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La muerte es la única noticia fidedigna en Alepo

Fuentes: Al Akhbar English

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.


Foto tomada desde detrás de un vidrio roto mostrando a una pareja que empuja un cochecito mientras se apresura para ver cómo ha quedado su hogar tras un ataque con bombas de barril sobre la zona controlada por la oposición en la ciudad septentrional de Alepo, la que una vez fue la capital comercial de Siria. (Foto Abd Doumany, 21 de febrero de 2015)

Las batallas siguen proliferando por las zonas rurales de Alepo, pero quienes residen en la ciudad han dejado de seguir las noticias de los combates. Hay muchas razones tras esta aparente indiferencia, entre ellas las noticias sobre nuevas muertes como consecuencia de los bombardeos sobre sus barriadas. Mientras tanto, los habitantes de Alepo siguen ingeniándoselas para poder sobrevivir al conflicto.

Alepo presenta hoy una mezcla extraña de contradicciones, siendo la guerra el único factor común. Su gente sigue intentando encontrar nuevas formas de adaptarse y soportar tanta muerte como les envuelve. Un profundo sentimiento de desesperación inunda la ciudad si bien revestido de cínica indiferencia, algunas veces sincera y en otras simulada. Pero la esperanza está desaparecida en Alepo, una ciudad que parece haberse resignado a vivir continuamente bajo la sombra de la guerra.

Llegar a Alepo un día después de que empezara la última ofensiva en los alrededores de la zona norte la ciudad no es diferente de llegar cualquier otro día. Contrariamente a lo que pensamos, no se presta demasiada atención a las noticias que llegan de la batalla.

Las noticias sobre los muertos se han convertido en el detalle cotidiano que todo el mundo acepta por ser el «detalle más honesto», todo lo demás se recibe con un instantáneo escepticismo hasta que se demuestre que es verdad. En una mesa de un café abierto hace dos meses (un hecho normal en las áreas bajo control del gobierno), Ahmed y sus amigos interrumpen durante un momento su partida de cartas.

Un hombre de cincuenta y pico años llega para contestar a nuestras muchas preguntas en ráfagas cortas y sucesivas. «Todo el que le diga que la electricidad ha mejorado es un mentiroso… que los precios de la gasolina han bajado, es un mentiroso… que han asediado Alepo, es un mentiroso. Pero si alguien le dice que tal o cual persona ha muerto, entonces créale y diga: ¡Que Dios tenga misericordia de él!»

Moataz, el dueño del café, justifica lo que Ahmed ha dicho: «La gente tiene miedo y no se cree ya nada. Mire los televisores que tenemos, ya no los encendemos. Nadie quiere ver nada. Los clientes no quieren oír más que canciones».

Sólo circulan las noticias de las explosiones de cilindros explosivos improvisados de gas (el cañón del infierno) y de los morteros, porque no necesitan que ninguna fuente las confirme. La gente es la fuente. Al día siguiente, fuimos testigos del frenesí provocado por el bombardeo sobre el concurrido distrito de Jamiliyeh.

Cinco proyectiles en menos de una hora no redujeron la afluencia a la gran barriada que ahora parece un bazar de la ciudad. Abu Hasan, que es vendedor de zapatos, se ríe desdeñosamente: «¿Por qué voy a cerrar la tienda? Como puede ver, los clientes no dejan de venir».

Hace un año que Abu Hasan regresó de Turquía. «Me fui allí a buscar trabajo después de que las cosas se pusieran aquí difíciles», dice. El hombre perdió una pequeña fábrica de plásticos y dos viviendas, dejando todo atrás cuando el conflicto se intensificó en el este de Alepo, trasladándose a una casa que alquiló en el distrito de Hamdaniya. Como muchos, pensaba que sería algo temporal. Cuando sus ahorros se agotaron, se marchó a Turquía. «No me fui para quedarme en el campo de refugiados. Empecé a buscar trabajo. Pero no pude soportarlo. Un alepino fuera de Alepo es como un pez fuera del agua».

Sin diferencias sociales

A Abu Hasan le está yendo mejor que a otros. A los dos años de iniciada la guerra, sólo un pequeño segmento de la población podía trabajar en los mismos empleos que tenían antes del conflicto. La mayor parte de la gente ha buscado nuevas formas de vida, algunos fuera de la ciudad y otros dentro.

La guerra ha eliminado las diferencias de clase, ya no queda gente acomodada en bastantes barrios. Muchas familias abandonaron sus viviendas en las barriadas lujosas y las alquilaron. Curiosamente, los alquileres en las áreas controladas por el gobierno sirio aumentaron, al igual que los precios en los gobernorados relativamente más seguros, y no sería sorprendente encontrar que, en zonas con riesgo constante de bombardeos, una casa completamente equipada se alquila por unos 200 dólares al mes, que es la misma cantidad de dinero que uno paga por un piso en Tartus, Latakia e incluso algunas áreas de Damasco.

Lealtades de café

Los cafés están ahora divididos según el carácter o la lealtad de sus clientes. En algunos cafés predominan los uniformes militares, sin que esto implique necesariamente que los clientes sean combatientes. En uno de esos cafés, nos recibieron con muchas miradas de suspicacia y desconfianza. Los camareros no hacían más que acercarse a la mesa con diversas excusas intentando escuchar nuestra conversación o echar un vistazo a la pantalla de nuestro portátil. El hombre con el que nos reunimos nos dijo entre risas: «Ya os lo dije, este es un café para shabihas y todos se conocen unos a otros». Al mismo tiempo, nos advirtió sobre otro café del que la gente decía que era el café «de los traidores».

El café en cuestión está ubicado en una región diferente y es un imán para lo que queda de oposición de izquierdas. Sentarse con gente que todavía se integra en ese campo es como entrar en una máquina del tiempo y hacer un viaje al pasado. La guerra y la crisis no son parte de la conversación. En cambio, los tópicos de los que se habla parecen extraños, como si la gente de allí no hubiera aún oído hablar de lo que está sucediendo en el país.

Uno de ellos susurra un chiste político y la gente a su alrededor estalla en risas. Después, todos intercambian vulgares chistes sexuales en voz alta antes de pasar a abordar temas como el proletariado, el cosmopolitismo y el populismo. Sólo uno de ellos parece ser consciente de los últimos acontecimientos cuando pregunta: «¿Ahora necesitamos visado para ir al Líbano?».

Ligera mejora de los servicios

Los servicios han mejorado en Alepo hasta cierto punto. Los cambios más notables se han producido en el saneamiento. La mayoría de las calles en la zona occidental de Alepo están limpias, sin basura y los contenedores se vacían con regularidad.

Aunque la corrupción se hace muy evidente, la distribución del gas para cocinar se está llevando a cabo de forma eficaz con ayuda de los funcionarios locales y los comités vecinales. Aquellos que no pueden acceder a esas entregas pueden obtener el gas para cocinar en el mercado negro a un precio mucho más bajo que el de unos meses atrás.

Sin embargo, no puede decirse lo mismo del combustible para calefacción. Las entregas son lentas y las raciones concedidas a cada familia son limitadas (100 litros al año). Mientras tanto, el problema de la electricidad parece haberse quedado en el olvido y la mayoría de los barrios no reciben más que una hora de electricidad al día, por lo general de madrugada o por la mañana temprano.

(Este artículo fue escrito originalmente en lengua árabe).

Fuente: http://english.al-akhbar.com/node/23950