El debate del papel y la identidad de clase ha cobrado una nueva relevancia política y mediática.
En un reciente artículo “Clases trabajadoras y clases medias” he explicado dos aspectos significativos. El primero, el sentido de la nueva ofensiva del Partido Socialista con el presidente Pedro Sánchez a la cabeza como representante de la ‘clase media trabajadora’, que cuantifica en el 95% de la población, confrontados con el Partido Popular que representaría solo a los poderosos y las grandes empresas. Es el marco del nuevo discurso socialista hacia la izquierda para ganar apoyo electoral, similar al lenguaje de polarización social utilizado por Unidas Podemos.
El segundo elemento ha sido el análisis de la situación de clase ‘objetiva’, en este caso de la población activa (personas asalariadas junto con autónomas y paradas) por tipo de ocupación que, según la EPA 2022T2 del INE y los estudios propios, es como sigue: Clases trabajadoras, 68,7%; clases medias, 27,4%, y clases altas o dominantes, 3,9%. Las clases trabajadoras, por sus condiciones objetivas, están en torno a los dos tercios, el doble que las clases medias, que no llegan a un tercio. La percepción social y, sobre todo, mediática, será diferente.
En otro artículo anterior “Debates sobre la clase social” también he analizado varias controversias: el concepto relacional de clase y el nivel de rentas, la relación de dominio / subordinación y las alianzas de clase, el auge de las clases medias y su sesgo interpretativo, la transversalidad popular frente a clases dominantes y la clase social como sujeto colectivo. Aquí se trata de recoger esa problemática y dar un paso más.
Lo que nos interesa ahora clarificar es la identificación de clase y su conexión con la formación de clase trabajadora como sujeto sociopolítico en un proceso interclasista junto con sectores de las clases medias. Frente a los grupos de poder, en esta larga década se ha ido formando un cierto sentido de pertenencia popular diferenciado, que llamo progresismo de izquierda. Existen elementos transversales y otros específicos, aunque más multidimensionales que la simple diferenciación de estatus socioeconómico. Así, llegamos a un concepto de clase social más abierto, procesual, interseccional, integrador y multidimensional.
El CIS, para la identificación subjetiva de clase de la población, ofrece media docena de denominaciones (clase trabajadora, obrera, proletariado, medio-baja, pobre o baja) que podemos englobar en la palabra clase trabajadora con los resultados siguientes (entre paréntesis la composición de clase objetiva de la población activa, también del CIS que sobrerrepresenta a las clases medias respecto de la EPA): clase alta (y medio alta): 5,1% (7,9%); clase media (media): 48,2% (42,8%); clase trabajadora: 35,8% (49,3%); al margen hay un 10,9%, la mayoría de clase trabajadora objetiva, que no se define por ninguno de los tres bloques.
O sea, en términos de situación objetiva hay una ventaja de la composición de clase trabajadora de seis puntos según el CIS (recordando que sus datos están sesgados respecto de los de la EPA, más amplios y rigurosos, donde la diferencia es de cuarenta puntos), aunque respecto de la conciencia de pertenencia ocurre lo contrario, la identificación con las clases medias es superior en más de doce puntos a la de las clases trabajadoras.
Desde los años ochenta y noventa, con la revolución conservadora y la tercera vía socioliberal, se produce un mayor protagonismo mediático de las clases medias que desplaza al de las clases trabajadoras que se infravaloran; solo existen clases bajas o pobres consideradas marginales. Igualmente, prevalece el modelo social y político neoliberal y socioliberal con la moderación política y el consenso institucional, frente a pugna transformadora de las clases trabajadoras en cuanto sujeto colectivo, el llamado movimiento obrero y su mundo asociativo y cultural, vinculado a las izquierdas, y ambos en declive.
Por tanto, lo que se reduce es el papel público de las clases trabajadoras como agente sociopolítico autónomo y con influencia social, objetivo estratégico del poder establecido. Ahora, con el nuevo discurso gubernamental, vuelve el lenguaje y la identificación de clase, aunque debiera ser más coherente hablar en plural de clases trabajadoras y clases medias diferenciadas de las clases altas o dominantes. No se trata de un retroceso discursivo al utilizar una palabra convencional, sino de una adecuación interpretativa a la experiencia vital de la sociedad en el conflicto sociopolítico y las tareas estratégicas de las izquierdas o fuerzas progresistas que hay que profundizar.
Trayectorias y multidimensionalidad de las pertenencias colectivas
Desde el siglo XIX, junto con la identificación nacional, la principal identidad colectiva ha sido la identidad obrera… hasta hace poco. Con el nuevo movimiento obrero y su vinculación con el movimiento socialista y las izquierdas, se enlazaba una dinámica identificadora de clase social con una perspectiva solidaria y transformadora del conjunto de la sociedad, tal como magistralmente ha explicado el historiador y exlíder de los Comunes, Xavier Doménech, sobre la experiencia española en su libro “Cambio político y movimiento obrero bajo el franquismo”.
Pero, por una parte, se debilita esa identidad de clase bajo la hegemonía liberal y se transforma en una nueva identificación múltiple, progresista y popular, más compleja, frágil y diversa, junto con un fuerte proceso de individualización. Por otra parte, se desacredita el consenso liberal dominante, particularmente por su gestión regresiva de la crisis socioeconómica, y se difumina cierta ciudadanía social y europea.
Por otro lado, resurge el nuevo foco identitario reaccionario, que tiene un perfil nacionalista excluyente (en nuestro caso, un centralista y ultraconservador españolismo), supremacista, machista y autoritario, ante las minorías, que forman mayorías sociales diversas, que avanzaban en sus derechos civiles y sociales y en la integración sociocultural. Son procesos identificadores que he analizado en el artículo “Identitarismos”.
Desde los años sesenta y setenta y, especialmente, en esta última década, con mayor activación cívica, los procesos de protesta social progresista y la conformación de las fuerzas del cambio, lo que se produce es una renovación y diversificación de las expresiones populares transversales, de composición mixta de clase media y clase trabajadora, con un nuevo dinamismo sociopolítico de movimientos sociales e izquierdas renovadas, con identificaciones parciales y fragmentarias de carácter popular.
Se puede decir que los nuevos movimientos sociales y también los tradicionales como el sindicalismo (incluyendo el confederal y los corporativos y los sectoriales de la administración pública), así como los partidos de izquierda y las grandes ONG tienen una composición mixta de clase, especialmente distinta entre sus bases sociales y sus núcleos dirigentes, muchos de clase media, y reflejan demandas populares comunes o interclasistas aunque diferenciadas de los poderosos.
La expresión sociopolítica y cultural tiene componentes transversales respecto de sectores de ambas clases sociales, trabajadoras y medias, en una nueva dinámica que, tal como avanzaba, denomino progresismo de izquierdas, de fuerte contenido social, feminista y ecologista, superando la prevalencia de solo las demandas sociolaborales y económicas (o solo ‘culturales’). Supone una concepción de clase (o bloque social) más diversa, compleja e interactiva de las distintas dimensiones sociales y culturales y, salvando el sesgo economicista y determinista de esa palabra en algunas tradiciones, se reafirma una visión de un conglomerado popular y democrático más interseccional e integrador.
Conlleva una concepción más multidimensional, diversificada e inclusiva de condiciones y conflictos sociopolíticos, con una interacción o intersección en los grupos populares de los aspectos socioeconómicos y laborales con los de género, medioambientales o étnico-nacionales y otros. Se pasa de una identificación estricta de clase trabajadora (o media), vinculada al estatus socioeconómico, a una identificación sociopolítica y cultural de bloque ‘popular’, mestiza, diversa y transversal, pero diferenciada del bloque de poder.
La clase social como sujeto colectivo
El análisis de clase social objetiva y subjetiva es importante pero insuficiente para explicar el tema más relevante que es su papel como sujeto colectivo y su influencia en el devenir sociopolítico. El análisis concreto de la experiencia popular en España lo he desarrollado en varios libros, los últimos “Cambios en el Estado de bienestar” y “Perspectivas del cambio progresista”. Aquí, para concluir, sintetizo el enfoque general que liga proceso de identificación y formación de sujeto colectivo.
Desde mi punto de vista, la clase social trabajadora o popular, como sujeto de carácter sociopolítico, como dice el historiador E. P. Thompson, se forma a través de su experiencia relacional en el conflicto socioeconómico, la pugna sociopolítica y la diferenciación cultural respecto de las clases dominantes.
Frente a una idea determinista, influyente en muchos ámbitos, el sujeto colectivo es el resultado histórico y relacional de una interacción social prolongada de un determinado actor, agente, grupo social o movimiento; conlleva una experiencia común al percibir, vivir, solidarizarse y combatir injusticias concretas compartiendo demandas y aspiraciones dentro de una dinámica liberadora e igualitaria.
Esa activación cívica genera vínculos de pertenencia e identificación propia y ajena; o sea el sujeto social, según su papel sociopolítico y relacional, va conformando y modificando su propia identificación, las características que le proporcionan un determinado perfil de autovaloración y reconocimiento público. La formación del sujeto colectivo, además del componente práctico-relacional y de agencia, presupone un vínculo social, un sentido de pertenencia colectiva a un grupo humano y unos objetivos y trayectorias compartidos. Todo ello configura una identidad (o suma de identidades y rasgos parciales) más o menos fuerte, diversa o múltiple, así como variable y no inmutable, con componentes más o menos expresivos según momentos y circunstancias.
El concepto clase social también expresa una relación social, una diferenciación con otras clases sociales. Su conformación es histórica y cultural y se realiza a través del conflicto social. Por tanto, es un concepto analítico, relacional e histórico. Existe una interacción y mediación entre posición socioeconómica y de poder, conciencia y conducta, aunque no mecánica o determinista en un sentido u otro. Pero, frente al esencialismo identitario, hay que analizar a los actores en su trayectoria, su interacción, su multidimensionalidad y su contexto.
En definitiva, en esta larga década, con la nueva etapa de conflictos sociopolíticos y configuración de nuevos actores sociales y políticos y experiencias y subjetividades colectivas, se van conformando emergentes procesos identificatorios de capas subalternas que exigen una nueva interpretación que sirva para una orientación sociopolítica igualitaria-emancipadora.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.