En este mismo lugar dejé escritas mis impresiones de la batalla electoral del 2004 un día como hoy. Andábamos todos conmocionados entre la barbaridad de Atocha y el vuelco en las urnas del PSOE, 3 días después. No estoy esta vez por la labor de explayarme en cuanto a valoraciones de los resultados. Los españoles […]
En este mismo lugar dejé escritas mis impresiones de la batalla electoral del 2004 un día como hoy. Andábamos todos conmocionados entre la barbaridad de Atocha y el vuelco en las urnas del PSOE, 3 días después. No estoy esta vez por la labor de explayarme en cuanto a valoraciones de los resultados. Los españoles muy sanamente somos muy dados a darlas, sin necesidad de que nos la pidan. A esa redundancia empero voy. Es más, creo que tenemos aún más opiniones que votos, puesto que en cuestión de votos, -¡bendita democracia!- salimos a uno por cabeza (aunque no faltan los cráneos privilegiados que protestan porque los suyos valen lo mismo que los del vil populacho) mientras que las opiniones nos rebasan, según el día y el auditorio. Yo mismo no voté, y sin embargo, no me abstengo de opinar. Cero votos pero unas cuantas opiniones, que si no les gustan me avisan, dado que como Groucho Marx tengo más.
También seré redundante conmigo mismo debido a que nadie tiene la cortesía de citarme, por lo que me obligan a algo tan feo como a que personalmente lo haga.
Voy a reflexionar ante vosotros sobre lo que escribí hace 4 años, como decía al inicio. La escena política es cada vez más empobrecedora, de manera que buena parte de aquellas líneas las mantengo a mi pesar. ¡Qué pena! Porque sólo el artista podría hallar plasticidad en la simplificación de la escena. Ya se sabe: en un cuadro o en un plano han de suprimirse aquellos elementos no necesarios para el fin de la obra. A los efectos de la representación ciudadana, nadie debe quedarse fuera.
A la hora de ser crítico, debo empezar a serlo conmigo mismo. Hablo ahora de la realidad a secas y no de ese pedante título deleuziano que perpetré: «La realidad y las máquinas deseantes». Puestos a ser poéticos en política encaja más nuestro Luis Cernuda de «La realidad y el deseo» -que como buenos españoles citamos y no leemos- que Deleuze, Guattari, Negri y demás epígonos.
Realidad estrecha: el bipartidismo
«Descendiendo a la cruda y palpitante realidad española, la he calificado al empezar estas líneas de estrecha. ¿Cómo calificar si no este dato? A saber, en casi todas las circunscripciones sólo han obtenido representación dos partidos políticos. Si exceptuamos las llamadas comunidades históricas, dicha aseveración tiene el valor de ley. Este cuasi perfecto bipartidismo que llena la boca de tantos complacidos liberales choca frontalmente con el valor superior del pluralismo político que propugna el primer artículo de la adiestrada Constitución española. ¿A qué papel quedan reducidas las minorías en el juego democrático?»
4 años después, solo dudo en si quitar el cuasi cuando denuncio el perfecto bipartidismo. Y por supuesto, me ratifico en cuanto seguía. Los estados modernos nacen con la vocación de jardineros que deben cortar las malas hierbas, y ya en una fase más avanzada, el Estado-nación diseña Versalles: «reducir la complejidad» en materia social, siguiendo a la más afamada escuela anglosajona de jardinería, la de Parsons y Luhmann.
«Sabido es que el criterio de utilidad no rinde pleitesía a ningún otro.» ¿Qué os parece?
Partidos políticos: cesarismo por democracia interna
«Ateniéndonos a la oligarquía y caciquismo denunciados, que no distan mucho en el tiempo a los consignados por Joaquín Costa, o bien la maduración del joven Zapatero junto a los odres viejos de su partido pueden picarlo, como de seguir en la oposición podría aventurarse (y si no reparen en la suerte que le corresponderá a Rajoy) o, por el contrario, palidecer éstos y adquirir él un brillante tono rubí»
El color púrpura del poder dota de solemnidad la sufrida sintaxis del presidente. ¿Se imaginan el efecto de su oratoria en una taberna de las de antes? El fenómeno Zapatero, implorado en Italia, aún celebrado por Libération (¡quién te ha visto y quién te ve!) con motivo de estas elecciones en Francia, ofrece a los estudiosos politólogos o como gusten de llamarse muchas caras dignas de estudio.
Daría para una corte de los milagros valleinclanesca glosar su liderazgo, objeto de mofa por la vieja guardia, hoy indiscutido arriba y abajo. Todo lo contrario que en el vía crucis de la oposición (la suya y la de Rajoy).
Ahora bien, es de tener en cuenta el peso de los jerifaltes del partido y, por usar una expresión garzoniana, de su entorno. Desde luego las bases y los más de 11 millones de votantes de los que tan afectadamente alardea no. A no ser como objeto de su cálculo interesado.
Me da que si al final el candidato electo más lo parece para presidente de una republica, como piensan que tenemos en los USA al menos desde los tiempos de Ansar, podríamos, ¡porqué no!, ahorrar algún gasto tan suntuoso como superfluo: la Casa Real, el Senado, la Iglesia católica…para empezar.
Ay, las máquinas deseantes
«Por tanto, el único contrapeso a las fuerzas podridas de su propio partido y de los acechantes poderes fácticos globalizados es el de los movimientos sociales, recobrando una participación nunca regalada y nuevos espacios de libertad. Hay motivos para el optimismo, puesto que junto a la indiferencia ciudadana y a los males del consumismo egoísta de nuestras opulentas sociedades va conformándose una red de relaciones, un proceso constituyente que como tal encierra todas las fuerzas inmanentes de las subjetividades interrelacionadas, de las máquinas deseantes.»
A propósito del futuro de Izquierda Unida el profesor Juan Ramón Capella, si recuerdo bien, suscribía esta misma retórica en un artículo publicado hace unos días en Rebelión. Apostemos por una reconstrucción de la izquierda, esperemos que la agonía de Llamazares coadyuve. Pero desde este «escenario» político progresivamente simplificado, permitidme que me refiera sólo en estos momentos a la realidad, a secas.