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Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre Praxis política y estado republicano. Crítica del republicanismo liberal

«La organización que hoy denominamos partido no es un instrumento o medio al servicio de la organización ‘protagonística’ de la gente»

Fuentes: Rebelión

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano. * La segunda duda, en esto estábamos. ¿No estás idealizando en demasía el modo de vivir campesino -que tampoco es único, hay […]

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.

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La segunda duda, en esto estábamos. ¿No estás idealizando en demasía el modo de vivir campesino -que tampoco es único, hay muchos modos de vivir campesinos- cuando hablas del campesinado en los términos en que has hablado? No todo era comunidad y humanidad en ese mundo. Yo mismo soy hijo de campesinos y conocí directamente ese mundo.

Desde luego, el término en singular, campesinado, tal como lo he empleado, puede ser equívoco. Las culturas campesinas son múltiples; son, también ellas, cada una de ellas, históricas, sometidas a su dinámica, a sus luchas sociales, etc. No todas son como, por ejemplo, muchas comunidades campesinas comunistas libertarias andaluzas de la Andalucía occidental, de comienzos del siglo XX, sobre las que nos explica Temma Kaplan. Comunidades organizadas de forma igualitaria, en las que también las mujeres eran muy libres y, a su vez, estaban autoorganizadas dentro de la comunidad. Ni como las comunidades de los lazzaretistas italianos. O, para poner una tradición aragonesa -tus ancestros-, como el movimiento canalista formado por campesinos pobres que trabajaban, además, como jornaleros para construir el canal de Aragón, que luchaban por su construcción, a sabiendas de que la posibilidad de regar sus campos los liberaría del yugo de los grandes terratenientes y caciques -nuestro amigo Ánxel Comte, historiador, escritor, folklorista y defensor de la fabla, y gran militante, pertenece a una familia que proporcionó, incluso, dirigentes al canalismo-. Hubo comunidades culturales en cuya historia se impusieron las fuerzas reaccionarias. He usado esta palabra. Hay que añadir de inmediato que no se debe confundir la opción política de grupos campesinos con el criterio para juzgar sus formas de vida. Por ejemplo, los campesinos carlistas reclamaban la tierra, unas veces exigían el lote de tierra para la familia y, otras, defendían las tierras comunales, el comunalismo, e incluso, a menudo, planteaban modos de acceso a la tierra mixtos de ambos y complementarios. Esos campesinos, pasaron a ser fuerzas de base de la aristocracia partidaria del Antiguo Régimen debido a que la modernidad les arrebataba las tierras, se las arrebataba a las comunidades campesinas, para entregarlas a los burgueses agrarios. Por lo demás, la heterogeneidad ideológica, cultural, siempre histórica, del campesinado se corresponde con la existente en los mundos urbanos de todos los tiempos.

Sí creo importante destacar que esas culturas campesinas, mientras existen, organizan un modo de vida alternativo al de la «reproducción ampliada» del capital, cuidan los recursos fundamentales, la tierra, y organizan el trabajo para vivir, no para lograr un constante beneficio ampliado. Lo explica, por ejemplo, Álvarez Junco, en la revista Historia social referido a los campesinos de la cornisa cantábrica del siglo XlX, que trabajaban en las minas para mejorar su cabaña o sus tierras, pero una vez ganaban lo que consideraban suficiente para ello, no aceptaban trabajar más, y cuando se terminaba su jornada laboral, preferían sentarse a la sombra de una cajiga a tomar el fresco a proseguir trabajando horas extras y ganar un sobresueldo. Los ingenieros informaban a la patronal -el historiador cita cartas- de que era imprescindible acabar con esa pequeña propiedad y sus modos de vida, porque eran diametralmente contrapuestas a las necesidades del capital. Así lo explica, también, Karl Marx en su último capítulo del tomo 1 de El Capital . El capital no es una «cosa», sino una «relación social» entre dos partes. Por una parte, el poseedor de dinero y medios materiales de producción, recursos que, fuera de esa relación social, no son capital, «no rinden» porque no generan el bien cuyo fin es el del capital, el plusvalor. Por otra parte, trabajadores que solo poseen fuerza de trabajo y deben aceptar las condiciones que impone el poseedor de los medios de producción. Marx pone el descubierto que el capital, aunque hace la propaganda de la propiedad, allí donde entra, destruye en cuanto puede esa «propiedad personal» que no es «propiedad capitalista». Porque el capital, para existir debe provocar mediante recursos artificiales la pobreza del pueblo. Todo esto es paráfrasis libre, pero paráfrasis, de dicho texto. Algo nos dice, también, esto sobre lo que nos está ocurriendo a nosotros ahora, claro. Pero lo importante es lo que respecta estos mundos campesinos, a modos de vida alternativos, anteriores al capitalismo, que resistieron al capitalismo, que se basaban en un hacer y un vivir autónomos, autoorganizados por las comunidades, a los que se consideraba retrógrados, no por sostener tal o cual costumbre, sino por ser un freno al capital, y sus consecuencias, y cuya destrucción ha sido siempre valorada como positiva. El campo es considerado la barbarie, la ciudad, -la ciudad capitalista- la civilización, la «luz que arde». Esta interpretación goza aún de mucha fuerza. E incluso en ocasiones, cuando se pasa a hacer la defensa del campesinado -en estos casos no se les llama «campesinos»- la crítica a la desaparición del campesinado no se hace, denunciando la liquidación de un modo de organizar el vivir, sostenido por comunidades que se autodeterminan en su vida, sino tan solo porque se han perdido cantos, religiones, vestimentas, usos étnicos, cosas «exóticas» para el crítico -no se defiende el derecho de los «campesinos» a su modo de vida, sino a los «indios», o a los «elegantes» Masái Mara… por su «etnicidad», su «folclore»…etc.-

Segundo comentario: «La hermenéutica elaborada sobre nuestra experiencia a partir de la tradición de la Filosofía de la Praxis nos revela que la izquierda, nosotros, no hemos hecho nada para generar esa autonomía de vida y cultura, que produzca ya desde ahora otras necesidades y otro sujeto social». ¿No hemos hecho nada? ¿No eres demasiado hipercrítico? «Penetrados por el prestigio de las ideologías de la clase dominante, y deslumbrados por el vivir organizado por el mismo, hemos carecido de categorías intelectuales hermenéuticas para poder interrogarnos sobre su inexistencia». ¿Ausencia de categorías intelectuales? ¿Y las aportaciones de todas las tradiciones emancipatorias? ¿No eres un pelín injusto cuando afirmas «Al haber faltado incluso la consciencia del problema, como consecuencia de la hegemonía intelectual del capitalismo, no ha existido lucha por preservar, y aún más, para generar, bases culturales de vida autónomas»?

Creo que la consecuencia que tenemos a la vista, la derrota en toda la línea de la izquierda, la desaparición de la misma del mundo social, al menos por dos generaciones sociales -si no son tres- que no han tenido contacto orgánico con las tradiciones prácticas y organizativas de la izquierda, que explica la desorientación del movimiento social que comienza a repuntar ahora, y el hecho de que las nuevas fuerzas políticas adopten como natural, sin dudar, el modelo técnico organizativo, delegativo, del instrumento político, que se ha probado fracasado una y otra vez, modelo que implica una concreta concepción de la antropología del ser humano, de la actividad, del vivir social, junto con un análisis concreto de la sociedad; todo eso, repito, es decir, la causas de nuestra desaparición, y del consiguiente adanismo actual, es un juicio de facto mucho más lapidario y demoledor que mis pobres frases. Como consecuencia de todo ello, hoy solo existen maquinarias electorales, no fuerzas políticas arraigadas en tejidos sociales organizados. No existe una protocultura popular autónoma, ni tan siquiera a nivel intelectual o ideológico; aquella que incluía un bagaje de explicaciones y de «respuestas» elementales a lo que nos ocurre: «nos ocurre que vivimos en una sociedad organizada para que los capitalistas nos exploten», «ocurre que los burgueses nos explotan», «ocurre que soy un trabajador y me explotan los capitalistas», «que soy trabajador, que soy manobra…y ellos, los amos, son explotadores»; frases como esas, de ese tenor, que eran elementales, no se escuchan hoy en la calle, no se les oye a los jóvenes; sí tratar de darse explicaciones de lo que hay, desde luego, pero basadas en «la corrupción», o «el estado» -«el Estado español»-, o «los políticos», o «la casta»…o «los emigrantes».

Y esto, la desaparición de esto, ha ocurrido bajo nuestros ojos, en nuestra vida biográfica, la tuya y la mía. Esa transformación cultural que arrastra la transformación política de las fuerzas de izquierda se produjo a causa de la eliminación de las bases culturales autónomas, populares, de las vidas cotidianas organizadas por el tejido social tradicional, urbano y campesino; la desaparición de las formas de vida comunitarias, de vida cotidiana; todo ello barrido por la penetración del capitalismo industrial de objetos de consumo para la vida cotidiana. Pero esa transformación, sus consecuencias, no fue registrada por nosotros, no fue políticamente evaluada como elemento objetivo de lucha de clases generado por el enemigo. «Pasó» y se consideraba que todo era para bien. Por eso, tampoco pudimos hacer nada para salir al paso de todo esto. Pasó, sin que esa evolución haya podido ser elaborada mientras sucedía, sin que se registrara si quiera. Sin que se hiciera nada por evitarlo, por confrontar contra la disolución, por generar, crear, nueva cultura autónoma. Ese es el hecho histórico. La transformación radical de la sociedad por parte del capitalismo de la posguerra mundial con una izquierda que en su mayoría, trata de acomodarse a la nueva situación sin comprender el peligro que ello representa. No se ve el peligro, no se vio porque no se poseía capacidad de registrar eso como negativo.

El hecho histórico fue ese…

Pero la historia prosigue 

La historia prosigue, y se hace aún más acuciante crear alternativa cultural al vivir impuesto por el capital. Nada se detiene. Pero la evaluación de nuestra actividad, más allá de lo noble de nuestro hacer, debe centrarse en la capacidad o impotencia del proyecto al que dimos aliento. Y el balance es el de la pobreza e impotencia de nuestros proyectos -calcados una y otra vez por las nuevas fuerzas emergentes-, la de la izquierda que sale derrotada, extinguida. Nuestra derrota debe ser puesta en relación con nuestros recursos intelectuales y con las formas organizativas que ellos alumbraron. Los de todas las corrientes de la izquierda, que se revelaron igualmente cortos, y a la vista está.

Precisamente mi explicación, la que yo me doy desde luego, en primer lugar, recoge y registra lo evidente, que no puede ser maquillado ni negado, la derrota brutal que ha padecido la izquierda; pero busca una explicación de la derrota alternativa a la que da quien piensa que todo es fruto de la maldad humana, o de la imposibilidad de hacer nada, o de la «infiltración» o del «revisionismo» de los compañeros de lucha o de que los dirigentes no eran los mejores, no eran las individualidades más sabias, la gente adecuada y educada, sino los zorrocotrocos. Permite incluso explicar la miseria moral, muchas corrupciones, muchas integraciones, el caciquismo, como resultado de una impotencia de proyecto y de comprensión del hacer, no como su causa. Tú señalabas, cuando tratábamos de Màrkus, que el cambio de vida, la actividad política como cambio, autocambio del vivir, fue una propuesta planteada por Manuel Sacristán; en 1983, creo.

Sí, por esas fechas 

Qué repercusiones tuvo su propuesta, qué se entendía, qué entendíamos que trataba de decirnos Sacristán… se había vuelto místico… no había engarces intelectuales para comprender lo que proponía. Esa es la incomprensión que hereda la izquierda emergente, para la cual todo esto es perder el tiempo. Eso es «panorama después de la batalla», desolación.

Planteas mil temas. No puede preguntarte ad infinitum. Una sola cosa. Señalabas antes, te cito, «como consecuencia de todo ello, hoy solo existen maquinarias electorales, no fuerzas políticas arraigadas en tejidos sociales organizados.» Admitiendo lo que señalas, ¿no aceptarías que una parte de esa izquierda es muy consciente de la situación y que intenta crear-abonar-posibilitar ese tejido social organizado al que haces referencia que no es fácil en momentos como los que estamos viviendo? 

Respecto de la izquierda organizada, la clásica y la nueva, a parte preocupaciones individuales, no veo que este problema esté ni en reflexión. No es que no esté en sus programas -no lo está-; es que no se debate, no hay elaboración búsqueda de información para sus bases, aún, menos, reflexión colectiva, debates abiertos. En realidad, por no haber, no hay, no ya organización, sino ni instrumentos reales de trabajo intelectual organizado. La entidad de los mismos es menos que minúscula, cuando han existido.

No he escuchado a ningún dirigente que exprese, aunque sea a los postres de una comida, y con la lengua suelta por la copita de brandy, que la política debe ser praxis directamente ejercida por la masa de los subalternos y que su fin debe ser crear un nuevo ethos o cultura de vida…

Además, y esto es lo fundamental, los modelos organizativos de que se han dotado estas fuerzas no lo posibilitan, no sirven para eso.

Son fuerzas, no solo muy centralizadas, -eso es lo de menos, podría haber una centralización democrática en la que la base impusiese su criterio soberano, su volonté général- sino que su centro de poder y dirección es la cúpula del aparato -no las bases- y, además, y aún más importante para lo que tratamos, todos los recursos, toda la actividad, todos los cuadros, están dirigidos a una única actividad, la centrada en la acción institucional: acceso a instituciones de poder, ayuntamientos, parlamentos, cúpulas de otras instituciones, tales como los sindicatos -cada vez menos, porque a su vez los sindicatos, vaciados también de militancia, convertidos en agencias de representación, han generado sus propias elites, celosas de sus propias parcelas de mando-. Las afiliaciones de esas organizaciones no desarrollan ninguna actividad militante en movimientos de masas, más allá de la que alguno, por decisión individual ejecute. Las afiliaciones no poseen por tanto medios organizativos que posibiliten a quien se activista social, reflexionar sobre su experiencia y ponerla en común con otros activistas. Las bases afiliadas a parte la cotización, están agrupadas en organismos de base que recogen gente según en lugar donde viven no según la actividad que desarrollan e impulsan en la sociedad. Y por ello, si intentan poner en obra alguna actividad colectiva como tales afiliados, no pueden ejecutar otras que las de propaganda de su propia organización, para atraer otros afiliados, crear simpatías etc. Y participar en las campañas electorales. Sus propios locales son «endogámicos»; en todo caso, los más eficaces, «atraen gente de fuera» para reforzar la fuerza política; no son los ámbitos en que se reúnen las gentes para «hacer fuera», para hacer en la sociedad y para ayudar a que se constituya un sujeto social, práxico, autónomo.

Esto es, la organización que hoy denominamos partido no es un instrumento o medio al servicio de la organización ‘protagonística’ de la gente, de la constitución de los explotados de la ciudadanía como sujeto soberano en ciernes, de modo que la ciudadanía, que los subalternos, sea capaz de controlar su hacer y su vivir.

Tu crítica parece una enmienda a la totalidad 

La gente es un medio o instrumento que permite al partido obtener mayor fuerza electoral y mayor proyección, lo que es su fin inmediato. Una proyección, se supone, que permite a una élite del partido acceder a los cargos institucionales del estado -parlamento, municipalidades, etc- y, una vez hecho esto, convertirlos, a su vez, en medios para adoptar medidas administrativas sobre la sociedad que apunten…etc.; una larga cadena de mediaciones e instrumenalizaciones, cuyo recorrido real hemos experimentado…y muere siempre en el Callejón del Gato, en lo grotesco que ya conocemos.

Los discursos oficiales apuntan a otras cosas; pero deben ser cotejados con las valoraciones reales sobre el éxito y el fracaso de la organización que las organizaciones hacen. Lo mismo que los centros de enseñanza media, se diga lo que se diga, son medidos a partir de los resultados obtenidos en las pruebas de selectividad -nota media del total de alumnos del grupo presentado, etc-, los partidos políticos miden su éxito solo por el metro de los resultados electorales; unos malos resultados electorales ponen patas arriba una organización y se produce una conmoción colosal, etc. Y eso es «el» indicio de lo que verdaderamente hacen. A él se añade el estudio de su «adn» -o de su arn de replicación- , esto es, su modelo organizativo real, que es el que he descrito, y que, desde luego, admite variantes.

Me permito repetirme: todo modelo organizativo es el resultado de una concepción del ser humano. Una organización que canaliza toda su acción hacia las instituciones asume la concepción humana del liberalismo, según la cual, la mayor parte de la actividad humana no es pública, y política por tanto, sino «vida privada». Su antropología asumida es la individualista antropológica. Toda organización basada en una centralización según la cual una elite dirige, y desconfía de las bases, asume un modelo organizativo fundamentado en la teoría de elites liberal positivista, etc. Luego, las aristocracias dirigentes, las formas de cooptación, etc., varían; pero el modelo es el mismo.

Hasta la fecha, este es el funcionamiento real. No niego que puedan darse cambios; tras haber defendido la historicidad humana, debo atenerme a esta defensa y aceptar la posibilidad de modificación radical de esas organizaciones, la democratización de sus estructuras de poder, la posibilidad de control democrático de las mismas por parte de sus bases, y el cambio real de finalidad, codificado en una nueva forma de organizarse para el trabajo en la vida cotidiana de la sociedad. De no asumir esto, tú me podrías recordar que caigo en la contradicción. Bromas aparte, creo, que sólo un nuevo impulso, muy fuerte y muy sostenido, de la movilización de masas, y la amenaza subsiguiente de perder la relación con ese nuevo sujeto movilizado, junto con la emergencia de otras fuerzas políticas, puede forzar el brazo a los poderes internos de esas instituciones y ayudar a que los políticos que creen sinceramente en la necesidad de la reorientación de la institución para convertirla en un instrumento al servicio de la organización de la sociedad, puedan tener éxito.

Se impone ahora un tercer comentario. 

Cuando quieras.

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