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Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre "Praxis política y estado republicano. Crítica del republicanismo liberal" (VI)

«La política comienza cuando se utiliza la ciencia dentro de una argumentación, que ya no es científica»

Fuentes: Rebelión

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano. *** Nos adentramos en el primer apartado de la primera parte de tu libro: «Dos concepciones políticas opuestas. La política como ciencia […]

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.

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Nos adentramos en el primer apartado de la primera parte de tu libro: «Dos concepciones políticas opuestas. La política como ciencia o la política como praxis». Déjame señalarte algunas dudas e incluso algunas sorpresas. Lo abres con una dedicatoria: «Dedicado a los amigos comunistas galegos de Vigo, ex militantes de Nos-UP, que lucharon ardorosamente y que han decidido abandonar la militancia partidaria. Como muestra de respeto y para participar constructivamente en su reflexión». ¿Por qué crees que tantos colectivos abandonaron la militancia partidaria años atrás? ¿Estamos en un momento diferente?

Creo que estamos nuevamente ante el agotamiento, una vez más, de la teoría de elites como forma de hacer política. Una concepción de la política que se basa en creer que el procedimiento consiste en que una minoría se considere capacitada para evaluar una situación, establecer cuales son los puntos débiles de la sociedad organizada por el rival, elaborar una estrategia y decidir que ese va a ser un proceso que arrastre a la gente, porque sí, y debido a que los distintos pasos intelectuales señalados se basan en la posesión de un saber teorético, científico, y o técnico científico, tecnológico, de intervención que hace fundamentalmente acertado el camino pronosticado y fundamentalmente estable el análisis hecho, fundamentalmente correcto el fin propuesto ex ante. Las militancias lanzadas a la política con esa concepción, tras años de pegar carteles, hacer puerta a puerta, cotizar, hacer guardias y turnos en barras de bar, etc., después de haber sido apremiados una y otra vez, y puestos en alerta máxima ante «la lucha final», semana tras semana, perciben la inutilidad a pesar de la inmutabilidad de los que mandan. Cuando se moviliza la gente, ésta no pasa por la puerta de su casa.

 

Existen dos formas de concebir la política dentro de la izquierda, afirmas, que son por entero opuestas. ¿Ningún punto de contacto, nada que ver, ningún puente entre ellas? ¿O A o no-A? ¿No sería eso muy poco dialéctico?

La pregunta que me haces exige una elucidación del término Dialéctica. Está el uso platónico de la misma sobre el que no soy competente. Pero este no es el que hace Marx, o Hegel. En ellos, Dialéctica no es un término para elucidar la posible síntesis entre enunciados lingüísticos, analíticos, contradictorios. Tampoco creo que eso sea aceptado como posible por el análisis, yo no lo creo posible. La síntesis de enunciados contradictorios daría soluciones lingüísticas del tipo «círculo cuadrado». Dialéctica, en la tradición praxeológica, en Hegel, en Marx, es término que hace referencia a la «ontología del ser», a la realidad social humana. Y se usa, precisamente, no para armonizar realidades contradictorias entre sí, sino para señalar la «contradicción» que se da en una totalidad social humana, y, consecuencia de ella, el proceso, la procesualidad, la dinamicidad que se da en la totalidad social que impele el cambio, la historicidad, el no parar de la historia humana. He querido, adrede, meter esas dos palabras que horripilan al pensamiento analítico lingüístico, en su mayoría, ontología y contradicción de la realidad. Se suele decir que en la sociedad no puede darse la contradicción, sí acontecimientos contrarios entre sí. Como lo son un valle y un monte o una cima. Pero esto muestra cómo se naturaliza la sociedad, la comunidad humana. La respuesta a esa objeción exige hacer una primera pregunta banal…

¿Y qué pregunta banal es esa?

La siguiente. si el neopositivismo, si el análisis, consideran la existencia de enunciados lingüísticos contradictorios entre sí. Nadie lo niega y hasta se puede buscar en google ejemplos sobre este tipo de enunciados. Luego, se trata de preguntar si estamos de acuerdo en que el mundo humano es producto, objetivación generada por la actividad humana, una realidad social no natural. También llegaremos a ponernos de acuerdo con esto… o no, pero ya entonces, el que lo rechace mostrará estar naturalizando el mundo humano de una u otra forma. Si estamos de acuerdo en que el mundo social humano es objetivación humana, se trata de preguntar si esa objetivación es, o no, consecuencia del hacer de las manos de los seres humanos, y si éstas no se mueven conforme a pensamientos, nociones, ideas, que hay en la mente humana, formuladas lingüísticamente; las nociones e ideas ontológicamente primordiales, las que constituyen el saber hacer de la razón práctica, las que construyen y formulan el saber hacer mediante el que producimos el mundo humano; ideas ontológicas, en consecuencia, puesto que posibilitan la construcción práctica del onton, del ser social humano. Y llegados aquí, se trata de preguntar si no es posible que, como resultado de todo lo afirmado, la actividad de masas de individuos se orienten por principios contradictorios entre sí. Por ejemplo, y sobre la igualdad, dar a todos por igual o dar a cada cual según sus necesidades. Estos dos diversos enunciados referidos a la igualdad son contradictorios entre sí, si es uno, no es el otro. Y pueden orientar praxis humanas que, de darse a la vez, generarían un estado de contradicción social que desestabilizaría la sociedad.

Me suena a Hegel lo que cuentas.

  Te suena bien. El ejemplo que he citado lo desarrolla Hegel en alguna parte de la Fenomenología del Espíritu, si mal no recuerdo en alguna parte del capítulo quinto. Las relaciones sociales que se establecen entre los seres humanos y los bienes por ellos producidos, y, consiguientemente, las relaciones sociales que se establecen entre los seres sociales mismos, productores de esos bienes, hacen que ambos modelos de relaciones sociales sean incompatibles, contradictorios. Todo esto lo podemos ver mejor si nos fijamos en las relaciones sociales que organizan la actividad productiva y distributiva del capitalismo, que son incompatibles con otras. Ver capítulos 24 y 25 de El Capital, de Marx. En una totalidad social integrada, como lo es la capitalista, dos modelos de organización de las relaciones sociales práxicas humanas, no son compatibles.

La contradicción sobre la que reflexiona esta tradición se da en la realidad, es material, ontológica. Y explica la disrupción. Por tanto, referida a la dinámica de una totalidad social, humana. A mi juicio, el término «Dialéctica» puede ser utilizado para designar dos cosas, entre sí relacionadas.

¿Y cuáles son esas dos cosas?

La que percibo como planteada ahora: que una totalidad social humana está en constante proceso de actividad, y que, en ella, unas fuerzas sociales reales activas se confrontan con otras y son contradictorias entre sí, con sus actitudes, con sus acciones, etc., y que, además, hay la posibilidad de que se generen constantemente nuevas actividades sociales creadas ex novo, y nuevos sujetos sociales emergidos de su propio proceso de auto organización, que interaccionen con las existentes, las cuales, a su vez, pueden modificar al menos en parte su hacer. Con todo ello, lo que señalamos es la labilidad de todo momento y equilibrio social, su historicidad, sin que podamos explicar qué es lo que va a surgir de ello, como nuevo, cuál será el momento sucesivo, ni cómo será, pues hay procesos que se crean, sujetos que emergen, acciones e ideas que son nuevas etc. Esto implica que, contrariamente a lo que puede pretender una ciencia «científica», el futuro es impredictible, precisamente por la capacidad creativa humana de nuevas actividades, elaboradas conscientemente, que es lo que se entiende por Historicidad humana. La palabra «Dialéctica» puede ser empleada, también, para destacar una característica interna a esa dinámica, ya señalada en el punto anterior: que una parte de la sociedad se desagregue experiencialmente de la sociedad, por el sufrimiento que ésta le causa y que registra conscientemente; que rechace esa sociedad internamente, en su consciencia, no esté dispuesta a apoyarla en momentos de peligro y se mantenga pasiva, o que incluso se organice conscientemente para desestabilizarla de una u otra forma, o para transformarla en una sociedad diferente: que desde la experiencia, y en su consciencia, gentes, muchas, pocas… decidan que esta no es su sociedad, y de ahí en adelante. A esta consciencia de rechazo frente a esta sociedad, que puede ser en un principio, tan solo, reflexión dubitativa frente a la misma, a ese desdoblamiento, se le denomina: «Negatividad», consciencia de «negatividad» y práctica de «negatividad». Este tipo de reflexión consciente, desdoblada respecto al mundo denominada negatividad o consciencia negativa, es uno de los constituyentes de la totalidad social. Si se organiza, como subjetividad comunitaria para la acción, se afianza, crece, etc. ese es un -quizá, «el»- el elemento desestabilizador, dinámico, del proceso de la totalidad, y puede llevar a la creación de una nueva totalidad social humana.

Un resumen no estaría mal del todo.

Como resumen, la dialéctica es una realidad ontológica, es ese obrar real que transforma en uno u otro sentido, el plexo de acción que constituye la sociedad, la totalidad social. El elemento ontológico en el que radica la «dialéctica» es la razón práctica humana, y, en su núcleo, la consciencia experiencial que cada individuo posee de lo que es su vivir como resultado de la totalidad creada por el plexo social de acción y su posición dentro del mismo. Por supuesto, en la sociedad, saberes, productos, etc generados en un periodo social dado, como resultado de unas relaciones sociales dadas, pueden ser utilizados posteriormente como medio instrumental dentro de otras relaciones sociales dadas. Las técnicas de trabajo del artesanado anterior al capitalismo fueron «subsumidas» por el capitalismo -«De la subsunción formal a la subsunción real del trabajo al capital», es el título de un capítulo muy importante de El Capital-. Pero esto se debe a que toda objetivación humana, y todo saber hacer, creados, una vez generados, están desvinculados del contexto genético en los que se generaron, de las relaciones sociales que constituían la organización de esa sociedad. Lo mismo pasa con el trabajo vivo, que puede ser subsumido en muy diversos plexos de acción, ordenados por relaciones sociales históricas, concretas, las cuales, entre sí, sí que son incompatibles, contradictorias, porque se colapsan las unas a las otras. Tanto respecto de la técnica preexistente, como respecto del trabajo vivo, vienen otras personas, como moscas al cubo de leche, y la toman como quieren y para lo que quieren. Lo del cubo de leche no es querencia bucólica mía, es ejemplo elaborado por el humor sarcástico de Hegel, a menudo, de sal gorda. En consecuencia, esta subsunción -subsumere es palabra latina que los alemanes retraducen por «aufhebung»- o integración ontológica, práxica, sí es posible, pero lo es porque no hay contradicción entre lo subsumido y las relaciones sociales que subsumen.

Dialéctica, en consecuencia, no es término apto para justificar armonizaciones de contrarios, ni tan siquiera en el plano de los enunciados teoréticos.

Si me he permitido este pequeño excurso…

¿Pequeño dices? Debe ser en métrica dialéctica.

Bueno, no tan pequeño. Si me lo he permitido es porque, como se puede comprender, tiene que ver con el asunto que reflexionamos. En la parte general de la entrevista, anteriormente, ya he indicado que el saber científico vale como uso público de la razón, esto es como argumentación pública para combatir intoxicaciones ideológicas en contra del cambio -lo que existe, existe, luego, es natural y por tanto inmodificable. Este es el mejor de los mundos posibles, etc.- también para señalar las consecuencias futuras de prácticas masivas actuales, etc. El saber científico tiene valor para la política, en primer lugar, como uso público del saber científico. Y, por tanto, por su uso crítico del saber científico. Pero hasta aquí no hay política.

Cuándo entonces hay política…

La política, y tan solo la parte de exordio a la misma, comienza cuando se utiliza la ciencia dentro de una argumentación, que ya no es científica. Una argumentación que anima a cambiar la realidad social, y a participar activamente en la lucha por ese cambio. Ese es, por tanto, un uso Retórico de la ciencia. La Retórica propone cambiar lo que hay, no estarse quieto, actuar y arguye y trata de convencer; dibuja en negro lo que no conviene, lo que considera rechazable, y ahí entra la ciencia como argumento. Incluso probar que la riqueza humana la producen los que son pobres, el trabajo vivo, no el capital, y el probar que lo que se denomina corrientemente economía teórica es pura ideología, incluso el poner como núcleo heurístico de la investigación esa hipótesis y probarla, no es política… «aún». Una Retórica adecuada, no propone cómo será el futuro, ni establece plazos, ni prevé futuras fases, y, aún menos, dice que es la bola de cristal de la ciencia la que le muestra tales cosas. Sólo propone organizarse para luchar por el cambio de la realidad social, es un protréptico, una exhortación, una admonición, una amonestatio, a actuar. Si es consciente de la historia pasada, propone que se cree lo que no existe: organización de gentes nueva, creada, que da a los organizados mayor capacidad de control sobre sus actos y le permite crear actividad nueva. Pero la política no es discursividad, es materialidad que consiste en creación de nueva actividad.

¿Y cuándo comienza esa nueva actividad?

Comienza donde acaba el uso retórico de la razón. Comienza cuando, mediante la razón práctica, y el saber hacer preexistente en ella, los individuos, desde su sentido común, comienzan a organizarse, a crear materialmente tejido social nuevo, antes inexistente, y a crear capacidad de control sobre la actividad y actividad nueva, creada gracias a esa organización, antes inexistente. Creación material. Y a crear proyecto, objetivos, fines prácticos concretos, históricos, nuevos, consecuencia de la imaginación práctica que alimenta la experiencia de poder nueva, emergente de la nueva actividad creada. Ningún cambio social en la historia fue preestablecido por la ciencia. La ciencia señala el riesgo de auto destrucción humana si seguimos metabolizando con la naturaleza tal como lo hacemos. Pero no explica cómo podemos organizarnos, qué saber hacer alternativo debemos crear para metabolizar, ni qué fuerzas sociales se movilizarán, ni si lo harán. No lo «hacen», por ahora, al menos, no lo hacemos. Y eso puede ser de mucho interés para el ecólogo, interés moral, pero para el análisis de la ciencia, es algo nulo, no existe.

Todo esto es bien sabido por los que poseen experiencia práctica: «d’abord on s’engage, puis, l’on voi», es la frase célebre de Napoleón.

Joaquín Miras citando a Napoléon…

¿Por qué no? Por supuesto, la experiencia elaborada como resultado de haber estado en otras situaciones de disrupción novedosa de la realidad social, esto es, singulares, o «particulares» –non est sciencia de particularibus-, a su vez, da al gato viejo experimentado intuición creativa, pero eso es lo que Aristóteles y los griegos denominan Frónesis, y los latinos, Prudentia y se la atribuyen al experimentado y se la niegan al joven, al que, sin embargo, creen muy capaz de dominar el saber científico.

El surgimiento de esta práctica social nueva, dinámica; la misma consciencia negativa o desdoblada, de la subjetividad con relación al mundo donde habita, en el caso de que surjan, son imprevisibles, tanto en su aparecer, como en las decisiones que los sujetos conscientes adopten; por lo mismo, la práctica de futuro posible es imprevisible. Todo ello escrito para señalar que, si por ciencia entendemos lo que, por ejemplo Alan Chalmers consideraba «esa cosa llamada ciencia», -lo que tiene por ciencia Mario Bunge, aunque luego pierda el oremus, y aunque incluso rechace el estatuto de ciencia a la historiografía, o a gran parte de ella, o lo que entiende por ciencia Ernest Nagel, la propuesta operacional fundada y operada por los que dominan esas estrategias intelectuales técnicas aprendidas en universidades, todo esto otro que es la política, eso, no es ciencia. En la sociedad el único pronóstico bueno es el que se elabora sobre el pasado: historiografía.

Volvamos al capítulo si te parece.

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