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La nieve pura del Monte Hermón no puede ocultar el oscuro pasado de Israel

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

La totalidad de los Altos del Golán está ocupada exactamente de la misma forma que Cisjordania.

Estos son días maravillosos en Jabal al-Sheij. Es la temporada alta, las condiciones son ideales y la visibilidad excelente. Miles de israelíes pasan su fin de semana allí, y las previsiones meteorológicas para los próximos días son alentadoras. Pero el nombre de Jabal al-Sheij suena muy poco familiar. ¿Adónde dice que fue?

Nos las arreglamos para borrar el nombre sirio del monte Hermón como si nunca hubiera existido. Muy pocos israelíes han oído el nombre ni son conscientes de las 200 ciudades y pueblos que fueron arrasados ​​en los Altos del Golán. La mayoría de los israelíes, debemos suponer, no son conscientes de que estaban siempre allí, puesto que de la conciencia colectiva israelí también se borra la existencia de sus 120.000 habitantes, los refugiados de los que nada se sabe ni nadie se preocupa.

Sus casas fueron casi todas arrasadas, con el fin de eludir las preguntas superfluas en el feliz camino hasta el monte Hermón. Las únicas cosas que se dejaron intactas fueron los restos de las barracas del ejército, de manera que los israelíes puedan creer que los Altos del Golán siempre estuvieron destinados a formar parte de la guerra y los conflictos, y no de la vida simple y cotidiana.

En el camino hasta el monte Hermón, los Altos del Golán son de Israel, al igual que los habitantes -a pesar de que la mayoría de ellos se define como sirios-. A los israelíes del Golán no se les conoce como colonos. Residen en una ciudad, en kibutzim y moshavim -nunca en una colonia-. Por otro lado, a los 20.000 sirios que aún viven ahí, se les conoce como «drusos» -de acuerdo con su religión y su pan de pita en vez de su propia definición como sirios-.

Al parecer tienen religión pero no nacionalidad. Es una represión brillante, por medio del silencio y la negación, que incluso supera lo que la mayoría de los israelíes hicieron con la Nakba palestina («catástrofe», en referencia a la creación de Israel en 1948) 19 años antes de que se ocuparan los Altos del Golán.

Uno puede impresionarse realmente no sólo por la manera en que Israel se anexionó los Altos del Golán -por medio de una legislación contraria al derecho internacional y no reconocida por ningún Estado del mundo- sino también por la manera en que se ha anexionado el pasado y el presente del Golán.

Nos decimos a nosotros mismos preciosas mentiras sobre que los «drusos» se niegan a aceptar la ciudadanía israelí sólo por su temor de Siria. Si no fuera por esto serían drusos sionistas, a los que nos gustaría amar. Adoptamos ese concepto sin que nadie se moleste en preguntar por sus aspiraciones nacionales. Creemos que gracias a sus manzanas y su pan de pita, a lo que representa el queso labane, están en una posición ideal tal como son, a pesar de que los separaron de sus hermanos y los arrancaron de sus familias y de su país.

Su «colina que grita» -un sitio cerca de Majdal Shams, que debería romper el corazón de cualquier persona de conciencia- se contempla como una mera curiosidad antropológica. Un padre se encuentra en una colina a gritos con su hijo que está en el lado opuesto; un tío con su sobrina, ¡qué curioso y divertido! El activista de izquierda Michael Warschawski, describe la belleza de los Altos del Golán sirios de forma impresionante en su libro On the Border, publicado recientemente en Israel (1).

Es una descripción radicalmente diferente de la despreocupada y uniforme concepción que circula entre los israelíes. Warschawski los llama «habitantes de las fronteras», con pleno respeto a la tercera vía que ellos eligen viviendo bajo la ocupación israelí, sin perder su humanidad, su dignidad y su identidad. Los israelíes aún, de paso en su camino hacia el monte Hermón que paran para comer algún hummus, admiran su hebreo, pero no tienen ningún interés por su destino.

Y el propio Monte Hermón? La estación de esquí es lucrativa y pertenece a los colonos de Neve Ativ, sin que nadie se pregunte por qué les debería pertenecer a ellos y no a la aldea de Majdal Shams, cuyos habitantes deben, obviamente, estar contentos de tener un puesto de fruta y comida a la orilla de la carretera.

Aquí no se trata de Cisjordania o de Migron, es una historia completamente diferente. Incluso los más fervientes izquierdistas, que no se atreverían a tocar el vino de los asentamientos de Cisjordania, disfrutan de los viñedos de los Altos del Golán -Golan Heights Winery-y del agua mineral Mey Eden, sin pensarlo dos veces. Los Altos del Golán, en nuestra conciencia deformada, no están realmente ocupados, y éstos no son en realidad asentamientos.

Casi todos los israelíes pueden tararear una popular canción de la posguerra del 67 sobre el monte Hermón y todas las «felices palabras» que nos llevarán a la cumbre nevada. Pero ya sea con esquíes o con snowboard, andando sobre las paralelas o en pequeños giros, a lo largo de la pista color azul o roja, deberíamos recordar que una bandera negra pende sobre esta estación de esquí, sobre todo el Golán que está tan ocupado como lo está Cisjordania.

Nota:

(1) W ARSCHAWSKI, Michel; En la Frontera. Israel-Palestina: Testimonio de una lucha por la paz, Gedisa, Barcelona, 2004.

 

Fuente: http://www.haaretz.com/print-edition/opinion/mount-hermon-s-pure-snow-can-t-hide-israel-s-dark-past-1.412383