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Chile

La memoria de las Mujeres

Fuentes: La raza cómica

En la lucha de lo íntimo, lo público y lo político, tanto la memoria como «lo femenino» se han hecho un lugar de importancia en las discusiones políticas e historiográficas desde hace unos años. Así y todo, la lucha por relevar ambos tópicos aún se disputa: si la memoria hace parte de la historia o […]

En la lucha de lo íntimo, lo público y lo político, tanto la memoria como «lo femenino» se han hecho un lugar de importancia en las discusiones políticas e historiográficas desde hace unos años. Así y todo, la lucha por relevar ambos tópicos aún se disputa: si la memoria hace parte de la historia o si las mujeres se leen como sujetos históricos o «voces subalternas». Por ahí habrá algún reaccionario que sigue pensando que la historia es cosa de hombres y la memoria cosa de mujeres; cada vez más difícil, pero apostaría que sí.

Puesta de tal manera, la dicotomía parece un planteamiento barbárico. El patriarcado tiene esas cosas: el arquetipo de Ulises conquistando los mares y Penélope encerrada tejiendo cuajó en lo más hondo de una imaginación con pretensiones universales. Son siglos de historias escritas por hombres sobre hombres, asumiendo (por omisión) la presencia de una mujer detrás, encerrada en la propiedad privada masculina. De esa estructura vinieron otras y otras a perpetuar el primigenio patriarcado.

«La revolución será feminista o no será», apuestan en la calle las mujeres, parafraseando al Che. Ya lo advertía el cineasta cubano Humberto Solás en 1968 en una de sus obras cumbres, Lucía. El ejercicio presenta a tres protagonistas, las «Lucías» cubanas, involucrándose en tres momentos de la historia de Cuba desde su trinchera femenina, tan íntima como política. La última de ellas, la de la revolución, lucha contra el machismo de su revolucionario marido Tomás, quien afirma: «yo soy revolucionario, pero en mi casa mando yo». Se trata de un reclamo de Solás sobre los alcances de la revolución en lo público y lo privado, reclamo bastante atrevido y «adelantado» en una Latinoamérica que no visualizaba a la mujer en ninguna parte de su soñada revolución «puertas afuera».

Así como Lucía debe hacer su lucha revolucionaria en su casa, hoy las mujeres de todo el mundo reivindican en la calle sus luchas cotidianas. Los machistas se equivocan al responder que la lucha femenina se agotó en la conquista del sufragio, la universidad y el poder político. El patriarcado intentó, desde tiempos históricos, ocultar el «problema de la mujer» en la categoría de lo «lo íntimo» y «lo privado»; la politización de esos terrenos es una victoria femenina que lucha día a día por legitimarse a pesar de la banalización reaccionaria de los medios, los que intentan simplificar la historicidad de la mujer a las secciones de un matinal de televisión.

Que durante años nos hayan intentado regalar rosas para el 8 de marzo es fruto de un olvido forzado y, por lo tanto, poco inocente. Arjona cantando: «lo que nos pidan podemos, y si no podemos no existe» es accidentalmente sincero al reconocer que ha sido el hombre patriarcal el que ha construido los espacios de «lo femenino», pero se equivoca: lo que no existe no lo inventan «ellos» para «nosotras». Y la fuerza insurgente de la memoria que irrumpe por estas fechas en las calles de muchas ciudades evoca una lucha antigua y vigente, siempre urgente.

El proceso de elección de una fecha conmemorativa siempre es interesante, tanto más cuando es de escala «internacional». Que se adopte un día específico y no otro, que se llame de una forma u otra; todo eso nos da pista de lo que se quiere relevar y lo que se quiere silenciar. En este caso, el «Día Internacional de la Mujer» fue declarado por la ONU en 1975, obviando el apelativo de «Trabajadora» propuesto inicialmente por Clara Zetkin durante la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas (1910, Copenhague). Al parecer, la idea habría tenido como antecedente la iniciativa del Partido Socialista estadounidense que desde 1909 promovía al último domingo de febrero como el Woman’s Day, con la intención de alentar el sufragio femenino.

No todo se cocinaba en los nortes, claro. Por lo menos, sabemos que en Chile desde 1906 que la Asociación de Costureras hacía presencia en las marchas del 1° de Mayo. Una de sus tribunas era el periódico La Alborada entre 1905 y 1907, uno de los hitos de la prensa obrera feminista. Otros antecedentes son los centros de guaguas creados en 1902 y la fundación en 1887 de la Sociedad de Obreras Mutualistas (Valparaíso), la primera de Chile y Latinoamérica.

La agitación provocada por las tensiones de la sociedad industrial arroja muchos hitos de relevancia. Es por esos años que surgió la confusión que hoy concita la atención de algunos: ¿hubo o no un incendio en una fábrica textil en Nueva York el 8 de marzo de 1908 donde murieron quemadas 129 huelguistas? Las dudas surgen al revisar prensa y calendarios, pues ese día fue domingo, jornada poco efectiva para realizar una huelga. De todos modos, la historia no es irreal del todo. Sí hubo un incendio en la fábrica textil Triangle Shirtwaist Company el 25 de marzo de 1911, donde murieron muchas de las protagonistas de la primera huelga organizada exclusivamente por mujeres, levantada el año anterior. Vale decir que muchas de esas mujeres, además de trabajadoras, eran inmigrantes. Ya habiéndose declarado el Día Internacional de la Mujer Trabajadora por la Conferencia Socialista, la tragedia conmocionó al mundo.

¿Cómo llegó a ser el 8 de marzo?

Aquí la historia, la memoria, los discursos y los muñequeos ideológicos hicieron lo suyo. No es parte de este texto rastrear el origen exacto del día de la mujer, pues la importancia de la fecha no está en la conexión mágica y vestigiosa con el calendario, sino en concentrar esfuerzos en una jornada para productivizar reflexiones y demandas (además, en internet hay bastante material para quien le interese). Probablemente, lo más trascendente fue lo ocurrido en el antiguo Imperio Ruso, que desde 1914 había adherido (junto con Alemania y Suecia) a celebrar el 8 de marzo el Día de la Mujer. Ese día (que para efectos del calendario juliano vigente en la Rusia zarista era 23 de febrero), en 1917, las mujeres se manifestaron por las calles de San Petersburgo en reacción a la hambruna, la escasez y las condiciones de vida de la población civil agravadas por la participación de Rusia en la I Guerra Mundial. Al descontento también se sintieron convocados obreros y otras organizaciones que agudizaron las protestas, dando inicio a lo que hoy conocemos como Revolución Rusa. Revolución revelada a través de letras y nombres masculinos. Todos se olvidaron de las mujeres, incluyendo la ONU, que en su proclama de 1975 también olvidó mencionar que la conmemoración más importante se debía a sus efectos en la Revolución de Febrero.

La despolitización de las fechas es algo que «suele» ocurrir, pero siempre vale la pena recordarlo aunque sea por un segundo. Si el 25 de noviembre te piden que no golpees a tu pareja es en conmemoración del asesinato de las hermanas Mirabal en 1960, víctimas de la violencia política del régimen de Rafael Trujillo en República Dominicana. Si los hippies de tu facebook suben fotos de una cholita el 5 de septiembre «celebrando» a la mujer indígena, es en conmemoración del asesinato por descuartizamiento de Bartolina Sisa en 1782 en La Paz, quien se oponía a la opresión del régimen colonial español. Ella luchó junto a su compañero Julián Apaza, Túpac Katari, nombre más recordado por estas latitudes. Vale decir que el activismo de estas cuatro mujeres mencionadas hizo tambalear los regímenes citados hasta llevarlos a su fin.

Las disputas en el campo de la memoria no terminan de resolverse en el tira y afloja de la banalización de los medios y el paso del tiempo. Cuando algo parece disolverse, emergen voces subterráneas a recuperar lo perdido. No siempre, claro, ni tan fácil. En el caso de las luchas históricas de las mujeres, puede ser que se vuelva un poco más complejo. Me atrevería a decir que las dificultades aparecen mediadas por las relaciones de dominación y subalternidad históricas de las mujeres, que a la vez nos desafían a buscar disputas en distintos tiempos y lugares; en el relato de Anacaona, los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz o los de Alejandra Pizarnik. Algunos más directos y otros más ocultos, muchos intentando refugiarse pasivamente de la violencia machista, subvirtiendo valores «femeninos», como el amor y la ternura.

Pienso en las mujeres que se quedaron bailando «la cueca sola» en la dictadura de Pinochet, que fueron llamadas «viejas locas» por el absurdo de bailar una cueca sin pareja; una cueca triste, cantada con lamentos plañideros. El verdadero absurdo fue la desaparición forzada y la destrucción de lazos familiares y sociales; en esa locura, las mujeres fueron capaces de reconstruir tejidos de solidaridad y denunciar la barbarie de la dictadura sin invocar directamente los ideales que habían hecho desaparecer a sus hijos y esposos. Así como Sor Juana fue capaz de responderle al Obispo de Puebla «sin saber decir», siglos después las mujeres del cono sur pudieron subvertir su rol de «viejas locas» para interpelar el silencio de la comunidad internacional ante un genocidio, como también lo hicieron las «madres» de Plaza de Mayo con pañuelos en sus cabezas.

¿Cómo se ha intentado recordar a las mujeres que lucharon en dictadura y que murieron a manos de los servicios de inteligencia? Existió (¿o existe aún?) un memorial para ellas en el metro Los Héroes de Santiago. Si no lo conoce, no se culpe: actualmente, podemos evaluarlo como un memorial fracasado. Fue proyectado el año 2004 a través de un llamado de la dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas (o sea, de memoria popular, nada) y erigido en lo que podríamos llamar un no-lugar: un laberinto sin salida en medio del bandejón central de la Alameda (arriba de la carretera) al que se llega solamente extraviado. Recién instalado, se podía ver un muro de vidrio estampado con lo que parecía ser un código de barras gigante, cuyas líneas se interrumpían con cuadros vacíos. Buscaba apelar a las imágenes de las mujeres en las calles de Pinochet: portando las fotos de sus desaparecidos, poniendo luces en las velatones. Sí, poético, pero algo allí no resultó, pues el memorial ha sido constantemente destruido, graffiteado, olvidado.

En esa calma tensa y soporífera de los noventa, las mujeres que aún sentían en sus hombros el ímpetu de la memoria se reunían los 8 de marzo allí, sin hacer daño a nadie. Seguían siendo las «viejas locas». Poco a poco, las grandes alamedas se fueron abriendo a mujeres de distintas edades, acompañadas por hombres que apoyaban su derecho a la píldora del día después, al aborto, a vivir sin violencia. El punto de reunión actualmente es, como el de todos los movimientos civiles, la Plaza Italia. Y sí, hoy llegan mujeres, hombres, homosexuales, niños, abuelos, trabajadores, transexuales, estudiantes, inmigrantes y mirones.

La convocatoria esperamos se abra cada día más, pues la lucha es por la igualdad y la liberación de los espacios para todxs. El Día de la Mujer es la conmemoración de la lucha histórica por alcanzar la anhelada libertad de la igualdad de derechos; de vivir en paz, patrimonio ‒a estas alturas‒ universal.

Fuente: http://www.razacomica.cl/sitio/2016/03/08/la-memoria-de-las-mujeres/