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La Primavera Arabe sacudió el tablero, pero aún no cambió el juego

Fuentes: Centro de Información Alternativa

En una columna publicada el 24 de mayo pasado en el diario New York Times, el renombrado columnista Thomas Friedman aprovechaba su experiencia en las revolucionarias calles del Cairo para proponer una estrategia de lucha, de resistencia, a los palestinos: «Anuncien que cada viernes de ahora en adelante será el Día de la Paz y […]

En una columna publicada el 24 de mayo pasado en el diario New York Times, el renombrado columnista Thomas Friedman aprovechaba su experiencia en las revolucionarias calles del Cairo para proponer una estrategia de lucha, de resistencia, a los palestinos: «Anuncien que cada viernes de ahora en adelante será el Día de la Paz y que miles de palestinos de Cisjordania marcharán de forma no violenta a Jerusalén». La idea, a la que Friedman bautizó la Alternativa Plaza Tahrir, en honor a la plaza que fue el escenario de la versión egipcia de la Primavera Árabe, es una nueva prueba del profundo desconocimiento que existe entre los supuestos expertos occidentales sobre lo que ocurre en la región, en este caso, en Palestina.

Las marchas de los viernes en Bil´in, Nabi Saleh y Sheikh Jarrah son famosas para cualquiera que visite a Cisjordania y no sea un peregrino o un turista de paso. Organizaciones de derechos humanos conocidas en el mundo han denunciado una y otra vez la cruenta y sistemática represión con que las fuerzas israelíes han intentado silenciar estas marchas pacíficas, cuyo objetivo es protestar contra el Muro de Separación, las políticas de colonización israelíes y la ocupación militar de Cisjordania y Jerusalén Este.

primavera_arabeComparar la situación en países como Egipto y Túnez con la que viven los palestinos no sólo es un error, también es injusto. Sí, en Palestina existe un poder político enquistado y una crisis de representatividad como en el resto de los países que atraviesan y atravesaron la Primavera Árabe, pero ante todo existe una ocupación militar extranjera, que se alimenta de esa crisis política interna y la explota al máximo.

Muchos vieron en las marchas del Día de la Nakba, en mayo pasado, una señal de que el contagio de la Primavera Árabe finalmente había alcanzado a los palestinos, a través de su sector más débil, los refugiados. Pero la tensión cedió: los militares israelíes aprendieron a tomar más distancia de las manifestaciones palestinas y los refugiados y los otros militantes palestinos confirmaron que estaban solos; ningún gobierno, partido o movimiento político, palestino o vecino, estaba dispuesto a apoyarlos más allá de las palabras y los apasionados discursos.

La Primavera Árabe sí tuvo un impacto concreto y decisivo en el escenario regional del conflicto. El cambio de régimen en Egipto puso en peligro una de las principales garantías con las que contaba el Estado israelí para mantener su versión del status quo no sólo en la región, sino especialmente ante el pueblo palestino. La caída de Hosni Mubarak, un dictador y un aliado incondicional de Tel Aviv, y el surgimiento de una nueva dirigencia política más sensible a la opinión pública nacionalista abrieron una puerta en la bloqueada Franja de Gaza y quizás podrían conducir a un nuevo norte para el panarabismo.

Por ahora todas son hipótesis, posibilidades. Pero las primeras señales de cambio ya se empiezan a sentir en la región. En un período de semanas, el Estado israelí tuvo que rescatar o sufrir la expulsión de sus embajadores en Turquía, Egipto y Jordania, nada menos que tres de los cuatro países de la región con los que mantiene relaciones diplomáticas y que han sido sus aliados en mantener el status quo regional durante las últimas tres décadas (El cuarto país es Qatar, pero desde 2009, tras la invasión israelí de Gaza, la relación diplomática y comercial quedó suspendida).

El 2 de octubre pasado, Leon Panetta realizó su primer viaje a la región como Secretario de Defensa estadounidense. Su misión era reconciliar y acercar a los gobiernos de Israel y Egipto, después de la crisis por la muerte de nueve policías fronterizos egipcios, un «error» según explicó más tarde el primer ministro Benjamin Netanyahu. Pero la preocupación de Panetta no se limitaba a usa crisis coyuntural: «No es una buena situación para Israel quedarse cada vez más aislado, y eso es lo que está pasando (…) La pregunta que debemos hacernos es: ¿Es suficiente tener una ventaja militar cuando uno se aísla cada vez más en la arena diplomática?»

Por el momento, el gobierno israelí piensa que sí. Por eso se niega a disculparse ante sus pares turcos por el ataque militar contra el Mavi Marmara, el barco turco que transportaba activistas turcos e internacionales con ayuda humanitaria a la Franja de Gaza el año pasado. Nueve activistas turcos murieron y después de pedir en reiteradas ocasiones una disculpa pública, Ankara decidió hace unos meses suspender toda cooperación militar con Israel y expulsar al embajador israelí.

En medio de este clima de aislamiento regional, no sorprende que la mayoría de los líderes israelíes hayan evitado repetir las palabras de apoyo y admiración de sus pares europeos y norteamericanos para los manifestantes egipcios, tunecinos, marroquíes, libios, jordanos y, ahora, los sirios. Las autoridades israelíes no celebraron la caída de Ben Ali o Mubarak, o los levantamientos populares que se sucedían como una ola expansiva a su alrededor. El único que rompió ese silencio fue el presidente Shimon Peres.

En junio pasado, justo cuando cientos de miles de israelíes tomaban por primera vez en la historia las calles de Tel Aviv y las principales ciudades del país para reclamar justicia social y el fin de las políticas neoliberales del gobierno, Peres aseguró en una conferencia de prensa: «Assad debe irse. Cuanto antes se vaya, mejor será para su gente. Es fácil salir y manifestarse, pero cuando te disparan, eso es increíble. Su coraje y su firmeza son honorables».

Ni Netanyahu, ni Ehud Barak ni el canciller Avigdor Lieberman compartieron públicamente las palabras de su presidente. Estratégicamente a ellos no les conviene que Siria se convierta en una inestable e impredecible nación en transición, como Egipto. El mandatario sirio, Bashar-al Assad no es un aliado como lo era Mubarak, pero sí es un jugador moderado y predecible en el actual status quo regional. La prueba más contundente es la relativa estabilidad y tranquilidad que rige actualmente en los Altos del Golán, un territorio sirio ocupado por Israel en la Guerra de los Seis Días en 1967 y anexado ilegalmente al resto de Israel en 1981.

La Primavera Árabe no cambió el juego, pero sí pateó el tablero y aún no está claro dónde caerán todas las piezas. Egipto está aún definiendo su transición, Turquía intenta erigirse en un líder regional para las naciones musulmanas y el levantamiento en Libia dejó un importante armamento de última tecnología en manos de combatientes, que no responden a ningún partido u organización. Los rumores sobre el flujo de tráfico de armas hacia la Franja de Gaza ya atormentan a los jefes militares israelíes, que ya estaban en alertas desde el cambio de régimen en Egipto.

Aún si los palestinos no repitieron los sorpresivos levantamientos en Túnez, Egipto, Bahrein, Marruecos, Siria, Yemen o Jordania; la Primavera Árabe podría tener un efecto a largo plazo sobre la lucha nacional de este pueblo. Es muy temprano para saberlo, pero por ahora los líderes israelíes no han sabido adelantarse y adaptarse a este nuevo y cambiante tablero.