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La nueva ecuación migratoria de Cuba

Fuentes: OnCuba

¿Qué tienen en común Adela, Alejandro y René Carlos? Tres cosas: Pertenecen a una misma graduación del siglo XXI de la Lenin, el vivero por antonomasia de la intelligentsia cubana. Son profesionales. Ninguno ejerce. La primera, psicóloga, trabaja en una peluquería. Ingeniero el segundo, vende el paquete y viaja con pasaporte jamaicano. El tercero, médico, […]

¿Qué tienen en común Adela, Alejandro y René Carlos? Tres cosas: Pertenecen a una misma graduación del siglo XXI de la Lenin, el vivero por antonomasia de la intelligentsia cubana. Son profesionales. Ninguno ejerce.

La primera, psicóloga, trabaja en una peluquería. Ingeniero el segundo, vende el paquete y viaja con pasaporte jamaicano. El tercero, médico, vive en Miami, es bartender y fisioterapeuta, y algunos fines de semana, en que anda medio mordido por la nostalgia, se reúne con ex compañeros de escuela en algún merendero de la ciudad.

Profesionales al mejor postor

Una realidad así, para nada anecdótica, está entre las preocupaciones más recurrentes del académico Pablo Rodríguez. «Hoy va creciendo el flujo de profesionales y de personas de alta calificación que entran en los procesos migratorios, cuestión que plantea un verdadero reto para el país», considera frente a un auditorio que lo sigue con cierto sobrecogimiento en Último Jueves.

Rodríguez, investigador titular del Instituto de Antropología, se ve validado por Concepción Albornoz.

«Estamos sintiendo muy de cerca el problema de la descapitalización de nuestros recursos humanos, porque cada vez tenemos menos profesores y un vacío generacional más grande», declara la docente de la facultad de Telecomunicaciones de la CUJAE, en La Habana.

«Los jóvenes no se mantienen en la universidad, se gradúan y se van para cualquier lugar. No solo fuera de Cuba, sino para otras empresas cubanas donde son mucho, mucho mejor pagados», describe la profesora y reclama «una reforma salarial integral, no por sectores, para tratar de nivelar un poco esta situación», con la celeridad que demanda el problema, porque «mientras más tarde, peor. Estamos teniendo un éxodo y hay que enfrentar la realidad de gente joven que en vez de sentir compromiso social, no lo sienten».

La profesora Albornoz se ve respaldada, a su vez, por otra experiencia similar. La del geólogo Nils Gustavo Ponce, uno de los pioneros en el país en su especialidad, la cual cursó en la Unión Soviética en los años 60.

«Recuerdo que cuando era niño este era un país de inmigrantes. Chinos, españoles, árabes y hebreos. Y nos hemos convertido en un país de emigrantes».

Nils registra el cambio de estatus y califica de gravísima la desbandada de graduados de la carrera, que «ya no respetan ni el servicio social, porque les «importa tres pepinos», dice, recordando una vieja frase, vuelta anacrónica por el precio inflacionario del Cucumis sativus en las tarimas de la Isla.

«No tenemos relevo y la experiencia nuestra se está perdiendo», relata, con amargura de náufrago, previendo que dentro de un lustro la geología cubana podría quedarse huérfana de expertos.

La variable dinero

La fuga de profesionales hacia el extranjero o dentro de la nación imantados por ocupaciones mejor remuneradas, pero alejadas de sus perfiles académicos, es una problemática que arrancó rayando los años 90, como consecuencia de la crisis más devastadora que ha sufrido Cuba en su existencia republicana de poco más de un siglo. Hasta el presente, el Estado no ha podido sofocar la estampida, como tampoco solventar muchas consecuencias de la recesión de entonces, que devoró de la noche a la mañana a más del 35 por ciento del PIB de la nación.

«Cincuenta años en inversión en educación y en salud se están perdiendo», alerta Rodríguez y tira una sonda hacia la profundidad del conflicto: «En Cuba, en las condiciones de desequilibrio económico y social que nos ha dejado la crisis, tiene efectos que pueden comprometer a largo plazo el futuro del país. La solución no va a estar nunca en prohibir, que es la artillería pesada de la burocracia… Aquí las soluciones sectoriales alivian, pero no resuelven los problemas», advierte el antropólogo.

El asunto cobra más complejidad en un país que, a contrapelo de su condición tercermundista, demográficamente envejece al lograr una longeva expectativa de vida -cerca de 80 años- gracias en buena medida a su sistema de salud y a una natalidad deprimida que se ubica por debajo del índice de remplazo generacional.

«Esa emigración fundamentalmente joven tiende a enfatizar el proceso de envejecimiento», apunta Rodríguez y mueve el foco hacia una paradoja: una productividad del trabajo socialmente muy baja, con un proceso de envejecimiento que exige una productividad cada vez más alta.

Éxodos y patrón migratorio

Como reflejo de determinadas condiciones sistémicas y estructurales, la emigración está impactada por todo lo que tiene que ver con el régimen sociopolítico y con las condiciones económicas específicas de una nación. Ese es un principio de análisis para entender lo que está sucediendo en la Isla que defiende Ileana Sorolla, Doctora en Ciencias Pedagógicas y directora del Centro de Estudios de Migraciones Internacionales entre 2007 y 2016.

El patrón migratorio es como una moneda. Tiene doble cara, interna y externa, y es un conjunto de rasgos, relativamente estables, que caracterizan el estado de la migración nacional en un contexto histórico concreto y escenario geográfico delimitado.

En el caso cubano, la actualidad está registrando «una migración trasnacional que no responde a los modelos clásicos de bipolaridad, que prácticamente desapareció desde fines del siglo pasado. Eso lo comparte el proceso migratorio cubano con el resto del mundo», refiere la profesora de FLACSO, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

En el último medio siglo, el escenario migratorio cubano ha pasado por varias dinámicas hasta conformar una diáspora universal. Hay cubanos, como grupo, en más de cincuenta países, siendo Estados Unidos, por mucho, el mayor centro de destino desde el siglo XIX. En ese territorio viven cerca de 2 millones de connacionales con sus familias, que representan poco más de 16 por ciento de la población de la Isla.

Para la doctora Sorolla es ineludible el contexto histórico específico del proceso migratorio cubano. «Está marcado por la confrontación con Estados Unidos y con el modo en que la cuestión migratoria se movió al mismo centro del conflicto bilateral» convirtiéndose en una herramienta de presión política y de deslegitimación de casi todas las administraciones estadounidenses a partir de 1959 y en un arma de contragolpe por el gobierno cubano en volátiles escenarios de crisis interna.

Mariel, en 1980, con más de 125 mil migrantes, y luego la avalancha de balseros en 1994, con unos 30 mil, más su evento de violencia callejera, el llamado maleconazo, que el profesor Rodríguez juzga de una «verdadera sublevación popular contra un molde de representación», son un par de episodios paroxísticos, llenos de drama y peligros bélicos, que estamparon tajos en la sociedad contemporánea de dos países.

«En el plano interno, fueron cambiando los modelos de representación de Miami: del centro de amenazas se fue moviendo o incluyendo además el lugar de donde podía llegar el salve», evalúa el antropólogo Pablo Rodríguez.

La narrativa oficial, por su parte, redefinió a la emigración como económica, en proporciones dominantes, pero Rodríguez impugna esa visión, explicando que se trata de «una etiqueta cómoda para definir un fenómeno complejo» y remata: «Es una etiqueta porque no hay nada más político que lo económico. Obliga a poner la mirada en nuestros propios defectos y dificultades».

Reforma, libertad de movimiento y repatriación

Altamente regulado por décadas, el proceso migratorio cubano quitó sus pesados cerrojos en 2013 con una reforma que, entre otras facilidades, permite a los ciudadanos la libertad de movimiento de salida y entrada al país, aunque aún sujeto a un marco temporal de dos años consecutivos de ausencia.

A los ojos de la investigadora Sorolla, la reforma fue un paso audaz, dado que la seguridad nacional es la constante que más influencia tiene sobre la formulación de políticas migratorias y «abrió el espacio necesario para que los flujos migratorios se expresaran tal y como son», es decir, como reflejos «de las contradicciones internas de la sociedad».

Según cifras oficiales publicadas por el periódico Granma, entre 2013 y 2016 viajaron al exterior 671,000 cubanos, de los cuales 45 por ciento retornó y solo 9,6 por ciento se convirtió en emigrante definitivo a los efectos de la ley cubana. De ellos, 5,7 por ciento se radicó en Estados Unidos.

Los expertos reconocen que la reforma migratoria, uno de los ápices de la modernización emprendida en la década presidencial de Raúl Castro, afianza la tendencia a la circularidad y la temporalidad de la migración, además de permitir la inmigración de ciudadanos mediante un programa de repatriación. Un total de 14,000 cubanos consiguieron retomar la ciudadanía durante 2016.

«Siempre había tenido la ilusión de volver a Cuba y tener un negocio propio». La historia la cuenta Marta Deus. Salió de niña con su familia y se radicó en España. La reforma migratoria y las oportunidades para el sector no estatal terminaron de responder a su pregunta de «vuelvo y qué hago».

Marta fue una de las primeras. «Sentí que tenía una oportunidad de insertarme en la vida profesional en Cuba y todo fue un proceso sencillo. No duró más de tres meses», narra a la audiencia congregada en el espacio público mensual de Temas, la revista fundada y dirigida por el politólogo Rafael Hernández en un esfuerzo por consolidar unas ciencias sociales a salvo de contaminaciones ideológicas.

Como toda pionera, Marta pagó el precio de la incomprensión y el desdén. «No mucha gente me entendía», confiesa, pero halló el apoyo de sus padres, quienes se quedaron viviendo en España. «No sentí que había muchos jóvenes haciendo lo mismo». En cambio, compartió su proyecto con personas de mayoría de edad. Graduada en administración empresarial en Madrid, Deus dirige en La Habana un negocio de expertos contables para asesorar emprendimientos privados.

La joven empresaria hace parte de lo que la profesora Sorolla llama «espacio social transnacional», que no es controlable por el Estado. Ese circuito, de banda ancha, hace transitar remesas, ideas, valores y permanece al margen de políticas y normativas migratorias.

De hecho, por fuera de las instituciones, Cuba y la Florida han construido un espacio económico común a través de un intenso corredor de mercado y negocios que ha logrado sortear los escollos de las desavenencias políticas bilaterales.

«Ya no estamos hablando de flujos de personas, sino de flujos de capitales – simbólico, productivo, monetario, tecnológico- por tanto requiere inevitablemente el manejo de la gestión migratoria, en el caso de Cuba, de una manera diferente que supere la concepción de regulación y control», considera Sorolla y reclama del Estado una aproximación articulada al fenómeno.

La experta de FLACSO propone políticas proactivas. «Si se libera la movilidad de las personas», dice, es necesario que existan condiciones para que «la gente no se vaya o para que retornen, no físicamente, sino para participar como el caso de Marta. Eso hoy no existe».

¿Ciudadanos de primera y de segunda?

Para afianzar esa participación, Leinnier López, sociólogo por la FIU, Universidad Internacional de la Florida, propone un entendimiento de la emigración a partir de un Estado transnacional, a fin de terminar con discriminaciones actuales sobre los cubanos emigrados que «no tienen los mismos derechos sociales y políticos que los que no emigran, por tanto hay una materialidad estatal que discrimina a un sector de la nación y los convierte, en términos de derecho, en cubanos de segunda», estima el joven académico.

José Sánchez, un exitoso escritor de ciencia ficción que firma sus novelas como Yoss, contraviene el parecer de López, alegando que los «jóvenes se dan cuenta de que tienen dos posibilidades. Una ser parte de la gran masa que va a trabajar por poco, o emigrar, hacer dinero, regresar y convertirse en inversores y ser cubanos de primera categoría».

En los razonamientos de Yoss, Marta Deus clasifica en ese segundo apartado. Sin embargo, la joven empresaria da cuenta de experiencias de discriminación por su propia biografía de emigrada.

«Muchas personas sienten que tú tienes menos derechos porque te fuiste, que eres menos cubana», aunque aclara que «no es lo general».

Peligros y expectativas

Para la doctora Sorolla «lamentablemente ese es un fenómeno que se está empezando a ver y es la búsqueda de una salida a la amargura por la vivencia de una brecha de desigualdad social a la que no estamos acostumbrados, focalizando el conflicto en el otro, que en este caso es el cubano retornado».

Alarmada, la experta en migraciones adelanta que «esa es la base a la larga de la xenofobia y de elementos discriminatorios que deberíamos atajar.»

Está por verse cómo reaccionarán las autoridades a este y otros desafíos y hay quienes adelantan que para compensar el decrecimiento demográfico -se calcula que nunca llegaremos a los 12 millones de habitantes- Cuba debería apelar a la importación de migrantes, haciendo del país, tal como lo fue durante siglos, un territorio receptivo.

Las miradas se dirigen ahora al anteproyecto de nueva constitución y cómo abordará el tema de ciudadanía, entre otros candentes. El documento será discutido masivamente y luego aprobado, en su redacción final, en referendo.

Por lo pronto, algunos ponen el dedo sobre los desfasajes del poder y sus carencias de actualización. «Seguimos viviendo frente a un Estado analógico y una sociedad digital», define el ex profesor de sociología y hoy empresario en África, Ramón García Guerra, uno de los habitués más polémicos de Último Jueves.

Fuente: http://oncubamagazine.com/sociedad/la-nueva-ecuacion-migratoria-cuba/