Si aplicamos la lupa a lo que está sucediendo en Siria, o trazamos una línea entre buenos y malos al estilo de un guión de Hollywood, será difícil que entendamos lo que está sucediendo realmente. Y sobre todo, por qué ahora parece haberse reactivado el conflicto, justo a tiempo para descarrilar el plan de paz […]
Si aplicamos la lupa a lo que está sucediendo en Siria, o trazamos una línea entre buenos y malos al estilo de un guión de Hollywood, será difícil que entendamos lo que está sucediendo realmente. Y sobre todo, por qué ahora parece haberse reactivado el conflicto, justo a tiempo para descarrilar el plan de paz de Kofi Annan.
La precisión en los términos es importante: en Siria está teniendo lugar una guerra civil. El hecho de que un bando esté mejor armado que el otro, no afecta a esa definición, ni siquiera aunque las tornas puedan cambiar con cierta rapidez. De otra parte, la guerra civil siria es un conflicto ya plenamente internacionalizado. No es nada nuevo que el régimen de Bashar al Assad recibe armas rusas y apoyo militar de Irán. Tampoco lo es que el otro bando, el multifacético de la oposición, se beneficia de armas, instrucción, información clasificada y apoyos diversos procedentes, como mínimo, de Arabia Saudí, Qatar, Turquía, el nuevo régimen libio y algunos países europeos. En definitiva, la OTAN y sus aliados árabes están escribiendo una nueva versión, corregida y ampliada, de su actuación en Libia, el año pasado. Y debemos tener claro que la OTAN está presente, dado que países como Turquía o Francia son miembros activos y muy importantes de la organización atlántica, y no pueden hacer lo que les parezca en Siria sin el aval de Bruselas; o, al menos, sin informar al resto de los socios. Por si faltara algo, hay pruebas más que sobradas de que voluntarios yihadistas, sean de la nueva Al Qaeda o de organizaciones similares, también están actuando en Siria.
Por supuesto que el conflicto sirio posee un componente sectario entre minorías y mayorías étnico-religiosas que se apuntan a uno u otro de los bandos principales, pero también se ponen la zancadilla entre ellas. Todo eso puede resultar explosivo, como hemos visto en Hula. Sin embargo, desde hace bastante más de un siglo, sabemos que esos enfrentamientos no surgen de la nada, no estallan como tracas si alguien no anda por ahí con cerillas. Para prueba, el contagio que está prendiendo en Líbano.
La internacionalización hace que el conflicto sirio sea muy difícil de controlar, porque se reactiva o apacigua en función del juego principal, cuyo epicentro no está en ese país.
La cuestión central son las relaciones con Irán y cómo va quedar el escenario de Asia Central tras la retirada de las fuerzas americanas y de la OTAN de Afganistán, el año próximo. A su vez todo ello tiene que ver, de forma muy directa, con la deriva de las relaciones entre Rusia, los Estados Unidos y la Unión Europea.
De momento, los tambores de guerra que sonaban de forma insistente, se han acallado. No se habla de un inminente ataque contra Irán, que el actual gobierno israelí deseaba impulsar a cualquier precio hace menos de cuatro meses. Es más, podría llegarse a un acuerdo en torno al programa nuclear iraní. Si las relaciones americano-iraníes evolucionaran satisfactoriamente, israelíes y saudíes se sentirían abandonados y exigirían a Washington alguna garantía frente a Irán. Es más que posible que esa negociación haya tenido lugar, y el régimen de Bashar al Assad haya sido la prenda acordada. Un cambio en Siria, en sentido pro-occidental, supondría un golpe muy duro para Hezbollah, para la influencia iraní en la zona y, teóricamente, un alivio para Israel que, además, anularía a un vecino hostil muy peligroso en sus fronteras.
Pero hay que contar también con los rusos. Un Irán alejado de Siria y Líbano se volcaría más hacia Asia Central, esto es, hacia los países del área persáfona y, entre ellos, Afganistán. En principio y si las cosas se hacen mal, la salida de ese país podría verse como la primera derrota militar de la OTAN. Pero los americanos desean dejar detrás un país mínimamente estabilizado y controlado, aunque sea indirectamente. Y para ello cuentan con la colaboración de rusos y chinos. Es una estrategia correcta, pero para que funcione hay que negociar con Moscú toda la disposición de fuerzas e influencias en Asia Central. Las cosas no iban tan mal, porque la Guerra Fría está muerta y enterrada, y americanos y rusos están dispuestos a hacer lucrativos negocios juntos, a pesar de que, disputando en teatrillos colaterales, mantengan la cara ante sus respectivos protegidos.
El problema está en que los negocios y negociaciones ruso-americanas abarcan contextos muy amplios, y resulta difícil cuadrar todos los círculos; sobre todo si segundos y terceros actores meten presión en el pudridero sirio. Allí, sacar de en medio a Bashar al Assad sólo es una parte del problema. La otra es construir el régimen que debería restañar heridas y reunificar al país, el día después. De ahí que, aun contando con el plácet ruso -que parece difícil obtener-, una intervención militar occidental no sería, ni de lejos, la solución al tremendo lío que se ha ido organizando en ese país árabe. Lo más probable es que se haya dado paso a un conflicto cronificado, una versión ampliada y corregida de la guerra civil libanesa de los años ochenta. Y eso el algo que no va a beneficiar a nadie, ni siquiera a israelíes ni saudíes.
Fuente original: http://eurasianhub.com/2012/06/10/la-pieza-siria/