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Continuidad entre Bush y Obama

La invasión de Caza y los patos cojos

Fuentes: Rebelión

Una proverbial institución de la política estadounidense es la del lame duck, o pato cojo, en su traducción literal. Se trata de un político elegido que se halla próximo al final de su mandato, sin posibilidad de renovación, y cuyo sucesor ha sido ha designado, por lo que está únicamente pendiente de una toma de […]

Una proverbial institución de la política estadounidense es la del lame duck, o pato cojo, en su traducción literal. Se trata de un político elegido que se halla próximo al final de su mandato, sin posibilidad de renovación, y cuyo sucesor ha sido ha designado, por lo que está únicamente pendiente de una toma de posesión formal. La primera vez que aparece el término en el Congressional Globe (Diario oficial del Congreso de EE UU) fue en 1863, y en esta entrada se habla de «‘lame ducks’ or broken down politicians», es decir, de patos cojos y políticos comatosos. Más tarde, en 1933, la introducción de la 20a Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América estableció el método y las fechas del traspaso de poder presidencial. Es en este apéndice constitucional donde se establece el momento final de la presidencia saliente: «… a mediodía del vigésimo día de enero…»

Así pues, del pato cojo en tanto que figura política ya amortizada, se espera que tome alguna medida más aparente que sustancial, de escaso valor y relacionada con su función pasada, y generalmente destinada a restaurar una imagen con frecuencia algo deslucida –mucho, en el caso de George W. Bush-, a la vez que también se espera que deje la resolución de los grandes asuntos pendientes para su sucesor o sucesora.

En estos momentos, tanto el presidente Bush como todo su equipo de alto nivel responden a la figura del pato cojo, y por ende, están sólo a la espera de su salida de escena. El único cargo ministerial que sobrevivirá a la presidencia de Bush es el secretario de Defensa, Robert Gates, director de la CIA antes que ministro, que desempeñará el mismo cargo, en una continuidad que ilustra la fundamental identidad de los intereses que defienden dos partidos mayoritarios, y del pool del que se nutren a la hora de cubrir los puestos claves -aquí, la dirección del Pentágono- en la cúspide del poder del Estado.

Cojos, pero activamente pro israelíes

George W. Bush desaparecerá de escena en unos días, al menos como presidente, para alegría de muchos, entre otros de tres de cada cuatro miembros del pueblo estadounidense, según encuestas recientes. Y también lo hará Condoleezza Rice, secretaria de Estado. Ambos son pues, técnicamente, patos cojos sin remedio y por partida doble. Sin embargo, el protagonismo del gobierno saliente de Estados Unidos en la invasión de Gaza ha sido destacado y decisivo, haciendo posible la acción militar de Israel y bloqueando cualquier iniciativa internacional que pudiera ponerle trabas. Y ello en vísperas de la toma de posesión de Barack Obama, y con la aquiescencia tácita de éste.

Además, apenas cuatro días antes de la toma de posesión del nuevo presidente, dicho protagonismo en la agresión a Palestina ha tenido un remate sorpresa, este sábado 17 de enero de 2009, con la aparición de Condoleezza Rice en las primeras páginas de los medios, junto a la ministra de Relaciones Exteriores israelí, Tzipi Livni, en la firma de un acuerdo -firmado en Washington- entre Estados Unidos e Israel, gracias al cual la secretaria de Exteriores de Estados Unidos «espera que todas las partes cesen en sus ataques y acciones hostiles inmediatamente», según ha declarado a la prensa. Sin embargo, las características del acuerdo no permiten compartir la esperanza de un cese de las hostilidades.

En primer lugar, por ser un acuerdo entre sólo dos partes -Israel y Estados Unidos- con exclusión de cualquier representación palestina o de las instituciones internacionales (Naciones Unidas) en su elaboración, contenido y firma. En segundo lugar, por no tratarse de un plan de paz en sí, sino de un acuerdo destinado a reforzar la seguridad de Israel, con la colaboración de Estados Unidos.

Por los escasos detalles que se conocen, el acuerdo israelo-estadounidense -en su «memorándum de entendimiento»– no sólo habla de un alto el fuego sino también de la cooperación entre los dos países en la vigilancia de la frontera entre Gaza y Egipto y en el reforzamiento del bloqueo marítimo, supuestamente para atajar la entrada de armamento. Y, aparentemente, se cuenta para ello con las fuerzas de la OTAN para sellar definitivamente el único lugar relativamente permeable de Gaza: la frontera de Rafah con Egipto. Lo que afecta directamente al Estado español, que puede verse llevado a desempeñar un papel militar objetivamente proisraelí en el conflicto de Oriente Próximo, además del que ya tiene, con los 1.100 efectivos militares españoles destacados en el sur del Líbano, si bien éstos lo están como cascos azules, es decir bajo cobertura de las Naciones Unidas.

En ningún punto del acuerdo se habla de una retirada del ejército israelí la Franja de Gaza, ni del final del bloqueo que estrangula Gaza desde hace años, ni de cualquier tipo de supervisión internacional, ni de dar respuesta a las llamadas de altas instancias internacionales, como las del secretario general de la ONU, Bank-ki-Moon.

Así pues, se trata de un blindaje de la posición internacional de Israel y de una confirmación del deseo de este país de no negociar nada con nadie, debilitar a los palestinos abriendo aún más la brecha entre la AP y Hamás, y avanzar en su trayectoria unilateral contando para ello con la ayuda incondicional del aliado estratégico, Estados Unidos. Con ello, Israel no sólo queda con manos libres para actuar cuando y como lo crea oportuno, sino que evita cualquier responsabilidad derivada de sus acciones de guerra contra civiles, como los bombardeos de sedes de las Naciones Unidas, que tantas víctimas civiles han causado. Existe la posibilidad real de que Israel sea acusado formalmente de la comisión de crímenes contra la Humanidad ante instancias internacionales como la Corte Internacional de Justicia, como ha declarado a la prensa Richard Falk, relator especial de la ONU para los Derechos Humanos en Palestina (1). Las acusaciones se refieren no sólo a los ataques militares a objetivos civiles sino también a la utilización de armamentos como el fósforo blanco o las llamadas bombas de tungsteno (2), de efectos devastadores sobre la población de Gaza.

Asimismo, el alto el fuego unilateral y la bendición de Estados Unidos tienen la virtud de golpear preventivamente la cumbre que tendrá lugar hoy domingo en Egipto, en Charm el Cheik, en la que participarán, junto a los anfitriones egipcios, una representación de la AP y el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, representantes de Turquía, Francia, España e Italia. Frente a cualquier eventual iniciativa que recoja siquiera mínimamente alguna de las demandas de los representantes palestinos, el acuerdo acota el terreno según los deseos de Israel, y sólo los deseos de Israel.

Previsiblemente, a los países de la UE se les encargará la tarea subalterna de encaminar la ayuda humanitaria que Israel permita hacer llegar a Gaza, lo que a la vista de su actuación durante los dos últimos años no deja de ser una incógnita.

Continuidad en el nuevo gobierno

El alivio con que en todos los ámbitos progresistas se asiste a los últimos días de Bush y su reemplazo por Barack Obama es general. Sin embargo, en lo relativo a Palestina y a la paz en el mundo, las expectativas no son esperanzadoras.

La composición del nuevo gobierno estadounidense no deja lugar a dudas en cuanto a la continuidad de la visión proisraelí del gobierno de Estados Unidos, tal como detalla en un artículo reciente Vicenç Navarro (3). Pero además de los componentes del equipo de Obama, hay que tener en cuenta la desaparición del entorno inmediato del presidente electo de personajes como Zbigniew Brzezinsky, asesor de seguridad nacional del presidente Carter, o Robert Malley, ex asesor del presidente Clinton para asuntos de Oriente Próximo. Malley asesoró a Barack Obama en materia de política exterior durante su campaña hasta las elecciones presidenciales, y a pesar de que tanto uno como otro cuentan con una experiencia de primer orden en asuntos exteriores relacionados con Oriente Próximo, no cuentan con la confianza del lobby judío estadounidense.

No está descartado que Malley y Brzezinsky puedan colaborar con el gobierno de Obama en el futuro, pero es evidente que en estos primeros meses de transición de la nueva presidencia los cargos de máxima responsabilidad en política exterior estarán en manos de personal abiertamente proisraelí y favorable a las soluciones de fuerza (Dennis Ross, David Axelrod, Rahm Emanuel, Daniel Kurtzer, Susan Rice, etc.), además de posición similar del vicepresidente electo Joe Biden y sobre todo de Hillary Clinton, futura secretaria de Estado.

Cabe también recordar la promesa ante la asamblea del AIPAC, principal lobby judío en Estados Unidos, realizada en junio de 2008 de un «compromiso inquebrantable» con la seguridad de Israel. En esta misma ocasión, reiteró el derecho de Israel a Jerusalén como «capital indivisible» del Estado judío (4).

En un horizonte a medio plazo, y dentro del gran plan estratégico de control de la gran zona petrolífera de Oriente Próximo, no desaparece la posibilidad de un ataque a Irán, mencionado explícitamente ante la citada asamblea del AIPAC en junio pasado, con el pretexto de impedir el desarrollo del arma nuclear por ese país. Se trata de un objetivo para el cual la participación de Israel es fundamental, y, en este contexto, la neutralización militar de Hamás y Hezbolá aparece como condición previa necesaria.

El ataque de 2008 contra Líbano se completó con el despliegue de fuerzas internacionales de las Naciones Unidas. El ataque de 2009 contra Gaza puede tener un epílogo parecido, con el envío de tropas de la OTAN para asegurar el aislamiento total de la Franja en su frontera con Egipto, pero dejando a Israel el control de los restantes pasos fronterizos y la posibilidad de intervenir a su antojo y de utilizar tanto su ejército como la entrada de los suministros indispensables para Gaza como bazas de presión sobre Hamás y sobre la población palestina que cometió el imperdonable crimen de votar a este partido y que ha seguido apoyándolo a lo largo de estas tres semanas de invasión.

En este sentido, el acuerdo firmado por estos patos cojos no es banal, y crea un mecanismo estable de colaboración que, por encima de cualquier otra consideración, tiene por objeto la neutralización de Hamás como órgano de gobierno en Palestina y, sobre todo, como órgano de resistencia del pueblo palestino. Este objetivo conviene a la vez al actual gobierno israelí, y a su quinta columna en Estados Unidos -AIPAC y otras organizaciones judías-, y con él los gobernantes israelíes en el poder intentan garantizarse el triunfo en las próximas elecciones de febrero. Y conviene también al aliado estratégico estadounidense y a las fuerzas de este país -intereses petroleros, fundamentalmente- que han impulsado las guerras en la región a partir de la revolución iraní de 1979. La reversión de la situación en Irán, treinta años después, sigue siendo un objetivo que algunos creen factible.

* * *

  1. http://www.nodo50.org/csca/agenda08/palestina/arti430.html
  2. http://www.independent.co.uk/news/world/middle-east/tungsten-bombs-leave-israels-victims-with-mystery-wounds-1418910.html
  3. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=79217
  4. http://news.bbc.co.uk/2/hi/americas/7435883.stm