Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Es posible ver la historia del Reino de Arabia Saudí como una larga lucha con fuerzas religiosas. La existencia misma del país está basada en la premisa de una especie de trato faustiano entre Muhammad Ibn Abd al-Wahhab (1703-1792) y Muhammad Ibn Saud (jefe de la Casa de Saud de 1744 a 1765), por el cual cada cual dependía totalmente del otro (y sus descendientes siguen haciéndolo).
Los al-Saud suministran la base para que los wahabíes practiquen y hagan proselitismo para su doctrina religiosa, y los wahabíes, por su parte, proveen a los al-Saud la necesaria santificación religiosa así como una probada capacidad para llevar a las masas a un fervor religioso cuando es necesario.
Mientras los poderes de los al-Saud y de los wahabíes sufrieron muchos altibajos en las relaciones de unos y otros, lo mismo sucedió con su influencia relativa. Por ejemplo, los wahabíes se hallaron en una posición fuerte justo antes de la Operación Escudo del Desierto, cuando soldados de EE.UU. fueron llevados a Arabia Saudí el 7 de agosto de 1990. En esos días, el gobierno saudí necesitó desesperadamente la bendición religiosa del clero wahabí para santificar su decisión de permitir grandes cantidades de soldados de EE.UU. en suelo saudí. Los wahabíes cumplieron suministrando una declaración de apoyo al gobierno pero exigieron un precio elevado por su aprobación oficial: controles aún más estrictos sobre muchos aspectos de la sociedad saudí. Kepel, el destacado arabista francés, caracteriza ese acuerdo como la consumación de la caída del reino en una «islamización ilimitada.»
Tal vez el ejemplo más claro de la dependencia de los al-Saud de la legitimidad wahabí ocurrió en 1979, cuando la Gran Mezquita en La Meca fue invadida por fundamentalistas que querían marcar el comienzo de la próxima éschaton (fin de los tiempos, o fin del mundo). Fue un ataque duro y atrevido contra el núcleo mismo de la legitimidad de los al-Saud: su custodia segura del sitio más sagrado del Islam.
Después de terminada finalmente la debacle (con la ayuda de fuerzas especiales francesas) los al-Saud invirtieron masivas cantidades de dinero en el clero wahabí para adoctrinar aún más a los fieles y probar sus credenciales religiosas. Esta acción vino en lugar de cualquier intento de comprender, cuestionar o resolver el porqué ese grupo tomó el paso fantástico de atacar la Gran Mezquita en La Meca.
Los saudíes, sin embargo, tuvieron suerte. Cuando ocurrió la debacle de la mezquita, los soviéticos estaban invadiendo Afganistán. Este hecho, por lo tanto, dio a los saudíes otra manera de reparar su imagen, reforzar su legitimidad y librarse de los fundamentalistas más dedicados y de la línea dura que podrían haber amenazado su régimen. Junto con EE.UU., suministraron hombres, armas, equipamiento y dinero a la resistencia afgana.
Finalmente, claro está, cuando los muyahidín volvieron a casa, los saudíes se vieron en una situación aún peor. No sólo volvían esos hombres convertidos, fervientes y apasionados, ahora eran veteranos en el combate con una variedad de pericias en la guerra de guerrillas. Para empeorar las cosas, poco después de su retorno, Iraq invadió Kuwait y amenazó implícitamente los mayores campos petrolíferos saudíes en el este del país, cerca de Kuwait.
Los al-Saud, sin embargo, no recurrieron a sus veteranos muyahidín, sino a los estadounidenses y a su grandiosa coalición. Fue una bofetada épica en la cara de líderes como Osama Bin Laden y el resto de los muyahidín. Son estos restos de la Guerra Afgana (diciembre de 1979 hasta febrero de 1989) los que fueron en su inmensa mayoría responsables por la ola de terrorismo que se extendió por el mundo en los años noventa y a comienzos del Siglo XXI, de Dhahran a Bali y de Madrid a New York.
De manera bastante peculiar, después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra EE.UU., fueron los al-Saud los que tenían la supremacía en relación con los wahabíes. Estaban bajo enorme presión de actuar de algún modo tangible para controlar las extremas tendencias wahabíes contra EE.UU. dentro de su sociedad.
Numerosas reformas fueron promulgadas, ninguna de las cuales fue demasiado trascendental, pero la posición wahabí fue sin embargo debilitada hasta cierto punto. Los saudíes tardaron dos años en hacer algunos cambios significativos y entonces sólo por los devastadores ataques en el propio reino, que finalmente hicieron comprender a los al-Saud. Sin embargo esa experiencia aleccionadora – la de patrocinar a fanáticos religiosos sólo para recibir un severo contragolpe un tiempo después – no parece haber alterado el pensamiento estratégico saudí. En los hechos, existe creciente evidencia de que están haciendo precisamente lo mismo de nuevo, sólo en el Líbano y no en Afganistán.
Arabia Saudí, junto con Jordania y otros países suníes, ha estado preocupada desde hace un cierto tiempo por una así llamada media luna chií que desciende sobre Oriente Próximo. Desde Irán, pasando por Iraq y Siria hasta el Líbano, Arabia Saudí, por lo pronto, ha estado tomando pasos para tratar de mitigar el fortalecimiento del poder chií donde sea posible.
Según el periodista estadounidense Seymour Hersh, Arabia Saudí se ha unido con su antiguo socio en Afganistán, EE.UU., en el patrocinio del grupo militante Fatah al-Islam para actuar como un contrapeso suní para las fuerzas chiíes en el Líbano. Se cree, por ejemplo, que Arabia Saudí suministró no sólo fondos, sino cerca de entre 15 y 20% de los combatientes en el conflicto del campo de refugiados Nahr al-Bared en 2007. Un factor que sin duda aumentó la ansiedad saudí en el Líbano fue la derrota del líder de la mayoría parlamentaria libanesa en Beirut Occidental por los chiíes de Hezbolá el 7 de mayo de 2008.
Un corolario de todo esto es el perceptible empeoramiento de las relaciones entre Arabia Saudí y Siria. Después de la prohibición del periódico saudí al-Sharq al-Awsat a mediados de 2006 por su cobertura de la guerra en el Líbano, han prohibido otro periódico saudí pan-árabe. El 29 de septiembre, al-Hayat fue prohibido por su cobertura de los atentados en Damasco. Sin embargo, el verdadero presagio de las cosas por venir, o tal vez peores todavía, son potencialmente esos ataques.
El más reciente de esos ataques mató a 17 sirios e hirió a unos 14 cerca de un importante sitio sagrado chií en Damasco. Este acto de terrorismo fue condenado en todo el mundo, pero significativamente no en Riad, donde el gobierno se negó a comentar.
De modo que, ¿se trata de un ejemplo de yihadíes, entrenados y financiados por Arabia Saudí, de un campo suní en el Líbano que atraviesan la frontera y tratan de atacar Siria? Es ciertamente lo que el presidente sirio Bashar al-Assad le dice al mundo; de ahí su despliegue de fuerzas especiales y tropas a lo largo de partes de la frontera libanesa, ostensiblemente para impedir que yihadíes extranjeros entren al país.
Existen, por lo tanto, argumentos persuasivos que sugieren que los saudíes han vuelto a sus políticas fracasadas del pasado, y por ridículo que suene, para repetir antiguos errores. Si es así, no son los primeros y ciertamente no serán los últimos que lo hagan.
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David B Roberts es estudiante de doctorado en la Universidad de Durham que investiga en general el Golfo Pérsico y específicamente Qatar. Su sitio en la red se encuentra en: www.thegulfblog.com.
(Copyright 2008 David B Roberts.)