El pasado 23 de septiembre, Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina, finalmente presentó su solicitud para que la ONU reconozca a Palestina como el estado 194. Su discurso frente a la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el que recordó los 63 años de sufrimiento del pueblo palestino y pidió el reconocimiento […]
El pasado 23 de septiembre, Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina, finalmente presentó su solicitud para que la ONU reconozca a Palestina como el estado 194. Su discurso frente a la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el que recordó los 63 años de sufrimiento del pueblo palestino y pidió el reconocimiento de un estado en los territorios ocupados luego de la guerra de los seis días de 1967, fue aplaudido de pie por los representantes de la mayoría de los países, a excepción claro está, de Estados Unidos, las potencias de la UE y el Estado de Israel. Mientras esto ocurría en Nueva York, gran parte de la población palestina en Cisjordania salía a las calles a festejar lo que consideró una suerte de reparación frente a la opresión cotidiana a la que está sometida.
Los principales medios y analistas han creado el sentido común de que la presentación de Abbas en la ONU implica un cambio radical con respecto a su posición sumisa y servil con los intereses norteamericanos e israelíes. Refuerzan esta visión con el hecho de que las semanas previas a la Asamblea, funcionarios y enviados de alto nivel de las potencias imperialistas, entre ellos el exprimer ministro británico Tony Blair, ejercieron una fuerte presión para que Abbas no presentara la solicitud de reconocimiento del estado palestino. Estas presiones incluyeron amenazas por parte del Congreso norteamericano de suspender la ayuda financiera de 470 millones de dólares que anualmente le da a la de la Autoridad Palestina. Pero más allá de los discursos y los gestos, la maniobra diplomática de Abbas no está al servicio de relanzar la lucha del pueblo palestino por su autodeterminación nacional, en el marco de la «primavera árabe», sino forzar a Estados Unidos, a las potencias europeas y al Estado de Israel a retomar las negociaciones y recomponer su liderazgo y el de Al Fatah, la dirección nacionalista burguesa tradicional del movimiento palestino, profundamente desprestigiada por su política colaboracionista con el estado sionista y el imperialismo.
El gobierno de Obama ya anunció que usará su poder de veto en el Consejo de Seguridad en caso de que la propuesta obtenga 9 de los 15 votos requeridos para su aprobación. Pero probablemente esto no sea necesario. La comisión encargada de analizar el tema puede tomarse meses antes de pronunciarse, mientras tanto Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia utilizarán todos los medios disponibles para asegurarse que la propuesta palestina no obtenga los votos necesarios. Sabiendo que el pedido va a ser rechazado, la política de Abbas se reduciría a aceptar un eventual reconocimiento simbólico en la Asamblea General (de la que más de 130 países ya reconocen por su cuenta al estado palestino) lo que le daría un estatus de miembro observador, similar al que tiene el Vaticano. Una vez pasado el momento de euforia, queda claro que la política de Abbas de recurrir a las Naciones Unidas no ofrece ninguna salida progresiva al pueblo palestino. Todo lo que consiguió hasta ahora es una declaración del llamado Cuarteto (compuesto por Estados Unidos, la Unión Europea, la ONU y Rusia) que establece un cronograma para retomar las negociaciones bilaterales «sin precondiciones» lo que implica rechazar la demanda palestina mínima de que el Estado de Israel detenga la construcción de viviendas para colonos en los territorios ocupados.
El gobierno israelí del derechista Netanyahu, que busca usar el conflicto palestino para mantener la unidad nacional, amenazada por una crisis social sin precedentes, no solo rechazó la propuesta del Cuarteto, sino que además, anunció la construcción de otras 1.100 viviendas en el asentamiento implantado en la zona árabe de Jerusalén,.
La cuestión palestina, la «primavera árabe» y la decadencia imperialista
Independientemente de la estrategia reaccionaria de Abbas, la discusión de la cuestión palestina dejó expuesta la decadencia hegemónica del imperialismo norteamericano y el aislamiento internacional que sufre el estado de Israel sobre todo desde la asunción de la alianza de extrema derecha encabezada por Netanyahu y Avigdor Lieberman, un colono furiosamente antiárabe. El discurso de Obama, pleno de hipocresías para justificar su alianza incondicional con el estado sionista y pensando en conservar el voto del lobby sionista norteamericano, no recibió ni un aplauso.
La defensa incondicional de Israel y del gobierno de Netanyahu que hizo Obama, recreando la historia oficial sionista de que Israel «es un pequeño estado» amenazado por sus vecinos árabes y no un enclave racista que tiene armamento nuclear provisto por Estados Unidos, hizo caer aún más la popularidad del presidente norteamericano en el mundo árabe. Según una encuesta publicada en los principales medios, su tasa de aprobación alcanza apenas el 10%, más baja incluso que la de Bush en su segundo mandato. Esta situación de pérdida de influencia norteamericana, en gran medida, es consecuencia de los levantamientos en el mundo árabe que están poniendo en cuestión el orden regional con que el imperialismo y sus aliados vienen dominando la región en las últimas décadas, lo que se combina con la crisis capitalista y el acelerado desgaste interno del gobierno de Obama.
La caída de Mubarak en Egipto significó un golpe para la estrategia norteamericana. No solo fue junto con Jordania el único país árabe que había firmado la paz con el estado de Israel, sino que cumplía un papel central para mantener las condiciones de sumisión del pueblo palestino. Entre otros servicios el régimen de Mubarak garantizaba el bloqueo a la Franja de Gaza, sostenía a la Autoridad Palestina y colaboraba estrechamente con la seguridad del estado de Israel.
A esto se suma el deterioro de las relaciones entre Israel y Turquía, un aliado histórico del estado sionista que además es miembro de la OTAN. La crisis entre ambos países comenzó en mayo de 2010, luego de que el estado israelí asesinara a nueve ciudadanos turcos que participaban de la flotilla de ayuda humanitaria a Gaza y fue escalando hasta que el mes pasado el gobierno turco expulsó al embajador israelí y degradó sus relaciones diplomáticas. Esto responde a la nueva ubicación que quiere lograr el gobierno de R. Erdogan que ve la posibilidad de aumentar la influencia de su país en el mundo musulmán persiguiendo una línea más independiente comparada con su ubicación histórica como aliado incondicional de Estados Unidos.
Con la intervención de la OTAN en Libia, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña buscan revertir esta situación, relegitimarse luego de haber sostenido a dictaduras brutales y garantizar el surgimiento de regímenes clientes que garanticen sus intereses económicos y geopolíticos. Aunque uno de los límites de la «primavera árabe» es que no ha levantado las banderas de la lucha antiimperialista y contra el estado sionista, la toma de la embajada de Israel en Egipto de hace unas semanas muestra que están dadas las condiciones para que se abra otra dinámica.
Una jugada peligrosa de Abbas para legitimarse
Con su presentación en la ONU la fracción de Abbas se ha fortalecido frente a variantes más radicales como el movimiento islámico Hamas que sigue cercado en la Franja de Gaza, transformado en un campo de concentración a cielo abierto para más de un millón y medio de palestinos. Indudablemente la Autoridad Palestina dirigida por Al Fatah intentará capitalizar este momento y legitimar al gobierno que encabeza en Cisjordania dirigido por reconocidos colaboradores de occidente y el estado sionista. Este gobierno fue formado con la ayuda de Estados Unidos, la Unión Europea, Egipto e Israel, entre otros, luego de que fracasara el intento de golpe para derrocar al primer ministro de Hamas electo en 2006. La dirección oficial de Hamas en Gaza se ha opuesto discretamente a la presentación de Abbas en la ONU, aunque sin repudiarla y aclarando que aceptarían la constitución de un estado palestino aunque sea en partes del territorio histórico, una manera de admitir sin decirlo que también han aceptado la existencia del estado de Israel.
La jugada de Abbas tiene también el objetivo de desviar la movilización, que alentada por los levantamientos árabes había resurgido en los territorios ocupados y en los campamentos de refugiados, y llevar todo al terreno de la diplomacia, donde tiene más posibilidades de mantener el control. Sin embargo, las expectativas generadas por la Autoridad Palestina más temprano que tarde pueden volverse en su contra cuando quede claro que por la vía de las Naciones Unidas y la negociación con Israel, en el mejor de los casos legalizará la existencia de un miniestado palestino sin continuidad territorial, custodiado por el ejército israelí y sin derecho al retorno para los refugiados, y las movilizaciones de apoyo se transformen en levantamientos contra la ocupación sionista y sus cómplices locales.
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