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La muerte «lenta y silenciosa» en los hospitales de Gaza

Fuentes: Ctxt [Foto: Traslado de un herido en Gaza en enero de 2024 (Mohamed al-Hajjar)]

Se desangran por leves heridas de metralla. Mueren por enfermedades que los médicos no tienen tiempo de tratar. Se quedan ciegos a la espera de una evacuación al extranjero. Las víctimas de la guerra de Israel contra el sistema sanitario

En los últimos días han salido a la luz detalles sobre una masacre israelí especialmente espantosa dirigida contra equipos médicos palestinos en el sur de Gaza. El 23 de marzo, un equipo de la Media Luna Roja y de la Defensa Civil fue enviado en misión de rescate a unos colegas que habían sido atacados ese mismo día en la provincia de Rafah. En un momento dado se perdió el contacto con el equipo y se supuso que habían muerto.

Sin embargo, hasta unos días después, cuando un equipo formado por personal de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés), de la Media Luna Roja y de la Defensa Civil accedió al lugar y exhumó los restos, no se descubrió todo el horror: manos y pies atados con correas, señales de ejecución a quemarropa y cuerpos mutilados hasta quedar irreconocibles. No eran víctimas de un fuego cruzado. Las tropas israelíes los habían ejecutado a sangre fría y después habían empleado una excavadora para enterrar sus vehículos aplastados encima de los cadáveres.

“Los estamos desenterrando con los uniformes y los guantes puestos”, declaró en un comunicado Jonathan Whittall, de la OCHA, tras descubrirse la fosa común en Tel Al-Sultan. “A uno de ellos le habían quitado la ropa y a otro lo habían decapitado”, explicó Mahmoud Basal, portavoz de la Defensa Civil.

Según la Oficina de Medios de Comunicación de Gaza, desde el 7 de octubre, el ejército israelí ha matado a 1.402 profesionales de la medicina, lo que la convierte en una de las campañas más mortíferas contra personal sanitario de la historia moderna. Los ataques contra el personal médico forman parte de un ataque generalizado a la infraestructura sanitaria de Gaza: 34 hospitales han sido destruidos y obligados a dejar de prestar servicio, así como los 240 centros e instalaciones sanitarias y 142 ambulancias que también han sido blanco de los ataques. Se calcula que los daños totales sufridos por el sector sanitario superan los 3.000 millones de dólares, lo que lo deja totalmente incapacitado para cubrir las necesidades urgentes de una población atrapada bajo el asedio y los bombardeos.

En el transcurso de la guerra, las tropas israelíes también han asaltado múltiples centros médicos y los han convertido en puestos militares avanzados, como ha documentado una reciente investigación de Human Rights Watch. Hospitales importantes como Al-Shifa y Nasser no solo fueron asaltados, sino también ocupados, poniendo en peligro a pacientes y personal, y provocando la muerte de pacientes que fueron trasladados a la fuerza o quedaron sin tratamiento.

Estas acciones, combinadas con el bloqueo generalizado y la privación de ayuda esencial, reflejan una estrategia deliberada de desmantelamiento del sistema sanitario de Gaza, una táctica que puede constituir crímenes contra la humanidad, incluidos el exterminio y actos genocidas.

Un niño pequeño con una vía intravenosa en un hospital de Gaza en diciembre de 2023. / Mohammed Zaanoun

Un niño pequeño con una vía intravenosa en un hospital de Gaza en diciembre de 2023. / Mohammed Zaanoun

Durante el reciente alto el fuego, las instalaciones médicas de Gaza estaban al borde del abismo, inutilizadas por las consecuencias de los continuos ataques israelíes durante quince meses. Pero con la reanudación de la campaña militar israelí y el bloqueo total de la Franja, los hospitales palestinos de la Franja han declarado que el devastado sistema sanitario ha entrado en un estado de “muerte clínica”.

El doctor Mohammed Zaqout, director general de hospitales de campaña del Ministerio de Sanidad, advirtió de que la actual guerra de Israel está empeorando lo que calificó de “crisis humanitaria ya insoportable”. Subrayó que el cierre continuado de los pasos fronterizos por parte de las tropas israelíes ha bloqueado la entrada de medicamentos, equipos médicos y combustible que se necesitan desesperadamente.

Las escenas en el interior de los hospitales de Gaza no parecen propias de instalaciones médicas. Los pacientes yacen esparcidos por suelos resbaladizos de sangre con sus heridas sin tratar. Algunos jadean mientras el oxígeno se agota; otros yacen en silencio, esperando un alivio que nunca llegará. No solo es un sistema sanitario asediado, sino deliberadamente desmantelado.

“Nuestros hospitales están desbordados y nos estamos quedando sin nada”, afirma Zaqout. “No hablamos de escasez, hablamos de ausencia total de todo”.

“Usamos nuestras manos desnudas y linternas: es medieval”

Lo que una vez fue una red vital de hospitales, clínicas y vías de derivación en Gaza ha quedado reducida a un paisaje destrozado de tiendas de campaña, refugios abarrotados y pabellones improvisados. A menudo carecen de electricidad, agua potable y suministros médicos básicos. Los médicos que quedan, sitiados y atacados junto a sus pacientes, trabajan muy por encima de su capacidad humana y operan con poco más que gasas y determinación.

Aun así, los equipos médicos siguen haciendo todo lo que está en su mano para ayudar a sus pacientes. “No podemos darnos el lujo de descansar”, dijo a +972 Magazine el doctor Ahmed Khalil (seudónimo), un médico que se ha pasado los últimos 540 días trasladándose de un hospital bombardeado a otro. “Tratamos a los pacientes en el suelo, sin electricidad, sin anestesia. Usamos nuestras manos desnudas y linternas: es medieval”.

En marzo de 2024 las tropas israelíes rodearon y asediaron por segunda vez el hospital Al-Shifa de la ciudad de Gaza –el mayor centro médico del enclave– cortando el acceso a alimentos, combustible y suministros médicos. Atrapado en su interior durante días, Khalil vio cómo pasaba de ser un bullicioso centro asistencial a convertirse en un objetivo militar. “Estábamos rodeados de tanques, con el zumbido de los drones sobre nosotros, sin electricidad ni alimentos. Operábamos con la luz de los teléfonos móviles”, recuerda.

“Cuando las máquinas de oxígeno empezaron a fallar y los monitores de frecuencia cardíaca se apagaron, supe que ya no estábamos en un hospital”, dijo a +972 Magazine Amna, una enfermera de 32 años que trabaja en Al-Shifa desde hace unos diez años. “Estábamos dentro de una fosa común en ciernes”.

Amna había vivido guerras y asedios anteriores, pero lo que ocurrió aquel mes, dijo, no se parecía a nada anterior. “Había demasiados”, recuerda. “Tuvimos que tomar decisiones imposibles: a quién tratar primero, a quién intentar salvar y a quién dejar marchar. Muchos no murieron porque sus heridas fueran demasiado graves, sino porque no había máquinas, ni espacio, ni manos para ayudar”.

Cuando las tropas israelíes invadieron Al-Shifa, Khalil –junto con pacientes, personal y civiles desplazados– se vio obligada a evacuar bajo el fuego. Su camino hacia el sur le llevó a través de barrios arrasados y refugios abarrotados hasta que llegó al Hospital Nasser de Khan Younis, uno de los últimos centros médicos semifuncionales de Gaza. Pero incluso allí, las condiciones eran de pesadilla.

“La gente se desangraba en los pasillos”, cuenta. “No había morfina. Ni antibióticos. A veces, ni siquiera gasas”. Los equipos médicos no pudieron salvar a muchos heridos que esperaban para ser ingresados en unidades de cuidados intensivos. “Vi morir a pacientes —niños, ancianos— mientras esperaban en la cola una ayuda que nunca llegó”.

Un recuerdo aún atormenta al Dr. Khalil: un joven de unos veinte años con heridas de metralla en el abdomen trasladado por sus familiares en un trozo de madera contrachapada. “No teníamos escáneres, ni quirófano, ni analgésicos. Murió en menos de una hora, no porque no supiéramos cómo salvarlo, sino porque no teníamos nada con qué salvarlo”.

Las condiciones que han soportado Khalil y sus colegas serían inimaginables en cualquier otro contexto. “Hemos operado después de 48 horas sin dormir”, dijo. “No hemos comido: no hay comida. A veces trabajamos turnos enteros sin una gota de agua limpia. Trabajamos mientras nuestras propias familias están desplazadas o enterradas. A veces tratamos a pacientes sabiendo que no hay ninguna posibilidad, pero lo intentamos de todos modos. Porque tenemos que hacerlo”.

Las bombas caen cerca mientras se realizan intervenciones quirúrgicas; el zumbido de los drones y los gritos de los heridos resuenan en los oscuros pasillos. “No solo tratamos traumas, sino que los vivimos”, añade Khalil. “Somos heridos tratando a heridos. Pero nos negamos a dejar que nuestra gente muera sola”.

“Nadie tenía tiempo para alguien que no estuviera sangrando”

Según el Ministerio de Sanidad de Gaza, desde el 7 de octubre han muerto más de 50.000 palestinos. Sin embargo, esas cifras no reflejan toda la magnitud de la crisis: muchas muertes podrían haberse evitado si el sistema sanitario de Gaza no hubiera sido desmantelado paulatinamente.

El 2 de marzo de 2025 Haithm Hasan Hajaj, ingeniero civil de 41 años y padre de tres hijos, murió en el norte de Gaza tras meses de padecer una enfermedad tratable: una de las muchas muertes silenciosas en medio de un sistema sanitario destruido, donde las necesidades médicas se convierten en peticiones imposibles.

Su esposa, Mona, sigue sin poder aceptarlo. “No murió en un ataque aéreo. Murió lentamente, en silencio, porque nadie podía ayudarle”, dijo a +972 Magazine esta mujer de 37 años conteniendo las lágrimas. “Buscamos ayuda durante nueve meses. Suplicamos un diagnóstico, medicinas, lo que fuera. Pero no había nada”.

Los síntomas de Hajaj comenzaron en julio de 2024: dolor de estómago repentino, fatiga y una anemia inexplicable. “Al principio pensamos que era el estrés de la guerra y el hambre”, dijo Mona. “Pero al cabo de unas semanas apenas podía mantenerse en pie. Fuimos de un sitio a otro, pero todos los hospitales estaban desbordados. Nos decían: ‘Solo tratamos heridas de guerra’. Nadie tenía tiempo para alguien que no estuviera sangrando”.

Atrapados en el norte asediado, no tenían acceso a especialistas ni a laboratorios que funcionaran. “Un día fuimos al Hospital Baptista”, explicó Mona. “Esperamos desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche, dieciséis horas en una cola. Pero nos rechazaron. El laboratorio no tenía material. Ni siquiera podían hacer un análisis de sangre”.

Con el paso de los meses, el estado de Hajaj empeoró. Su piel se llenó de dolorosas erupciones. Perdió treinta kilos. “En enero estaba en los huesos. Mis hijos tenían miedo de tocarlo, no porque le tuvieran miedo, sino porque veían que le dolía”.

Finalmente, en el séptimo mes de su declive, se enteraron de que era celíaco, una enfermedad desencadenada por el gluten. La solución debería haber sido sencilla: eliminar el trigo de su dieta. Pero en Gaza no había alternativa. “Todo lo que teníamos era trigo, e incluso eso escaseaba”, dijo Mona. “Ni siquiera lo sabíamos. Durante meses estuvo comiendo lo que le estaba matando lentamente solo para sobrevivir”.

Dos meses después, Hajaj murió, no de celiaquía en sí, sino por la ausencia de todo lo que Gaza ya no podía proporcionarle: diagnóstico, tratamiento, seguridad alimentaria y dignidad. Sus hijos, de nueve, once y trece años, ahora hacen preguntas que Mona no sabe cómo responder. “No paran de preguntar cuándo volverá Baba”, explica. “El pequeño me dijo: ‘Ahora podemos compartir nuestro pan con él. Quizá así se sienta mejor’. ¿Cómo le explicas a un niño que su padre murió porque ni siquiera pudimos encontrar pan que no le hiciera daño?”

Antes de la guerra, Hajaj estaba a punto de terminar su doctorado. “Solo le quedaban unos meses”, dice Mona. “Tenía sueños. Quería enseñar. Quería construir algo para este país. Habíamos comprado una casa en Tel Al-Hawa un año antes de la guerra. El pasado noviembre nos enteramos de que había sido destruida en un ataque aéreo. Pero Haithm no se quejó. Solo dijo: “La construiremos de nuevo, para los niños”. Hizo una pausa y se atragantó. “Pero ahora ya no está. Y no sé cómo reconstruirla sin él. ¿Cómo voy a vivir sin él?”

Reparto de comida en Gaza a finales de 2023. / Mohammed Zaanoun

Reparto de comida en Gaza a finales de 2023. / Mohammed Zaanoun

Su hijo de trece años, Hasan, intenta ocupar el lugar de su padre. “Hasan quiere ser el hombre de la casa, ayudar a sus hermanos pequeños”, dice Mona. “Ayer volvió de la calle llorando, sollozando, diciendo: ‘Ojalá hubiera muerto con Baba. No quiero vivir así’”. Había ido a buscar comida para nosotros, pero no lo consiguió. Solo es un niño. Le aterroriza caminar solo por la calle con las bombas cayendo. Necesita a su padre, todos lo necesitamos. No sé cómo hacer que vuelva a sentirse seguro”.

“No se trata solo de medicina. Se trata de dignidad”

A Nabil Zafer, de 64 años (tío del autor), la guerra no le quitó la vida, pero sí la vista, su independencia y su papel de sostén de una familia que ya luchaba por sobrevivir.

Antes de que empezara la guerra, Zafer recibía tratamiento regular para un glaucoma grave. Dos veces por semana acudía al hospital a que le pusieran inyecciones en los ojos para controlar la presión y mantener lo que le quedaba de visión. También tenía previsto viajar a Egipto en febrero de 2024 para someterse a una operación en la que le colocarían válvulas de drenaje en los ojos, un procedimiento relativamente sencillo que podría haberle salvado la vista.

Sin embargo, a finales de 2023, en medio de la intensificación del asalto israelí, el acceso a las inyecciones oftalmológicas dentro de Gaza se hizo casi imposible. Y sin un sistema de derivación que funcionara, Zafer no pudo salir: uno de los más de 10.000 gazatíes cuyas solicitudes de evacuación médica nunca fueron aprobadas durante el primer año de guerra. “Los médicos nos dijeron: ‘Si no le operan pronto, perderá la vista’, y entonces ya era demasiado tarde”, contó su esposa, Hanan, a +972 Magazine.

“Al principio empezó a ver sombras”, continuó la mujer de 58 años. “Luego todo se volvió borroso. Día tras día veíamos cómo se iba quedando sin vista. En noviembre pasado, estaba completamente ciego”.

La pérdida de visión ha cambiado todos los aspectos de la vida de Zafer y ha afectado profundamente a su familia. Era el único sostén de un hogar ya marcado por las dificultades: dos hijos, Hani y Sarah, ambos discapacitados; una hija viuda; y la propia Hanan.

“Solía hacerlo todo”, dice. “Arreglaba las cosas de la casa, iba a buscar comida y ayudaba a los hijos. Ahora ni siquiera puede verles la cara”.

Los días de Zafer están ahora llenos de silencio y miedo. “Siempre me pregunta: ‘¿Y si tenemos que evacuar de nuevo? ¿Quién me ayudará? ¿Quién me guiará?’” afirma Hanan. “Me dice: ‘Déjame atrás, pero no dejes a Hani y Sarah. Asegúrate de que estén a salvo. Eso es todo lo que quiero’”.

A veces se sienta junto a la ventana y le pide que le describa la calle: la gente, el cielo, los árboles. “Quiere recordar cómo es el mundo”, dice con voz temblorosa. “Pero más que eso, echa de menos ver a nuestros hijos. No deja de preguntar: ‘¿Cuándo se abrirá la frontera? ¿Quizá aún pueda ir?’”. continuó Hanan. “Pero en el fondo, ambos sabemos que no hay nada al otro lado. No se trata solo de medicina. Se trata de dignidad, y nos la están arrebatando día a día”.

“Lo único que deseo es salir de Gaza y recibir un tratamiento adecuado antes de que sea demasiado tarde”

Ata Ahmed (seudónimo), de diecinueve años, lleva seis meses tumbado de espaldas en una tienda de campaña paralizado de cintura para abajo. Su vida cambió en un instante el 12 de septiembre de 2024, cuando un ataque aéreo israelí alcanzó una casa vecina en el barrio de Shuja’iyya de la ciudad de Gaza. La metralla de la explosión le atravesó la columna vertebral que le ha dejado secuelas permanentes y una larga lista de complicaciones. Desde entonces ha sido sometido a varias operaciones, pero los médicos dicen que han hecho todo lo posible.

“Cada día siento que mi estado empeora”, cuenta Ata a +972 Magazine. “Hace meses que solicité una derivación para recibir tratamiento en el extranjero; no puedo esperar mucho más. Lo único que deseo es salir de Gaza y recibir un tratamiento adecuado antes de que sea demasiado tarde. El alto el fuego me dio esperanzas, pero ahora siento como si todo estuviera cerrado”.

Ata solo es uno de los casi 35.000 palestinos heridos y enfermos crónicos de Gaza que se encuentran actualmente atrapados en listas de evacuación médica. Con los hospitales paralizados por los repetidos bombardeos, la grave escasez y el colapso total de la infraestructura médica, a miles de personas se les niega el acceso a una atención que podría salvarles la vida. Según el Ministerio de Sanidad de Gaza, al menos el 40% de las personas que han solicitado tratamiento en el extranjero desde que comenzó la guerra han muerto mientras esperaban: víctimas de las fronteras cerradas, de un sistema de derivación de pacientes quebrado y de un sistema de atención sanitaria que ya no funciona.

En el Complejo Médico Nasser de Khan Younis, uno de los últimos centros parcialmente operativos del sur de Gaza, Umm Saeed Ghabaeen, de 81 años, se reclina en una silla de plástico, visiblemente agotada, mientras comienza otra sesión de diálisis. Lleva tres años luchando contra una insuficiencia renal y depende de la diálisis rutinaria para sobrevivir. Pero desde que empezó la guerra, su estado ha empeorado mucho. Los desplazamientos forzosos, la grave escasez de medicamentos e incluso la falta de agua potable han puesto su vida en constante peligro.

“Desde que huimos de casa, todo ha cambiado”, dice. “Las sesiones son más cortas. Hay menos máquinas. La atención es menor. Y cada día me siento más cansada”. Con tan solo unas pocas unidades de diálisis aún operativas en el sur, los hospitales se han visto obligados a reducir el número de sesiones semanales y acortar su duración, un riesgo peligroso, especialmente para los pacientes ancianos. Los médicos advierten de que estos cambios podrían provocar una oleada de muertes evitables. “Nos están llevando al límite”, afirma Ghabaeen. “Algunos días me pregunto si llegaré viva a la próxima sesión”.

Este artículo se publicó originalmente en +972 Magazine. Traducción de Paloma Farré.

Fuente: https://ctxt.es/es/20250401/Politica/48988/israel-gaza-sistema-sanitario-hospitales-muertes.htm