Entrevista con el conocido académico libanés Gilbert Achcar, autor de «The People Want: A Radical Exploration of the Arab Uprising» (2013), sobre la lucha por la democratización de Oriente Medio y África del Norte. Todo comenzó el 18 de diciembre de 2010 con una revuelta popular desencadenada por la autoinmolación de un vendedor callejero tunecino, […]
Entrevista con el conocido académico libanés Gilbert Achcar, autor de «The People Want: A Radical Exploration of the Arab Uprising» (2013), sobre la lucha por la democratización de Oriente Medio y África del Norte. Todo comenzó el 18 de diciembre de 2010 con una revuelta popular desencadenada por la autoinmolación de un vendedor callejero tunecino, Mohamed Bouazizi, que protestó de este modo contra el régimen corrupto y autocrático del país. Esto dio pie a una serie de levantamientos revolucionarios en Oriente Medio y África del Norte que derribaron a los gobiernos dictatoriales de Túnez, Libia, Egipto y Yemen. Popularmente conocido por el nombre de «primavera árabe», el movimiento ha ido cayendo desde entonces en el caos, dando lugar a un aumento del poder de los fundamentalistas musulmanes. En esta entrevista realizada por Skype, el profesor de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS), de la Universidad de Londres, afirma que la región no ha perdido todavía la esperanza. Reproducimos algunos extractos.
-Desde las revueltas de 2010-2011, salvo en Túnez, el modelo de democracia liberal no ha conseguido levantar el vuelo en los países de Oriente Medio y África del Norte. ¿Queda todavía alguna esperanza o contempla usted incluso la democracia liberal «electoral» como una respuesta a la crisis en curso en la región? Hemos visto, por ejemplo, cómo a pesar de las elecciones celebradas en junio de este año, el dictador Bachar el Assad, del partido Baas, conserva el poder en Siria…
-La cuestión de la democracia en la región de Oriente Medio y África del Norte no puede reducirse a la democracia liberal tal como prevalece actualmente en Occidente. Aunque entendamos el liberalismo en su sentido exclusivamente político, los países árabes están muy lejos de practicarlo, y esto se aplica también a Túnez, donde ahora se ha establecido un gobierno formalmente democrático. La región sufre una crisis social y económica muy profunda, que está en la raíz de la agitación general y de las revueltas. Para resolver la crisis actual es preciso que la región se aparte del modelo socioeconómico liberal, que es el causante de la crisis. El verdadero escollo es la combinación de un «Estado profundo» sumamente represivo y corrupto con un capitalismo de amiguetes de la peor calaña. Esta combinación no ha sido desmantelada en ningún país de la región, ni siquiera en Túnez. En Siria, donde la dictadura baasista está atrincherada en el poder desde hace medio siglo, las elecciones carecieron de toda legitimidad democrática. Para lograr una democratización real es preciso desmantelar el «Estado profundo» que mantiene el orden sociopolítico en la región.
-La oleada inicial de esperanza de que los pueblos árabes pudieran librarse de los regímenes autocráticos parece haberse desvanecido. Cuando comenzó el movimiento en 2010 hubo mucha euforia, ahora ya no la hay. ¿Hacia dónde evoluciona el movimiento en su opinión?
-La euforia, cuando comenzó el movimiento, era fruto de ilusiones, pero la justificaba el hecho de que los pueblos de la región empezaron a salir masivamente a las calles con ánimo de imponer su voluntad. Sin embargo, el acto de salir a las calles no bastó por sí mismo para lograr los objetivos a que aspiraban. Hubo un enorme levantamiento popular en la región de Oriente Medio y África del Norte, pero con unas fuerzas progresistas débiles y/o desorientadas. Incluso en un país como Túnez, donde existe una potente organización progresista en forma de movimiento sindical dominado por la izquierda, esta última carece de una estrategia acertada. Cayeron en la trampa de la bipolaridad entre dos fuerzas igual de reaccionarias: los antiguos regímenes por un lado y las fuerzas de oposición fundamentalista islámica por otro.
Las fuerzas progresistas se han aliado sucesivamente con uno u otro de estos dos polos contrarrevolucionarios. En estos momentos predomina la lucha intestina entre estos dos sectores reaccionarios en países como Siria, Yemen, Libia y hasta cierto punto también en Egipto. Esta es la causa principal de que se haya perdido todo el impulso del movimiento inicial. Las fuerzas fanáticas del fundamentalismo islámico han crecido en toda la región, sobre todo en el caso del autoproclamado «Estado islámico» y califato. Lo que debió estar claro desde el principio salta ahora a la vista: el cambio radical de régimen solo puede ser violento debido a la extrema brutalidad del antiguo régimen. Sin embargo, concluir que el antiguo régimen ha ganado la partida sería un signo de miopía. Los países de la región siguen siendo los que tienen las mayores tasas de desempleo del mundo, y hasta que no se resuelva esta cuestión crucial, la revuelta continuará. Vengo diciendo esto desde 2011 y por eso mismo he sostenido que lo que comenzó entonces no es una «primavera» −que implica estacionalidad−, sino un proceso revolucionario prolongado que durará varios años y décadas hasta que la región alcance una estabilidad duradera.
-En su obra califica usted a los países árabes de Estados rentistas, ya que derivan la mayor parte de sus ingresos del petróleo y del gas. La reciente caída de los precios del petróleo en todo el mundo ha golpeado duramente a las economías de estos países. ¿Qué clase de transformación socioeconómica es necesaria para resolver la crisis actual de la región?
-Efectivamente, la región entera depende en gran medida de las exportaciones de petróleo y gas, materias cuyos precios los fija el mercado mundial, y estos precios son sumamente volátiles. Por tanto, los países de la región se enfrentan al riesgo de fuertes subidas y bajadas de la economía. Sin embargo, no todos los países de la región se exponen a los mismos efectos, pues mientras unos son importadores de petróleo, otros son pequeños productores y otros exportadores masivos. De todos modos, el petróleo domina la economía regional en su conjunto. Un aspecto importante del cambio radical necesario en la región, por consiguiente, es la diversificación de las economías mediante el desarrollo de una base industrial real y la reducción de la dependencia de las exportaciones de petróleo y gas. La región no carece de recursos naturales, capital y mano de obra, aunque gran parte de los recursos naturales y del capital acumulado gracias a su exportación están bajo control occidental. Todos los grandes exportadores de petróleo de la región -los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, que abarca a los Estados árabes más ricos- dependen de EE UU para su supervivencia y seguridad. El reino de Arabia Saudí es el verdadero causante de la caída de los precios del petróleo y lo está haciendo en detrimento de su propia economía por razones estratégicas y en beneficio de EE UU. El grueso del dinero saudí guardado en el extranjero está invertido en bonos del tesoro de EE UU y en bancos estadounidenses. Todo esto redunda en pérdidas netas para el conjunto de la región. El imperialismo occidental ha creado el sistema regional de las monarquías del Golfo con el fin de asegurarse la explotación de sus recursos, y esto puede seguir siendo así hasta que se haya extraído la última gota de petróleo de la región.
Otro aspecto del cambio radical que hace falta para que la región supere su desastrosa condición estriba en la realización del sueño de un dirigente como el antiguo presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser, quien quiso unificar a los países árabes en una república federal o una unión de repúblicas. Se trata de un grupo de países que hablan la misma lengua y comparten la misma cultura, pero están divididos en dos docenas de Estados para servir a los intereses de antiguas fuerzas imperiales que desean perpetuar esta división. Esto en un periodo en que Europa, con su mayor diversidad de culturas, ha estado construyendo su propia unión.
-¿Apoya usted la intervención de Occidente en países árabes que, como Siria, están sumidos en luchas intestinas? En su libro no adopta usted una postura categórica al respecto…
-El imperialismo occidental es una parte importante del problema de la región y definitivamente no es parte de la solución. Sin embargo, esto no me lleva a adoptar actitudes mecánicas para oponerme a cualquier forma de intervención en cualquier circunstancia. Cuando se da la circunstancia de que una ciudad o una población entera están a punto de sufrir una masacre de grandes dimensiones -como fue el caso de Bengasi en Libia o de la ciudad de Kobane en la parte siria del Kurdistán-, a falta de cualquier alternativa uno no puede oponerse a las incursiones aéreas en la medida en que contribuyan a evitar la amenaza inminente. Pero tan pronto dicha amenaza se ha disipado, entonces sí hay que oponerse a esta intervención directa de Occidente. EE UU, que dirige tales intervenciones, trata siempre de apoderarse de los procesos en curso y orientarlos en función de sus propios intereses, y por eso me opongo a la intervención militar directa de Occidente en general. Sin embargo, apoyo la petición de entrega de armas formulada por la revuelta libia en 2011, por la oposición democrática siria desde 2012 o por las fuerzas de izquierda kurdas en 2014. Necesitan armas para repeler a unas fuerzas que cuentan con mucho más armamento pesado que ellas. Sin embargo, EE UU, tanto en Libia en 2011 como en Siria desde entonces, se niega a suministrar a las oposiciones democráticas las armas defensivas que precisan. Por eso creo que EE UU tiene una gran responsabilidad en la enorme masacre cometida contra el pueblo sirio y en la destrucción de su país. Si la oposición siria hubiera recibido las armas defensivas que reclama desde el principio, y en particular armas antiaéreas, el régimen sirio no habría sido capaz de utilizar su fuerza aérea, con la que ha perpetrado la mayor parte de la devastación y las muertes en el curso de la guerra civil en este país.
-Los Hermanos Musulmanes se han beneficiado mucho de las revueltas de la primavera árabe, pues ganaron las elecciones en Túnez y Egipto y desempeñaron un papel importante en los levantamientos de Siria, Libia y Yemen. Sin embargo, con la caída del gobierno de Mohamed Morsi en Egipto el año pasado, sus esperanzas parecen haberse frustrado. ¿Podemos concluir que el fundamentalismo islámico no es la respuesta a las reivindicaciones de las masas en estos países? Le pregunto esto porque toda la primavera árabe y sus secuelas se han analizado sobre todo desde el punto de vista de los movimientos islámicos, lo que impulsa el discurso intervencionista de Occidente en la región …
-No solo el fundamentalismo islámico no es la respuesta, sino el propio islam no es la respuesta, aunque tampoco es el problema. Las revueltas de 2011 no se produjeron por motivos religiosos, sino que fueron la culminación de la crisis socioeconómica y de la opresión política que imperan en la región. El fracaso de los Hermanos Musulmanes se debe sobre todo a que carecen de una política económica y social diferente de las que aplicaban los antiguos regímenes. En Túnez y en Egipto no resolvieron las crisis sociales. Lo que estamos presenciando ahora es el declive de los Hermanos Musulmanes acompañado del ascenso de fuerzas fundamentalistas que son mucho peores, concretamente Al Qaeda y el Estado Islámico. La ausencia de un liderazgo progresista es la razón principal de que diversas fuerzas del fundamentalismo islámico sean capaces de capitalizar el descontento popular en la región. Para comprender esto desde un punto de vista histórico basta recordar el surgimiento del fundamentalismo, que se inició en la década de 1970. En la mayor parte de los países de mayoría musulmana, el fundamentalismo islámico había sido marginado en los años sesenta, cuando estaba en auge el nacionalismo de izquierda, representado sobre todo por Nasser. Fue cuando esta última corriente entró en declive, a partir de los años setenta, que asistimos al ascenso de las fuerzas del fundamentalismo islámico.
-Durante la «primavera árabe» se destacó el papel de los medios de comunicación en las revueltas y el de las redes sociales en la organización del movimiento sobre el terreno. Cuatro años después, ¿cree usted que todavía pueden ejercer alguna influencia en la organización del movimiento y sus resultados?
-El papel desempeñado por los medios de comunicación modernos y las redes sociales no se puede revertir, por supuesto. Se ha producido un cambio profundo en el entorno tecnológico global de la humanidad. La televisión por satélite desempeñó un papel importante en el reciente levantamiento, y lo sigue haciendo en la actualidad, aunque en menor grado que en 2011. Por otro lado, el papel de las redes sociales sigue creciendo. Cuando se calificó la revuelta árabe en 2011 de «revolución Facebook», fue una exageración, claro está, pero con su parte de verdad. Facebook, Twitter, YouTube, todos esos medios se han convertido en importantes herramientas para la difusión de mensajes e imágenes desde todo el espectro político, desde las fuerzas progresistas hasta las de extrema derecha, pues es sabido que el Estado Islámico utiliza Internet profusamente.
-¿Qué aconseja a las fuerzas progresistas que aspiran a una revolución efectiva?
-Las fuerzas progresistas necesitan armarse de valor para apostar por la lucha y apostar por la victoria. Si no se produce un cambio radical liderado por ellas, lo único que veremos será lo que he calificado de «choque de barbaries». Siria es el ejemplo más claro en este momento, con el régimen sirio por un lado y el Ejército Islámico y Al Qaeda por otro. Sin embargo, la revuelta todavía no es cosa del pasado. La «primavera» árabe ha acabado en «invierno», pero todavía quedan estaciones por venir.
Traducción de Viento Sur