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La industria cultural Estados Unidos de América y el golpe de estado en Brasil

Fuentes: Rebelión

De inmediato, para escribir este ensayo, partimos de tres argumentos. El primero es, con Schmitt (1888-1985), «El soberano es aquél que decide el estado de excepción». Es, por lo tanto, la figura que decreta la muerte de la vida desnuda. Esta, con Agamben (Roma, 1942), «[…] es, bajo el punto de vista de la soberanía, […]

De inmediato, para escribir este ensayo, partimos de tres argumentos.

El primero es, con Schmitt (1888-1985), «El soberano es aquél que decide el estado de excepción». Es, por lo tanto, la figura que decreta la muerte de la vida desnuda. Esta, con Agamben (Roma, 1942), «[…] es, bajo el punto de vista de la soberanía, el elemento político originario», siendo igualmente «la que habita la tierra de nadie, entre la ciudad y la casa» (1).

Entre la ciudad y la casa, en la tierra de nadie, la vida desnuda es, pues, la que está fuera de la decisión política soberana. Así, si el soberano es aquél que decide el estado de excepción, es porque este se constituye como un dispositivo policial contra la vida desnuda, que se vuelve, en consecuencia, un caso de policía.

Si con Walter Benjamin el estado de excepción, en la tradición del oprimido, se constituye como regla general es porque la existencia misma de la vida desnuda es la prueba cabal del estado de excepción, razón suficiente para afirmar que la vida desnuda es al mismo tiempo vigilada y autovigilada: 1) vigilada porque el estado de excepción permanente no surge por generación espontánea; él se constituye como una decisión soberanamente gestada, planeada, implementada, y administrada por fuerzas policiales, cuyo objetivo no es otro sino el de producir la vida desnuda; 2) autovigilada porque, sólo por existir, sin rebelarse veinticuatro horas al día, es señal de que la vida desnuda incorpora el estado de excepción, por lo que es el horizonte inmanente de su propia vida, en la suposición de que no exista alternativa más allá de la servidumbre voluntaria, para citar indirectamente a Étienne de La Boétie (1530-1563), especialmente en su libro, Discours de la servitude volontaire ou le Contr’un o Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el Contra uno, una breve requisitoria contra el Absolutismo (la monarquia absoluta de Luis XVI) (2) escrita a los 18 años, lo que le valió el respeto de Michel de Montaigne.

Dos problemas surgen del precedente parágrafo. El primero es: ¿Qué son las fuerzas policiales? El segundo es: ¿Qué es la vida desnuda?

Las fuerzas policiales son las que, teniendo en cuenta una decisión soberana, producen un discurso convincente (el que incluye no sólo la represión) para la servidumbre voluntaria de la vida desnuda. No siendo sólo represivas, dichas fuerzas son omnipresentes. Están en el conocimiento, en la religión, en la familia, en los poderes Ejecutivo, legislativo, judicial, en la ONU, en el FMI, en los países, en los idiomas, en la medicina, en la cultura, en el deseo, en la cotidianidad.

Las fuerzas policiales son, pues, el estado de excepción de una determinada época y se vuelven la decisión política (aunque sería mejor decir, decisión policial) originaria porque se constituyen como el propio discurso de la y para la servidumbre voluntaria de la vida desnuda -y este discurso es nada más que el acuerdo socio-histórico que, heredero de la tradición del oprimido, lo renueva produciendo un aparente nuevo discurso, traducido como modelo productivo, cultural, social de y para la vida desnuda; esa tierra de nadie.

Si el soberano, pues, es el que decide, gesta y planea la servidumbre voluntaria de la vida desnuda con el objetivo de hacer que esta se autovigile viviendo inocentemente su vida desnuda e incluso deseando, es porque las fuerzas policiales son omnipresentes y tienen dos caras: una represiva, basada em el poder de muerte del soberano (sobre la vida desnuda) y la otra afirmativa, anclada en el poder de vida del soberano.

Antes de pensar las resonancias políticas y policiales de la segunda pregunta (¿Qué es la vida desnuda?), se hace necesario presentar el segundo argumento de este ensayo. He aquí:

En la civilización burguesa, esta como un todo es el estado de excepción siendo, al mismo tiempo, el soberano y la vida desnuda.

Lo que define a la civilización burguesa, en este sentido, es la respuesta tautológica en relación con la segunda pregunta aquí presentada: ¿qué es la vida desnuda?

Es la civilización burguesa, esta policía general de pueblos vigilados.

El estado de excepción de la civilización burguesa es, pues, ella misma. Ella es la tierra de nadie, entre la ciudad y la casa. Es, por esto mismo, una civilización policial.

Hitler nunca fue él mismo, un dictador, comprendido asiladamente. Hitler fue la civilización burguesa en una fase específica de guerra interimperialista por la repartición/dominio/colonización de esta tierra de nadie por excelencia, esta vida desnuda: el planeta Tierra. Él fue, simplemente, el rostro imperialista de su época.

La civilización burguesa es el estado de excepción autodecretado y vuelve indiscernible el soberano y la vida desnuda porque, de conformidad con Marx en El Capital, el fetichismo de la mercancía se volvió la categoria universal del ser social, entendiéndose como fetichismo de la mercancía, siempre con Marx, a la sustitución de las relaciones humanas por la «forma fantasmagórica de relación entre las cosas».

El fetichismo de la mercancía transforma fantasmalmente al creador en creado. El humano se vuelve vida desnuda y la universalidad de la forma mercancía, a su vez, milagrosamente, pasa a ser vivida como abstracción soberana que se hace efectiva en la realidad a través de la cosificación de todo y de todos:

Y, ¿qué es la cosificación? Cuando la forma mercancía impone su imagen y semejanza como modelo universal de la y en la civilización burguesa, todo igualmente se transforma en mercancía, como encarnación de la forma dinero, que no es otra cosa que la forma de la abstracción universal de la mercancía.

La cosificación es, pues, la generalización social del fetichismo de la mercancía. La personalización de la mercancía (el lugar de la soberanía) y la cosificación del humano (el lugar dela vida desnuda) producen el siguiente quid pro quo: para dejar de ser cosificado, vida desnuda, el humano necesita autovalorizarse como las mercancías y, como estas perdieron la relación con el valor de uso, se volvieron valor de cambio.

Cuando cada subjetividad se vuelve un valor de cambio ambulante, entonces todo está cosificado, si se entiende la cosificación como un proceso de descontextualización general de la vida, de tal manera que todo tiende a ser experimentado como si fuese un absoluto: un soberano, un dios, una mercancía.

Si lo que existe de hecho, en un mundo mercantilizado, es multiplicidad de mercancías, entonces las dos figuras omnipresentes en nuestro mundo son el fetichismo de la mercancía y la cosificación. El primero es lo que el nombre dice: personalización de la mercancía, transformándola en objetivo de adoración, en soberano. La segunda, la cosificación, funciona bajo el signo de la autoilusión pues el cosificado cree que pueda ser singular, adorado, soberano, separado del conjunto de la sociedad

El fetiche de la mercancía es pues la causa y la cosificación es el efecto. Los dos juntos son la verdadera bomba atómica de la civilzación burguesa que así se define: por un lado, multiplicidad de mercancías fetichizadas; por otro, multiplicidad de mercancías cosificándose, esto es, aislándose de los valores de uso y absolutizando sus puntos de vista.

Es por esto que la civilización burguesa es ella misma el soberano y la vida desnuda, porque logra autoproducirse a partir de su cotidiano, bastando, para el efecto, que cada vida desnuda cosificada imite la mercancía y se aísle del común presuntuosamente, en la suposición de que sea diferente de los demás: suposición que no pasa de un efecto de marketing personal.

Teniendo en cuenta esta situación generalizada al interior de la civilización burguesa, fetichismo de la mercancía como causa y cosificación como efecto, el tercer argumento de este ensayo es: el segundo argumento, el de que en la civilización burguesa el soberano es ella misma, es sólo nuestro momento de la falsedad. Guy Debord (1931-1994) en La sociedad del espectáculo (1967: publicado el 14.11, inicialmente por la editorial Buchet/Chastel y a partir de 1971, por Champ libre) dice que este es nuestro momento de la falsedad, con lo cual se refiere al término antinómico de la verdad: aquí, para los autores, sería equivalente a la espectacularización de todo en este reino del revés, en el que no sólo el valor de uso devino valor de cambio sino que los valores de cambio derivaron en la verdad y la verdad, por arte de mafia (sí los demócratas, los serios, los humanistas), en la mentira, esto es, en la falsedad (3).

Aunque todos seamos vidas desnudas, el soberano no es propiamente la civilización burguesa, sino simplemente, para volver de nuevo a Marx, los propietarios de los medios de producción, los cuales, alineados, decretan el estado de excepción sobre la vida desnuda, definida como aquéllos que no son los propietarios de los medios de producción.

El imperialismo estadounidense puede ser definido como el ejecutor soberano planetario de una humanidad absolutamente rehén del segundo argumento de este ensayo.

La esencia artificial de la civilización burguesa es el segundo argumento de este ensayo: la civilización burguesa es ella misma el soberano y la vida desnuda y logra serlo transformando a toda la humanidad en rehén del fetichismo de la mercancía, como causa; y absolutamente cosificada, como efecto.

Esta es la forma para que la vida desnuda se vuelva soberana: baste que sea la protagonista del fetichismo de la mercancía, en el cotidiano mercantilizado, y al mismo tiempo crea en la soberanía de sus opciones tecnológicamente cosificadas.

El imperialismo yanqui es el soberano que decide el siguiente estado de excepción: volver a la humanidad rehén de su tiempo de la falsedad, en cuyo contexto el fetiche de la mercancía se hace no sólo subjetivo, como deseo cotidiano universal, sino también cosificado, ahora casi que en sentido literal, de volverse rey, aunque este volverse rey sea simplemente la forma mercancía de la vida desnuda.

Si lo que viene primero es el fetiche de la mercancía, como causa (a partir de la abstracción universal de la forma mercancía), y lo que viene en segundo lugar es la cosificación como efecto del fetichismo, el imperialismo gringo realizó la hazaña de invertir el juego: el efecto, la cosificación, la mercancía encantada (por embrujada), se vuelve la causa y esta se convierte en efecto, de tal manera que lo cosificado se moviliza, siempre fuera de contextos sociales concretos, deseando ser mistificado, fetichizado, como una mercancía.

La movilización sin fin del cosificado convertido en fetiche de la mercancía constituye el tiempo de la falsedad a partir del cual la propia vida desnuda, cosificada y fetichizada, se vuelve soberana.

El culturalismo dominante es la encarnación del tiempo de la falsedad de una civilización burguesa movida por cosificadas vidas desnudas soberanas.

Para producir una humanidad capturada por el tiempo de la falsedad de vidas desnudas soberanas, el imperialismo yanqui es él mismo una industria cultural planetaria. Las vidas desnudas cosificadas y cosificantes son las mercancías fetichizadas de la industria cultural del imperialismo gringo.

El imperialismo estadounidense es una fábrica del tiempo de la falsedad en que vidas desnudas se presentan fantasmalmente como soberanas, razón por la cual sea posible afirmar que es una industria cultural especializada en producir cosificados artefactos culturales, como si fuésemos todos actores fetichizados de un teatro absurdo, porque al mismo tiempo en que producimos catarsis, con nuestras cosificaciones soberanas ambulantes, somos también el objeto de la catarsis, en contextos infinitos en los cuales la palabra de orden es: crea, desee, sea la industria cultural del imperialismo gringo.

El imperialismo yanqui es una forma cultural porque, tal como los artefactos de esta, que él produce y reproduce, distribuye y redistribuye, vende y revende para todo el mundo, como filmes, músicas, noticias, y pone en funcionamiento al «libre» uso de las cosificadas subjetividades del orbe, como en el caso de Internet, él siempre parte del principio de que todo es infinitamente editable y reeditable, sin importar su naturaleza intrínseca, si es económica, si es política, si es científica, si jurídica, si de derecha, de izquierda, si bélica.

Todo se vuelve cultura y todo es culturalmente editable y reeditable, siempre teniendo en cuenta un proyecto permanente de dominación planetaria.

En el contexto del imperialismo gringo, las vidas desnudas (las alteridades u otredades de clase, de género, étnicas, epistemológicas, religiosas, geográficas, lingüísticas, etárias) son dulces ilusiones cosificadas, editadas y reeditadas por la industria cultural Estados Unidos de América (EUA).

El imperialismo yanqui, siendo él mismo una industria cultural, como su propio tiempo de la falsedad, no nos engañemos, ocupó el protagonismo que ocupó en el siglo XX, a partir de la II Guerra Mundial, porque es absolutamente contrarrevolucionario -y lo es a escala planetaria.

Teniendo en cuenta un siglo XX de revoluciones socialistas, el imperialismo estadounidense surgió como el centro sísmico de la lucha de clases planetaria al editar una humanidad definida por su momento de la falsedad -una humanidad, pues, contrarrevolucionaria, porque la vida desnuda, sujeto constituyente de toda revolución poscapitalista, devino un fetiche de la mercancía cosificada- se volvió una imagen fantasmal de la industria cultural Estados Unidos de América, en el contexto de la cual todo es falso, es publicitario, es mercancía fetichizada, es cosificación editada y reeditada hasta el infinito, fantasmalmente.

La industria cultural EUA, claro, no vive sólo de fabricar vidas desnudas cosificadas, editándolas cinematográficamente. Como matriz del imperialismo gringo, ella tiene sus filiales. Son ellas: 1. Las directamente vinculadas al Estado, que son: los poderes de Estado constituidos, como el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial; Pentágono, Ejército, Marina, Aeronáutica, FBI, CIA, agencias como USAID, NED y um sinnúmero de otras; think tanks, muchos; Estados de la Federación; Wall Street; Medios corporativos; campus universitarios como, por ejemplo, Harvard; las más diversas Transnacionales (antes, Multinacionales), como las del petróleo, farmacológicas, tecnológicas; los cosificados ciudadanos gringos, ellos mismos vidas desnudas soberanas; 2. Las que se encuentran fuera del território estadounidense, como: países y regiones alineados vasallos, como Colombia, Perú, Japón, Egipto, las dictaduras de los petrodólares, incluyendo continentes como Europa y también países como Israel, aliado del chantaje eterno contra todo y todos; 3. Las embajadas yanquis en diferentes países del mundo, enclaves golpistas; el control de la Internet, por medio de un panóptico de las subjetividades de todos los cuadrantes del mundo; los cosificados ciudadanos del mundo, principalmente los de las clases medias y los de las oligarquías planetarias; 4. Las bases gringas en los mares y en los continentes, la omnipresencia militar garantizada en el ámbito igualmente planetario; 5. Las prisiones secretas, laboratorios reales, a lo Auschwitz, de torturas y pruebas confesionales; 6. Satélites, sondas, drones; 7. Guerra de espectro total contra el planeta entero y muy especialmente contra la periferia; 8. Otros métodos no mencionados y desconocidos.

¿Esta megalomania kafkiana de dominación planetaria se constituye como un holding, un conglomerado empresarial cuyo propósito, en el límite, es el de transformar al planeta como un todo en una empresa mundial de cosificación, en los contextos más inusitados e imprevistos, así como los más previsibles, en los que cada cosificado deba funcionar como soldado de guerra o como operario de la industria cultural EUA?

En este contexto, ¿dónde está la tierra de nadie de la que hablaba Agamben, entre la ciudad y la casa, como forma de definir la vida desnuda? Además de ser la flor de ella misma, de la megalomáquina planetaria EUA, como modelo de realización del imperialismo gringo, está en la guerra total que este kafkiano holding planetario efectivamente realiza contra la tierra de nadie, si se entiende esta como la tierra de todo el mundo.

Por lo tanto, el otro lado igual del tiempo de la falsedad, que es la propia megalomáquina cosificada y cosificante EUA, es la guerra implacable, terrorista, contra la tierra de nadie entre la ciudad y la casa de la vida desnuda.

Una guerra total, sin ley, del que decide el estado de excepción, el soberano EUA.

Y es precisamente como parte y contraparte de este tiempo de la falsedad generalizado de una humanidad hollywoodiada (sic), sin anclas en el mundo concreto, que cobra sentido el absoluto sinsentido del encuentro, el día 24 de febrero de 2015, de la embajadora de los Estados Unidos en el Brasil, Liliana Ayalde, con el ministro del deporte, del gobierno Dilma Rousseff, George Hilton.

El sonriente ministro del deporte del Gobierno Dilma Rousseff estaba radiante de felicidad al saber de los genuínos intereses de la embajadora gringa en relación con las Olimpiadas de 2016, cuya sede será la ciudad de Río de Janeiro.

El ministro, de modo flagrante, ignora completamente que la omnipresencia de la imitación, el imperialismo yanqui, prueba en este momento una nueva modalidad bélica contra la tierra de nadie, el mundo entero.

Esta prueba simultânea de la guerra al estilo del espectro completo, teniendo en cuenta al planeta como un todo, al mismo tiempo bélica, mediática, económica, cultural, jurídica, financiera, es la nueva doctrina Obama y tiene como objetivo un ataque simultáneo a los países pertenecientes al BRICS, incluyendo aquellos que están en su entorno comercial, político, ideológico, como forma de fuga de las garras de sus ediciones y reediciones asesinas, ladronas, lo que incluye obviamente al Brasil, a Venezuela, a Argentina, además de Rusia, China, Siria y, por lo tanto, todos los países que de un modo u otro buscan, con toda la razón, salir del eje de influencia envenenado de la megalomáquina bélica de la industria cultural Estados Unidos de América.

El ministro del deporte no es el único «inocente» de la historia. Lo que la presidenta Dilma Rousseff llama, de forma no menos inocente, política de estado republicana, es parte de su (y de parte significativa del PT) rendición al tiempo de la falsedad industria cultural EUA.

¿Qué significa una Policía Federal, un Ministerio Público (incluyendo otros sectores del Poder Judicial) y un sistema mediático corporativo republicanos en un mundo en el que la industria cultural Estados Unidos de América se infiltra en todo, editándonos y reeditándonos como vidas nuas, como parte de su guerra total contra las vidas desnudas del mundo?

Sí, significa estupidez, porque no tiene otro nombre, ¿entregar a nuestra Policía Federal al FBI, como creencia en su formación republicana? ¿Significa creer en los magnánimos propósitos republicanos de un Ministerio Público dominado por perfiles cosificados que más parecen funcionarios del poder judicial gringo actuando aquí para salvaguardar la justicia económica de ellos? ¿Significa no tener el coraje de proponer una ley de medios contra la concentración mediática por creer que la TV Globo, con sus sonrientes sensatos marcos, sea de igual modo mediáticamente republicana, imparcial?

¿Significa poner en el Ministerio de economía a un neoliberal convencido, por no decir hipnotizado con un simple economista, reaccionario, al servicio de Wall Street y que ejercerá el cargo con el objetivo consciente o inconsciente de clavarle el cuchillo en las espaldas (de los brasileños, es claro) a la primera oportunidad?

Dilma Rousseff: abandone la política institucional de las alianzas. Abandone los chantajes del PMDB, del sistema financiero, de la TV Globo, de las clases medias, de la Política Federal, del Ministerio Público, esas quinta columnas (4) de la industria cultural Estados Unidos de América, y busque el apoyo, en las calles, del nordestino, de los segmentos de izquierda anti-imperialistas, de los nacionalistas, de los trabajadores, en fin, de aquéllos que la eligieron, antes de que éstos la abandonen, cuando entonces los aliados (los Estados Unidos, que quede bien entendido) pondrán en la cárcel a usted misma y a Lula, porque es esto lo que ejemplarmente la industria cultural Estados Unidos de América hará con Vuestra Señoría -no tenga dudas-, ejemplarmente.

Y, apoyándose en los votantes que la eligieron, Dilma Rousseff, use las reservas en dólares del Brasil para comprar integralmente a Petrobrás, estatizándola integralmente, así como, con el corazón valiente que la eligió como motivo propagandístico, envalentónese de verdad para que, además de lograr ediciones publicitarias y capturar la industria cultural Estados Unidos de América en su corazón, vaya proponiendo una ley de medios verdaderamente republicana, comprometida con la libertad de expresión de aquéllos que no la tienen: la vida desnuda brasileña.

No tenga miedo, Dilma Rousseff, de ser mal editada por la industria cultural Estados Unidos de América.

El imperialismo de la industria cultural Estados Unidos y TV Globo nunca la editará heróica.

Será siempre la traidora.

Que lo sea, sin miedo, para ellos.

Para ellos, los responsables de nunca, los gringos. Y que no cuente con nosotros: los sospechosos de siempre, en este caso, brasileños y colombianos. No siempre sumisos, resignados ni conformistas. Más bien dispuestos, como nunca antes, a acabar con el reinado hollywoodesco de la falsedad, para re-encontrarnos con la verdad del hombre digno, la única verdad que nos podrá hacer libres.

Notas:

(1): El camino teológico, filosófico, político, o sea, metafísico, es aquel sobre el que transitan todos los logros de la cultura occidental en relación con la preservación de la vida, y los títulos-conceptos que se le otorgan como salvaguardia en un proceso que llevaría a los derechos individuales, la salud generalizada, el progreso social. Camino también jalonado de errores y horrores, lo que lleva a preguntar si éstos son accidentales o inherentes a tal proceso. Para Agamben el tratamiento metafísico de lo vital y su deriva política son inseparables de tales acontecimientos. Su concepto clave en relación con esto es el de Nuda vida, concepto que puede ser científico o médico: la vida desprovista de toda cualificación, lo que tiene en común la humana con la de un caracol o una planta. Luego se percibe que se trata de una idea filosófico-teológica, que subyace a su posterior apropiación médica y política. Su genealogía, derivada de la nietzscheana, va desde Aristóteles (vida nutricia, el antecedente del concepto vida vegetativa) hasta Deleuze, en su intento por elaborar un concepto de Inmanencia que abarque plenamente el de vida. En su trilogía Hombre Santo. El poder soberano y la vida desnuda (1995), Agamben intenta demostrar que toda la historia jurídica de occidente, desde el arcaico derecho romano hasta la moderna Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano con sus derivaciones, constituye un intento de gestionar la vida humana reduciendo a esta a nuda vida. La consecuencia de considerar al hombre como mera vida, es que esta puede ser sacada de todo contexto social, político, cultural, y tratada como proyecto, plan, tarea histórica, mero residuo, como objeto de experimentación; puede ser aniquilada sin que esto entre en la esfera de lo punible. Y aquí entra en juego la biopolítica, esto es la gestión política de la vida, la intervención del poder en la vida humana. El momento privilegiado de la extensión de la biopolítica al ámbito planetario, es el Campo de Concentración. Agamben estudia este espacio en Lo que queda de Auschwitz, como realización de lo que ya está implícito en toda la evolución político-metafísica de Occidente: el lugar en que, dentro del espacio jurídico de un estado y al mismo tiempo fuera de él, la vida es tratada como materia sin forma humana. O sea, la reificación o cosificación de la vida humana: la vida como mercancía, es decir, sin forma humana, como si se tratara de una simple cosa, la sustitución de las relaciones humanas por la «forma fantasmagórica de relación entre las cosas».

(2) La suposición de que el poder político del gobernante no estuviera sujeto a ninguna limitación institucional, fuera de la ley divina: esa, la inasible. Un poder único desde la perspectiva formal, indivisible, inalienable, intranscriptible y libre. Postura típica del Ancien Régime francés, caracterizada por la concentración de poder en detrimento de la división de poderes, con lemas como «la palabra del rey es la ley» o «al rey la hacienda y la vida se ha de dar»: es decir, como en la época de la Dictadura Brasileña (1964-1985), en la que quien se atreviera a desafiar al rey de turno (y hubo muchos) perdía la vida e incluso la hacienda que no tenía; o como en la época del Uribato en Colombia (2002-2010), en la que, de hecho, millares de personas perdieron la vida, para que unos pocos, con la mediación de los paracos, pudieran ir a sus haciendas. Tierras que, previamente, les habían quitado, de forma violenta, a humildes labriegos, negros e indígenas, muchas veces a través de la siniestra figura del testaferrato: 9 millones de hectáreas, según (y no de acuerdo con…) datos oficiales, que son las que ahora se reclaman desde La Habana por medio de las negociaciones entre las FARC y el Gobierno colombiano. Como lo demuestra el siguiente artículo del sociólogo Alfredo Molano, Tierras y posconflicto, en El Espectador, de Bogotá: http://www.elespectador.com/opinion/tierras-y-posconflicto-columna-546766.

(3) A la base económica de la alienación, Guy Debord añade la imagen de la mercancía mediatizada a ultranza por la publicidad venida de Estados Unidos: para los situacionistas (grupo creado por él) y la corriente marxista más crítica, la producción de mercancías condiciona cada aspecto de la vida social, y «El espectáculo es el capital, en un grado tal de acumulación que se transforma en imagen», pero «El espectáculo no es una colección de imágenes», escribe Debord, «sino una relación social entre la gente, mediada por imágenes». Para confirmar lo dicho por él bastaría recordar que durante todo el siglo XX Estados Unidos impuso al actor y director John Wayne como el prototipo de la imagen (y a la vez la imagen del anticomunismo), no sólo fílmica sino social de quien encarna los valores (carácter, honor, coraje), la aplicación de la ley, el machismo y quien con el tiempo llevó a desenmascarar, contra su voluntad, las intenciones de los gobiernos gringos en el sentido de combatir al comunismo: lo que comenzó a manifestarse desde la remota época de la Doctrina Monroe (1823) pasando por el Manifest Destiny (1845), el Plan Marshall (1947), la pandilla de Nixon (1971), y el neoliberalismo de Reagan y Thatcher (1989) hasta la época más reciente de la guerra preventiva (2001) de Bush.

(4) Término alusivo a una metafórica quinta columna formada por los simpatizantes del Golpe de Estado que, dentro (o fuera) de la capital, trabajan de forma clandestina (para después actuar como el criminal, que huye sin que nadie lo persiga) en pro del triunfo del bando golpista. La expresión «quinta columna», históricamente, se atribuye al general Emilio Mora, quien en locución radiofónica (1936) se refería al avance de las tropas sublevadas en la Guerra Civil española hacia Madrid: mencionó que, mientras bajo su mando cuatro columnas se dirigían hacia la capital (una que avanzaba desde Toledo; otra, por la carretera de Extremadura; otra por la Sierra; y la de Sigüenza), había una quinta formada por los áulicos del Golpe de Estado que, en la capital, trabajaban bajo la mesa a favor de la victoria de los golpistas. Según Mikhail Koltsov, corresponsal del diario Pravda, de Moscú, y enviado personal de Stalin a España, fue el general José Enrique Varela quien lanzó la frase. Al margen de quién haya pronunciado la frase, la expresión se usa hoy para designar, en una situación de inminente peligro o de confrontación bélica, a algún sector de la población (en este caso, brasileño) que mantiene ciertas, y dudosas, lealtades (percibidas o reales) hacia el bando enemigo (los Estados Unidos, claro) debido a motivos económicos, ideológicos, religiosos y/o étnicos y/o de (abierta) hipocresía de los políticos brasileños y, en este caso, en particular Dilma Rousseff, para con su propio pueblo.  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.