Traducido para Rebelión por L.B.
Si echamos una rana a un recipiente con agua hirviendo, saltará fuera y salvará su vida. Pero si mantenemos a una rana nadando en agua a temperatura ambiente y vamos calentando el agua, la rana se irá acostumbrando progresivamente al calor. Cuando el agua rompa a hervir ya será demasiado tarde y la rana morirá. Se trata de otra metáfora para expresar la resistencia de los palestinos contra cualquier nueva arma que se emplee para atacarlos, contra cualquier una nueva regulación israelí para limitarlos aún más, contra cualquier expropiación de tierras. Efectivamente, la rana no muere, pero acaba exhausta.
Pero hay una presencia ausente encargada de que la temperatura del agua siga subiendo constantemente. En el desarrollo del sistema israelí de control sobre la población palestina y su tierra, la ocupación israelí ha elevado al rango de genialidad la utilización de la gradualidad como forma de hacer que la gente se acostumbre a algo. La gradualidad se implementa a lo largo de un período de tiempo, pero también se extiende en el espacio
El asalto israelí contra las probabilidades de que el pueblo palestino pueda llevar una vida normal se hace evidente en millones de formas diferentes. Aquí se daña a una familia, allí a una aldea. Aquí se hiere con munición, allá atacan los colonos, acullá es una nueva orden militar. Sobre gran parte de ello se informa en nuestro lado, pero de forma dispersa. El asalto se intensifica gradualmente. Sin embargo, la totalidad del daño no es sentida de forma global debido a la manera gradual en que es inflingido, de forma dispersa sobre grandes extensiones de territorio.
Gideon Levy nos informa de que unos niños del sur de la zona de Hebrón murieron o quedaron heridos por la explosión de una bomba de fósforo del ejército israelí. La legislación internacional, recuerda Levy, prohíbe utilizar bombas de fósforo en zonas pobladas. El portavoz del ejército israelí promete que las bombas de fósforo se usan exclusivamente «para marcar las fronteras y las lindes de los sectores» y que el ejército israelí explorará la zona y desactivará cualquier bomba o ingenio similar que encuentre, para salvaguardar la seguridad de las personas. Dicho en otras palabras: Levy informó al ejército de que la zona estaba poblada y de que cuando el ejército abandona un área de entrenamiento debería neutralizar toda la munición peligrosa que haya dejado atrás. La noticia fue publicada en el diario del fin de semana pero no suscitó ninguna reacción en los medios de comunicación, ya que solamente se trataba de otro niño palestino muerto y de otro niño palestino que padecerá dolores atroces a causa de sus heridas, de modo que no constituye noticia. Nos hemos acostumbrado a ello.
Esta información pasó desapercibida igual que otras miles, tanto publicadas como no publicadas. Lo cual demuestra de qué manera Israel viola incesantemente la legislación internacional, de qué forma el ocupante israelí codicia la tierra y cómo las personas que viven en ella simplemente sobran. Pero no solamente en opinión de los efectivos uniformados. Consideremos simplemente el ejército de planificadores y arquitectos israelíes, ésos que «modelan el espacio» en Cisjordania, como el ejército israelí gusta denominar a las limitaciones que impone sobre el transporte palestino y a los puestos de control internos que brotan sin cesar como champiñones tras la lluvia.
¿En qué escuela de arquitectura y planificación han aprendido estas personas a estrangular casas y aldeas mediante autopistas tan anchas como cualquier autopista estadounidense y mediante espaciosos asentamientos? Al planear Givat Ze’ev, Rechalim y Adam, Beit Horon, Anatot y otros asentamientos, los arquitectos israelíes no solamente están vulnerando la legislación internacional. Están garantizando personalmente que los habitantes palestinos de la aldea vecina quedarán aislados de sus campos de labranza, o que la casa palestina no tendrá una carretera de acceso, o que habrá solamente una carretera de uso exclusivo para los judíos, como la carretera Modi’in-Givat Ze’ev, que llega justo hasta el patio de recreo de una escuela primaria para la cual la administración militar ha denegado el permiso de construcción de una segunda planta.
En lo que constituye otra violación de la legislación internacional, Israel está encerrando a miles de prisioneros palestinos dentro de su territorio y no en territorio ocupado, al tiempo que promulga regulaciones discriminatorias contra los presos palestinos con respecto a los presos judíos. El Servicio [israelí] de Prisiones tiene una norma que estipula que solamente los familiares de primer grado pueden visitar a los presos de seguridad. A veces una cárcel cede y no aplica esta regla a los presos de seguridad israelíes y a los originarios de Jerusalén. Otras veces sí lo hace.
Mohand, de cinco años de edad, tiene un tío preso en una cárcel israelí. Hasta hace un mes, él y algunos de sus hermanas y hermanos pequeños tenían autorización para visitar a su tío, que no tiene padres y cuyos hijos no pueden visitarlo regularmente. Pero el Estado de Israel, encarnado en su Servicio de Prisiones, una vez más ha decidido que Mohand no tiene autorización para visitar a su tío.
La Corte Suprema de Justicia, los abogados de la universidad, los autores y los presidentes de los institutos para el estudio del antisemitismo y el racismo no prestan atención a semejantes bagatelas dispersas, o se han acostumbrado a ellas, o no experimentan ningún trauma debido a la progresión. Y así se convierten en cómplices de todo ello.
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