Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El Washington Institute for Near East Policy publicó el pasado mes un análisis sobre tres simulacros recientemente dirigidos por una serie de expertos en la Universidad de Harvard, en la Universidad de Tel Aviv y en la Institución Brookings. Los simulacros exploraban diferentes escenarios interesándose por cómo podría evolucionar la crisis iraní, y uno de los resultados comunes fue el de la creciente tensión entre Estados Unidos e Israel y el fracaso de la política de sanciones a la hora de detener el desarrollo nuclear de Irán. «El juego sugiere», señala el análisis, «que es probable una eventual crisis entre EEUU e Israel».
Incluso sin Irán, las tensiones entre los dos aliados han venido intensificándose durante el pasado año. En lo que a la cuestión iraní se refiere, la disputa de las pasadas dos semanas parece confirmar aún más las predicciones. Además, es probable que estemos justo al principio, o en un ensayo general, de una crisis mayor en las relaciones.
Si observamos la conducta israelí durante y después de la infortunada visita del Vicepresidente estadounidense, encontraremos elementos de presión sobre la administración del Presidente Barack Obama y de preparación -que dejan incluso escapar algo de vapor- de una mayor confrontación.
En un momento en el que Obama necesita todo el apoyo del Congreso, hasta del último representante de la Cámara, para su fundamental proyecto de ley sanitaria, y con unas amenazantes elecciones al Congreso en noviembre, no puede permitirse un enfrentamiento prolongado con Israel. Por otra parte, los asentamientos sobre la Línea Verde han sido durante décadas un contencioso entre Israel y EEUU, y el conflicto por esa cuestión se ha ido fraguando desde que Obama y el Primer Ministro israelí Netanyahu accedieron al poder.
En cualquier confrontación entre las dos administraciones, esta cuestión ocupa siempre el centro de la atención. La comunidad internacional no reconoce la ocupación y anexión por Israel de Jerusalén Oriental, y el Derecho Internacional considera ilegales los asentamientos establecidos sobre un territorio ocupado. Si los israelíes han olido una crisis en un futuro próximo, podrían estar intentando aventarla anticipadamente en un momento en el que la administración estadounidense no tiene clavo alguno, ardiendo o no, donde agarrarse y menos aún para ponerse a pensar en crearse problemas.
Tanto el contenido como el momento del anuncio de los planes para construir otras 1.600 viviendas judías más allá de la Línea Verde en Jerusalén Oriental -las dos cosas que Biden condenó- proporcionan a los israelíes importantes ventajas estratégicas en el enfrentamiento resultante.
De todos los territorios disputados, Jerusalén Oriental es donde Netanyahu cuenta con el apoyo interno más firme. Obama descubrió esto el pasado año cuando se vio forzado a echarse atrás en su demanda para que se pararan las construcciones más allá de la Línea Verde. Una vez más, los israelíes se congregaron detrás de su primer ministro. Una reciente encuesta muestra que el 62% de los israelíes apoya que se continúe construyendo en Jerusalén (frente al 26% que se opone). Los derechistas, incluido el cuñado de Netanyahu, acusaron al presidente estadounidense de antisemitismo e hipocresía, y afirmaron que la denuncia de Israel por parte de EEUU apoyaba el terrorismo y hería los esfuerzos por la paz. Algunos incluso acuñaron el término «la Intifada de Obama» para referirse a los recientes disturbios palestinos.
Por otra parte, los mismos palestinos proporcionaron una excusa casi perfecta para poder definir como desproporcionada cualquier reacción firme por parte de los estadounidenses: en el mismo día en que se hizo el anuncio, funcionarios de alto rango del partido Fatah del Presidente palestino Mahmud Abbas celebraron una ceremonia en Ramala en honor de una mujer terrorista que mató a 37 israelíes en 1978. Los partidarios estadounidenses de Netanyahu no desaprovecharon esa baza, ni tampoco el hecho de que Obama decidiera intensificar la pelea con Israel después de que el gobierno israelí pidiera excusas con prontitud por su propia conducta mientras la Autoridad Palestina permanecía silenciosa.
«Las contradictorias respuestas de la administración Obama no son algo accidental», afirmó el azote de la minoría de la Cámara Eric Cantor (republicano por Virginia). «Revelan la forma perversa en al que la Casa Blanca intenta servir de ‘mediador honesto’ en el conflicto de Oriente Medio». Las presiones del Congreso sobre Obama aumentaron precisamente en el crucial momento en que trataba de abrirse dificultosamente camino paso conseguir que se aprobara la ley más importante de su carrera: la reforma sanitaria, lo que logró el pasado domingo.
«Reconocemos que, a pesar de la extraordinaria proximidad entre nuestro país e Israel, en algunas cuestiones puede haber grandes y pequeñas diferencias grandes», se lee en una bipartidista carta dirigida a Obama por demócratas y republicanos de la Cámara alta. «Pensamos que es mejor resolver esas diferencias con calma, sinceridad y confianza, como leales y duraderos aliados estratégicos que somos». Es un poco asombroso, pues, que sólo unos pocos días después de que la Secretaria de Estado le hubiera leído la cartilla a Netanyahu por teléfono durante cuarenta y tres minutos, la administración cambiara de tono. «Hay estrechos e inquebrantables vínculos entre Estados Unidos e Israel», anunció la misma Clinton la pasada semana.
Hay que señalar que probablemente Obama se siente reacio a quemar las naves con Israel debido también al abrumador apoyo del pueblo estadounidense a ese país y ante la perspectiva de las elecciones legislativas de noviembre. «El tono estridente de la administración Obama hacia Israel refleja su debilidad política interna así como sus problemas estratégicos», escribe David Golman para Asia Times Online en ‘Obama in more trouble than Netanyahu over Iran’. Según una encuesta realizada el 7 de marzo por The Israel Proyect, los estadounidenses se decantan por Israel en contra de los palestinos por un margen del 57% al 7%, el resto se manifiesta neutral».
Y un último elemento, aunque no por ello de menor importancia: El momento en el que se produce la pelea, justo antes de la conferencia anual del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC), tiene una gran carga simbólica. Hace dos años, en la misma conferencia, Obama anunció: «Jerusalén seguirá siendo la capital de Israel y debe permanecer indivisa». El bochorno a que se enfrenta la administración justo ahora se ha convertido en gran medida en el chisme político del día e hizo que la revista Foreign Policy lanzara una respuesta sobre el tema: «A Best Defense contest: What should Hillary tell AIPAC? And will she?» (Véase también «Clinton pushes to confront ‘status quo'», Asia Times Online, 23 de marzo).
Netanyahu no se ha anotado una clara victoria en el enfrentamiento. También tenía mucho que perder: sobre todo en términos de armamento y apoyo diplomático. La rápida condena internacional (incluidas las de la Unión Europea y las Naciones Unidas) tras el anuncio de la construcción de las viviendas añadió mucha presión en su contra y hay informaciones que insisten en que se vio obligado a dar marcha atrás sustancialmente en compromisos hechos en privado ante la administración estadounidense (sin embargo, al menos oficialmente, ha continuado insistiendo en su derecho a construir en Jerusalén Oriental).
En una entrevista con la BBC el pasado viernes, la misma Clinton afirmaba que la decisión de intensificar el tono con Israel estaba «dando sus frutos» (lo que no está aún muy claro). Aún así, esta vez Netanyahu logró fortalecer la posición de sus partidarios a ambos lados del Atlántico y crear una narrativa que le representa como la víctima imperfecta, aunque inocente, del odio de la administración Obama hacia Israel y/o de su ineptitud en política exterior.
Este logro marca lo que parece ser el comienzo de una fuerte campaña de relaciones públicas diseñada para ayudar a su gobierno a sobrevivir ante la importante grieta abierta con su aliado internacional más importante: una crisis similar a las que han derrocado a anteriores gobiernos (por ejemplo, el de Yitzhak Shamir). Esa consecuencia parece ser mucho menos probable ahora. «Los partidarios de Israel deben alegrarse de que Biden y Clinton hayan surgido del armario del odio de Obama hacia Israel», se lee en un reciente artículo de opinión de Moshe Dann en el diario israelí de mayor difusión, el Yediot Ahronot.
«Sin embargo, su feroz ataque, tan letal como parecía al principio, hizo muy poco o ningún daño. Despeja el camino para una vigorosa respuesta israelí, que marcará el rumbo de la política de Israel y las directrices de las futuras discusiones». Miembros influyentes del partido Likud de Netanyahu también apoyaron firmemente una postura más dura sobre Jerusalén. «Primer Ministro, dile a Obama y a Clinton: ‘El próximo año, en Jerusalén'», le instó el portavoz de la Knesset, Reuven Rivlin, en una convención del Likud del domingo por la noche.
No está en absoluto claro que vaya a estallar la guerra contra Irán -aunque eso no es óbice para que haya una crisis en las relaciones entre Estados Unidos e Israel-, pero cada vez hay más claras señales de que la causa de la anticipada crisis pueda ser un estallido militar contra Irán y/o sus aliados. «Netanyahu pide armas a Obama para atacar Irán», se afirmaba en un informe reciente del Sunday Times, que citaba el diario israelí Haaretz. Otras informaciones revelan que EEUU están en estos momentos enviando 387 bombas anti-bunker a una base situada en la isla de Diego García, desde donde podrían utilizarse contra Irán.
Una intervención estadounidense, aunque sea a regañadientes, sería probablemente necesaria una vez se efectúe el ataque israelí. O, según dicen los rumores, puede que las bombas anti-bunker formen parte de un envío a Israel que Obama no está muy dispuesto a aceptar. En cualquier caso, los presagios tampoco son nada tranquilizadores para Irán.
Irán y sus aliados también afilaron la retórica: «No pueden hablar de paz y amistad mientras conspiran para atacar a Irán», declaró el domingo el Líder Supremo de la República Islámica, el Ayatolá Ali Jamenei.
En cuanto al Líbano, también parece que hay algo en marcha. Hace una semana, el dirigente druso y ex campeón anti-sirio Walid Jumblatt hizo públicas unas conmovedoras disculpas ante el Presidente sirio Bashar al-Asad, y ofreció «perdonar y olvidar» el asesinato de su padre hace décadas. Tanto Hizbolá como el gobierno libanés han intensificado la persecución de espías israelíes (el sábado, otras cuatro personas fueron acusadas de espiar para Israel), y los ciudadanos libaneses normales y corrientes se quejan de hostigamiento incluso cuando leen los medios israelíes en Internet.
Mientras tanto, también el frente israelo-palestino se va calentando, con cuatro palestinos asesinados en los violentos enfrentamientos del fin de semana en Cisjordania y numerosos incidentes en el frente de Gaza. Numerosos análisis advierten de un posible estallido en Gaza o incluso de una Intifada en toda regla en Cisjordania.
El futuro es bastante incierto, pero es muy probable que se incrementen las tensiones entre EEUU e Israel. El asunto Biden, que muchos analistas consideran exagerado con razón, parece ser una primera fase de una futura crisis más profunda. Mientras tanto, el gobierno de Netanyahu está adoptando medidas para asegurar su supervivencia y disminuir tanto como sea posible los efectos diplomáticos e internos de la disputa. Si consigue hacer que Obama aparezca como alguien irracional e injusto, y el Primer Ministro israelí como un mártir, se habrá anotado una gran victoria.
Victor Korsev es un periodista independiente y analista político con gran experiencia en los asuntos de Oriente Medio.
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/