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Breve repaso a algunas extraordinarias conquistas de la democracia israelí

La palabra que empieza por «A»

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por LB

El ex presidente usamericano Jimmy Carter ha sido blanco de continuos ataques por haberse atrevido a utilizar la palabra «apartheid» para describir la política de Israel en Cisjordania. Sin embargo, ninguna de las personas que lo han criticado ha presentado un sólo argumento convincente que justifique la vehemencia de su exaltada respuesta, y mucho menos aún que refute la afirmación central de Carter de que Israel concede derechos a residentes judíos que se instalan ilegalmente en territorio palestino mientras que deniega esos mismos derechos a los palestinos nativos. Nada de extraño tiene [que tales críticos no presenten ningún argumento convincente contra las declaraciones de Carter], habida cuenta de que su empeño significa desafiar a la propia realidad. Israel mantiene en Cisjordania dos redes separadas de carreteras: una para uso exclusivo de los colonos judíos y otra para los nativos palestinos. ¿No es eso apartheid?

Los israelíes no permiten a los palestinos conducir sus propios automóviles en gran parte de Cisjordania; a menudo los israelíes interrumpen o paralizan completamente el transporte público palestino mediante una tupida red de controles militares que los colonos judíos atraviesan tranquilamente en sus propios automóviles sin ni siquiera tener que detenerse en las barreras que bloquean el tránsito de los nativos. ¿No es eso apartheid?

Un sistema de cierres y toques de queda ha asfixiado la economía palestina en Cisjordania, pero ninguna de sus disposiciones se aplica a las colonias judías. ¿No es eso apartheid?

Enclaves enteros de Cisjordania, clasificados por el ejército israelí como «áreas militares cerradas», permanecen cerrados para los palestinos, incluyendo a los palestinos que poseen tierras en ellos; por contra, todos aquellos extranjeros susceptibles de acogerse a la Ley israelí de Retorno (es decir, cualquier judío originario de cualquier parte del mundo), puede entrar en dichas áreas sin restricciones. ¿No es eso apartheid?

Israel aplica dos conjuntos de normas y regulaciones en Cisjordania: uno para judíos y otro para no judíos. Lo único que se puede reprochar al uso de la palabra «apartheid» para describir semejante repugnante sistema es que la versión sudafricana de la discriminación institucionalizada nunca llegó a ser tan elaborada como su equivalente israelí, ni se benefició jamás de un coro de simpatizantes tan vehemente en el seno de usamericanos por lo demás liberales.

Sin embargo, el error más aparatoso del libro de Carter es su insistencia en que el término «apartheid» no debe aplicarse a Israel propiamente dicho, pues allí, afirma el ex presidente, ciudadanos judíos y no judíos reciben el mismo trato ante la ley. Eso es simplemente falso. La ley israelí admite diferencias en los privilegios concedidos dentro del Estado a ciudadanos judíos y no judíos en cuestiones tales como el acceso a la tierra, la reunificación familiar y la adquisición de la ciudadanía. Así, por ejemplo, la ley israelí de ciudadanía prohíbe que los ciudadanos palestinos de Israel casados con palestinos de los territorios ocupados puedan vivir juntos en Israel. Una ley similar, aprobada en Sudáfrica durante el período de apogeo del apartheid, fue revocada por la Corte Suprema sudafricana por violar los derechos de la familia. La Corte Suprema israelí ha dado su visto bueno a esa ley justo este año.

Israel se proclama abiertamente como el Estado del pueblo judío y no como el Estado de los ciudadanos que viven en su seno (una quinta parte de los cuales son árabes palestinos). De hecho, a la hora de registrar a los ciudadanos, el Ministerio del Interior israelí les asigna un completo surtido de nacionalidades diferentes de la «israelí». En el registro oficial, la línea donde se consigna la nacionalidad de un ciudadano judío reza: «Judío». En el caso de un ciudadano palestino, la misma línea dice: «Árabe». Cuando contra esta flagrante desigualdad se planteó una protesta que acabó llegando hasta la Corte Suprema israelí, el juez decretó su legalidad esgrimiendo el argumento de que «No existe una nación israelí separada del pueblo judío». Evidentemente, semejante proclama deja a los ciudadanos no judíos de Israel en una situación un tanto ambigua, como mínimo. No es de extrañar, por consiguiente, que una sólida mayoría de judíos israelíes considere a sus conciudadanos árabes como -por decirlo en sus propios términos- «una amenaza demográfica», que muchos -incluido el vice-primer ministro- desearían ver erradicada por completo. ¿Qué es eso, sino racismo? Muchas de las mismas personas e instituciones que con tanto ardor se dedican a atacar al presidente Jimmy Carter no tolerarían ni por un instante que una injusticia tan escandalosa como ésa tuviera lugar en USA. ¿Por qué condonan el racismo descarnado que practica Israel? ¿Por qué arremeten contra nuestro ex presidente por haber expresado en conciencia su opinión acerca de semejante sistema de segregación étnica?

Tal vez el motivo sea que ellos mismos son conscientes de que están defendiendo lo indefendible, demasiado conscientes de que el emperador cuyas vergüenzas tratan de tapar está realmente desnudo. Hay un límite más allá del cual una operación de camuflaje así ya no puede continuar. Y la principal lección dell libro de Carter (1) es que por fin hemos llegado a ese punto límite.

NOTAS:

(1) Su título en inglés es: «Palestine: Peace Not Apartheid»

Texto original: http://www.counterpunch.org/makdisi12202006.html

Saree Makdisi, profesor de inglés en la UCLA, es autor de Romantic Imperialism: Universal Empire and the Culture of Modernity (Cambridge University Press, 1998) y de William Blake and the Impossible History of the 1790s (University of Chicago Press, 2003). Puede ser contactado en: [email protected]