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La palestinización de los sirios

Fuentes: Al Yumhuriya

Afirmar que el destino de los sirios es peor que el de los palestinos o comparar el Estado asadista con el Estado de Israel puede parecer herético. La doctrina nacionalista árabe tradicional no acepta tal comparación, incluso la considera blasfema e irreverente. Para los nacionalistas árabes la lucha contra Israel es una lucha existencial mientras […]

Afirmar que el destino de los sirios es peor que el de los palestinos o comparar el Estado asadista con el Estado de Israel puede parecer herético. La doctrina nacionalista árabe tradicional no acepta tal comparación, incluso la considera blasfema e irreverente. Para los nacionalistas árabes la lucha contra Israel es una lucha existencial mientras que si hubiera una lucha contra el Estado asadista sería una lucha política. Algunos incluso consideran que el Estado asadista encarna los verdaderos principios nacionalistas árabes (unidad árabe, liberación de Palestina, progreso social…). Por lo tanto, oponerse a él sería traicionar la causa y cooperar con el enemigo.

Pero lo cierto es que el pensamiento nacionalista árabe ya no refleja las condiciones de los árabes contemporáneos, sean sirios, palestinos, iraquíes u otros; quizá nunca lo hizo. Este pensamiento adolece de un auténtico vínculo con la vida y la muerte de las personas, sean árabes o no. Ha sido absolutamente incapaz de abrazar los derechos y libertades individuales y colectivos así como las condiciones de vida de cualquier país de la «patria árabe». Se ha centrado en la alta política y en los grandes actores, y ha despreciado la política de base y la lucha popular. Como resultado, concede gran relevancia a un déspota como Sadam Husein pero no a la muerte de cientos de miles de iraquíes; a un matón criminal como Bashar al Asad (y antes a su padre), y no a la vida de millones de sirios. El pensamiento nacionalista árabe considera que las luchas sociales, políticas e intelectuales internas de cualquier país árabe son secundarias aun cuando sus efectos sean el asesinato de cientos de miles de ciudadanos y ciudadanas por parte de sus gobernantes. Al establecer como absolutamente imperativa la lucha contra las fuerzas «externas» desprecia la situación sobre el terreno y su capacidad de influir en beneficio del pueblo árabe.

El dogma del nacionalismo árabe ni siquiera puede enfrentarse al racismo antiárabe porque en su esencia es indiferente a la vida y a la dignidad de los árabes. La vida del ser humano, sus aspiraciones y anhelos, sus frustraciones, su ira, su esperanza, su desesperación, su hambre y su enfermedad, su tortura y su muerte no ocupan la mente de los nacionalistas árabes. Su compromiso está con el territorio, con los Estados, con la geopolítica y la estrategia. En el fondo, su dogma responde a una lógica imperial aunque sin imperio. Asimismo, nuestro dogma árabe desprecia a sus débiles ciudadanos no árabes y se sitúa por encima de ellos (frente a los kurdos en el Oriente árabe, los amazig en el norte de África y los negros no árabes en Sudán). Por lo tanto, la dignidad de los árabes no puede fundamentarse en una ideología que la desprecia. Por el contrario, se debe cimentar en una crítica radical de dicha ideología. Esto se puede lograr mostrando las limitaciones intelectuales, morales y políticas del dogma árabe, y liberando el sólido sentimiento de afinidad árabe de ese marco ideológico muerto.

Traigo a colación esta construcción ideológica porque durante más de dos generaciones ha servido de lente a través de la cual los Estados árabes se han aproximado a la causa palestina. Palestina es «la primera causa árabe», y estamos en constante guerra con Israel por el bien de Palestina. Es por ello que debe aplazarse el debate sobre nuestros desacuerdos internos y también nuestras aspiraciones sociales y políticas por el bien de la firmeza de nuestro país en su lucha esencial contra Israel.

Este discurso es absolutamente falaz. La causa palestina se ha utilizado como herramienta para controlar al pueblo sirio y palestino y para suprimir la acción política tanto en Siria como en la región. Y ello se ha concebido con el fin de asegurar la permanencia en el poder sine die del Estado asadista. Nada tiene que ver con la lucha por la liberación de Palestina o de su pueblo. Este juego no habría sido posible sin un cierto grado de complicidad por parte de los propios sirios, que tenemos conciencia de que Israel es realmente antagónico y agresivo. El pueblo sirio es más radical en su posición contra Israel que sus gobernantes a pesar de su apatía hacia ciertas tácticas políticas puntuales, a pesar de que su radicalidad no signifique estar siempre a favor del enfrentamiento militar contra Israel. Cada vez que los palestinos han sufrido la agresión israelí, todos nos hemos manifestado en apoyo a Palestina independientemente de nuestras diferencias sobre la política palestina o sobre la política de un bando palestino u otro.

 

La enemistad hacia Israel

El origen de nuestra hostilidad hacia Israel es moral y humanista, no religioso ni racial. Sin embargo, algunas figuras religiosas y políticas han sabido explotar esta justificada hostilidad dandole un pátina religiosa y racial. Que la hostilidad sea central no significa que su objetivo sea hacer frente a la agresividad de Israel. Más bien sirve para situar a los gobernados en una posición de inferioridad y para dar la impresión de que necesitan protección y custodia y, por consiguiente, privarles de poder y silenciarlos. Los palestinos también están entre los gobernados. El régimen necesita utilizar Palestina como una causa disciplinaria para controlar a la población, pero ¿qué beneficios proporcionaría esto a los palestinos?

Si nos basamos exclusivamente en las ideologías nacionalistas árabes como fuente de información y análisis sobre nuestra región lo que habrá que explicar es la ausencia de guerra con este «enemigo nacional», más que la existencia de una guerra. Para diluir esta cuestión, la ideología nacionalista árabe ha generado dos sub-ideologías: la primera es la pretensión de resistencia a la «normalización» (tatbi‘) con Israel, y la segunda es el «rechazo» (mumana’a, una variante próximo oriental de farsa antiimperialista). En lo que atañe a la primera ideología, la «normalización» no es una decisión que dependa de nosotros en tanto que sirios, palestinos o árabes, porque no estamos en condiciones ni de naturalizar ni de desnaturalizar la existencia de Israel. Es Israel el que no quiere naturalizarse en la región. Israel se sigue armando porque es consciente de que su arrogancia y su rechazo intrínseco a la igualdad lo hacen inaceptable para los pueblos de la región. Es Israel el que no quiere ser un vecino natural aceptable.

La segunda, el «rechazo», es una mezcla de elementos. Implica una posición negativa hacia el mundo entero, no sólo contra Israel y Occidente. Implica también un orden interno patriarcal que excluye de la política a toda la población. La ideología del «rechazo» se centra en el poder, no en la sociedad o en las necesidades de la población, dando así prioridad a la supuesta lucha nacional y no a las verdaderas luchas sociales. Por eso mismo, es una fuente ideológica de despotismo.

La ideología nacionalista árabe se engaña a sí misma y engaña a los demás. Lo opuesto a la anti-normalización no es llamar a normalizar las relaciones con Israel. Lo opuesto al «rechazo» no es la indiferencia ante las cuestiones relacionadas con los derechos y la justicia: la antítesis de ambos («normalización» y «rechazo») es la lucha por la justicia y la igualdad en nuestros países, en Palestina y en cualquier parte del mundo. Y es también la lucha contra el sionismo porque el sionismo es fuente de discriminación, dominación y racismo en Palestina, en la región y en el mundo. Algunos de los que se oponen al régimen asadista cometen un grave error cuando pasan de una justificada oposición a la falsa ideología de la «normalización», que es de hecho la aceptación absoluta de la normalización: ¡ni que Israel estuviera deseando abrazarnos! Lo cierto es que esos sirios se reducen a insignificantes instrumentos de una lucha realmente larga y se engañan a sí mismos moralmente.

Esta despreciable y vergonzosa actitud es el desarrollo natural de una ideología nacionalista árabe centrada en los Estados, en sus contiendas y hostilidades, en sus entendimientos y relaciones. Su mundo está totalmente separado de la gente y de sus relaciones, luchas, acciones, iniciativas y prácticas. Cuando su mundo se derrumba, esta ideología no desciende a la esfera de la gente. No, se reconcilia con el enemigo y se mantiene allá arriba, en el mundo de los Estados y de las élites. O puede tomar otra trayectoria: muchos de los partidarios de Asad invocan otra ideología manida: «Siria primero» o «Siria por encima de todo», por la que llaman a centrarse sólo en Siria y dejar Palestina para los palestinos. Son esos que llegan a decir «Palestina sólo nos ha traído problemas».

Es una estupidez. Aunque nos olvidáramos de los Altos del Golán y abandonásemos a Palestina, Israel no nos dejaría en paz. Igual que ha despojado a los palestinos de su identidad y de sus derechos políticos, Israel es el modelo y el soporte para despojarnos a todos y a todas de la política y de nuestros derechos. Israel sintetiza las relaciones racistas que las autoridades de nuestros países, desde su posición privilegiada, han establecido contra sus súbditos. Una de esas autoridades es la monarquía asadista. Palestina es demasiado importante como para dejarla en manos de nacionalistas e islamistas, que por su propia naturaleza son, a su modo, geopolíticos, geo-estratégicos e imperialistas. No están orientados ni a la sociedad ni al humanismo. Palestina es nuclear para la lucha de liberación y al mismo tiempo es una medida del progreso de la lucha en el plano moral, intelectual y político.

Llamar a la normalización con Israel no supone, por lo tanto, alejarse de la ideología nacionalista. Por el contrario, es un indicador que muestra hasta qué punto esta ideología ocupa las mentes y cómo nuestra imaginación también está ocupada por los Estados, las élites y los privilegiados. Kamal al Labwani, disidente contrario a al Asad que visitó Israel para recabar el apoyo israelí contra el régimen, no es diferente de Bashar al-Asad y sus compinches; no es más que la otra cara de una moneda barata.

Estos dos clones habituales de la ideología nacionalista árabe, «rechazo» y «normalización», han ardido hasta las cenizas en el curso de la revolución siria. Ha surgido una enorme contradicción entre lo que implica la identidad nacionalista árabe (que reduce las aspiraciones políticas y sociales locales a la lucha «existencial» contra Israel) y la existencia real de la gente -siria, palestina, libanesa, iraquí y otras. La existencia de la gente está amenazada por el «politicidio» y por un genocidio real si se atreve a oponerse a sus gobernantes. A lo largo de seis años de revolución, medio millón de sirios han sido asesinados, 7.600 de los cuales lo fueron bajo tortura sólo entre el comienzo de la revolución en marzo de 2011 y agosto de 2013. Esto significa un promedio de nueve personas torturadas hasta la muerte cada día. Quisiera mencionar especialmente a Samira al Sahili, palestina y madre de cuatro hijos, del campamento de refugiados de Yarmuk que fue torturada hasta la muerte en noviembre de 2014. Antes de su detención, Samira se dedicaba a obtener alimentos para la población del campamento. Sucedió mucho antes del terrible informe de Amnistía Internacional de febrero de 2017, que estimaba que 13.000 personas habían sido ahorcadas en ese horrible lugar entre septiembre de 2011 y finales de 2015.

El Estado asadista ha cometido innumerables masacres de las que hasta Ariel Sharon sentiría envidia si las presenciara. La más infame, el ataque químico que se cobró la vida de 1.466 personas de Ghuta oriental el 21 de agosto de 2013. Algunas masacres han tenido un carácter puramente sectario (al Hula, al Qubeir, Banias, Karm az-Zaitun), lo que no sólo implica haber asesinado a centenares de sirios y sirias sino también acabar con el tejido nacional sirio, pues han fomentado trágicamente el odio y la confrontación entre los sirios. Con ello han allanado el camino para acabar también con el futuro.

La Nakba siria, la Nakba palestina

Más de 11 millones de sirios han sido desplazados de sus hogares; 6 millones en el interior de Siria y al menos 5 millones en países vecinos y lejanos. Tres mil personas han perdido la vida en las aguas del Mediterráneo solo en 2015.

Es la Nakba siria. ¿No nos recuerda a la Nakba palestina?

Tras 72 meses de revolución, de guerra civil y de guerra regional más amplia, y después de casi 47 años de gobierno dinástico, el régimen nunca ha mostrado voluntad de negociar un compromiso político que de lugar a un mínimo cambio en la estructura política contra la cual los sirios se rebelaron en 2011. El rechazo a una verdadera negociación, ¿no es una acción muy propia de Israel?

El régimen ha ganado inmunidad gracias a los vetos rusos (en ocho ocasiones) y chinos (en seis). Rusia ha mantenido su apoyo militar constante al régimen. Si substituimos a Rusia y a China por Estados Unidos, ¿no recuerda a lo que ocurre con Israel?

Durante estos 72 meses, el régimen ha utilizado su fuerza aérea. Sus helicópteros han lanzado bombas de cañón sobre la población. Ha utilizado aviones de guerra contra zonas pobladas. ¿Esas acciones no se parecen ni superan a las acciones de Israel?

El excepcionalismo israelí y la negativa a respetar el derecho internacional ofrecen una base legal a al Asad, que también está incumpliendo la legalidad. Israel aniquila a sus enemigos -los palestinos- política y físicamente cuando quiere. El Estado asadista ha seguido su ejemplo solo que de modo más salvaje, asesinando a más personas y destruyendo más edificios.

Israel ha despojado a los palestinos de la propiedad de sus tierras. El Estado asadista ha hecho lo mismo con los sirios y ha convertido a una familia de asesinos en propietarios de Siria, a la que llaman «la Siria de Asad».

Por último, vale la pena mencionar que el fundador de la dinastía asadista, Hafez al Asad, que fue ministro de Defensa durante la humillante derrota del 5 de junio de 1967, prefirió despojar a los sirios (y a los palestinos) de su dignidad y se atribuyó descaradamente el título de «héroe y orgullo de la nación». Al hacerlo destruyó la noción misma de dignidad. Y materializó la humillación de los sirios y los palestinos cuando otorgó el gobierno de la república a su descendencia. Los sirios y los sirio-palestinos han pagado un alto precio por el ascenso de esta dinastía feroz que incluso desencadenó otra guerra contra ellos (la de 1979 – 1982, en la que decenas de miles de sirios fueron asesinados). Gobernantes de esta calaña no dudarán en lanzar más guerras contra sus súbditos. Se trata de una guerra permanente que a veces retrocede y otras se recrudece pero que no acabará mientras haya en el poder un asadista.

En resumen, ahora tenemos dos Palestinas y dos Israel. Los dos pueblos palestinizados se hallan despojados en su enfrentamiento con los dos Israel. Si bien es perverso envidiar en nada a los palestinos de Palestina, los sirios les envidian que la izquierda internacional respalde la justicia de su causa mientras sigue sin apoyar la causa siria. El resultado de estos últimos 47 años no ha sido otro que la palestinización de los sirios. A causa de esta experiencia, la identificación con los palestinos se ha transformado, y ha pasado de ser una solidaridad identitaria meramente árabe que operaba plenamente al servicio de la oligarquía asadista, a una solidaridad más humana y emancipadora. Ambos pueblos se identifican ahora porque comparten una opresión, un derramamiento de sangre y un conflicto similares.

Sin embargo, esta solidaridad no se genera de manera automática. La identificación representa la acción y el empoderamiento que requieren el trabajo intelectual y político. Israel es el primer mundo a expensas de Palestina, de Siria y del Oriente árabe en general; es el pilar del primer mundo occidental en nuestra región. El régimen de la junta asadista es el «primer mundo interno» dentro de Siria. La relación estructural simétrica entre los representantes del primer mundo -Israel, Occidente o el Estado asadista- es mucho más firme de lo que parece. El Estado asadista, racista y supremacista, que se expresa ahora en el asesinato de los sirios de a pie, en la destrucción de su sociedad y en el desplazamiento de sus hogares, no forma parte de un mundo ajeno al del racista Israel. A este último le es imposible aceptar la igualdad con los palestinos y los árabes, y puede que que no aceptase al Estado asadista como a un igual, pero son socios que actúan contra dos naciones tercermundistas.

Luchar contra estos dos primeros mundos y formular métodos teóricos, políticos y simbólicos para esa lucha, constituye la base para la relación entre los sirios y los palestinos en una unidad de posición, de lucha y de objetivos.

Fuente: http://aljumhuriya.net/en/critical-thought/the-palestinization-of-syrians