada, una conocida de la familia de Munir Mohammad, preguntaba a un extranjero el otro día: «¿Cómo pueden ser 28 años? Me parece que fue el pasado otoño cuando mi marido Hussam y nuestras dos hijas, Maya, de 8 años, y Sirham, de 9, salieron de nuestra casa de dos habitaciones para buscar comida porque el ejército israelí había cerrado el campo de Chatila casi dos días antes y pocas personas dentro del campo tenían comida. Sigo rezando y esperando que vuelvan».
En el campo de refugiados palestinos de Chatila y fuera del refugio de Abu Yassir las marcas de las balas siguen cubriendo la mitad inferior de los once «muros de la muerte» en los que la sangre seca se mezcla con la fina argamasa. Un caballero mayor llamado Abu Samer todavía recuerda las pistolas automáticas con silenciador y un par de navajas y hachas estadounidenses que llevaban colgadas en los cinturones algunos de los asesinos mientras disparaban, daban navajos y hachazos a cualquier persona con la que se encontraran desde más o menos las 6 de la tarde del jueves 16 de septiembre de 1982. Estas armas fueron un regalo del Congreso estadounidense a Israel y posteriormente Ariel Sharon se las entregó, junto con drogas, alcohol y otros «equipamientos policiales», a los asesinos del «ejército más moral [del mundo]».
A principios de este año uno de los asesinos de la milicia Numour al-Ahrar (Tigres de los Liberales), el brazo armado del partido de derecha libanés Partido Nacional Liberal, fundado por el ex presidente libanés Camille Chamoun, confesó con indiferencia: «A veces utilizábamos estos instrumentos para avanzar en silencio por los callejones de Chatila con el fin de no causar un pánico innecesario mientras hacíamos nuestro trabajo». La milicia de los Tigres, una de las cinco unidades de asesinos cristianos, estaba apoyada desde dentro de Chatila por más de dos docenas de agentes israelíes del Mossad, y quien la dirigía durante este ataque no era otra persona que Dani Chamoun, hijo del ex presidente.
Ninguna inscripción o señal indica lo ocurrido aquí
El mundo conoció la matanza de Chatila la mañana del domingo 19 de septiembre de 1982. La fotos, que ahora se pueden ver en Internet y que fueron tomadas por testigos como Ralph Schoenman, Mya Shone, Ryuichi Hirokawa, Ali Hasan Salman, Ramzi Hardar, Gunther Altenburg, y por personal del Hospital Akka de la Sociedad del Creciente Rojo Palestino de Gaza (PRCS, en sus siglas en inglés), preservan las horripilantes imágenes profundamente grabadas en el recuerdo de los supervivientes. Cinco meses después, el 7 de febrero de 1983, el Informe de la Comisión Kahan israelí encubrió considerablemente la responsabilidad israelí al referirse más de una vez a la masacre como una «guerra»*.
Zeina me condujo por un estrecho callejón desde su casa hasta el muro de tres metros por ocho que hay fuera de la casa de su hermana, aplicando un aerosol aquí y allá al tiempo que caminábamos. Se disculpó por ello, pero insistió en que tanto ella como sus vecinos podían oler incluso ahora la matanza que ocurrió aquí hace tres décadas.
Para los lectores que no estén familiarizados con la ubicación del campo de refugiados de Chatila en Beirut, este particular «muro de la muerte» está situado frente al Hospital Akka de la PRCS, tal como está, después de cinco años sin el adecuado apoyo financiero o de las ONG. Para localizar los otros once «muros de la muerte» es necesaria la ayuda de algunos ancianos palestinos que siguen viviendo en este barrio. Son algunos de los que siguen viviendo en el escenario [de la matanza] y que todavía recuerdan vívidamente los detalles de la masacre. Algunos ofrecen la historia personal de algunas de las personas asesinadas y hacen que los muertos parezcan tan vivos que parece que les urgen a retornar, a menudo con la sola descripción de un rasgo de su personalidad y el nombre del pueblo del que era originaria su familia en Palestina.
«Un muchacho encantador que adoraba a sus hermanos mayores, Mutid y Bilal»
Zeina recuerda que Munir Mohammad tenía 12 años el 16 de septiembre de 1982 y era alumno del colegio del campo de Chatila llamado Jalil (Galilea). Prácticamente los 75 colegios de la UNRWA que quedan en Líbano, como otras instituciones palestinas, toman sus nombres de aldeas, pueblos o ciudades de la Palestina ocupada. A menudo toman los nombres de pueblos que ya no existen al ser uno de los 531 pueblos que los colonos sionistas borraron del mapa durante y después de la Nakba (Catástrofe) de 1947-48.
Zeina recuerda que fue a última hora de la tarde del jueves 16 de septiembre cuando el bombardeo israelí se intensificó. Se planificó llevar a los residentes del campo a los refugios, las coordinadas de casi todos los cuales la inteligencia israelí, que había llegado el día anterior en tres vehículos blancos y se había hecho pasar por «personal concernido de ONG», había identificado y anotado en sus mapas. Algunos residentes, creyendo que habían venido trabajadores para ayudar a los refugiados, incluso llegaron a revelarles dónde estaban sus santuarios secretos. Otros refugiados, basándose en su experiencia en los abarrotados refugios durante los anteriores 75 días de bombardeo indiscriminado de Chatila por parte de Israel, [la operación] «Paz en Galilea», sugirieron a los «trabajadores de ayuda» que los refugios necesitaban una ventilación mejor y quizá los visitantes podían ayudarles con ello.
Según Zeina, los agentes israelíes situaron rápidamente los refugios en sus mapas, los marcaron con un círculo rojo y volvieron a su cuartel general situado a menos de 70 metros en un terreno elevado en la parte sudeste del campo de Chatila todavía conocido como Turf Club Yards. Hoy esta zona arenosa sigue conteniendo tres fosas comunes que según la difunta periodista estadounidense Janet Stevens es donde probablemente estén enterrados los cuerpos todavía desaparecidos de más de 3.000 personas asesinadas. Janet Stevens tenía la teoría de que el domingo 19 de septiembre por la mañana hubo una segunda masacre de Sabra y Chatila que ocurrió tras la primera y se llevó a cabo en la parte oeste de Chatila dentro del cuartel general de la segunda Falange israelí, conocido como la Cité Sportiff [ciudad deportiva, en francés]. Mientras los soldados israelíes relevaban a la milicia de la falange en la custodia de los refugiados supervivientes, entraron en la Cité Sportiff camiones cargados con cientos de residentes del campo para llevarlos a «centros de retención». Los familiares obligados a esperar fuera oyeron ráfagas de disparos y gritos procedentes de dentro del complejo. Horas después los mismos camiones salían hacia destinos desconocidos con unas lonas que cubrían el desconocido cargamento.
La residente del campo Sana Mahmoud Sersawi, una de los 23 demandantes en la denuncia belga contra Ariel Sharon del 16 de junio de 2001, (actualmente, aunque no definitivamente, dejada de lado) explicaba:
«Los israelíes que estaban apostados enfrente de la embajada de Kuwait y en la estación de servicio de Rihab a la entrada de Chatila pidieron por medio de los altavoces que fuéramos hacia ellos. Así es como nos encontramos en sus manos. Nos llevaron a la Cité Sportiff e hicieron andar a los hombres detrás de nosotras. Pero les quitaron las camisetas y empezaron a vendarles los ojos. Los israelíes interrogaron a los jóvenes y la Falange entregó a aproximadamente 200 personas más a los israelíes. Y así es como ni mi marido ni el marido de mi hermana volvieron nunca».
El periodista Robert Fisk y otros que estudiaron estos acontecimientos coinciden en que hubo más matanzas durante las 24 horas posteriores a las 8 a.m. del sábado, la hora a la que la Comisión israelí Kahan (que declinó entrevistar a ningún palestino) determinó que los israelíes habían detenido la matanza.
El testimonio de testigos presenciales también determinó que los «trabajadores de ayuda» descritos por Zeina pasaron las descripciones y localizaciones de los refugios a los agentes de las fuerzas libanesas Elie Hobeika y Fadi Frem, y a su aliado el mayor Saad Haddad del ejército del sur de Líbano aliado de Israel. La noche del jueves Hobeika, comandante de facto desde el asesinato la semana anterior del dirigente de la Falange y presidente electo Bashir Gemayel, dirigió uno de los escuadrones de la muerte dentro del campo de la muerte de la zona de Horst Tabet cerca del refugio de Abu Yassir.
Fue en ocho de los once refugios localizados y marcados por Israel donde las primeras víctimas de la masacre fueron rápida y metódicamente asesinadas. Como hay pocos crímenes perfectos, ni siquiera en las masacres, los asesinos no pudieron encontrar tres de los refugios. Uno de estos refugios estaba a sólo 25 metros del refugio de Abu Yassir. Aparte de en estos tres escondites no descubiertos, prácticamente no hubo supervivientes en los refugios de Chatila.
El periodista estadounidense David Lamb escribió acerca de esta primer noche de matanza y de los «muros de la muerte»:
«Fueron asesinadas familias enteras. Se ponía contra la pared a grupos de 10 a 20 personas y las acribillaban a balazos. Las madres morían aferradas a sus bebés. Parecía que a todos los hombres les habían disparado por la espalda. Cinco jóvenes en edad de combatir fueron atados a un camión y arrastrados por las calles del campo antes de que los mataran a tiros».
Aproximadamente a las 8 p.m. del 18 de septiembre Munir Mohammad entró en el abarrotado refugio de Abu Yassir con su madre Aida y sus hermanas y hermanos Iman, Fadya, Mufid y Mu’in. Mientras se estaba llevando a cabo la matanza era frecuente guardar los relativamente escasos refugios para las mujeres y los niños mientras los hombres se arriesgaban fuera del campo. Pero unos pocos hombres entraron para ayudar a tranquilizar a sus hijos.
«Si alguien de vosotros está herido lo llevaremos al hospital»
Munir recordó más adelante lo que ocurrió aquella noche. «Los asesinos llegaron a la puerta del refugio y empezaron a gritar que saliera todo el mundo fuera. Pusieron contra la pared que había fuera a los hombres que encontraron dentro. Inmediatamente fueron ametrallados». Mientras Munir miraba, los asesinos se fueron para matar a otros grupos y volvieron de pronto y abrieron fuego contra todo el mundo, y todos cayeron al suelo. Munir se quedó tumbado sin moverse y sin saber si su madre y sus hermanas estaban muertas. Entonces oyó a los asesinos gritar: «Si alguien de vosotros está herido lo llevaremos al hospital. No os preocupéis, levantaos y veréis». Unas pocas personas trataron de levantarse o gimieron, e instantáneamente les dispararon en la cabeza.
Munir recordaba: «A pesar de que había luz debido a los faros de los israelíes sobre Chatila, los asesinos usaron luces fuertes de flash para buscar en las esquinas oscuras. Los asesinos buscaban en las sombras». De pronto pareció que la madre de Munir se movía en montón de cadáveres que había cerca de él. Munir pensó que se iba a levantar ya que los asesinos habían prometido llevar al hospital a quienes todavía estuvieran vivos. Munir le susurró: «No te muevas, madre, están mintiendo». Y Munir permaneció quieto toda la noche apenas atreviéndose a respirar y haciéndose el muerto.
Munir no podría quitarse de la cabeza las palabras de los asesinos. Años después repetiría a quien le entrevistaba cuando pasaban por el cementerio de Chatila conocido como la Plaza de los Mártires: «Después de que nos dispararan, estábamos todos en el suelo y ellos iban y venían diciendo: ‘Si alguno de vosotros sigue con vida, tendremos clemencia y piedad, y lo llevaremos al hospital. Venga, podéis decírnoslo’. Si alguien gemía o los creía y decía que necesitaba una ambulancia, lo rescataban a tiros y acababan con esa persona y entonces… Lo que realmente me perturbaba no era sólo la muerte que había por todas partes a mi alrededor. Yo… no sabía si mi madre y mis hermanas y hermano habían muerto. Sabía que la mayoría de las personas que había a mi alrededor habían muerto. Y es verdad que tenía miedo de morir yo también. Pero lo que me perturbaba tanto es que se reían, bebían y se lo estuvieron pasando bien durante toda la noche. Nos echaron mantas por encima y nos dejaron ahí hasta por la mañana. Durante toda la noche [del jueves 16 de septiembre] pude oír las voces de las chicas llorando y gritando, ‘por Dios, dejadnos en paz’. Quiero decir, no puedo recordar a cuántas chicas violaron. Nunca podré olvidar los gritos de las chicas, de miedo y dolor».
La media docena de asesinos miembros confesos de la milicia que aparecen en el documental de 2005 Massaker de la directora alemana Monika Borgmann muestran el mismo tipo de dégagé [desapego]; uno de ellos opinaba: «Se te cuelgan o te disparan, uno se muere, pero esto es doble» explicando cómo tomó a un anciano palestino, lo apoyó contra la pared y lo abrió con un cuchillo en forma de cruz. «Mueres dos veces porque también te mueres de miedo», dijo despreocupadamente describiendo la carne y los huesos como su estuviera en una carnicería esperando a que le atendieran.
Los asesinos también explicaron cómo se pusieron frenéticamente a deshacerse de la mayor cantidad posible de cadáveres antes de que los medios de comunicación entraran en Chatila. Uno testifico que el ejército israelí les entregó enormes bolsas de basura de plástico para poner los cadáveres. Otro confesó que obligaron a la gente a subir a camiones del ejército para llevarlos a la Cite Sportiff donde fueron asesinados. Y que utilizaron productos químicos para destruir muchos cadáveres. Varios mencionaron que los oficiales del ejército israelí habían consultado a los dirigentes de la milicia en Beirut la víspera de las masacres.
El odio cargado de veneno persiste hasta el día de hoy
Hasta hoy, los Hurras al-Arz (Guardianes de los Cedros) se jactan de su papel en la matanza. Menos de dos semanas antes de la masacre el partido emitió un comunicado pidiendo que se confiscaran todas las propiedades palestinas en Líbano, se prohibiera [a los palestinos] poseer casas y se destruyeran todos los campos de refugiados.
En el comunicado del partido del 1 de septiembre de 1982 se afirmaba: «Se debe emprender una acción para reducir el número de refugiados palestinos en Líbano hasta que llegue el día en que no quede un solo palestino en nuestra tierra».
En 1982 algunos partidos políticos hablaban de los palestinos como «un bacilo que se debe exterminar» y en las pintadas de las paredes se leía: «El deber de cada libanés es asesinar a un palestino», el mismo odio que en la ocupada Palestina se expresa entre los colonos, los rabinos y políticos extremistas.
De hecho, la petición de los ‘Guardianes’ de que se prohibiera a los refugiados palestinos tener propiedades se logró en 2001 por medio de una ley cuyo borrador lo elaboró el actual ministro de Trabajo que en septiembre de 2010 prometió que «el Parlamento nunca concederá a los refugiados palestinos el derecho a poseer propiedades».
La mentalidad que permitió la masacre en Sabra y Chatila de 1982 prácticamente no ha cambiado en 2010 ya que Líbano sigue oponiendo resistencia al llamamiento de la comunidad internacional a que se concedan derechos civiles básicos a los supervivientes de la masacre de Sabra y Chatila. Algunas personas que han estudiado las páginas web árabes y observado las reuniones de los partidos políticos presentes en la masacre de 1982 afirman que en realidad el lenguaje del odio hoy es peor y que se está utilizando para provocar la oposición parlamentaria a que se concedan derechos civiles a los palestinos.
Durante el mes posterior a la masacre de 1982 el médico británico Paul Morris trató a Munir en el Hospital Gaza situado aproximadamente a un kilómetro al norte del refugio de Abu Yassir y mantuvo al muchacho en observación. El dr. Morris informó al investigador Bayan Nuwayhed al Hout (Sabra and Shatila: September 1982, Pluto Press, Londres, 2004) de que Munir «sonreirá de vez en cuando, pero no reacciona espontáneamente como otros niños de su edad, sólo ocasionalmente». Entonces el médico dio un golpe en la mesa y dijo: «Hay que salvar al muchacho. Tiende que abandonar el campo, aunque solo sea por un tiempo, para recuperarse».
Cuando al Hout preguntó a Munir si un día cuando creciera y pudiera llevar un arma pensaría en vengarse, el pre-adolescente respondió: «No, no. Nunca pensaría en vengarme matando niños. Es como nos mataron. ¿Qué culpa tenían los niños?».
Mufid, el hermano de 15 años de Munir, fue de los primeros en entrar en el refugio de Abu Yassir, pero después salió y apareció en el Hospital Akka con una herida de bala. Después de que lo vendaran dejó el hospital en busca de seguridad y de su familia. Nadie lo ha visto desde entonces y durante mucho tiempo Munir no podía siquiera mencionarlo.
Según los residentes del campo, como el hermano mayor de Munir, Nabil, de 19 años entonces, estaba en edad de combatir, podría recibir un disparo si lo veían los asesinos. Consciente de esto, el primo de Nabil y la mujer de su primo huyeron con él mientras arreciaba el bombardeo israelí y los residentes en el campo hablaban de asesinatos indiscriminados. El trío esquivó los disparos de los francotiradores y se refugió en una residencia de ancianos en la que trabajaba su tía. Al igual que Munir, Nabil supo en seguida que su madre y sus hermanos estaban muertos.
Epílogo
Tanto Munir como Nabil llevan ahora ‘vidas relativamente normales’ en Estados Unidos considerando el horror y la pérdida de su familia que experimentaron al escapar de la muerte en Sabra y Chatila. Munir y Nabil se han convertido en un orgullo para el campo de refugiados de Chatila, para Palestina y para su país de adopción. Munir vive en la zona de Washington DC, está casado y absorto en su carrera. Nabil dedica su vida a la defensa de la paz y la justicia en Oriente Medio trabajando con una ONG. Ambos hermanos vuelven regularmente a Chatila.
Los seis «cristianos» asesinos de la milicia que aparecen en la película de Borgmann Massaker también llevan ‘vidas relativamente normales’. «Todos llevan vidas normales. Uno de ellos es taxista», explica Borgmann.
Como es bien sabido, las masacres de Sabra y Chatila fueron indudablemente crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio. Cada uno de los asesinatos fue una violación del derecho internacional consagrado por la Cuarta Convención de Ginebra, el Derecho Consuetudinario Internacional y la jus cogens. Similares crímenes masivos han visto acusaciones contra altos cargos de Ruanda, el ex presidente de Chile el general Augusto Pinochet, el ex presidente de Chad Hissein Habre, el ex presidente de Serbia Slobodan Milosevic, el de Liberia Taylor y el de Sudán Bachir.
Ninguna persona ha sido castigada o siquiera investigada por la masacre de Sabra y Chatila. El 28 de marzo de 1991 el Parlamento de Líbano eximió retroactivamente de responsabilidad criminal a los asesinos. Sin embargo, esta ley no tiene vigencia según el derecho internacional y la comunidad internacional sigue teniendo la obligación legal de castigar a las personas responsables. Tanto las víctimas y familiares de la masacre de Sabra y Chatila como prácticamente todas las organizaciones de derechos humanos incluyendo, aunque no sólo, a Amnistía Internacional, Human Rights Watch y Humanitarian Law Project, se oponen enérgicamente a una amnistía total para los asesinos. Argumentan que la ley de 1991 viola tanto la Constitución de Líbano como el derecho internacional y promueve la impunidad para unos crímenes atroces.
La Corte Penal Internacional se estableció precisamente para lograr justicia para las víctimas de crímenes como los de Sabra y Chatila. La Corte Penal Internacional debe empezar su trabajo sin más demora y todas las personas de buena voluntad deben animar a Líbano a que conceda a los supervivientes de la masacre de Sabra y Chatila derechos civiles básicos.
* N. de la t.: Con todo, la comisión no pudo eximir totalmente a Ariel Sharon de sus responsabilidades en la matanza: «Debe achacarse al ministro de Defensa [Ariel Sharon] la responsabilidad por haber desestimado el peligro de actos de venganza y derramamiento de sangre de parte de las Falanges contra la población de los campamentos de refugiados, y por haber fracasado en tomar en cuenta este riesgo cuando decidió hacer efectivo este ingreso. Además, debe imputársele responsabilidad por no haber ordenado las medidas apropiadas para evitar o reducir el peligro de masacre, como condición previa al ingreso de las Falanges a los campamentos», http://www.nodo50.org/csca/
Franklin Lamb está investigando en Líbano. Su correo electrónico es [email protected]
Fuente: http://www.counterpunch.org/
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