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La ola de cabreo rompe por la derecha

Fuentes: Infor Libre [Foto: Manifestación agrícola en Santander el pasado mes de febrero (Europa Press)]

El profesor de Ciencias Políticas de la UNED Jaime Pastor, veterano observador del conflicto social, no da con un antecedente preciso para explicar la agitación que se vive estos días en las calles, sobre todo –pero no sólo– por el paro del transporte y la manifestación del campo del domingo pasado. «Ni en la crisis de los 70, ni en el ciclo 1988-1993, con fuerte protagonismo sindical, ni en el que va de 2008 al 15M vimos esto. Si nos fijamos, hay unas protestas de carácter corporativista, muy heterogéneas, pero que tienen algo en común: se culpa al Gobierno de todo». Se posterga, añade Pastor, cualquier análisis que no se base en culpar al Ejecutivo. «Hay un agotamiento del ciclo del 15M«, afirma el editor de Viento Sur, para quien «la derecha y la extrema derecha tienen mucho más fácil ahora capitalizar el malestar social que la izquierda».

La ola de malestar rompe esta vez por la derecha. Y Vox, que empieza a lograr su objetivo de salirse del marco de partido ultraliberal sin conexión con la clase trabajadora, surfea la ola –de momento– sin caerse.

De lo material a lo cultural

Aunque es obvia la heterogeneidad de fuerzas en juego, hay coincidencia en la mayoría de análisis en que existe un sesgo derechista en el enfoque de las movilizaciones. En cuanto a la rural, el 20M tuvo como impulsor al tejido asociativo del mundo de la caza. El manifiesto llama en su primer párrafo a «conservar las tradiciones», un mensaje constante de Vox, cuyo líder, Santiago Abascal, se dio un baño de multitudes entre gritos de «presidente». A la movilización se sumaron asociaciones históricas como Asaja, COAG y UPA, pero han perdido protagonismo con respecto a las protestas previas a la pandemia. En paralelo, los reclamos identitarios ganan terreno. Se pide «respeto» por una «cultura» y un estilo de vida supuestamente amenazados. El dedo acusador señala al ecologismo.

No siempre ha estado ahí el énfasis. A principios de 2020 las protestas giraban en torno al excesivo peso de los intermediadores, al aterrizaje de los fondos de inversión, el sandwich que sufre el agricultor entre la presión de los costes y los bajos precios y al ocaso de la explotación familiar. Ahora estas reivindicaciones se desdibujan. Y Abascal, increpado en una manifestación agraria en 2020, hoy se luce sin contratiempos.

En las consignas de las movilizaciones del campo y el transporte tienen protagonismo las críticas al Gobierno por cuestiones que van más allá del conflicto concreto, como el gasto en políticas de igualdad. En el caso de los camioneros, el paro está impulsado por una «plataforma» de autónomos de extrema beligerancia contra el Gobierno y los mediadores reconocidos, cuyos acuerdos desdeña.

Un apoyo permanente a la «plataforma» es de los «chalecos amarillos«, cuya cuenta en Twitter, con más de 14.000 seguidores, se alinea milimétricamente con Vox.

En ambas movilizaciones Pastor detecta «una confluencia de fuerzas» en torno a planteamientos «reaccionarios», todo ello en una dinámica que eclipsa las causas de fondo de los problemas y profundiza la «erosión de la base social» del Gobierno.

La pandemia abona el terreno

La politóloga y socióloga Cristina Monge tiene el aval de haber advertido durante la fase más aguda de la pandemia de que el regreso a la relativa normalidad sería terreno abonado para las expresiones de un malestar larvado. «Es de libro, se veía venir», reflexiona.

Monge se apoya en dos estudios de investigadores del Fondo Monetario Internacional (FMI) de octubre de 2020 y enero de 2021 que anticipaban que el fin de la pandemia sería un terreno óptimo para la revuelta. La conclusión del FMI es que las crisis sanitarias incuban un cabreo que va creciendo hasta que se alcanza su máximo riesgo de desorden social dos años después de su fin. Los investigadores Phillip Barret y Sophia Chen señalan que los países más en riesgo serán aquellos en los que no se han abordado los «problemas sociales y políticos» anteriores a la pandemia. No puede decirse que no encaje con España y sus problemas de polarización, desafección, pobreza y desigualdad, agravados por la pandemia. A esto se suma la guerra, que dispara la inflación y exacerba conflictos en los sectores más dependientes del uso de combustible.

El aprovechamiento de Vox

En cuanto al protagonismo de Vox, Monge hace dos apreciaciones. 1) «Qué más quisiera Vox» que tener la fuerza para controlar movilizaciones de este calibre. Lo que hace, afirma, es «aprovecharlas» y sacarles partido en un clima social propicio. 2) El partido de Abascal se beneficia de que Podemos se haya convertido, por su presencia en el Gobierno, en «un partido institucional». «Vox ha visto ese hueco», dice Monge, que ve elocuente su lema «sólo queda Vox», expresión de su voluntad de convertirse en el partido de la impugnación.

No es un anhelo nuevo. El año pasado, en el décimo aniversario del 15M, Abascal y los suyos se declararon legatarios de la revuelta de las plazas. Durante la pandemia Vox se vistió de «partido protesta» denunciando las «colas del hambre», siempre con el Gobierno como culpable. Y ahora, tras la invasión de Ucrania, ha pasado rápidamente de marcar distancias con Putin, referente de su familia política europea, a atizar el malestar por las consecuencias de la guerra. La estrategia le está dando juego. Mientras tanto, las manifestaciones convocadas por los sindicatos y asociaciones de consumidores de orientación izquierdista para exigir medidas que rebajen el recibo de la luz no han rivalizado ni de lejos con las de transportistas y mundo rural.

La ocupación del espacio de la izquierda

«Lo que me sorprende», dice Monge haciendo balance, «es que estemos tan sorprendidos». En realidad hay voces que junto a Monge han pronosticado escenarios como este. Hace un año infoLibre publicó un artículo recabando análisis de investigadores de diversos campos que arrojaba conclusiones hoy vigentes. Rafael Cruz, profesor de Historia de los Movimientos Sociales en la Complutense, afirmaba que el regreso a la actividad económica evidenciaría las reducciones de poder adquisitivo y haría «previsibles» huelgas y paros. El sociólogo José Antonio Cerrillo advertía de que una crisis social podría adoptar una forma involucionista. Y el historiador José Luis Gutiérrez Molina, especializado en el movimiento anarquista, señalaba que la fragilidad de la izquierda política y social impedía una canalización transformadora del malestar. «Sin organización, sin conocimiento, sin proyecto, sin inteligencia, a lo más que llegas es a un motín”, decía el historiador.

Volvemos ahora a Gutiérrez Molina, que insiste en su idea central: la política no aguanta los espacios vacíos y la derecha ha ocupado un lugar que la izquierda ha dejado desierto. «Recuerdo lo que nos decían en el sector de Enseñanza de la CNT en los 70: ‘O lo coges tú o viene otro y te lo coge'», explica. Lo ve aplicable hoy. La derecha, especialmente la ultraderecha, «lo ha cogido». Coincide con Monge en que no es que Vox domine las protestas, sino que las aprovecha, porque son expresión de un éxito político y cultural previo. «La ultraderecha ha ido manipulando todos los conceptos, como la libertad o la rebeldía», explica. Ahora recoge la siembra y seduce a «sectores muy deprimidos y presionados» como los tranportistas. «Aunque formalmente no es una huelga, sino un paro patronal, es un error no ver la gravedad de lo que ocurre ahí«, dice.

Descontento político y pesimismo económico

Gutiérrez Molina no cree que el Gobierno pueda dar la vuelta a la situación con un par de gestos o medidas, porque el problema de la izquierda tiene arraigo en un «profundo desprestigio de la política». Datos. Más del 70% de los españoles desconfían de los políticos, el Congreso, los sindicatos y el Gobierno. El Eurobarómetro muestra además que el descrédito es mayor que en el conjunto de la UE. La desconfianza en los partidos alcanza el 90%, frente al 75% en la UE. En el caso del Congreso, desconfía un 76% (60% en la UE). El 65% no están satisfechos con el funcionamiento de la democracia.

Más sobre el estado de ánimo. Aunque cree que es pronto para conclusiones, la doctora en Ciencia Política y Sociología y fundadora de MyWord, Belén Barreiro, sí señala que los datos indican la existencia de un «importante pesimismo económico». Hay estudios que lo avalan. El Pew Research Center ha detectado que el 87% de los españoles califican de «mala» la situación del país, el peor resultado de los 17 países analizados. El PRC vincula el descontento con el pesimismo económico, que en el caso de España aparece como elevado. En julio del año pasado el 71% pronosticaba que a los niños de hoy les irá peor que a sus padres. Campo abonado para los mesías del descontento.

Un «cambio de signo» de la indignación

Oímos al historiador Pablo Stefanoni, autor del ensayo ¿La rebeldía se volvió de derechas?(Siglo Veintiuno, 2021). «Hay un cambio de signo de la ‘indignación’, que hoy rima más con las derechas ‘antisistema’ que con el progresismo». ¿Sacrifican estas derechas las cuestiones materiales en el altar de la identidad? «Lo que hacen es insertarlas en ese discurso élite versus ‘ españoles comunes’. La idea de que las élites son de izquierdas es clave. Vox puede hablar de la traición de la UGT o CCOO a los trabajadores, en connivencia con los poderosos, increpar a Ana Botín para que baje la calefacción de su yate y tratar de conectar con la ‘clase obrera’ desde un discurso neopatriota. Ahora trata de aplicar este esquema para pescar en la protesta del campo, aunque la estética ‘rural’ de Vox no es precisamente la de los jornaleros».

Stefanoni cree incompleta la explicación según la cual esto ocurre porque la izquierda está en el Gobierno, perdiendo así margen de maniobra. Lo que vemos, dice, es parte de un cuadro que abarca todo Occidente. «Las derechas vienen ganando las calles y adoptando un discurso antiélite. Todo su discurso, y también el de Vox, podría insertarse en un mismo esquema: unas élites globalistas y progres le hacen la vida imposible a la gente común», explica. Ahí entran los mensajes a favor del «chuletón» y los «toros» y en contra de la «dictadura de la corrección política«, explica el historiador. La salsa es el victimismo cultural. Una frase lo sintetiza. «Ya no se puede hacer ni decir nada».

Un fenómeno global

La misma escala global usa el estudio Protestas en el mundo, que analiza datos de 2.809 movilizaciones entre 2006 y 2020 en 101 países. Su conclusión general: la «primera ola populista» (2008-2012), en la que cabría inscribir Ocuppy Wall Street, el 15M español y las protestas contra los recortes en todo el mundo, tenía una veta «antiautoritaria» y hacía gala de un «optimismo» que se ha ido diluyendo. En la última década las expresiones de malestar se han ido cargando cada vez más de impulsos excluyentes y de autoafirmación identitaria. Lo que queda ahora es una «segunda ola populista», que arrancaría entre 2013 y 2014 y que presenta demandas «mucho menos manejables y corregibles«.

En enero, en declaraciones a infoLibre, uno de los autores del informe, Hernán Sáenz, afirmaba que la derecha estaba en mucha mejor posición para capitalizar el humor social «agrio» del nuevo ciclo. Otros, como el sociólogo Imanol Zubero, no creen que el periodo de movilizaciones iniciado con la Gran Recesión haya concluido. «El ciclo de indignación abierto en 2008 sigue vigente, pero está siendo capitalizado por planteamientos xenófobos y de extrema derecha«, explicaba en febrero.

La crisis de los mediadores

Volvemos a Cristina Monge, que aporta otro factor clave: la crisis de los mediadores. No es nuevo. Es un fenómeno de época, que ha castigado a partidos, medios y sindicatos. ¿Un ejemplo entre muchos? La masiva revuelta sanitaria andaluza en 2016 tuvo como gran referente a un excéntrico médico de discurso abiertamente antisindical. Los sindicatos tenían que esconder sus banderas y el líder mesiánico acaparaba todo el protagonismo.

Hoy en día estos repartos de roles son casi una constante. El caso del transporte es evidente. Jaime Pastor cree que los sindicatos pagan el peaje de haber «reaccionado tarde» tras «confiar en la línea del acuerdo y la paz social, sin ver venir el fuerte malestar».

Las consecuencias del modelo

Carlos Gutiérrez, secretario de Juventud y Nuevas Realidades del Trabajo de CCOO, recalca que las movilizaciones en el campo y el transporte son producto de la ruptura interna de estos sectores, sobre todo del transporte. ¿A qué se refiere? En el caso del transporte, desde los 90 ha sido «empujado a la fragmentación y atomización», dejando «partes muy débiles y sin poder de negociación frente a las empresas logísticas». Las «relaciones mercantiles» predominan ahora sobre las «laborales», señala. Los autónomos, que no tienen «patrón», plantean sus exigencias al Gobierno, no al propietario, que en realidad es su cliente. Los esquemas de la huelga no valen.

En cuanto al campo, Gutiérrez cree que no ha habido un «desbordamiento» similar de las asociaciones representativas, pero sí un totum revolutum en las reivindicaciones que desplaza los aspectos materiales y prioriza «los estilos de vida, la caza y los toros».

El dirigente sindical, que reivindica el esfuerzo de CCOO para dar «soluciones a problemas reales», señala un nuevo desafío: la creciente «dificultad» para «interpretar una realidad que cambia a toda velocidad». Al mismo tiempo, subraya que los sindicatos tienen una posición inmejorable para observar esos cambios: «Estamos en miles y miles de empresas, tenemos nodos y radares en las grandes, medianas y pequeñas empresa en toda España. Eso es algo que nadie más tiene, tampoco los partidos políticos».

Fuente: https://www.infolibre.es/politica/ola-molestar-rompe-derecha_1_1223512.html