Traducido para Rebelión por LB
Es para morirse de envidia. ¿Cómo se las arreglan los británicos para hacer estas cosas? ¡Qué democracia! ¡Qué dignidad!
Elecciones en el plazo de un mes. Nueva coalición en cinco días. Cambio de gobierno en 70 minutos. Una visita a la reina. El primer ministro saliente coge a su esposa y a sus dos hijos pequeños, abandona la residencia del primer ministro y se va. El nuevo primer ministro entra en la residencia.
Elegante, suave, breve, y todo de buen grado. El pueblo ha hablado, y punto.
¿Y nosotros?
Nuestras campañas electorales duran meses y meses. El aire se llena de tumulto y una cacofonía de maldiciones y de vulgaridad generalizada satura el ambiente. Después pasan meses antes de que se forme una nueva coalición. Mientras tanto, vencedores y vencidos intercambian insultos. Rojos, fascistas, traidores, destructores de Israel, saqueadores de Jerusalén, lacayos de la ocupación, ladrones… todo vale.
Es el reino del caos. Nuevos partidos brotan como hongos tras la lluvia. Hasta el último momento nadie sabe quién está compitiendo contra quién.
* * *
NUESTRAS próximas elecciones están todavía muy lejos. A menos que estalle una crisis repentina se celebrarán en 2014. En Israel, tres años son una eternidad política.
Muchos creen que el gobierno caerá mucho antes, tal vez en unos meses. Para entonces habrá expirado el plazo asignado a la llamada ‘congelación de los asentamientos’ en Cisjordania. Benjamín Netanyahu tendrá que decidir si cede a la presión estadounidense para prorrogarlo, o si sigue adelante con la ampliación de los asentamientos, arriesgándose a una confrontación con Barack Obama. En el primer caso, los colonos y sus aliados en el gobierno se rebelarán. En el segundo caso, los restos del Partido Laborista podrían abandonar la coalición.
Dudo que ninguna de ambas cosas vaya a ocurrir. Todos los miembros del gobierno tienen un interés esencial en mantenerlo vivo. Ninguno de sus componentes tiene asegurado un futuro fuera del gobierno. Ehud Barak, un general sin soldados, está enroscado a su asiento. Avigdor Lieberman, el ministro de Asuntos Exteriores con el que ningún extranjero quiere relacionarse, no ha conseguido estrictamente ni una sola de las cosas que prometió a sus votantes. ¿Por qué deberían aumentar su fuerza? Eli Yishai, un Lieberman con kippa, está sintiendo de nuevo sobre su cogote la respiración de su antiguo rival, Aryeh Deri, y se aferra a su pequeña parcela de Dios. Todos sienten que, o bien permanecen unidos, o se ahorcan por separado.
Esa es la lógica política. Sin embargo, la lógica es un visitante poco común en política. Si la congelación -o la llamada congelación- de los asentamientos no se suspende, los colonos pueden amotinarse. Los ultra-extremistas arrastrarán tras ellos a los simplemente extremistas. Pese al deseo de sus miembros, el gobierno podría acabar cayendo igualmente.
¿Qué pasará entonces?
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Esa es la pregunta que en estos momentos fatiga la mente de todo tipo de personas -actores, personalidades de la televisión, comentaristas, generales, celebridades de toda clase y sexo, jubilados, estudiantes, profesores y otras hierbas- que sueñan con un nuevo partido.
Este fenómeno tiene un trasfondo específicamente israelí.
En Gran Bretaña el sistema de circunscripciones electorales ha quedado expuesto en toda su desnudez. Decenas de millones de votos se fueron por el desagüe. Allí la gente sueña con un nuevo sistema que sea, al menos en parte, proporcional. En Israel ocurre lo contrario: el sistema proporcional ha corrompido la vida política y muchas personas sueñan con un nuevo sistema que esté, al menos en parte, basado en la circunscripción. Probablemente la mejor solución sea un sistema mitad proporcional y mitad circunscripción, como el actual sistema alemán. Pero aquí, en Israel, todos los políticos se opondrán a cualquier cambio.
En gran parte del electorado israelí nuestro sistema ha generado una indignación generalizada contra todos los políticos. La gente detesta al sistema político y a todos los partidos existentes.
En consecuencia, en todas las campañas electorales surgen nuevos partidos que tratan de atraer a los cientos de miles de votantes que dicen que «no tienen a quién votar». Estos ciudadanos podrían, por supuesto, abstenerse por completo e irse a la playa, pero no quieren desperdiciar su voto. Por ello, se deciden en el último momento a votar por uno de los nuevos partidos que se hacen eco de la ira popular contra cualquier cosa que en ese momento concreto suscite la indignación de la gente. El partido que logra reflejar ese estado de ánimo gana esos votos, sólo para desaparecer poco después.
Es lo que pasó con el partido Dash del general Yigael Yadin, que surgió en las elecciones de 1977. Proponía un remedio universal para todos los males públicos, como la guerra, la corrupción, la pobreza y la coacción religiosa: la reforma electoral. Obtuvo una victoria espectacular (¡15 escaños en la Knesset!) y en las siguientes elecciones desapareció sin dejar rastro. Más tarde aparecieron y desaparecieron todo tipo de partidos de «centro» y de «tercera vía». Las elecciones del 2005 vieron surgir al «Shinui» («Cambio»), el partido de Tommy Lapid, un presentador de magazine televisivo que se había hecho célebre por su agresividad y la inconmensurable vulgaridad de su estilo. Lapid izó la bandera del odio contra los ortodoxos y ganó 15 escaños en la Knesset, para acto seguido desaparecer en la siguiente ronda. Tras él vino Rafi Eitan, el hombre que secuestró a Adolf Eichmann, que fue responsable del desastre de Jonathan Pollard(1) y que creó un Partido de Pensionistas. Ganó siete escaños, pero no merced a los votos de los pensionistas, que en su mayoría no le hicieron caso, sino al de los jóvenes, que se lo tomaron como un chiste grandioso. En las siguientes elecciones, por supuesto, ese partido también desapareció.
(Confesión obligada: en 1965 mis amigos y yo creamos el «Haolam Hazé – Partido Nueva Fuerza», que se sentó en la Knesset durante dos legislaturas y luego se convirtió en parte del partido «Sheli» y, más tarde, de la «Lista Progresista por la Paz». Todos los ellos tenía un programa altamente impopular.)
Ahora mucha gente vuelve a soñar -cada cual para sus adentros- con otro intento. No parece importarles si sólo es por una legislatura: lo principal es entrar en la Knesset al menos una vez. Entre los candidatos está Yair Lapid, hijo del ya mencionado Tommy, un guapo, suave y agradable presentador de TV que aparece a diario en la pantalla y casi nunca expresa una opinión que no complazca a todo el mundo, que no se define sobre ninguna cuestión y que no manifiesta ninguna idea original. El candidato perfecto.
Pero no está solo. Hay un montón más: cantantes de bodas adorados por el público, populares jugadores de fútbol, famosos que deben su fama a sus agentes de relaciones públicas. Incluso Rafi Eitan ha vuelto a surgir de la nada. Cuando cientos de miles de votos yacen tirados en la calle, la tentación es muy fuerte.
Brotarán partidos y desaparecerán partidos. Pasará lo que pasó con aquella calabaza mencionada en la Biblia, «que creció en una noche y en una noche pereció». El profeta Jonás, que había gozado de su sombra, se puso tan furioso «que se desmayó y deseó morir», e incluso le dijo a Dios: «Mucho me enojo, hasta la muerte» (Jonás, 4). Pero eso no es realmente importante.
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Lo importante es la necesidad de cerrar el agujero en el sistema político israelí: el agujero negro en la izquierda.
La derecha está floreciendo. Fascistas declarados, que una vez fueron marginales, son ahora aceptados en el centro [del espectro político]. Un discípulo del ultra-racista Meir Kahane es la estrella de la Knesset, y a nadie parece importarle. Los colonos están planeando una OPA hostil al Likud.
Aparte del Likud, el único partido grande es Kadima, que se encuentra tan lejos de la izquierda como la Tierra lo está de Alfa Centauro. Recientemente, dos parlamentarios de Kadima -Ronit Tirosh y Otniel Schneller- presentaron un proyecto de ley cuyo carácter racista pone los pelos de punta y cuyo objetivo es ilegalizar a cualquier partido favorable a la paz que saque a la luz atrocidades que «mancillen» a Israel y sean susceptibles de acarrear el arresto de oficiales del ejército israelí en el extranjero. Tzipi Livni no movió un dedo para oponerse a él.
En general, se da por supuesto que en las próximas elecciones el partido laborista, que se ha convertido en el Partido-del-Ministerio-de-
Esta situación clama al cielo. Cientos de miles de electores israelíes llevan en sus corazones los valores básicos de la izquierda: paz, justicia, igualdad, democracia, derechos humanos para todos, feminismo, protección del medio ambiente, separación entre Estado y religión. ¿Dónde están? ¿Quién los representa? Una gran parte del público está en estos momentos reflexionando sobre esa cuestión. Muchos coinciden en que «hay que hacer algo». Pero, por lo que se ve, nadie sabe a ciencia cierta qué.
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Algunos están buscando una receta de libro de cocina del estilo de: «Tome 4 huevos, 2 cucharadas de harina, una pizca de sal…»
Así pues: «Tome 12 celebridades, 7 respetados profesores, 3 defensores de derechos humanos, dos activistas por la paz (no demasiado radicales), una estrella pop, un famoso personaje de la televisión, espolvoréelo con eslóganes prudentes (no demasiado extremistas), remuévalo bien y sírvalo caliente…».
O, alternativamente: «tome 4 laboristas excedentes, 2 refugiados de Meretz, 3 decepcionados miembros de Kadima, un verde, un activista del Vecindario Pobre…»
No, así no va a funcionar.
La creación de un nuevo partido -un partido capaz de cambiar el escenario político, competir seriamente por el poder y funcionar durante mucho tiempo- no es un ejercicio culinario.
Es necesario un acto de creación tan potente como el que se necesitó para realizar una pintura de Leonardo o para construir el Taj Mahal o el Duomo de Florencia.
Un partido así debe encarnar esos valores no como si fueran una mera colección de consignas, sino como parte de un todo integral. Un partido que no sea una continuación del rastro de restos de naufragio político, que no se adhiera a modos de pensamiento anticuados ni a las consignas de los gurús de las relaciones públicas. Un partido que defina un modelo completamente nuevo. Un partido que no ponga parche sobre parche, no proponga un remiendo aquí y otro allá, sino que presente un nuevo modelo de Estado de Israel, un plan integral para una Segunda República israelí.
El líder de este partido no se encuentra en el depósito de chatarra político. Un verdadero líder surge con fuerza propia, como Barack Obama, una persona joven con un mensaje nuevo.
Hasta que surja un líder así la iniciativa debe venir de abajo. En todas las manifestaciones veo a jóvenes idealistas que me impresionan por su sinceridad y su valentía, activistas por la paz, activistas de derechos humanos, activistas del medio ambiente. De entre ellos debe surgir la nueva iniciativa que nos aglutine a todos a su alrededor.
La naturaleza aborrece el vacío. Tarde o temprano el agujero negro se llenará. A menos que lo hagamos nosotros puede que lo acabe ocupando un monstruo de muchas patas.
Fuente: http://www.counterpunch.org/
(1) Jonathan Jay Pollard: ex analista civil de inteligencia de la Marina de los Estados Unidos condenado a cadena perpetua en 1987 por espiar para Israel. Israel le concedió la ciudadanía en 1995, pero negó públicamente que fuera un espía israelí hasta 1998. Actualmente, Israel realiza actividades de cabildeo para conseguir su puesta en libertad. (Fuente: Wikipedia)