Traducido para Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala por Carlos Sanchis. Revisado por Caty R.
Cuando oigo mencionar el ‘choque de civilizaciones’ no sé si reír o llorar.
Reír, porque semejante concepto es absurdo.
Llorar, porque es propenso a causar desastres incalculables.
Llorar todavía más porque nuestros líderes están explotando ese eslogan como un pretexto para sabotear cualquier posibilidad de una reconciliación israelo-palestina. Sólo es uno más de una larga lista de pretextos.
¿Porque el movimiento sionista necesitaba excusas para justificar la manera en que trató al pueblo palestino?
En el origen, el sionismo era un movimiento idealista. Tenía una gran carga moral. No sólo para convencer al mundo, sino, ante todo, para tranquilizar su propia conciencia.
Desde la más tierna infancia aprendimos de los pioneros, muchos de ellos hijos e hijas de familias acomodadas y de buena formación que dejaron atrás una vida cómoda en Europa para empezar una nueva en un lejano y -para los estándares de aquella época- primitivo país. Aquí, en un clima salvaje al que no estaban acostumbrados, a menudo hambrientos y enfermos, realizaron trabajos físicos de romperse los huesos bajo un sol brutal.
Para eso necesitaban creer totalmente en la rectitud de su causa. No sólo creyeron en la necesidad de salvar a los judíos de Europa de la persecución y los pogromos, sino también en la creación de una sociedad tan justa como nunca antes se había visto, una sociedad igualitaria que sería un modelo para el mundo entero. León Tolstoi no era menos importante para ellos que Teodor Herzl. Los quibutz y moshav eran símbolos de todo el proyecto.
Pero ese movimiento idealista tenía como objetivo establecerse en un país habitado por otro pueblo. ¿Cómo dirimir la contradicción entre sus ideales sublimes y el hecho de que su realización requería la expulsión de un pueblo de su tierra?
La manera más fácil fue reprimir totalmente el problema e ignorar su propia existencia: la tierra, nos dijimos, estaba vacía, no había ningún pueblo en absoluto viviendo aquí. Esa fue la justificación que sirvió de puente sobre el abismo moral.
Solamente uno de los Padres Fundadores del movimiento sionista fue lo suficientemente valiente para llamar al pan pan y al vino vino: Ze’ev Jabotinsky escribió hace ya 80 años que era imposible engañar al pueblo palestino (cuya existencia reconoció) y comprar su consentimiento a las aspiraciones sionistas.
Somos colonos blancos que colonizan la tierra de la población nativa, dijo, y no hay ninguna oportunidad en absoluto de que los nativos se resignen voluntariamente a esto. Se resistirán violentamente, como todos los pueblos nativos de las colonias europeas. Por lo tanto necesitamos un ‘muro de acero’ para proteger la empresa sionista.
Cuando a Jabotinsky le dijeron que su enfoque era inmoral, contestó que los judíos estaban intentando salvarse del desastre que los amenazaba en Europa y, por consiguiente, su moralidad ganaba a la moralidad de los árabes en Palestina.
La mayoría de los sionistas no estaba preparada para aceptar este enfoque de orientación a la fuerza y buscaron fervientemente una justificación moral con la que pudieran vivir.
Así empezó la larga búsqueda de justificaciones, con un pretexto tras otro según las cambiantes modas espirituales del mundo.
La primera justificación precisamente fue la que ridiculizó Jabotinsky: realmente hemos venido para beneficiar a los árabes. Los redimiremos de sus primitivas condiciones de vida, de la ignorancia y la enfermedad. Les enseñaremos métodos modernos de agricultura y les traeremos medicina avanzada. Todo (excepto el empleo, porque necesitábamos cada trabajo para los judíos que estábamos trayendo aquí, a los que estábamos transformando de judíos del gueto en un pueblo de obreros y labradores de la tierra).
Cuando los ingratos árabes procedieron a resistirse a nuestro gran proyecto, a pesar de todos los beneficios que supuestamente les estábamos trayendo, encontramos una justificación marxista: no son los árabes quienes se oponen a nosotros, sino sólo los effendis. Los árabes ricos, los grandes hacendados, tienen miedo de que el ejemplo resplandeciente del igualitarismo de la comunidad hebrea atraiga al explotado proletariado árabe y origine que éste se levante contra sus opresores.
Eso tampoco funcionó mucho tiempo, quizás porque los árabes vieron cómo los sionistas compraban la tierra de esos mismos effendis y expulsaban a los arrendatarios que la habían cultivado durante generaciones.
El ascenso de los nazis en Europa trajo masas de judíos al país. El público árabe vio cómo le segaban la hierba bajo los pies y empezó una rebelión contra británicos y judíos en 1936. ¿Por qué, preguntaron los árabes, debemos pagar por la persecución de los judíos por parte de los europeos? Pero la revuelta árabe nos dio una nueva justificación: los árabes apoyan a los nazis. Y de hecho, el Gran Muftí de Jerusalén Hajj Amin al-Husseini, se fotografió sentado junto a Hitler. Algunas personas ‘descubrieron’ que el Muftí era el auténtico instigador del Holocausto (años después se reveló que Hitler detestaba al Muftí, y que éste no tenía ninguna influencia sobre los nazis.)
La Segunda Guerra Mundial acabó y fue seguida por la guerra de 1948. La mitad del vencido pueblo palestino se convirtió en refugiado. Eso no preocupó a la conciencia sionista porque todos lo sabíamos: se fueron por su propia y libre voluntad. Sus líderes los habían llamado a dejar sus casas y volver después con los ejércitos árabes victoriosos. La verdad es que jamás se ha encontrado ninguna prueba para sostener esta afirmación absurda, pero era suficiente para aliviar nuestra conciencia hasta este día.
Se podría preguntar: ¿por qué no se permitió a los refugiados regresar a sus casas una vez que la que la guerra había terminado? Bien, fueron ellos quienes rechazaron el plan de partición de la ONU de 1947 y empezaron la guerra. Si debido a esto perdieron el 78% de su país, sólo se pueden culpar a sí mismos.
Entonces vino la Guerra Fría. Nosotros estábamos, por supuesto, en el lado del ‘mundo libre’, mientras que el gran líder árabe Gamal Abd-al-Nasser recibió sus armas del bloque soviético (ciertamente en la guerra de 1948 a nosotros nos fluyeron armas soviéticas, pero eso no es importante). Estaba bastante claro: hablar con los árabes es inútil porque apoyan la tiranía comunista.
Pero el bloque soviético se derrumbó. ‘La organización terrorista llamada OLP’, como la denominaba Menajem Begin, reconoció a Israel y firmó el acuerdo de Oslo. Hubo que buscar una nueva justificación para nuestra renuencia a devolverle al pueblo palestino los territorios ocupados.
La salvación vino de América: un profesor llamado Samuel Huntington escribió un libro sobre el ‘Choque de Civilizaciones’ y así nosotros encontramos la madre de todos los pretextos.
El enemigo mortal, según esta teoría, es el Islam. La civilización occidental judeocristiana, liberal, democrática y tolerante, está frente al ataque del monstruo islámico, fanático, terrorista y asesino.
El Islam es asesino por naturaleza. Realmente, ‘musulmán’ y ‘terrorista’ son sinónimos. Cada musulmán es un terrorista, cada terrorista un musulmán.
Un escéptico podría preguntar: ¿cómo fue que la maravillosa cultura occidental dio a luz a La Inquisición, los pogromos, la quema de brujas, la aniquilación de los nativos americanos, el Holocausto, las limpiezas étnicas y otras atrocidades sin par?; pero eso fue en el pasado. Ahora la cultura occidental es la encarnación de la libertad y el progreso.
El profesor Huntington no estaba pensando particularmente en nosotros. Su tarea era satisfacer un peculiar deseo de Estados Unidos: el imperio estadounidense siempre necesita un enemigo virtual que abarque todo el mundo, un solo enemigo que incluya a todos los opositores a Estados Unidos del mundo entero. Los comunistas cumplieron su promesa: el mundo entero se dividió entre Tipos Buenos (los estadounidenses y sus partidarios) y Tipos Malos (los comunistas). Todo el que se opusiera a los intereses estadounidenses automáticamente se convertía en comunista -Nelson Mandela en Sudáfrica, Salvador Allende en Chile, Fidel Castro en Cuba-, mientras que los señores del apartheid, los escuadrones de la muerte de Augusto Pinochet y la policía secreta del Sah de Irán pertenecían, como nosotros, al mundo libre.
Cuando se derrumbó el imperio comunista los Estados Unidos de América se quedaron sin un enemigo mundial. Este vacío ahora está ocupado por los musulmanes-terroristas. No sólo Osama bin Laden, sino también los combatientes chechenos por la libertad, la colérica juventud norteafricana de los suburbios de París, los guardias revolucionarios iraníes, los insurgentes de Filipinas…
Así la visión mundial estadounidense se reestructuró: un mundo bueno (la civilización occidental) y un mundo malo (la civilización islámica). Los diplomáticos todavía tienen cuidado de hacer una distinción entre ‘islamistas radicales’ y ‘musulmanes moderados’, pero eso sólo es para las apariencias. Entre nosotros sabemos, por supuesto, que todos son Osamas bin Ladens. Todos son iguales.
Así una gran parte del mundo formada por múltiples y muy diferentes países y una gran religión, con tendencias muy diversas e incluso opuestas (como en la cristiandad o el judaísmo), que ha dado tesoros científicos y culturales incomparables al mundo, se arroja entera al mismo saco.
Esta visión se adapta perfectamente a nosotros. De hecho, el mundo de las civilizaciones que chocan, para nosotros es el mejor de todos los mundos posibles.
La lucha entre Israel y los palestinos ya no es un conflicto entre el movimiento sionista que vino a establecerse a este país y el pueblo palestino que lo habitaba. No, ha sido desde el mismo principio una parte de una lucha mundial que no proviene de nuestros actos y aspiraciones. El ataque del Islam terrorista al mundo occidental no empezó por culpa nuestra. Nuestra conciencia puede sentirse completamente limpia; estamos entre los tipos buenos de este mundo.
Ahora la línea argumental del Israel oficial es ésta: los palestinos eligieron a Hamás, un movimiento islámico asesino (si no existiera, habría que inventarlo -y de hecho, algunas personas afirman que, en su inicio, lo crearon nuestros servicios secretos-). Hamás es terrorista, igual que Hezbolá. Quizás Mahmoud Abbas no sea un terrorista, pero es débil y Hamás está a punto de tomar el control exclusivo de todos los territorios palestinos. Por lo que nosotros no podemos hablar con ellos. No tenemos ningún compañero. En realidad, posiblemente no podamos tener un compañero porque pertenecemos a la civilización occidental que el Islam quiere erradicar.
En su libro de 1896 Der Judenstaat, Teodor Herzl, el ‘Profeta oficial del Estado israelí», ya profetizó este desarrollo.
Esto es lo que escribió en 1896: ‘Nosotros constituiremos para Europa (en Palestina) una parte del muro contra Asia, serviremos como una vanguardia de cultura contra la barbarie’.
Herzl estaba pensando en un muro metafórico, pero entre tanto hemos erigido un muro auténtico. Para muchos, éste no es sólo un muro de separación entre Israel y Palestina, sino una parte del muro entre Occidente y el Islam, la línea de fuego del choque de civilizaciones. Más allá del muro no hay hombres, mujeres y niños, no existe una población palestina conquistada y oprimida, no hay pueblos y ciudades ahogados como Abu-Dis, a-Ram, Bil’in y Qalqilia. No, más allá del muro hay mil millones de terroristas, multitudes de musulmanes sedientos de sangre que sólo tienen un deseo en la vida: arrojarnos al mar simplemente porque somos judíos, parte de la civilización judeocristiana.
Con una posición oficial como ésta, ¿quién puede dirigirse a nadie? ¿De qué se puede hablar? ¿Cuál es el punto de encuentro en Annapolis o en cualquier otra parte?
¿Y qué podemos hacer, llorar o reír?
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.
Original en inglés: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1192288533/