A finales de 2014 no era difícil adivinar cuál sería la apuesta del Ibex-35 para las Elecciones Generales del año siguiente. Hasta que el PSOE no consiguiera remontar el vuelo, el PP seguiría constituyendo la mejor baza. Pero Mariano Rajoy estaba a años luz de conseguir con sus propias fuerzas un resultado similar al del […]
A finales de 2014 no era difícil adivinar cuál sería la apuesta del Ibex-35 para las Elecciones Generales del año siguiente. Hasta que el PSOE no consiguiera remontar el vuelo, el PP seguiría constituyendo la mejor baza. Pero Mariano Rajoy estaba a años luz de conseguir con sus propias fuerzas un resultado similar al del año 2011. Y Podemos se había convertido en una amenaza seria para el poder. La fórmula para resolver este doble problema fue Ciudadanos. Por un lado, supliendo las carencias políticas del PP, y por otro, cortando por el centro el ascenso electoral de Podemos. Por consiguiente, la apuesta de la trama que organiza la matriz del poder del Ibex-35, por hablar en los términos de Manolo Monereo y Héctor Illueca, fue un gobierno de coalición entre el PP y Ciudadanos, o más exactamente, un gobierno en minoría del PP con un acuerdo de investidura y de estabilidad política con Ciudadanos. Y no nos engañemos: casi le sale bien. La suma del PP y Ciudadanos se quedó a solo 13 diputados de la mayoría absoluta, un resultado que podría haberse alcanzado si los porcentajes hubieran sido ligeramente distintos en algunas provincias. La campaña política se marcó dos objetivos: en primer lugar, garantizar que Ciudadanos obtuviera un resultado lo suficientemente amplio como para apuntalar un gobierno del PP; y en segundo lugar, favorecer la fragmentación del campo de la izquierda con el fin de impedir que ninguno de sus actores tuviera la suficiente fuerza como para liderar un gobierno de cambio. El segundo objetivo se consiguió, pero el fracaso en el primero creó una situación de bloqueo sin precedentes en nuestro sistema parlamentario.
El desconcierto inicial se tradujo en una cadena de declaraciones donde algunos próceres de la trama invocaban la Gran Coalición entre grandes aspavientos. Pero esta fórmula pronto se ha mostrado inviable, y tampoco constituye una solución a largo plazo. Para empezar, se necesitaba el concurso de Pedro Sánchez, que no parecía muy dispuesto a beber este cáliz. Pero incluso aunque lo hubiera estado, no habría dejado de ser un parche, porque el PSOE no habría podido sobrevivir a un acuerdo de estabilidad política con un PP asediado por innumerables frentes de corrupción. Si la Gran Coalición se consumara en España, el bipartidismo levantaría el acta de su propia defunción. Sería inevitable que la opinión pública se polarizase entre el PP y Podemos, y dado que lo más probable es que los recortes y los procesos judiciales sigan multiplicándose durante los próximos años, no sería nada extraño que Podemos lograra reproducir los éxitos de Syriza. Incluso aunque se tratara de un gobierno de corte tecnocrático, auspiciado por personalidades independientes y bendecido por el jefe de Estado, el riesgo de polarización de la opinión pública entre el PP y Podemos sería demasiado grande. La Operación Monti, en nuestro país, no daría los mismos resultados que en Italia. Pero no hay que olvidar que, al fin y al cabo, quien ha devuelto la estabilidad política a Italia no ha sido Mario Monti, sino Matteo Renzi. Una fórmula que podría funcionar en España. Aunque para ello, el Ibex-35 tiene que cambiar de caballo.
Una de las lecciones que podemos extraer del fallido proceso de investidura es que Pedro Sánchez puede triunfar allí donde Mariano Rajoy ha fracasado. Su capacidad de negociación es mucho mayor. Es cierto que si todo transcurre según lo previsto, Pedro Sánchez tampoco logrará sacar adelante su investidura, pero la situación sería muy distinta si se encontrase en el lugar de Mariano Rajoy, y en lugar de 46 diputados, solo tuviera que reunir 13, después de haber llegado a un acuerdo con Ciudadanos. No cabe duda de que Podemos, que aspira a ocupar el espacio político del PSOE, podría oponerse a pesar de todo. Pero otras fuerzas políticas como Compromís, el PNV, o IU, no tienen ninguna razón para soportar la enorme presión que el viejo y eficaz discurso de la «pinza» dejaría caer sobre ellos. Y menos en un escenario donde los resultados del PSOE hubieran mejorado con respecto al 20-D. En el año 2004, José Luis Rodríguez Zapatero fue investido presidente con el voto a favor de ERC, IU, CC, BNG y CHA, y la abstención de CiU, PNV, EA y Nafarroa Bai. Cabe esperar que si Zapatero logró sacar partido de la antipatía generalizada que los grupos parlamentarios sentían entonces por Mariano Rajoy, Pedro Sánchez sea capaz de hacer lo mismo con un Mariano Rajoy que carga sobre sus espaldas doce años más de antipatía.
Si Pedro Sánchez y Albert Rivera lograran reunir en una segunda convocatoria electoral los 163 diputados que ahora están alineados detrás de Albert Rivera y Mariano Rajoy, es de suponer que el líder socialista no tendría problemas para conseguir los 13 diputados que le faltarían para la mayoría absoluta. Mariano Rajoy le ha dicho recientemente a Cameron que lo más probable es que haya nuevas elecciones el 26 de junio. Esto significa que la trama dispone de cuatro meses para poner en marcha una operación política de gran alcance: conseguir que entre el PSOE y Ciudadanos sumen al menos 160 diputados, es decir, 30 más de los que ahora tienen. Si nuestra interpretación es correcta, la campaña política tendría que desplegarse en varias direcciones. En primer lugar, para que Ciudadanos pueda crecer, es necesario laminar al PP. Es de esperar que en las próximas semanas presenciemos cómo los medios conservadores se pasan con armas y bagajes a la opción de Albert Rivera, no solo encumbrando las virtudes de Ciudadanos, sino también, y esta es la novedad en relación al 20-D, socavando las bases de apoyo del PP. Para que la apuesta del Ibex-35 pueda cuajar, no basta con que aumente la simpatía hacia el partido del Albert Rivera: el PP tiene que desmoronarse. En segundo lugar, Pedro Sánchez tiene que alcanzar la estatura de hombre de Estado. Se iniciará una campaña mediática para convertirlo en la figura de consenso que pueda sacar al país de su atolladero político. Las voces críticas en el PSOE serán silenciadas. Y el Congreso previsto para mayo debería convertirse en un paseo triunfal. Por último, y en tercer lugar, lo más difícil: para que el PSOE pueda crecer, Podemos se tiene que hundir. Para ello, veremos como arranca una operación mediática que dejará caer sobre Pablo Iglesias toda la responsabilidad del naufragio del «Gobierno del cambio». Y no solo eso. La virulencia de los medios de la trama será mucho más implacable que la que hemos conocido hasta la fecha. No habrá, en este caso, ninguna ponderación de los medios, porque a diferencia del 20-D, el objetivo ya no es fragmentar los resultados del campo de la izquierda, sino laminar a Podemos para polarizar el voto hacia el PSOE. Una situación que podría tener un beneficiario indirecto: Alberto Garzón. Al igual que en los años noventa algunos medios de la derecha, con la finalidad de desgastar al Gobierno de Felipe González, se convirtieron en la caja de resonancia de Julio Anguita, hoy podría ocurrir que estos mismos medios se conviertan en la caja de resonancia de Alberto Garzón, con la finalidad de socavar a Podemos por su izquierda. Pero en cualquier caso, no será aquí donde se dirima la batalla crucial. Lo más importante será la disputa por la bolsa de votos que Podemos le ha arrebatado al PSOE. Y estos votos solo pueden iniciar el viaje de vuelta si Pablo Iglesias se convierte en el centro de una campaña de acoso mediático que radicalice su imagen política, al tiempo que la estatura de Pedro Sánchez se eleva hasta ocupar la «centralidad» del campo de la alternativa política.
El éxito de esta operación política es difícil de predecir. Pero tiene más cartas a favor que en contra. Por un lado, la dificultad para formar grupos parlamentarios propios en el Congreso provocará que las alianzas territoriales de Podemos se resquebrajen. En Valencia, y puede que también en Cataluña, y tal vez en Galicia, Podemos tendrá que decidir si «empotra» a sus candidatos como independientes en las listas de las fuerzas territoriales, o compite, dividiendo el voto, con su propia marca. Además, la transferencia de votos del PP a Ciudadanos no parece muy difícil de conseguir. Solo desplazando un 4% del voto podrían moverse entre 15 y 20 diputados a la formación de Albert Rivera. Los otros 15 diputados que debería aportar Pedro Sánchez podrían alcanzarse si consigue arañar entre un 3% y un 4% de votos a Podemos, algo que ahora parece imposible, pero que podría materializarse en el contexto de una campaña agresiva que se prolongue durante cuatro meses.
Si esta operación sale bien, la trama habría conseguido darle la vuelta a la tortilla. De estar llamando a las puertas del Cielo, Podemos pasaría a convertirse en la cuarta fuerza política, por detrás del PP, PSOE y Ciudadanos. El PP quedaría muy desgastado, pero se convertiría en el jefe de la oposición, y una vez apartado Mariano Rajoy del poder, y depurados todos los políticos implicados en tramas de corrupción, podría iniciar un proceso de renovación que encumbrara a la generación política de Cristina Cifuentes. El bipartidismo estaría salvado, y el PP podría aspirar a recuperar el poder en el 2020. En cuanto a Podemos, su estrategia del todo o nada podría pasarle factura. Una segunda convocatoria electoral que tuviera como resultado un descenso de 5 puntos (y pueden ser más, si no se computan a su favor los votos de las alianzas territoriales), podría caer como un ladrillo sobre las expectativas de sus seguidores. En gran parte, el fenómeno Podemos es una burbuja que se ha inflado por la expectativa del éxito electoral. El tiempo transcurrido desde su irrupción es todavía demasiado breve como para que haya arraigado en su interior una base militante con capacidad para capear derrotas. En esto, tiene mucho que aprender de IU. Pero mientras tanto, un descenso significativo de su grupo parlamentario, y una pérdida de la iniciativa política a favor de Pedro Sánchez, puede convertir sus próximos cuatro años en el Congreso en una auténtica travesía en el desierto. El PP ha dejado el listón tan bajo que Pedro Sánchez no tendrá que esforzarse mucho para convertirse, como dijo Pablo Iglesias de José Luis Rodríguez Zapatero, «en un referente progresista mundial».
El margen de maniobra de Podemos es estrecho, y mucho más si persiste en la estrategia de la máquina electoral. Su forma de organización le ha permitido dotarse de una gran operatividad y una capacidad extraordinaria de adaptarse a la evolución de los acontecimientos. Pero ante un cambio en el teatro de operaciones políticas como el que se avecina, necesitará algo más que un buen aparato de comunicaciones. En concreto, músculo organizativo y una fuerte base social que le permita contrarrestar el vacío o la hostilidad de los medios de comunicación que hasta ahora le daban cancha. Podemos ha centrado su estrategia política en las alianzas territoriales, pero lo que de verdad necesita es una alianza social. Sin movilización social, no habrá cambio político. Iglesias ha perfilado su estrategia política pensando que la Gran Coalición se convertiría en el caldo de cultivo de esta movilización durante los próximos cuatro años. Pero ¿y si en lugar de la Operación Monti lo que se avecina es la Operación Renzi? ¿Está Pablo Iglesias en mejores condiciones que Julio Anguita para sobrevivir a la campaña de la «pinza»?
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