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La máquina de muerte de Bachar al-Assad

Fuentes: A l´encontre

El 15 de diciembre de 2015, John Kerry, Secretario de Estado americano, se reunía en Moscú, por segunda vez este año, con el presidente Vladimir Putin y el Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov. Formalmente, se trataba de preparar la reunión – a celebrarse el 18 de diciembre en Nueva York- del Grupo de […]

El 15 de diciembre de 2015, John Kerry, Secretario de Estado americano, se reunía en Moscú, por segunda vez este año, con el presidente Vladimir Putin y el Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov. Formalmente, se trataba de preparar la reunión – a celebrarse el 18 de diciembre en Nueva York- del Grupo de Trabajo Internacional sobre Siria. El Kremlin, apoyándose desde septiembre en su intervención militar en Siria en apoyo a Bachar al-Assad, defiende la formación de una gran coalición, formalmente bajo mandato de la ONU, con una invitación dirigida al gobierno sirio.

Está en marcha una amplia operación de reposicionamiento de las influencias de las potencias imperialistas -internacionales y regionales-. Una convergencia que se expresa tras la afirmación: «Todos combatimos a los criminales del Estado Islámico (EI)», que lo son efectivamente. Pero esta coalición militar contra el EI, que debería reunir más estrechamente a Rusia, Irán, Estados Unidos, Francia…. y el régimen de Assad, de hecho se hace eco, si se puede utilizar este término, de un deseo del EI. Dicho de otra forma, EI podría decir que es «el único que combate contra todas esas fuerzas para proteger a la comunidad sunita».

En este contexto, Arabia Saudita -liada en una guerra criminal en Yemen que favorece y alimenta la presencia de grupos de Al Qaeda y del EI en Adén y el este del país- ha sido requerida por los EE UU para montar una pretendida coalición de 34 Estados, todos ellos afirmando pertenecer al sunismo. En la otra vertiente, la molarquía (el régimen de los molás, ndr) de Irán, que aporta su apoyo militar sobre el terreno a lo que queda del ejército de Bachar al-Assad, juega la misma carta; es decir, intenta vestir la defensa de sus intereses con un manto religioso chiita sectario. En esto, es un calco del marketing político-militar y wahabita (versión ultraconservadora del islamismo, religión oficial en Arabia Saudita, ndr) del Reino de los Saud.

Para poner fin a los aterradores sufrimientos de la enorme mayoría de la población siria, es necesario, evidentemente, que la guerra en Siria se detenga. Pero esto no es posible mientras no se descarte a Bachar al-Assad, que está tanto en el origen de todos los males que golpean a la población -también en las regiones bajo su control, incluyendo Damasco-, como de la perpetuación de la guerra en Siria.

Para la Rusia de Putin, Bachar al-Assad es un régimen cliente. ¿No recibe también el dictador egipcio Abdel Fattah al-Sissi una ayuda militar de Putin? El Kremlin, para consolidar su posición en Siria y avanzar sus peones en la región, difunde un mensaje político y militar: los regímenes dictatoriales, antiguos o productos de la contrarrevolución post-primaveras árabes, pueden contar con Moscú.

En este contexto, era prioritario (desde finales de 2011) y sigue siéndolo hoy proporcionar un armamento defensivo (antitanque, antiaéreo) a las fuerzas, ciertamente dispersas, que se enfrentan a la vez al ejército de Assad, a sus bandas mafiosas (los Chabiha), a los «legionarios» de Hezbolá y a los Guardianes de la Revolución iranís, a la vez que combaten a los criminales del EI.

Por eso, obligar a ciertas componentes de la oposición siria al régimen de los Assad a aceptar públicamente negociar con la dictadura -como ilustran las negociaciones que parecen haberse concluido en Riad el 11 de diciembre bajo la batuta de los Estados Unidos-, no hace sino repetir la negativa a dar una ayuda militar defensiva a las fuerzas que luchan sobre el terreno, como ya se hizo, entre otros momentos, en agosto de 2013 (utilización de armas químicas).

Las maniobras diplomáticas para ampliar y reorganizar coaliciones militares en nombre de la lucha contra el EI conducirán, casi con total certeza, a una prolongación de la guerra civil, de la represión sin cuartel del régimen contra todo opositor o, más exactamente, contra toda persona considerada por el dictador como un opositor. Y los barriles de TNT como los bombardeos no hacen distinciones entre civiles y los llamados «terroristas». No se trata siquiera de «daños colaterales», fórmula eufemística utilizada por los militares, sino de la instauración de un terror de masas para «limpiar» una ciudad, un barrio, una región.

Además, en la política de una lucha pretendidamente prioritaria y unilateral contra el EI, todo conduce a propagar una forma de negacionismo frente a los «crímenes contra la humanidad», reconocidos en numerosas intervenciones de Bachar al-Assad y de quienes le apoyan y, en última instancia, todo conduce a hacerlo renacer como pivote de una posible paz en Siria.

Tenemos aquí una repetición del «realismo político y diplomático» imperialista -de los Estados Unidos, de Rusia o bajo otras modalidades de las potencias regionales, sus juniors partners- que ha conducido a los desastres que los países y las poblaciones de esta región han conocido en el curso de los dos últimos siglos.

El informe de Human Right Watch presentado aquí por Benjamin Barthe basta para calificar al régimen de los Assad y también para señalar a quienes les apoyan. (Redacción de A l´elencontre)

Benjamin Barthe*

Ya conocíamos a «César» el fotógrafo de la policía militar siria, que desertó en 2013, llevando consigo las fotografías de miles de cadáveres de sirios muertos en las mazmorras del régimen de Assad. Su historia ha sido trazada por la periodista Garnce Le Caisne en un libro-entrevista (Opération César). Se conoce ya el nombre y la historia de algunos de esos presos, de los que él y sus colegas estaban encargados de sacar su retrato después de su muerte.

En un informe de 90 páginas que Le Monde se ha procurado en exclusividad antes de su presentación, el miércoles 16 de diciembre en Moscú, la organización de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch (HRW) proporciona la identidad de ocho de esas víctimas, informa de las circunstancias de su arresto y de su recorrido carcelario y señala las causas de su defunción: el hambre, la enfermedad o la tortura.

En una entrevista publicada el 20 de enero de 2015 en la revista americana Foreign Affairs, el presidente sirio Bachar al-Assad había planteado dudas sobre la autenticidad del «Informe César»: «Cualquiera puede presentar fotos y decir que se trata de tortura -había declarado-. Son alegaciones sin pruebas». Once meses más tarde, el informe de HRW proporciona esas pruebas y proyecta una luz cruda sobre los engranajes de la máquina de muerte siria.

«Crímenes contra la humanidad»

«No tenemos duda alguna de que los individuos que aparecen en las fotos de César han muerto de hambre, han sido golpeados y torturados de una forma sistemática y a una escala masiva», afirma Nadim Houry, director adjunto de HRW para el Próximo Oriente. «Representan sólo una fracción de las personas que han muerto cuando estaban detenidas por el gobierno sirio. Otros miles sufren la misma suerte», añade M. Houry, que habla de «crímenes contra la humanidad».

El asunto César estalló a comienzos del año 2014. En Montreux, en Suiza, a la apertura de la conferencia de paz bautizada como Ginebra 2, algunos opositores sirios enarbolaban fotos de cuerpos descuartizados, heridos, con el rostro fijado por un último rictus. Forman parte de un stock de 53 000 fotografías que un fotógrafo forense logró sacar de Siria, antes de huir, en agosto de 2013, con la complicidad de miembros del Movimiento Nacional Sirio (MNS), una formación islamista moderada.

Para proteger su anonimato, el desertor recibe el nombre clave de «César». Un equipo de médicos forenses y de exfiscales internacionales, reunido por un gabinete jurídico londinense, investigó a fondo el lote de imágenes y llegó a la convicción de que «es muy poco probable» que hayan podido ser falsificadas. Pero debido a que su informe [http://fr.scribd.com/doc/200984823/Syria-Report-Execution-Tort] estaba financiado por Qatar, un adversario feroz del poder sirio, su imparcialidad fue cuestionada por ciertas fuentes.

«Yo mismo he cargado los cuerpos»

Muy rápidamente, sin embargo, las fotos de César comienzan a «hablar». Familias sirias reconocen el rostro de uno de los suyos en las primeras fotos difundidas por una web de información pro-oposición. El MNS, a quien el fotógrafo confió su botín sube una gran parte de las fotos a Internet y luego transfiere el total de los archivos a HRW. En tres meses, más de 700 sirios contactan con esta asociación de derechos humanos, afirmando haber identificado a un padre, un hermano o un marido.

De las 53 000 fotos, una parte representa a soldados muertos en combate y otra fija escenas de ataque rebelde. La mayor parte del stock, 28.000 fotos, corresponde a personas muertas en los centros de detención de los servicios de seguridad, los mujabarat. Esos cadáveres se distinguen por tres cifras trazadas en la clavícula o en un trozo de cartón pegado al cuerpo. Indican la rama de los servicios de seguridad que les ha detenido, su número como detenido y su número de defunción, según informaciones proporcionadas a HRW por cuatro desertores que conocían esos procedimientos.

Sus testimonios, los documentos oficiales que acompañan a las fotos y un recorte por geolocalización, permiten certificar, según el informe, que las fotos han sido tomadas en los hospitales militares de Tichrin, en el norte de Damasco y de Mezzeh, al sudeste, dos lugares en los que los mujabarat van a llevar sus muertos a intervalos regulares. «Reconozco el lugar a partir de las fotos, cada piedra, cada ladrillo. He vivido ahí veinticuatro horas por día. Yo mismo he cargado los cuerpos», cuenta un antiguo recluta destinado al hospital Mezzeh, situado no lejos del palacio presidencial y del instituto francés de Damasco.

Al haber varias fotos de cada cuerpo, los miembros del MNS han calculado que las 28.000 fotos de muertos en detención corresponden a 6.700 individuos diferentes, de ellos 100 niños.

HRW ha llevado a cabo una investigación en profundidad sobre 27 casos. El tamaño restringido de la muestra es debido a cuestiones de tiempo, de recursos y de localización de los testigos. Para poner un nombre a los rostros, tumefactos y demacrados hasta tal punto que a veces resultan irreconocibles, esta ONG ha preguntado no solo a las familias, sino también a antiguos detenidos, que han visto a la víctima en prisión, asistido a su muerte o bien visto su cuerpo.

Extrema delgadez

El trabajo de identificación se ha apoyado también en la comparación entre la fecha de detención, dada por las familias, y la fecha de la toma de la foto, consignada por la policía militar. La localización de signos distintivos en los cuerpos ha podido a veces ayudar, como en el caso de Hussein Al-Dammouni, un joven contable de la universidad de Damasco, detenido en febrero de 2013 y cuyo cadáver ha sido identificado gracias a dos tatuajes en su brazo izquierdo. En el caso de Rehab Al-Allawi, una estudiante de Damasco, detenida en enero de 2013, es un trozo de pijama, reconocido en una foto por una excompañera de detención, lo que ha permitido cerrar el dossier. Los autores del informe solo han sido autorizados a publicar ocho nombres de los veintisiete confirmados, debido al miedo a represalias que paraliza a muchas familias.

Las causas de fallecimiento son múltiples. Los expertos médico-legales preguntados por HRW han señalado, en las fotos, la evidencia de huellas de tortura, una práctica de la que el régimen sirio es amante. El hambre también ha causado estragos, como prueba la extrema delgadez de numerosos cuerpos. Pero debido a la sobrepoblación en las celdas, la falta de aire, condiciones de higiene calamitosas, ausencia casi total de seguimiento médico o alimentos en mal estado, muchos presos han sucumbido a enfermedades en apariencia benignas, como escabiosis o infecciones gastrointestinales.

Un antiguo detenido citado por HRW, Haytham, evoca lo que él y sus compañeros llamaban la «diarrea negra», una forma aguda de problema intestinal que provoca la muerte en diez o quince días. «He visto a las fuerzas de seguridad colocar a detenidos con llagas purulentas bajo un lavabo, -cuenta el desertor-. (…) Exponer sus heridas al agua y a la humedad hacía que empeorasen. He visto al menos treinta casos… Es como si la piel estuviera roñada, como un agujero en el cuerpo».

Este informe se ha publicado dos días antes de la cumbre internacional en Nueva York que podría abrir la vía a una reanudación de las negociaciones entre el régimen y la oposición. Una coincidencia que inspira una advertencia a HRW. «Quienes presionan por la paz en Siria deben asegurarse de que estos crímenes cesen y de que la gente que ha supervisado este sistema acabe por rendir cuentas».

* Artículo publicado en Le Monde del 17/12/2015: http://www.lemonde.fr/proche-orient…).

Extractos del informe de Human Rights Watch

«Durante los interrogatorios era cuando se practicaban las formas más severas de tortura. (…) Durante esas sesiones, los interrogadores y los oficiales querían muy a menudo obtener de los detenidos que confesaran haber participado en manifestaciones, que dieran los nombres de otros manifestantes y de organizadores, que reconocieran poseer y haber utilizado armas y, en algunos casos, que proporcionaran informaciones sobre presunta financiación extranjera de las manifestaciones. Pero numerosos antiguos detenidos entrevistados creen también que el objetivo principal de la tortura no era sólo obtener informaciones, sino castigar e intimidar a los detenidos. Los interrogadores, los guardias y los oficiales utilizaban un amplio panel de métodos de tortura, como largas sesiones de golpes, a menudo con objeto como bastones y cables, la suspensión de los detenidos en posiciones de stress durante largos períodos, el recurso a la electricidad y a los electrochocs. (…)»

Physicians for Human Rights ha constatado que, en un lote de 72 fotografías que representaban a 19 víctimas, (…) algunas mostraban signos que corresponden a más de una forma de tortura. Han encontrado «la prueba de que numerosos detenidos habían sufrido múltiples heridas contundentes. Tales heridas son a menudo fatales, sobre todo entre detenidos hambrientos y privados de sueño (…)». Algunos testimonios han señalado que algunos detenidos volvían de las sesiones de tortura con tales heridas que morían poco después.

Haytham describe la muerte de uno de sus compañeros de celda en la rama Palestina: «Es una persona de Damasco, Abu Hassan, tenía 39 años, un cuerpo de atleta. Le llevaban dos veces al día para interrogarle. Tras una semana, volvió cubierto de sangre a la celda. Tres días más tarde estaba en un estado muy grave. Permanecí con él durante los últimos quince minutos [antes de su muerte]. Le repetía que tuviera paciencia, que mejoraría».

En ciertos casos, dicen algunos testigos, los detenidos morían durante las sesiones de golpes o de tortura. Dr. Mamun ha contado a Human Rights Watch que otro detenido apresado por el mismo asunto que él había muerto durante una sesión de tortura: «Llevaron a (…) tres [hombres de nuestro grupo]. Les colgaron por las muñecas (…). [Dos de ellos volvieron vivos]. Ahmed volvió muerto. [Otro detenido de nuestro grupo] dijo que le había colgado [repetidas veces] y que había muerto. Ha sido ejecutado, asfixiado».

http://alencontre.org/

Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur

http://www.vientosur.info/