La aparición de voces y discursos diferentes, así como la visibilidad de otras desigualdades, son algunos de los aportes que han hecho los estudios de género a la sociedad cubana, coinciden investigadores y especialistas de esta isla caribeña. «Los estudios de género y la visión feminista dieron entrada en las investigaciones y análisis sociales a […]
La aparición de voces y discursos diferentes, así como la visibilidad de otras desigualdades, son algunos de los aportes que han hecho los estudios de género a la sociedad cubana, coinciden investigadores y especialistas de esta isla caribeña.
«Los estudios de género y la visión feminista dieron entrada en las investigaciones y análisis sociales a otras dimensiones de la desigualdad, como las raciales, territoriales, económicas y de clase», considera la investigadora y ensayista cubana Mayra Espina, conocida por sus estudios sobre estratificación y desigualdad social.
Espina intervino como ponente en un debate sobre «Género, ética y nación» el pasado 12 de enero, en el habitual espacio «Mirar desde la sospecha», que cada mes convocan en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba esa organización y el Programa de Género y Cultura del Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR), con apoyos de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (Cosude) y la Consejería Cultural de la Embajada de España en Cuba.
En el caso específico de los estudios de desigualdad, Espina considera que el perfil de la desventaja social es un aporte de considerable valor ético. Este demuestra quiénes han sido los perdedores de la crisis de los noventa, por ejemplo, las mujeres, la población negra y mestiza, la migrante y de la tercera edad, sectores que han podido aprovechar menos las oportunidades que la reforma abrió.
El perfil descrito en las investigaciones se completa con un segmento en pobreza cuyo nivel escolar es relativamente inferior a la media, habita viviendas precarias, en barrios marginales, dispone de un reducido repertorio de estrategias de vida y abandona o interrumpe con frecuencia los estudios.
Además, tiene acceso nulo o muy bajo a la divisa convertible y utiliza a los niños para apoyar sus estrategias en labores como el cuidado de hermanos más pequeños, la venta en el barrio de artículos elaborados o conseguidos, las tareas domésticas y otros encargos.
Otro rasgo que distingue al grupo es la reproducción generacional de las desventajas, lo que indica que se trata de personas cuyas familias han vivido esas situaciones durante mucho tiempo.
«Las oportunidades fueron aprovechadas por quienes tenían algo con qué competir en el mercado: casa, carro, remesa, oficios competitivos, redes sociales, activos que se concentran en un tipo de población blanca, de grandes ciudades, origen social intelectual o con nivel superior», describe la estudiosa.
Para ella, la redistribución de esos activos es indispensable en una agenda de políticas sociales distinta, que no solo actúe con programas de amparo, sino con acciones afirmativas para que los grupos en desventaja puedan realmente aprovechar las oportunidades.
Visto como un tema más aceptado, el de género propició y legitimó de algún modo el tratamiento de esas otras desigualdades, a juicio de la estudiosa.
Ayudó, además, «a leerlas como exclusiones y marginaciones que la sociedad produce no solo como herencia sino como mecanismo propio de dominación», agrega.
A juicio de Espina, el pensamiento feminista, tan poco visibilizado en la historia de la nación, «siempre hizo un aporte en términos del discurso de la otredad, de desafío al discurso dominante: es como pararse al margen y llamar la atención sobre algo que no es cómodo».
Esa práctica se remonta a los inicios mismos de la historia nacional, a juicio de la profesora de la Universidad de La Habana Teresa Díaz Canals, autora de varios libros sobre ética y partidaria de que «la nación la crearon no solo los hombres, sino también las mujeres y, sobre todo, las familias».
Pese a silencios y olvidos, «las cubanas han estado en todos los hechos importantes de nuestra historia», remarcó Díaz Canals y mencionó, entre otras, a Marta Abreu, quien tuvo una dimensión netamente local, pero hizo de su riqueza una obra de utilidad social.
También a Gertrudis Gómez de Avellaneda, transgresora de la moral de su tiempo y autora de Sab, novela que fue censurada y donde, por primera vez, una mujer blanca siente admiración por un negro.
Recordó a Ana Betancourt, que en 1869 pidió la igualdad en la asamblea constituyente de Guáimaro y otras tantas que, escamoteadas de los libros de Historia, tuvieron un papel valioso en cada momento.
Entre ellas estuvieron Edelmira Guerra, pidiendo derecho al voto en 1895; Rosario Sigarroa, defendiendo su ejercicio profesional como periodista; Dulce María Borrero, dando la palabra en 1923 a los jóvenes de la Protesta de los Trece, quienes irrumpieron en la Academia de Ciencias de Cuba para manifestarse contra la corrupción política; René Méndez Capote, fundando un liceo y revolucionando la vida cultural.
Para la profesora Norma Vasallo, presidenta de la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana, el origen del pensamiento feminista cubano hay que buscarlo en la segunda mitad y finales del siglo XIX, etapa identificada como de ruptura del modelo de mujer frágil impuesto por el romanticismo, de reconocimiento de la situación de desigualdad y la necesidad de transformarla.
En épocas más recientes, los estudios de la mujer y de las mujeres, primero, y los de género después, han ido identificando elementos de la cultura, la subjetividad individual y social, que funcionan como freno al desarrollo de las cubanas y el ejercicio de la igualdad, valoró Vasallo.
Sin embargo, quedan malos entendidos, como «desconocer el vínculo de los estudios de género con los feministas, de los cuales no son deudores, sino parte integrante», precisó.
En su opinión, la ética feminista debe lograr que los estudios de género visualicen lo que impide la realización personal de las mujeres y de relaciones de género equitativas, como los procesos que producen la violencia de género, las relaciones de inequidad en espacios públicos y privados, de toma de decisiones, de la salud, el androcentrismo en la educación y el lenguaje, entre otras variantes discriminatorias.
«Creo que el primer reto está en asumir la historia del pensamiento cubano desde una perspectiva menos grandilocuente; o sea, entender que lo que hemos narrado como grandes hechos no tienen que ser, necesariamente, la línea para leer en nuestra eticidad», comentó a SEMlac Danae Diéguez, una de las coordinadoras de «Mirar desde la sospecha».
Partidaria de revelar lo ético como trascendente desde lo cotidiano, en los microespacios, Diéguez sostiene que la eticidad pasa también por la posibilidad de elegir, como libertad verdadera.
«Las mujeres debemos desatar estereotipos y fomentar la elección, la posibilidad de escoger como acto necesario en el camino a la libertad de los seres humanos», precisó a SEMlac.
Pero, «mientras vivamos encorsetadas en estereotipos y binarismos, nuestro accionar como seres pensantes y revolucionadoras quedará trunco, al menos amputado en su existencia real».
La joven periodista Lirians Gordillo cifra sus esperanzas en la articulación de una propuesta que incluya «la tradición feminista cubana, esa que nos antecede; el quehacer actual del personal creativo y de profesionales que, desde lo público, se enfrentan al machismo imperante; y la perseverancia, sororidad y resistencia de muchas mujeres -y algunos hombres- que integran los espacios privados, comunitarios, obreros, estudiantiles, etc.».
«Trabajar en red y establecer alianzas entre las diversas experiencias que hoy existen, no solo haría visible los aportes éticos del feminismo en Cuba, sino que además fortalecería la lucha por las reivindicaciones que, como mujeres, aún nos faltan, y aportaría mucha más solidez» [al proyecto social cubano], indicó a SEMlac.
Mayra Espina es de las que cree que puede hablarse de una reconfiguración de la ética nacional avalada por nuevas maneras de pensarse la condición de mujeres y hombres en la sociedad, con pérdidas y ganancias.
Entre las primeras identifica cierto fortalecimiento, en franjas de la población más joven, de relaciones de género que reproducen la subordinación femenina, colocan en desventaja a la mujer y naturalizan esos procesos.
Como ganancia reconoce la existencia de «visiones alternativas de género con una comprensión mayor de las diversidades y el derecho a vivirlas individualmente, de la manera que cada cual entiende y desea».