Firmados el 14 de noviembre de 1975, fue la primera vez que el rey emérito tuvo claro que sus intereses estaban por encima no solo del pueblo saharaui, sino también del español.
13 de noviembre de 2020, las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos entran en Guerguertat, en el extremo sur del Sahara Occidental. Despliegan toda su parafernalia bélica frente a una población demasiado acostumbrada a ver cumplidas las amenazas. El ejército marroquí se dispone a imponer otra vez su corredor comercial hasta la frontera con Mauritania frente a los manifestantes saharauis que tratan de proteger a la población civil. No es noticia. Apenas un breve en algún periódico digital. Demasiados años que el reino de Marruecos ocupa ilegalmente un territorio ajeno, estableciendo una dictadura de facto contra sus habitantes. Pero no es nuestro problema. Marruecos es una monarquía amiga, contiene a los inmigrantes, es un tema viejo, es cuestión de Estado.
Un tema viejo. De hace exactamente cuarenta y cinco años:
7 de noviembre de 1975, minutos después de las tres de la tarde, el coche oficial de Antonio Carro, Ministro de la presidencia, se dirige al aeropuerto. Muy pocos saben de su viaje, no lo sabe su esposa, no lo sabe el ministro de Asuntos Exteriores… A la altura de la glorieta de Castelar el chófer aparta el coche oficial para ceder el paso a una dantesca comitiva, once vehículos precedidos por motoristas, que avanza entre sirenas por la avenida. Todos saben quién va en ella. Es el Generalísimo muriéndose camino de la Residencia Sanitaria La Paz, abrazado al incorrupto brazo de Santa Teresa y al manto auténtico de la Virgen del Pilar. El ministro Carro los ve alejarse a toda velocidad hacia el norte por la avenida que aún lleva su nombre. Él no irá a La Paz, donde se arremolinan ya las figuras del Régimen. Lo espera Hassan II, rey de Marruecos, en Rabat.
Ese día hace una semana que el príncipe Juan Carlos ha recuperado la jefatura del Estado “de forma provisional”. Lo ha acordado el propio Franco frente a la oposición frontal de su yerno, el todopoderoso marqués de Villaverde, que quiere ver a su hija Carmencita en el Palacio Real. No es pequeño enemigo, pero ahora ‘Juanito’ –como le llama despectivamente el marqués– tiene un plan.
Hay que moverse rápido. Lo primero que hará el nuevo Jefe de Estado será viajar al Sahara, el mismo dos de noviembre, para decir allí, a bombo y platillo, que España ‘cumplirá sus compromisos’. Ha ido a mentirles. A esas horas una persona de su máxima confianza –el ínclito Diego de Prado y Colón de Carvajal– se está reuniendo con Kissinger en Washington. Los americanos quieren apuntalar el frágil reinado de Hassan en Marruecos que pasa por un mal momento, ‘Juanito’ quiere apuntalar el suyo que aún no ha empezado en España. La guerra fría no solo está en El Pardo… Trasladado el mensaje la marcha verde se detiene y los legionarios levantan las minas de la frontera. Juan Carlos alcanzará la Corona con la ayuda de los americanos. Ha vendido al Sahara, ha vendido a España… pero lo ha hecho a buen precio.
Mientras el ejército marroquí incumple por enésima vez los acuerdos de alto el fuego, se cumplen cuarenta y cinco años de uno de los más infames hitos de la política exterior de España. La entrega del Sáhara Occidental a Marruecos y Mauritania. Los Acuerdos de Madrid –y sus protocolos secretos– firmados el catorce de noviembre de 1975 fueron mucho más que la primera intervención directa del entonces (por pocos días) príncipe Juan Carlos en la política exterior española de la mano de la CIA, fue la primera vez que el hoy rey emérito tuvo claro que sus intereses estaban por encima no solo del pueblo saharaui sino del español. La primera ‘comisión’. Cuarenta y cinco años del primer negocio de conseguidor a costa de cuarenta y cinco años de sometimiento de un pueblo, del pueblo saharaui, a la voluntad de los EEUU, de Marruecos y de su bolsillo.
Que no se nos olvide: la corrupción económica no es nunca solo la reprobable desviación de dinero público para el interés privado, es fundamentalmente la compensación culpable a la traición del interés general que tu cargo representa. Hemos visto en las últimas semanas a algunos defensores del rey emérito alegar que bajo el “negociado de comisiones” había un justo pago a la defensa desinteresada de los intereses de España. Los Acuerdos de Madrid son todo un paradigma para conocer que, desde el primer momento, no hubo compensación hueca a intereses neutros. Nunca. Siempre se trata de una recompensa que se entrega como parte del lucro en la operación. Los Acuerdos de Madrid fueron la venta espuria de los intereses españoles, pero sobre todo los del pueblo saharaui, décadas de sufrimiento que han atentado contra la soberanía de un pueblo y contra los derechos sociales, políticos y civiles de los saharauis. Una deuda impagable y la primera muesca en los intereses privados de Juan Carlos de Borbón. Y el primer gran silencio.
14 de noviembre de 1975, once de la mañana. Mientras Marcelino Camacho pasea por el patio de la quinta galería de la cárcel de Carabanchel, el marqués de Villaverde desata una inútil carnicería de tratamientos experimentales sobre el cuerpo ya inconsciente de su suegro, con la esperanza vana de resucitar el tótem de su poder. No sabe que, al otro lado de la ciudad, ‘Juanito’ está sellando su victoria. Rápidamente se firman los tres acuerdos internacionales con Marruecos y Mauritania, en una conferencia auspiciada por la embajada de los Estados Unidos. La parte pública del acuerdo será trasladada a la ONU, aunque, curiosamente, no aparecerá en el Boletín Oficial del Estado. Aún no.
Es un acuerdo sencillo, de partes ilegítimas y contenido ilegal. Pero a los americanos les vale. Y a Juan Carlos más:
“En Madrid, a 14 de noviembre de 1975 y reunidas las delegaciones que legítimamente representan a los Gobiernos de España, Marruecos y Mauritania, se manifiestan de acuerdo en orden a los siguientes principios:
1º) España ratifica su resolución –reiteradamente manifestada ante la ONU– de descolonizar el territorio del Sahara occidental poniendo término a las responsabilidades y poderes que tiene sobre dicho territorio como Potencia Administradora.
2º) De conformidad con la anterior determinación y de acuerdo con las negociaciones propugnadas por las Naciones Unidas con las partes afectadas, España procederá de inmediato a instituir una Administración temporal en el territorio en la que participarán Marruecos y Mauritania en colaboración con la Yemaá y a la cual serán transmitidas las responsabilidades y poderes a que se refiere el párrafo anterior. En su consecuencia, se acuerda designar a dos Gobernadores Adjuntos, a propuesta de Marruecos y Mauritania, a fin de que auxilien en sus funciones al Gobernador General del territorio. La terminación de la presencia española en el territorio se llevará a efecto definitivamente, antes del 28 de febrero de 1976.
3º) Será respetada la opinión de la población saharaui, expresada a través de la Yemaá.
4º) Los tres países informarán al Secretario General de las Naciones Unidas de lo establecido en el presente documento como resultado de las negociaciones celebradas de conformidad con el artículo 33 de la Carta de las Naciones Unidas.
5º) Los tres países intervinientes declaran haber llegado a las anteriores conclusiones con el mejor espíritu de comprensión, hermandad y respeto a los principios de la Carta de las Naciones Unidas, y como la mejor contribución al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales.
6º) Este documento entrará en vigor el mismo día en que se publique en el Boletín Oficial del Estado la «Ley de Descolonización del Sahara», que autoriza al Gobierno español para adquirir los compromisos que condicionalmente se contienen en este documento.”
La Yemaá, el antiguo consejo gobernante de ancianos saharauis que habían institucionalizado en su provecho las autoridades coloniales españolas, es ahora la voz de la CIA en el acuerdo. Hay además varios protocolos secretos: España se compromete a ceder a Marruecos el 65% de las acciones de la empresa Fosfatos de Bucraa –en pocos años el INI renunciará al 25% restante– y Marruecos a permitir faenar en las aguas del Sahara Occidental a ochocientos barcos durante veinte años, así como a cesar en cualquier reivindicación de Ceuta y Melilla. Nada se escribe para que se cumpla. Y nada se cumplirá.
Se trata de un acuerdo que contraviene el derecho internacional y todas las resoluciones de la ONU sobre la descolonización, pero a todos los actores les vale para actuar a hechos consumados. Marruecos ocupará el Sahara, sus habitantes perderán el derecho a vivir en sus pueblos y en sus casas, Hassan será el rey del Gran Marruecos, Kissinger tendrá por fin un aliado fuerte en el Atlántico sur… y Juan Carlos empezará a ejercer internacionalmente de rey de España, como garante vivo de sus propias hipotecas. Ya tiene el respaldo de los americanos. Da instrucciones a Díaz Alegría de que tranquilice a su padre sobre el papel del ejército tras la muerte del Caudillo. Todo está controlado. Arias Navarro se molesta, amaga incluso con dimitir. Pero él sí está al corriente de los Acuerdos de Madrid, sabe que el juego contra Juan Carlos ha terminado.
19 de noviembre de 1975, por la tarde ya. El redactor de Europa Press recibe el primer teletipo: Se han interrumpido las visitas de tarde y han llegado a La Paz doña Carmen Polo acompañada del ministro de Justicia, Ilustrísimo Señor Don José María Sánchez-Ventura, que actúa como notario mayor del reino. Al borde de las cinco de la mañana recibirá la llamada de su director, el ínclito José María Armero y, con aprensión, picará tres veces en el teletipo: “Franco ha muerto”. El mensaje resuena en las redacciones de todo el mundo. A primera hora de la mañana suenan los teléfonos punta a punta de los gobernadores civiles con la palabra clave: “Marte”.
Horas antes ya se ha avisado al equipo de embalsamadores. Las primeras informaciones desatan aún la incredulidad de todo el mundo. Ha sido tanto tiempo esperando que ocurriera… que ya parecía que nunca iba a ocurrir. Franco ha muerto, ¡viva el Rey! En Langley, la sede de la CIA a las afueras de Washington, se cierra una carpeta. El cromo de Juan Carlos de Borbón ya está a la derecha del de Felipe González. De alguna forma, la transición en España ha terminado.
20 de noviembre de 1975, diez de la mañana. El presidente Arias ya lee con patética solemnidad el testamento político de Franco en televisión. De alguna forma es el suyo propio. Se suceden las ediciones de los periódicos. Algunos abren botellas de champagne, otros colocan crespones negros, la mayoría siente esa inquietante mezcla de miedo y esperanza. Televisión Española cambia su programación. El título de la película de esa noche era “El diablo nunca duerme”.
El resto de la programación ya no cambiará.