Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La Revuelta Árabe de 2011 no disminuye. Las protestas continúan en sitios tan improbables como Bahréin. En el día de San Valentín, una marcha de protesta en Manama manifestó su disgusto hacia los miembros de la familia real al-Khalifah. Quería presentar su mensaje. «Nuestra demanda es una constitución escrita por el pueblo», corearon los manifestantes. El líder opositor Abdul Wahab Hussain declaró a la prensa: «La cantidad de policías antidisturbios es inmensa, pero hemos demostrado que el uso de la violencia contra nosotros sólo nos fortalece». La policía disparó balas de goma y dispersó a la multitud todavía relativamente pequeña. «Esto es sólo el comienzo», dijo Hussain después de que lo expulsaran a golpes de la calle.
Semejantes protestas parecen improbables sólo porque la ola de lucha que estalló a fines de los años 50 y tuvo su clímax en los años setenta fue aplastada a comienzos de los ochenta. Alentada por el derrocamiento del monarca egipcio por el golpe encabezado por Gamal Abdel Nasser, la gente de a pie en todo el mundo árabe quería sus propias revueltas. Iraq y el Líbano vinieron a continuación. En la península la gente quería lo que Fred Halliday llamó «Arabia sin sultanes». El Frente Popular para la Liberación del Golfo Arábigo ocupado emergió de la lucha de Dhofar (Omán). Quería llevar su campaña local a toda la península. En Bahréin, su rama más tímida fue el Frente Popular. No duró mucho. Con la decadencia del nasserismo en los años setenta, el ímpetu llegó a ese republicanismo árabe con la Revolución Iraní de 1979. El Frente Islámico por la Liberación de Bahréin intentó un golpe en 1981. Tuvieron la inspiración, pero no la organización. Ese archipiélago árabe no pudo seguir el camino de Yemen, donde una revolución permitió que una organización marxista tomara el poder en 1967.
Los esfuerzos de esas fuerzas revitalizadas en los años noventa enfrentaron una dura resistencia del régimen al-Khalifah. Pero el nuevo gobernante, Hamad (graduado de la Universidad Cambridge), era inteligente. Sabía una o dos cosas sobre hegemonía. No bastaba con aplastar las cabezas de los islamistas, convocó apresuradamente un parlamento elegido, permitió que las mujeres votaran y liberó a algunos prisioneros políticos. Fue suficiente para complacer a Washington, y a las compañías petroleras. No hay nada comparable a una estabilidad que parezca una democracia. El virus egipcio de 2011, sin embargo, superó la fachada de democracia erigida por Hamad. Las protestas se reanudaron.
El contagio no es sólo político. También es, y tal vez decisivamente, económico. Bahréin basa su riqueza en el petróleo. El dinero del petróleo engendró la especulación inmobiliaria (el modelo de Dubái). Los beneficiarios de este proceso han sido la familia real y una camarilla de cómplices. La vasta masa, en su mayoría chií, está enfurecida porque esa riqueza no ha tenido casi ningún efecto social. Temeroso de la población chií, el monarca importó 50.000 trabajadores extranjeros para reconfigurar el paisaje demográfico. Esa política de «bahreinización» fue una cortina de humo para contraponer la mano de obra (local) a la mano de obra (extranjera). No ha funcionado. Para colmo, un resultado de la crisis crediticia desde 2007 ha sido la propuesta del gobierno de Bahréin de recortar los subsidios para alimentos y combustible. Ya se ha revocado debido a la cólera popular. La juventud en Túnez, Egipto y Yemen se parece a los jóvenes de Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Italia -todos los cuales han salido a las calles contra la austeridad-. Los jóvenes están en la vanguardia de las revueltas porque son los que más tienen que perder con los recortes y las políticas que hipotecan sus futuros. También hay, por lo tanto, convulsiones contra los agentes sobre-remunerados (los banqueros) de poderes superiores (la elite de Davos y sus instituciones).
Mientras tanto, la Quinta Flota de EE.UU. tiene un atracadero en Bahréin. El vicealmirante Mark Fox debe de estar echando a andar los EA-6B Prowlers [aviones especializados en la guerra electrónica, N. del T.] para una acción de emergencia.
Abundan las explicaciones de la Revuelta Árabe. Hay quienes se refugian en la explicación transhistórica de que se trata de un ejemplo del esfuerzo por la dignidad humana. Los árabes estaban enfurecidos. No aguantaban más. Está muy bien, pero es demasiado general. ¿Por qué tuvieron lugar ahora las protestas, por qué de esta manera, a qué se deben estas demandas?
Hay otros que se inclinan en otra dirección, lejos de lo transhistórico hacia circunstancias específicas. Piensan que las explicaciones generales son reduccionistas, y por lo tanto se refugian en lo aleatorio: Este evento (la inmolación) condujo a ese evento (la protesta) que condujo a otro evento (la ocupación de la Plaza Tahrir), y así al gran evento (Mubarak se va a la orilla del mar). La historia se convierte en una serie de eventos que equivalen a desplazamientos que no tienen influencia más allá de la superficie.
Semejantes intentos de comprender la Revuelta Árabe llevan en dos direcciones: Confunden esas revueltas con Revolución y tienden a verlas como la Revolución de 2011 contra la Revolución de 1952 dirigida por Nasser. Por edificantes que sean estas revueltas actuales, forman parte de un largo proceso en el mundo árabe que data del Siglo XIX. Ese largo proceso es la Revolución Árabe, que se esfuerza en una transformación total de las estructuras de dominación que restringen el futuro de los árabes. Un episodio en esa larga Revolución Árabe es la revuelta de Nasser de 1952. Fue derrotada a finales de los años sesenta, y devolvió a Egipto (y al mundo árabe) a su subordinación histórica. Otro episodio es la ola actual. La larga Revolución Árabe plantea dos preguntas que siguen sin tener respuesta. Deberían suministrar parte del andamio para comprender lo que está en marcha en tierras árabes. La primera pregunta tiene que ver con su política, y la segunda con su economía.
Política
¿Cuándo se autogobernará el pueblo árabe y dejará de ser gobernado por dictadores de un solo partido y monarcas comprometidos con los mercados de bonos y capitales extranjeros? Hace poco Sarkozy de Francia y Clinton de EE.UU. elogiaron a sus amigos «democráticos» Ben Alí y Mubarak. Para colmo de obscenidad, Obama consultó a los saudíes sobre la transición democrática en Egipto, lo que equivale a preguntar a un vegetariano cómo se fríe un bistec.
En 1953, el anciano Rey Faruk, partió en su yate al-Mahrusa, protegido por la armada egipcia, y saludó a gente que consideraba inferior: Nasser, hijo de un cartero, y Sadat, hijo de un pequeño agricultor. Su Golpe de los Coroneles quería apartar a Egipto de la monarquía y la dominación imperial. La nacionalización de los que controlaban la economía tuvo lugar junto con reformas agrarias. Pero fueron mal concebidas y no pudieron limitar el poder de la burguesía egipcia (que mantuvo su costumbre del dinero fácil: tres cuartos de las nuevas inversiones iban destinados a inflar una burbuja inmobiliaria). La economía fue desangrada para apoyar un aparato militar expandido, en gran parte para combatir a los ejércitos de los israelíes respaldados por EE.UU. La derrota de Egipto en la guerra de 1967 llevó a la renuncia de Nasser el 10 de junio. Miles de personas salieron a las calles de El Cairo, esta vez para pedir a Nasser que volviera al poder, lo que hizo, aunque muy debilitado.
La apertura democrática de 1952, sin embargo, no pudo emerger. Los oficiales militares, por progresistas que sean, son renuentes a ceder las riendas del poder. El aparato de seguridad ciertamente persiguió a los Hermanos Musulmanes, pero mostró toda su ferocidad contra los comunistas. Nasser no edificó una cultura política fuerte e independiente. «Su ‘socialismo’,» como dijo Stavrianos, «fue socialismo por decreto presidencial, implementado por el ejército y la policía. No hubo iniciativa o participación desde la base.» Por ese motivo, cuando Sadat desplazó el país hacia la derecha en los años setenta, apenas hubo oposición. El nasserismo después de Nasser fue tan vacío como el peronismo sin Perón.
La actual revuelta se opone al régimen establecido por Sadat y desarrollado por Mubarak. Es un Estado de seguridad nacional sin pretensiones democráticas. En 1977 Sadat identificó el nasserismo con «campos de detención, custodias y secuestros, un sistema de una sola opinión, un solo partido». Sadat permitió que emergieran tres tipos de fuerzas políticas, pero se apresuró a destruir su fuerza (el izquierdista Partido de Agrupación Nacional Progresista), los absorbió (el Partido Socialista Árabe,y el Partido Liberal Socialista), o toleró su existencia (Hermanos Musulmanes). Ingeniosamente, Sadat estableció lo que había acusado a Nasser de construir. Fue bajo Sadat y Mubarak (con Omar Suleimán a la rastra) cuando florecieron los campos de detención y los centros de tortura.
En la Plaza Tahrir, Abdel Moneim, de 22 años, dijo: «La Revolución Francesa necesitó mucho tiempo antes de que la gente acabase consiguiendo sus derechos». Su lucha en 2011 es para revocar el Estado de seguridad nacional. Es el requerimiento básico, volviendo a la consigna de la Revolución Francesa. La dinámica de la que quiere formar parte Ahmed es la dinámica del nasserismo, pero esta vez debería ser sin los militares. Es una lección de la historia.
La otra lección nos llega de Nadine Naber, quien nos recuerda que las mujeres formaron una parte crucial de esta ola de revuelta, como lo hicieron en las anteriores y sin embargo, cuando la revuelta tiene éxito, echan a un lado a las mujeres, como protagonistas políticos secundarios. ¿Cuáles son las posibilidades de una democratización de los derechos en Egipto -pregunta Naber- en la que la participación de las mujeres, los derechos de las mujeres, el derecho familiar, y el derecho a organizarse, protestar y expresar la libertad de palabra sigan siendo centrales?» Naber repite una pregunta planteada en 1957 por Karima El-Said, viceministra de educación de la República Árabe Unida («En países afroasiáticos donde la gente sigue sufriendo bajo el yugo del colonialismo, las mujeres participan activamente en la lucha por la independencia nacional total. Están convencidas de que es el primer paso hacia su emancipación y las equipará para ocupar su verdadero lugar en la sociedad»). Es la segunda lección de la historia, que la democracia que emerge tiene que ser capaz.
Economía
La segunda pregunta sin respuesta de la larga Revolución Árabe tiene que ver con el pan y la dignidad del trabajo. ¿Cuándo serán capaces las economías de la región árabe de sustentar a sus poblaciones en lugar de engordar las casas financieras del mundo atlántico y ofrecer masivos fondos fiduciarios que de otro modo no son aprovechados por poblaciones que han dejado de ahorrar (durante mucho tiempo mientras los estadounidenses ahorraban un 1% de sus ingresos mensuales, una cifra comprensible considerando el estancamiento de sus salarios desde 1973)? El dinero del petróleo también se destinó al auge inmobiliario en el Golfo, y a las mesas de bacará, los servicios de acompañamiento de Mónaco (Las Vegas de Europa, que tiene otro monarca decrépito, Alberto II, a la cabeza).
Como parte de las «desnasserización» de Egipto Sadat, abrió la economía (infatah) al capital extranjero. Terminó con la nacionalización y los subsidios y creó zonas de libre empresa en febrero de 1974. Sadat quería una «transfusión de sangre» para la economía egipcia, y por lo tanto los bancos atlánticos comenzaron a extraer litros de sangre de la sufriente clase trabajadora egipcia. La reemplazaron por estancos y clubes nocturnos (los objetivos de los disturbios de enero de 1977 en El Cairo). La desigualdad floreció en Egipto y las políticas neoliberales produjeron una alta burguesía con más inversiones en Londres que en Alejandría. En 2008, aproximadamente un 40% de la población vivía con menos de 2 dólares diarios. En octubre de 2010 los tribunales decidieron que el gobierno aumentara el salario mínimo de 70 a 207 dólares al mes. Como Sadat y Mubarak anularon el intento de crear una economía diversificada, Egipto depende ahora de ingresos de la renta para sobrevivir (transferencias de trabajadores egipcios, aranceles del Canal de Suez, exportaciones de petróleo y gas, ingresos del turismo, y pagos por privatización, entre otros). Una parte sustancial de esta renta fue desviada por Mubarak a sus cofres en los bancos suizos. No hay democracia en su economía. El tirano no es sólo Mubarak, sino el FMI, el Banco Mundial, los bancos, los mercados de bonos, las corporaciones multinacionales.
Las huelgas de trabajadores en todo Egipto, las manifestaciones ante las autoridades de la vivienda, las protestas ante los puestos de alimentos, son la cara de la actual revuelta. Parece que los egipcios ven claro que la partida de Mubarak significa también el final de la administración neoliberal que se estableció en los años setenta. Quieren expandir el salario social, administrar mejor cualquier riqueza por rentas que entreen el país y expandir la actividad económica.
Durante los últimos veinte años hemos visto dos tipos de revueltas. Las primeras, por ejemplo las de Europa Oriental, fueron contra la opresión del Estado a finales de la era soviética. Indiferente a las promesas deslucidas de ese tipo de socialismo, la gente buscó refugio en el glamour de la economía de mercado. Fue una revuelta por el mercado. Dos décadas más tarde, los sueños europeos orientales se han convertido en una horrible pesadilla.
Las segundas, las que tienen lugar en el mundo árabe actual, y también la revuelta popular en las Filipinas contra Marcos y la revuelta popular en Indonesia contra Suharto, fueron revueltas contra el mercado. Fueron revueltas de las masas populares que querían una expansión del salario social. Comenzaron con revueltas contra antiguos autócratas (Ben Alí, Mubarak, Marcos, Suharto) y escalaron hacia demandas por un orden social y económico diferente.
Para los países árabes, estos eventos de 2011 no constituyen la inauguración de una nueva historia, sino la continuación de una lucha inconclusa que tiene cien años. Algunos ya vuelven a la desesperanza, restando importancia a la notable victoria de expulsar a Ben Alí y Mubarak. Semejantes actos aumentan la confianza de la gente e impulsan a otras luchas. Puede que el antiguo orden siga existiendo, pero sabe que llegó su hora. En Gladiator (2000), los bárbaros germánicos cortan la cabeza de un soldado romano y la arrojan frente a las líneas romanas. Uno de los generales romanos dice: «La gente debería saber cuándo está conquistada». Quería decir los bárbaros. Los dictadores del mundo árabe, nuestros bárbaros, todavía podrán arrojar algunas cabezas ante el avance del pueblo. Pero ya deberían saber que han sido derrotados. Es simplemente cuestión de tiempo: cien años, o diez.
Vijay Prashad es catedrático de la cátedra George y Martha Kellner de Historia Sudasiática y Director de Estudios Internacionales en el Trinity College, Hartford, CT. Su libro más reciente, Las Naciones más oscuras: una historia popular del Tercer Mundo, ganó el Muzaffar Ahmad Book Prize de 2009. De él acaban de publicarse las ediciones sueca y francesa. Puede contactarse con él en: vijay.prashad trincoll.edu
Fuente: http://www.counterpunch.org/prashad02152011.html
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