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La peste según Albert Camus

Fuentes: Rebelión

La literatura de la sencillez es esa que nos brinda, desde la palabra en clave de vida, la posibilidad de imaginar una realidad personal o colectiva (en lo primero descubrimos lo segundo). Esto ocurre cuando la justa composición de las palabras está al servicio de una historia. Y de la vida. El escritor francés Albert […]

La literatura de la sencillez es esa que nos brinda, desde la palabra en clave de vida, la posibilidad de imaginar una realidad personal o colectiva (en lo primero descubrimos lo segundo). Esto ocurre cuando la justa composición de las palabras está al servicio de una historia. Y de la vida.

El escritor francés Albert Camus (1913-1960) logró el difícil arte de escribir grandes historias sin complicaciones discursivas. Conexión similar que, en su tiempo, alcanzó uno de sus maestros: Franz Kafka. Por estos días, con la campaña mediática en torno a la mal llamada «gripe porcina», me da placer leer (y de nuevo descubrir) La peste, la inmortal novela que Camus publicó en 1947.

De La peste se han realizado múltiples interpretaciones. Me gusta ver la que asoma ese «algo absurdo» que a modo de «trampa del destino» nos surge (o lo inventamos) cada cierto tiempo en la historia. Y al final, cuando pasa el tiempo, nada cambia en nosotros. Por ello, años más tarde, retorna ese «algo absurdo», quizá asumiendo una nueva (o vieja) forma. Y así lo sentencia el premio Noble en el final de su novela: «puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa».

Los seres humanos andamos transitando una historia circular (creyéndonos ciudadanos de «esa ciudad dichosa»). Unas veces pensamos (el esquema del pensamiento circular) que el problema (o la bendición) es el dinero; otras señalamos al inmigrante (sobre todo en Europa y Estados Unidos); o aseguramos que la violencia humana nace con la televisión. Con igual obsesión la fe ha sido dirigida hacia soluciones mágicas como las que hoy entregamos a las nuevas tecnologías (ayer a las religiones). Albert Camus dibuja magistralmente esa ceguera humana que nos hace ver respuestas (o muros) en cualquier espacio externo a nuestra responsabilidad. Y vivimos (en círculo) buscando la culpa en el otro. ¿Quién será el siguiente miserable que tiña de angustia nuestros días?

Hay en La peste una discreta invitación a valorar la vida humana por su propio mérito (el liviano y trascendental peso de la existencia), más allá de los dogmas políticos o religiosos. Camus me hace pensar que al final de todas las pestes (crisis financiera, cerdos voladores y fantasmas disfrazados de dioses) siempre latirá una pregunta dentro de cada existencia.