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EE.UU., Trump y Cuba

«La nación que se da al odio es una esclava de su propia animosidad»

Fuentes: Rebelión

Los visitantes estadounidenses tienen que reconocer: «¡Pero qué linda es Cuba! ¡Qué paz se respira y qué libertad se disfruta!» Y los cubanos le envían al presidente Trump una sonada y merecida trompetilla, que esperamos llegue traducida a la Casa Blanca.

Las ideas expresadas por Donald Trump en Miami el 16 de junio de 2017, y el tono y el estilo de su discurso imperial, si se analizan con cierto sentido de racionalidad política contemporánea, provocan resultados diversos, pero que conducen indefectiblemente a la conclusión de que las medidas anunciadas contra Cuba y los argumentos falsos que las sustentan son contrarios a los intereses superiores y legítimos de los pueblos cubano y estadounidense. En realidad las restricciones de visitas de los estadounidenses a Cuba, que constituye una violación flagrante al derecho constitucional de los ciudadanos, son motivadas por el miedo a que los visitantes descubran las diferencias que existe – siempre han existido – entre las noticias y propagandas contra Cuba, su sistema político y las realizaciones sociales que disfrutan los cubanos. Y que, por lo tanto, a pesar de que Cuba les ha estado prohibida, él único país del mundo durante más de cincuenta años, los visitantes estadounidenses tienen que reconocer: «Pero qué linda es Cuba. Qué paz se respira y qué libertad se disfruta.»

Son tantas las mentiras lanzadas al viento de los medios de propaganda, fueron tantos los gestos y actos de ficción trágico-cómica asumidos por el presidente ante el gentío apátrida; fueron tan absurdas sus múltiples valoraciones, incluyendo al bloqueo que ha sido condenado por todas las naciones del mundo en la ONU; fueron tantos los personajes exaltados al «salón de la fama», con significados y trayectorias cosidas con agujas de embustes y distorsión; que uno casi irremediablemente se pregunta: ¿cómo es posible que este señor pueda ser presidente de los Estados Unidos?

Por cierto, en esa especie de actuación con gesticulaciones propias de un personaje del teatro bufo, Trump se movía buscando la presencia del supuesto personaje histórico y representativo de la cubanidad tarifada de Miami. ¿Estaría entre la multitud el terrorista Luís Posada Carriles, y el presidente se olvidó de nombrarlo? ¿Dónde estaba Posada Carriles? ¿Por qué Trump no elogió a su combatiente terrorista, quizás el personaje de más fama de su país? ¿Decidió mantenerlo en la clandestinidad como hicieron otros presidentes en el pasado? ¿Podrán los periodistas preguntarle a Trump algún día por qué no resaltó, elogioso, al «ilustre» habitante de esa comunidad que se llama Luís Clemente Posada Carriles?

En lo colectivo vale recalcar el especial homenaje que rindió a la brigada mercenaria que invadió territorio cubano por Bahía de Cochinos, el 17 de abril de 1961, y que fue derrotada en menos de 72 horas, y que en su momento supo rendirse pronto y bien y confesar y declarar públicamente sus inculpaciones y arrepentimientos por parte de jefes y soldados. ¿Cómo no rendir homenaje, a pesar de todo, a sus fuerzas de invasión al territorio de Cuba, que aspiraban a dominar como territorio estadounidense?

Hace más de un siglo el patriota cubano Manuel Sanguily respondía la carta de un grupo de estudiantes de la Universidad de Kansas. El fragmento de su respuesta es elocuente para entender la esencia del problema cardinal, esa especie de subordinación o anexión que los gobernantes estadounidenses han pretendido mantener sobre Cuba.

«Yo espero que algún día la moral internacional deba ser tan compulsiva (a pesar que siempre es necesaria) como lo es la moral individual, y que no dependerá tanto del número de armas para conservar los tratados eficazmente, sino la magnitud de la conciencia para que sean respetados en las sociedades, a fin de que lo correcto en el ser humano sea seguir viviendo en paz».

Y ahora somos testigos de que lo aprobado hace poco tiempo por el presidente Obama, por decisiones propias y soberanas estadounidenses, y convertidas también en tratados o acuerdos con el gobierno de Cuba, que buscan la normalización de las relaciones entre los dos países, son desconocidas, anuladas y revertidas como medidas agresivas.

Hoy y siempre los cubanos nos preguntamos cómo ha sido posible que la mayoría de los gobiernos de Estados Unidos hayan sido tan contumaces sordos al pensamiento y acciones de los fundadores de esa nación, como fueron George Washington y Abrahán Lincoln. Al primero debemos su juicio sobre la Política Internacional de los Estados Unidos, cuando expresamente recomendó: «Observad buena fe y justicia con todas las naciones… Creced en paz y armonía con todos… La nación que se da al odio… en una cierta magnitud, es una esclava de la otra, es una esclava de su propia animosidad.»

A Abrahán Lincoln, le estamos en deuda por su afirmación inapreciable, cuando declaró sobre una invasión a la isla ocurrida en la época colonial con fines anexionistas: «La mayor falta de los anexionistas estuvo en el hecho de que el verdadero pueblo de Cuba jamás les pidió ayuda alguna.»

Los cubanos, fieles a la herencia de nuestro Héroe Nacional José Martí, continúan afirmando hoy, tal como él lo hiciera en el siglo XIX que «Nosotros amamos al país de Lincoln, de la misma manera que tememos al país de Cuttings.»

Tenemos razones suficientes para diferenciar a los enemigos que están ansiosos por conquistar y someter a nuestro país, y a los vecinos buenos o amigos que hacen sus mejores esfuerzos para mantener encuentros afectuosos, unas relaciones amistosas, un intercambio solidario y un espíritu de coexistencia pacífica.

Por eso creo que en cualquier parte que llegue la presencia de un norteamericano amigo de nuestro país, dentro de las limitaciones y restricciones y condiciones que les establece un gobierno autoritario y alocado para los viajes a Cuba, es una ocasión favorable para que entre en contacto con nuestra realidad presente, la cual quizás no pueda ser entendida ni interpretada totalmente sin tener una perspectiva y el conocimiento justo de nuestra historia pasada y de las circunstancias que han influido en su desarrollo. Pero, en fin, el encuentro de norteamericanos con el pueblo cubano y su juventud proporcionará un conocimiento recíproco bueno, un acercamiento a las ideas, ideales y sentimientos que están presentes en el seno del pueblo cubano, y todo esto ayudará al entendimiento mutuo entre nuestros pueblos. Por eso el gobierno norteamericano actual teme tanto que el pueblo norteamericano conozca, por sus propios ojos, corazón y mente, la realidad cubana.,

Nosotros podemos abrir nuestra casa grande que es Cuba. Esta patria que nosotros hemos erigido libre, soberana y democrática a costa de los sacrificios y los esfuerzos heroicos de las generaciones pasadas y presentes. Lo hacemos con el orgullo de haber hecho posible lo que hemos soñado como un ideal, aunque no toda se haya podido lograr por muchas razones. Porque no todo lo que hemos hecho ha estado exento de errores, como en todas partes del mundo, o porque no se nos ha permitido hacerlo de una manera natural, es decir, sin agresiones, bloqueos, invasiones y guerras de todo tipo por parte de los Estados Unidos, la potencia más poderosa de la tierra, sin más justificación que su política de despojo.

Pero aquí se asienta nuestra obra, está nuestro pueblo en su ascenso difícil hasta alcanzar el más alto grado de dignidad y rebeldía. Su fuerza, hoy como ayer, surge de sí mismo, de su ideal de libertad, de justicia, de su espíritu de sacrificio y rebeldía, de su amor invencible por la patria, y de su defensa infatigable de su «derecho de ser y vivir en paz.»

Cuba ha vivido una larga historia de agresiones y ofensas a sus ansias y condición de nación soberana, libre e independiente por parte de los Estados Unidos.

Por esas razones y por su espíritu de rebeldía, los cubanos pueden declarar muy bien, con la pasión de Simón Bolívar, que frente al pertinaz empeño de los gobernantes de Estados Unidos de sostener lo que no es defendible sino atacando nuestros derechos, Cuba afirma que no permitirá que se ultraje y desprecie al gobierno y los derechos de los cubanos. Defendiendo la dignidad e independencia de Cuba han vivido y luchado millones de cubanos, han muerto millares y millares de ellos, y las nuevas generaciones están dispuestas y ansían merecer igual suerte. Lo mismo es para Cuba combatir contra Estados Unidos por sus derechos e independencia, que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofendiera y la agrediera.

En el mundo del mañana debe esperarse que prevalezcan los mejores sentimientos, ansias y acciones de la humanidad. En ese mundo del mañana, bajo el imperio de la paz y la amistad, liberado del miedo y la miseria, esperamos que Cuba pueda realizar plenamente los sueños que hoy atesora. Mientras esa hora llega, Cuba debe seguir oteando el horizonte, seguir armada de su verdad, seguir alzando su dignidad y rebeldía y continuar forjando su victoria.

Mientras tanto, los cubanos le envían al presidente Trump una sonada y merecida trompetilla, que esperamos llegue traducida a la Casa Blanca.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.