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La inversión extranjera directa también necesita de Cuba

Fuentes: OnCuba

No tomen el título por lo que no es, nada tiene que ver esto con el tamaño del mercado cubano, con lo decisiva que es nuestra economía en el ámbito mundial o regional, o con una enorme disponibilidad de recursos naturales o fuerza de trabajo barata. Para nada. Es en el otro sentido, porque lograr […]

No tomen el título por lo que no es, nada tiene que ver esto con el tamaño del mercado cubano, con lo decisiva que es nuestra economía en el ámbito mundial o regional, o con una enorme disponibilidad de recursos naturales o fuerza de trabajo barata. Para nada. Es en el otro sentido, porque lograr un flujo de inversión extranjera estable, y sobre todo relevante, a los propósitos del crecimiento y el desarrollo, requiere de un país (instituciones, infraestructura, sistema productivo, cultura de negocios, etcétera) que haga fácil poder hacer una inversión en ese país. Es por eso que la IED necesita de Cuba.

El estímulo detrás de estas líneas ha sido el intercambio reciente que ha surgido entre un grupo de economistas cubanos sobre este tema, en especial el trabajo que Miguel Alejandro Figueras me hiciera llegar hace una semana. Pero mentiría si dijera que es el único estímulo, el otro que me acicateó a escribir estas líneas es el hecho reciente de la aprobación por las dos máximas instancias país (el Comité Central del partido Comunista de Cuba y la Asamblea Nacional) de tres documentos que deben ser los cimientos, pero también la hoja ruta y la arquitectura del país que deseamos tener.

Si miramos el comportamiento económico de Cuba en los últimos años (y me refiero ahora a un período de tiempo de unos diez años) podremos notar a simple vista dos hechos. El primero, bien conocido, que nuestra tasa de crecimiento está aún lejos de la tasa que casi todos los entendidos, y también el gobierno cubano, identifican como la tasa necesaria. Andamos por un 2,5 por ciento, cuando deberíamos tener al menos un 5 por ciento. El segundo es ese secular déficit en nuestra balanza externa de bienes.

Lo que no se ve a simple vista son las razones causales de estos dos hechos. Sin embargo, esas razones se han abordado una y otra vez. Entre ellas, siempre ha tenido un lugar protagónico la baja tasa de inversión (inversión como parte del PIB) como causa decisiva de esa baja tasa de crecimiento. Mientras tanto, nuestro débil y poco complementario sistema productivo es una de las principales razones de que no exportemos más, porque sencillamente lo que no se produce en determinadas calidades, tiempo y precio, no es posible exportarlo, excepto que se disfrute de condiciones «especiales» en el comercio.

El viaje hacia las otras causas que están detrás de estas, es mucho más largo y ha sido investigado, discutido y documentado durante años por muchos economistas cubanos.

Pues bien, la inversión extranjera directa ha sido identificada, en mi opinión muy correctamente, como uno de las factores que pudiera contribuir positivamente a solucionar ese gran problema que hemos secularmente padecido y que tiene que ver con la producción de la riqueza nacional, esencial para todo lo otro que deseamos. Lo que no se produce, no se distribuye, no hay cómo intercambiarlo, y es imposible que sea apropiado por alguien o por «alguienes». Es cierto: la inversión extranjera directa puede contribuir a nuestro crecimiento del producto y a la vez a incrementar nuestras exportaciones.

Nuestra relación con la IED ha sido muy especial. Fuimos un polígono de inversión prácticamente sin restricciones para la economía y los capitales estadounidenses durante toda la primera mitad del siglo XX. Luego, desde inicios de la década de los 60 hasta prácticamente los inicios de la década de los 80, la IED fue identificada como un enemigo jurado de nuestras aspiraciones de desarrollo, un instrumento del neocolonialismo y el imperialismo, algo que para nada era incierto. Nuestro acceso a ella se hizo prácticamente imposible, primero por no ser deseado ni política ni ideológicamente y también porque el bloqueo norteamericano le ponía a los inversionistas extranjeros un precio demasiado alto.

En los años 80 se aprobó el decreto ley 50, pero nada proactivo se hizo para atraer realmente la IED hasta que el derrumbe del campo socialista se hizo prácticamente realidad y nuestras fuentes de ahorro externo quedaron comprometidas primero y luego desaparecieron casi por completo. Salvar el socialismo significó también abrir nuestro país a la Inversión Extranjera Directa -¡qué paradoja!-. Así que ésta fue asumida como un «mal necesario», que luego con la primera ley para la IED aprobada en 1995, se convirtió en un «complemento peligroso», para más tarde sobre 2010-2011convertirse en un completo y entre 2014, cuando se aprueba nuestra segunda ley, y 2016, transformarse en una «necesidad para nuestro desarrollo». Ese ha sido desde mi punto de vista el camino de la percepción ideo-política del tema en Cuba.

Hago esta síntesis tan abigarrada de todo este largo proceso solo para ilustrar que los prejuicios que hoy impiden una actitud más proactiva hacia la IED tuvieron un largo proceso de gestación y están fuertemente arraigados en la cultura política cubana.

Lo mismo ocurrió y ocurre con la propiedad privada. Esa cultura política nos llevó a estructurar un sistema de asimilación que pretendía aislar la influencia de este tipo de negocios y evitar la «contaminación» con el resto de la economía, provocando con ello peores daños que los que pretendía evitar. A la vez, el más alto liderazgo comprendió el rol decisivo de esta para la supervivencia del país y su carácter estratégico para el futuro desarrollo. La IED para Cuba fue entonces, primero que todo, una prioridad de orden político asociada a la supervivencia.

Fue así que se llegó a la idea de hacer el socialismo que se podía hacer como única forma de mantener viva la aspiración de poder hacer, un día, el socialismo que deseamos tener. En estos asuntos no siempre querer es poder, aun cuando, como decía mi abuelo, hace más el que quiere que el que puede.

Es cierto, tal cual nos recordó Miguel Alejandro Figueras en sus notas, que en esos años, desde 1988 hasta el año 2000, el monto total de inversión extranjera negociado alcanzó los 2 mil millones, en unas 400 empresas, también es cierto que de ese monto, ETECSA, Habanos S.A. y Moa Bay aportaron más de la mitad de esos 2 mil millones, y también lo es que a partir de 2002, se inició un proceso de «revisión / rectificación» que redujo esas empresas de 400 a 230 en un evento de destrucción no creativa de parte del sistema industrial y productivo creado durante quince años y enviando señales para nada positivas a los nuevos, viejos y posibles inversionistas; algo para nada conveniente cuyo costo de oportunidad jamás podrá ser calculado.

Una conversación con Delaney:

En octubre de 1995, me encontraba hablando con Ian Delaney, presidente de la Sherritt, en su oficina en Toronto. Aproveche e inquirí como lograron incrementar en 40% la producción anual de Moa.

Delaney describió tres simples acciones:

  • «Nos reunimos con cada uno de los obreros cubanos y le preguntamos qué hacer para evitar paradas constantes de la producción; pidieron guantes, herramientas sencillas y algunas juntas y válvulas que ellos mismos pudiesen cambiar. Costo total: medio millón de dólares».
  • «Nos reunimos con los ingenieros cubanos, explicamos que en el mundo ellos eran los que más sabían de producir níquel con ácido sulfúrico; preparamos de conjunto con ellos las funciones, derechos, responsabilidad y autoridad de cada uno, en el área que dirigían. Se acabó que cualquiera pudiese mandar a parar la fábrica».
  • Nos reunimos con una parte de los ingenieros cubanos y Mike, ese gordo financiero de la compañía -no sabe nada de la tecnología del níquel- preguntó si de no construirse el quinto tren de lixiviación, se podía adquirir un cargamento marítimo de ácido sulfúrico. Los mismos ingenieros cubanos dieron la solución de sellar un tanque en el puerto con resinas especiales que permitiese descargar un barco de ese acido. Así fue y se acabaron las paradas por escasez temporal de ácido en el proceso.

Miguel Alejandro Figueras

Creo que también es bueno detenernos en algunos de los comportamientos «culturales» que ha acompañado a la IED hasta el momento en nuestro país:

1- La preferencia por los grandes proyectos vs la subvaloración de los pequeños proyectos. 2- El papel prácticamente nulo de los territorios en los procesos de conformación de proyectos y de decisiones al respecto y la ausencia de una «cartera territorial de proyectos de IED» que promueva oportunidades del territorio que no aparecen en la gran cartera nacional. 3- La percepción de que nosotros, o sea, algunas personas en los Ministerios Sectoriales somos los (únicos) que podemos identificar una posible oportunidad. 4- La escasez / falta / ausencia de información pública accesible sobre la IED con excepción de los datos publicados en la cartera de negocios anual lo cual no contribuye a crear la confianza necesaria. 5- La percepción generalizada de que el inversionista extranjero necesita de nosotros y que definitivamente le estamos «haciendo un favor».

Si hacemos las cuentas, tendremos entonces que de 1988 al año 2000 en unos trece años el monto negociado de IED no rebasó los 1 555 millones dólares, esto es, menos de 120 millones por año . En la actualidad las autoridades del sector reconocen que en el año 2016 no se alcanzaron más de 500 millones, el 20 por ciento de los 2 500 millones «deseados». Por lo pronto es evidente que el esfuerzo de negociación actual ha dado, al menos en el año 2015 y 2016, mejores resultados, pero a la vez, está aún muy lejos del volumen de IED necesario.

Miguel Alejandro Figueras nos llamaba la atención sobre otro asunto de suma importancia, la «capacidad de absorción de la economía cubana» respecto a la inversión extranjera directa, lo cito a continuación: En 2016 el sector de la construcción produjo 6 700 millones de pesos. Entonces la tasa de acumulación fue del 12%. Si se lograsen captar los 2 500 millones de dólares de inversión extranjera que se reclaman para crecer al 5 -7% anualmente, será necesario duplicar el monto de las construcciones. Hay que planificar para que las producciones se incrementen en otros 6000 millones de pesos.

Solo en el turismo, hay más que duplicar el ritmo de construcción para alcanzar las 104 mil habitaciones a las que se aspira para 2030.

La construcción es, sin duda, uno de los mas fuertes cuellos de botella de las aspiraciones de crecimiento del país y también para la asimilación de los flujos de IED. Pero igual nos ocurre con las comunicaciones ¡ETECSA nuestra que no estás en la gloria! y con el transporte.

Mientras Pedro Monreal (https://elestadocomotal.com/2017/05/27/inversion-extranjera-a-cuanto-debemos-aspirar/) en ese reciente trabajo que dio lugar al intercambio que motivo este artículo señala que Cuba se encuentra -en términos comparativos- en un punto de partida notablemente atípico en su entorno geográfico inmediato. En toda Centroamérica y el Caribe, solamente Haití registra menores porcientos que Cuba en cuanto a flujos anuales de IED en la inversión total. Por otra parte, únicamente Curazao y Monserrat registran un porciento menor que Cuba en el peso de la IED en el PIB.

La conocida débil capacidad de nuestra industria para producir parte de los insumos que requieren esos proyectos se convierte también en un factor que reduce el «multiplicador de la inversión extranjera y sus efectos positivos» en Cuba. En otras palabras, la elasticidad de la producción es muy baja en nuestro país y ello genera volúmenes de importación que comprometen el equilibrio de las cuentas externas cubanas: algo también extensamente documentado en múltiples trabajos de académicos cubanos.

Luego hay que entender también cuáles son las tendencias de la IED en este mundo actual. Al respecto resulta interesante lo plantado por la UNCTAD en su informe de 2016 sobre las políticas de inversión:

La facilitación de las inversiones es crucial para la agenda de desarrollo para después de 2015. La facilitación es diferente de la promoción de las inversiones. La promoción consiste en vender un lugar como destino de las inversiones y, por lo tanto, suele ser específica de un país y suele tener carácter competitivo. La facilitación consiste en adoptar medidas para que a los inversores les resulte más sencillo establecer o ampliar sus inversiones y llevar a cabo sus operaciones del día a día. La facilitación de las inversiones puede incluir mejoras en la transparencia y en la información a disposición de los inversores; medidas para aumentar la eficiencia y eficacia de los procedimientos administrativos para los inversores; la mejora de la coherencia y la previsibilidad del entorno normativo para los inversores a través de procedimientos de consulta; y la mitigación de las controversias relativas a las inversiones a través de mediadores. Hasta la fecha, las políticas nacionales e internacionales de inversión prestan relativamente poca atención a la facilitación de las inversiones. De las 173 nuevas políticas de promoción y facilitación de las inversiones que se introdujeron en todo el mundo entre 2010 y 2015, solo una minoría de ellas incluyeron medidas de facilitación de las inversiones.

Creo que de esto se trata para el presente y para el futuro.

Haciendo un rápido recuento, en el último año y medio, creo al menos identificar tres ocasiones en que el Presidente Raúl Castro ha reclamado cambiar la mentalidad arcaica sobre la inversión extranjera. «Es preciso superar de una vez y por siempre la mentalidad obsoleta llena de prejuicios contra la inversión foránea», dijo en diciembre pasado. Lamentablemente no parece que haya oídos suficientemente receptivos a esos reclamos. Si estamos convencidos de que no es posible prescindir de la IED, si estamos conscientes de que es una necesidad para nuestro desarrollo, entonces, si Cuba hoy es aún un «destino» de cierto interés, si a Cuba llegan decenas de inversionistas a pesar del bloqueo, si muchos de ellos logran establecerse o no desisten de su intención a pesar de nosotros mismos, entonces facilitar esos procesos es decisivo. Sin dudas hay cambiar muchas cosas y hay que crear una nueva cultura hacia la inversión extranjera directa. Es ese el sentido del título de este artículo.

Fuente: http://oncubamagazine.com/columnas/la-inversion-extranjera-directa-tambien-necesita-de-cuba/