Hace unos días regresé a mi amada Palestina. Ajenos a la farsa de Anapolis, despreciando las ingentes cantidades de dinero que se barajaron en París, los palestinos siguen su vida: van a la escuela, a la universidad, al trabajo, a la compra, paren hijos… y los entierran. El pueblo palestino sigue respirando, luchando y resistiendo, […]
Hace unos días regresé a mi amada Palestina.
Ajenos a la farsa de Anapolis, despreciando las ingentes cantidades de dinero que se barajaron en París, los palestinos siguen su vida: van a la escuela, a la universidad, al trabajo, a la compra, paren hijos… y los entierran. El pueblo palestino sigue respirando, luchando y resistiendo, porque es el día a día que les toca vivir en este desigual combate de fuerzas, razones y existencias.
Mi entrada por Ben Gurion estuvo exenta de problemas a pesar de la presencia más que llamativa de los dos sellos que me pusieron el verano pasado a la entrada y salida de Gaza. Para mi sorpresa, la soldado del control no hizo ninguna mención a dichos sellos estampados por la no oficial (e ilegal), pero a todas luces funcional, aduana de Erez. Sólo las preguntas de rigor: ‘¿Qué viene a hacer a Israel?’ y ¿’Es la primera vez que viene?’. Si el aspecto y las respuestas del viajero no despiertan sus sospechas, se acabó el control; si no es así, tocan un timbre y en pocos segundos aparece una policía que lo acompaña al cuartito de interrogatorios. Lo que viene a reforzar mis sospechas de que el tan cacareado sistema de control y seguridad israelí es un «bluf». Ni controlan tanto como pensamos, ni, sobre todo, están coordinados para manejar toda la información que pueden recoger en los diferentes controles o territorios. En realidad, lo que hacen es matar moscas a cañonazos; si te pillan, lo tienes claro, pero mientras no te toque, no hay problema.
La llegada a la ciudad vieja de Jerusalén, como siempre es excitante, aunque sea la octava vez que mi corazón siente su energía, respira sus olores, vislumbra sus colores, saborea su historia y se sumerge en sus callejuelas que atrapan, cautivan y te transportan al sueño de las mil y una noches. Todo es profundamente intenso, la sensibilidad a flor de piel; todo perfecto hasta que los soldados de uniformes de color verde aceituna aparecen y hacen añicos la postal, distorsionan la historia y ensucian con su racismo la tradicional convivencia entre las gentes de este pueblo.
La situación en general está más calmada, la afluencia turística, sobre todo en estos días, es considerable, aunque como comentaba mi amigo Nadir, dueño de una pequeña tienda de regalos, la mayoría de los grupos de turistas pasan por las callejuelas de la ciudad vieja como exhalaciones para ir directamente a las metas prefijadas: el muro de las lamentaciones, el santo sepulcro, la vía dolorosa, etcétera; pero pocos pasean y disfrutan del deporte nacional: el regateo, actividad que al principio parece bastante desagradable, pero a la que al final se le coge el tranquillo y uno se da cuenta de que sencillamente es una forma de relación, de establecer contacto, de medir fuerzas; es como un juego, así que una vez que se aprenden las reglas básicas, solo hay que disfrutar de él. Cuando Nadir me hacía ese comentario me vino a la cabeza una conversación cazada al vuelo entre un turista y su guía el año pasado. El turista, asustado al ver a un par de jóvenes discutiendo (quizá hablaban de fútbol, que les apasiona, pero como tienen un registro comunicativo con un tono de voz muy alto, lenguaje gutural y ademanes exagerados, parece que se están retando a muerte), le dijo al guía: ‘¿no será peligroso estar aquí?’ y el guía le respondió: ‘No se preocupe, pasamos rápido llegamos a la iglesia y nos vamos, no paren pase lo que pase’. Y naturalmente entre la desinformación, la manipulación y la ignorancia, ahí sigue la economía de los pequeños artesanos y comerciantes que va de mal en peor porque muchos de los turistas que llegan a Jerusalén, a pesar de venir en son de paz y por motivos harto fraternales, siguen sin ser capaces de entender con los sentidos, hablar mirando a los ojos y escuchar con el corazón.
En Jerusalén la ocupación sigue con sus políticas de judaización: no contratar a personas no judías, es decir cristianos y musulmanes básicamente, no renovar licencias de residencia para los palestinos que por algún motivo, léase enfermedad o estudios, han tenido que dejar el país por una temporada larga, negar el permiso de rehabilitación de las casas palestinas con el objetivo de demolerlas alegando motivos de seguridad por mal estado o que los dueños están rehabilitando la casa sin permiso… En este caso se encontraba la familia Khader, en el barrio cristiano. Esta familia, constituida por 12 miembros: abuelos, padre, madre e hijos, vivía en un habitáculo de 25 m2. Llevaban 2 años intentando conseguir el permiso para ampliar en una habitación la exigua vivienda. Al nacer la última niña y a pesar de la continua denegación del permiso de obra, decidieron habilitar un pequeño espacio libre en la parte trasera de su casa. Pero una de las 500 cámaras que vigilan la ciudad vieja grabó sus ‘criminales’ intenciones y en vez de actuar rápidamente, esperaron a que la familia, con esfuerzo personal y económico, acabara la obra para derribarla. Por supuesto no sólo derribaron la habitación añadida, sino que también dañaron la vivienda original, por lo que la mujer nos contaba, con lagrimas en los ojos, que sus hijos están repartidos por casas de vecinos y amigos, los abuelos con otros familiares y ella y su marido permanecen en la casa, a pesar de tener el techo medio destruido, porque si se van temen que les apliquen la ‘Ley del ausente’ que el estado de Israel retomó de la época otomana y por la cual si una persona se ausenta de su propiedad, sea vivienda o tierras por un período que el estado considera suficiente, automáticamente esa propiedad queda confiscada y sus verdaderos y legítimos dueños pierden la posesión de la misma. Ésta es una de las leyes mas utilizadas para el despojo de casas, pero sobre todo de tierras, dándose la paradoja de que, con el muro, es el propio estado de Israel quien impide acceder a ellas negando el permiso para cruzar el muro y poder ir a trabajarlas; y es el mismo estado de Israel quien después las arrebata argumentando que las tierras han estado abandonas durante 6 meses, lo que hace presuponer que al dueño no le interesan. Esa es la lógica de la ocupación, del racismo y de la limpieza étnica.
También hemos visitado los alrededores de Jerusalén comprobando que a pesar del ‘compromiso’ israelí de parar la construcción de colonias (igual que en Oslo o en la Hoja de ruta), éstas se siguen construyendo con total impunidad y expandiendo las que ya existen sobre las tierras robadas a los palestinos de Belén, Ramala, Nablús, Hebrón y de todas y cada una de las ciudades y aldeas que pueblan esta maravillosa y castigada tierra.
Algunos compañeros me comentaron que se oían voces que clamaban por una tercera Intifada. Sinceramente creo que el pueblo no está, ni de lejos, preparado para llevar a cabo semejante contienda. Por un lado todavía están agotados de la brutal represión de la segunda Intifada. Las condiciones económicas son desastrosas y cuando hay que preocuparse de sobrevivir quedan pocas energías para otros menesteres, aunque sean tan loables y básicos como luchar conjuntamente contra la ocupación. Por otra parte, creo que la siguiente Intifada debería ser más similar a la primera que a la segunda, es decir, más popular, más social, más unitaria, más comunitaria. Y desde luego las circunstancias actuales no son las más apropiadas para llevar a cabo una acción de este tipo. Creo que en este momento los ánimos se deberían serenar, cicatrizar algunas heridas, que desaparecieran algunos políticos, recuperar las fuerzas y después la sociedad, de una forma horizontal, ajena a jerarquías y partidos, llevase a cabo su alzamiento, su Intifada.
Durante los años fuertes de la represión, 2002-2003, la gente estaba increíblemente vapuleada. Pero tenía fuerza, se sentía que la gente quería plantar cara, que venía de un ‘buen’ período de calma relativa, aunque políticamente supusiera el principio del fin, pues si Oslo se puede resumir con una palabra yo elegiría, desde luego, la palabra ‘trampa’. Pero ya en 2005 cuando se celebraron las elecciones presidenciales la mayoría de la gente voto a Abu Mazen porque, como me decían en privado: ‘Le votamos porque es la persona que quieren los estadounidenses, así nos dejarán en paz; podremos recuperar fuerzas y volveremos a luchar contra ellos’. En algo tenían razón: era la persona que quería Estados Unidos, pues no en vano llevaban desde el 78 negociando bajo la mesa los asuntos que después cristalizarían bajo el formato de Oslo, White Plantation, Camp David, etcétera. Sin embargo, muy a su pesar, los estadounidenses/israelíes no se contentaron con eso y fueron exigiendo más, oprimiendo más, reprimiendo más, separando, dividiendo y asfixiando. El resultado es palpable: cansancio y empobrecimiento de la población y mucha presencia policial, pues son estos los principales receptores de los millones de dólares que occidente ‘dona’ a la Autoridad Palestina y así consigue uno de los principales objetivos del estado de Israel: que la AP se convierta en el guardián y represor de su propio pueblo.
La alcaldesa de Ramala, Janet Michel, nos decía que ella no ha notado nada tras Anapolis, y que si bien alguna persona se mostraba optimista, la mayoría de la población, demostrando una inteligencia política que brilla por su ausencia en occidente, no sólo no cree una palabra, sino que teme que se ciernan más desgracias sobre su pueblo, pues como todo el mundo sabe los principales planes económicos en todos estos tratados USA-Israel-Banco Mundial-AP van dirigidos a privatizar todos los servicios públicos, emulando los planes de ajuste estructural implementados en diferentes países de América Latina, con el consiguiente empobrecimiento de la población, la desestructuración político-social y la ‘oenegización’ despolitizada del territorio
Con la abogada de Addameer, la asociación de presos, hemos hablado de las indignas condiciones de vida de los prisioneros. De cómo actualmente las políticas neoliberales se están aplicando también en las prisiones restringiendo los servicios básicos que debería cubrir el estado de Israel y obligando a los presos a comprar diferentes productos, incluida su propia comida, en la cantina de la cárcel en la que, además, los precios son el doble que en la calle. Actualmente hay 11.000 presos políticos, definidos por Israel como ‘presos por motivos de seguridad’ con lo que evita reconocerles el estatus, como hace el gobierno español con los presos vascos. De ellos, unos 350 son menores de 18 años. A partir de los 16 años ya les consideran adultos, pues a pesar de que la ley israelí contempla la mayoría de edad a los 18, a todos los efectos esto no sucede en los territorios palestinos ocupados en 1967, donde se les considera mayores de edad desde de los 16. Algunos presos tienen entre 14 y 16 años y de 12 a 14 hay pocos y pasan cortos períodos de tiempo, ¡pero los hay!, lo que resulta a todas luces inhumano e injustificable, máxime teniendo en cuenta que el motivo de su encarcelamiento suele ser el lanzamiento de piedras.
Actualmente no hay ninguna madre con hijos en la cárcel, pero durante los últimos años no sólo ha habido mujeres con sus hijos en las cárceles, sino que incluso hay tres casos comprobados de mujeres que parieron en prisión, dos de ellas con una mano esposada a la cama y la tercera con las dos manos esposadas a la cama. Sin comentarios.
Hemos conocido el caso de Noora Haslamun, una mujer encarcelada bajo ‘detención administrativa’ fórmula mediante la cual, argumentando motivos de seguridad, el estado de Israel no tiene que presentar ninguna acusación para detener y mantener a las personas en prisión por un período de 6 meses. Transcurrido ese período y sin saber el detenido, ni sus familiares, ni su abogado, si lo tiene, por qué le han encarcelado, le pueden renovar la detención por otros 6 meses más, dándose el caso de dos personas que llevan ya 6 y 8 años en este limbo administrativo sin estar acusados de nada, por tanto sin juicio, sin posibilidad de defensa, de protesta, ni de nada; así funciona la ‘democracia’ israelí. El marido de Noora también está preso y tienen 6 hijos a los que ahora atiende y educa su abuela. Noora dijo a sus carceleros de la prisión de Hasharon que si no la liberaban porque le volvían a renovar la detención administrativa y por tanto seguía sin poder ver y cuidar a sus hijos, empezaría una huelga de hambre. Le renovaron la detención y hoy hace 21 días que esta en huelga de hambre. Pero nada de esto llega a Occidente, sólo las mentiras de los políticos, marionetas del sistema que se encargan de posar para las fotos y firmar con sus políticas económicas sentencias de prisión y muerte a diario, bajo diferentes formas, pero cumpliendo un mismo objetivo. Eso esta sucediendo en Gaza y no hay reacción, no hay protesta, estamos demasiado pendientes de nuestro ombligo, hasta que, como decía Bertold Bretch, nos estalle en la cara y no haya nadie para ayudarnos.
Al menos, como me decían hace una horas Wissam y Rula, una pareja admirable, ambos profesores universitarios, militantes activos de un partido de izquierdas, ex presos: él 9 años, ella 8, con un historial de lucha, resistencia y dignidad increíbles: ‘al menos estamos vivos y seguimos creyendo en nuestros principios y en nuestros derechos como el primer día’. Esa es la determinación y la convicción que ha mantenido viva la causa palestina durante 60 años; esos son los valores que el estado de Israel no puede ni siquiera entender, la fuerza que, al menos a mí, me enganchó a esta gente, a su tierra, su lucha y su resistente dignidad.