El tiempo a favor La Revolución Cubana ha llegado hasta aquí y sigue viva, y ése es su mérito más importante. Resistir es vencer, y sostiene y alumbra muchas esperanzas de toda Latinoamérica, y de las izquierdas de allende los mares. Cuba es una verdad sometida diariamente al huracán de voces del capitalismo, que se […]
El tiempo a favor
La Revolución Cubana ha llegado hasta aquí y sigue viva, y ése es su mérito más importante. Resistir es vencer, y sostiene y alumbra muchas esperanzas de toda Latinoamérica, y de las izquierdas de allende los mares. Cuba es una verdad sometida diariamente al huracán de voces del capitalismo, que se esfuerza sin pausa por hacerla naufragar. El tiempo corre a favor de la isla rebelde, cuanto más pasa más necesitan sus enemigos del escándalo, más hipócrita preocupación por los derechos humanos (se ve que pesa más un pellizco en Cuba, que mil hachazos en Honduras, Colombia, Marruecos, Palestina, Ruanda, y hasta un río de sangre interminable de evocaciones de amiguitos del libre mercado y la democracia estilo occidental). La Revolución exporta, silenciosa, toneladas de solidaridad (la ternura de los pueblos, y eso alimenta siempre las esperanzas) en forma de médicos increíbles que, por sueldos ínfimos, curan a los saharauis abandonados en la terrible Hamada argelina, a los haitianos sitiados por la alianza del canibalismo capitalista y la cruel Gea, a los recónditos habitantes de las temblorosas montañas de Pakistán. Los maestros cubanos y su «Yo sí puedo» sacan los colores al rancio statu quo sevillano en la casi primermundista España enseñando a leer y escribir como nadie a la tropa de analfabetos dejados de la mano de Dios en las 3000 viviendas, cuarto mundo puerta con puerta con el primero. Cuba da una lección desde su cuerda floja: si una islita que flaquea puede armar tanta humanidad, ¿qué no podríamos hacer en un mundo un poquito más justo?
Que Cuba sea una isla no es casualidad. Es un símbolo y una condición casi necesaria para la resistencia. Todo lo más, podría haber sido una península. Nicaragua sabe bien lo que significa un exceso de fronteras por tierra. Claro que, por lo que suena su nombre en la televisión, cualquiera diría que Cuba es tan grande como Australia y está tan llena como la India, casi un continente, un gigante. Y no, es un paisito bien chico, apenas once millones de habitantes en una deriva con rumbo en un mar embravecido. Si tanto irrita Cuba, si se exhiben tan indignados contra esa nación mínima los que invaden, bombardean, les sacan el sebo a los niños pobres del sur del planeta, financian y justifican a Mohamed VI, Kagame, Santos, Lobo o Netanyahu… será que hay esperanza porque se puede tocar los cojones a los poderosos y seguir adelante con futuro.
Si la caída de la Unión Soviética fue un varapalo del que no se han recuperado los rusos y los partidos comunistas de medio mundo, mejor no pensar lo que implicaría para la Historia el final de la Revolución Cubana. Para decenas de miles de personas de todo el orbe significaría un retroceso durísimo en las condiciones de vida, porque es muy distinto sacar adelante a la prole con un médico a una distancia razonable o doblando el brazo al analfabetismo en un pulso en el que tú sí puedes. Para la población cubana igual significaba el brote del supermercado abigarrado de mercancías… inaccesible para las familias de los críos que, con toda seguridad, acabarían en la calle robando o mendigando, o muriendo al poco de nacer, porque la comodidad de la clase media insular en ciernes, que aspira sin duda a la normalidad primermundista, se fraguaría a costa del reflote de la miseria y la marginación sin cartillas de contención, sin pediatras para todos, sin la escuela acogedora que forma y alimenta mal que bien a la prioridad absoluta del socialismo cubano: la infancia. Pero lo más doloroso de un derrumbe de la obra del pueblo cubano dirigida por Fidel y compañía sería el final de la esperanza, la victoria absoluta del capitalismo y sus leyes demoledoras de humanidad. Sin Cuba, entraríamos en una edad oscura y ciega, sin el farolillo que alumbra a los que quieren navegar por otras aguas. Si Cuba cae, se cae con ella el futuro, cambiamos la libertad de todos los niños por supermercados custodiados por vigilantes armados que recuerdan que tantos colores no son, en realidad, una fiesta.
El tiempo en contra
Sin embargo, el socialismo cubano deja mucho que desear y arrastra graves problemas que pueden destruirlo. Parece como que se tienen que acabar imponiendo las tesis liberales acerca de la imposibilidad de que el socialismo funcione como sistema económico. Cuba sufre los mismos síntomas que anunciaron la caída de la Unión Soviética y sus aliados, o la conocida visita de Milton Friedman a Chinai que inició el proceso de desmantelamiento definitivo del maoísmo y la conversión de esa gran nación en un paraíso capitalista para la acumulación de plusvalía absoluta. A Cuba le cuesta muy cara la ineficiencia, la corrupción en el aparato productivo, las pequeñas catástrofes, y las no tan pequeñas, que acumula el sistema de planificación estatal centralizada. Es un país demasiado dependiente del exterior, que importa la mayor parte de los alimentos que consume, por no decir casi todo lo demás. Y los vaivenes del crédito internacional, la crisis financiera, el descenso de los precios del níquel o de la afluencia de turistas, el persistente bloqueo estadounidense… todos estos factores relacionados con la balanza exterior, siempre tan desfavorable a la isla, siempre tan tercermundista, consiguen que la necesidad de revertir la situación económica sea ya perentoria.
El problema es que los economistas, cuando miran la realidad cubana, lo hacen desde el punto de vista de eso que llaman la economía, y que es una especie de parcela de lo social que se aísla arbitraria, artificialmente del resto de componentes de la realidad múltiple en la que los trabajadores cubanos desempeñan sus funciones. Miran la economía y descubren que más de dos tercios de la producción agrícola del país corresponde a menos de la quinta parte de las tierras, que son precisamente las que funcionan con gestión privada. Observan también que las empresas que más divisas facturan son las mixtas, regidas por patronos capitalistas del exterior, fundamentalmente en el sector turístico y la explotación de recursos naturales para la exportación. Se dan cuenta de que en el inmenso sector público la productividad está en el límite, por lo bajo, de lo posible; los trabajadores cubanos lo suelen resumir así: nosotros hacemos como que trabajamos y el estado hace como que nos paga. Y reparan en que, mientras que los proyectos oficiales de construcción avanzan a paso de tortuga paralítica porque ahora no hay cemento y después faltan ladrillos, florece un mercado negro de materiales desviados y servicios de albañilería, electricidad, fontanería, etc, que no cesa en su actividad y marca con los colores de la desigualdad las fachadas de los barrios de La Habana.
La conclusión de casi todo economista es la que sacan muchos cubanos, la que se impone como una evidencia casi irrefutable, y parece que puede marcar la agenda política del gobierno de Raúl Castro: el Estado es ineficiente, la propiedad privada y el mercado sí que están funcionando, la solución pragmática para el desarrollo económico pasa por aceptar esta realidad y acomodarse a ella.
El gobierno cubano acaba de anunciar, de manera vaga e imprecisa, a través del discurso de su presidente ante la Asamblea Nacional del Poder Popular el primero de agosto de 2010ii, dos medidas complementarias que pueden implicar un cambio histórico en la Revolución Cubana, aunque los titulares de prensa de la isla y de medios solidarios en el exterior no las hayan destacado en demasía. Por un lado, se va a quebrar la ya tradicional inflación de puestos de trabajo en el Estado, que sistemáticamente sobredimensiona sus plantillas para no dejar a nadie en el paro. Según Raúl Castro, sobran muchos trabajadores -dicen que más de un millón- en el sector público -¡habla directamente de un «sector estatal», presuponiendo por tanto que ha de haber otros!- que van a ser expulsados paulatinamente… ¿a dónde? Ahí es donde entra en juego la segunda medida. El gobierno asegura que va a ampliar el ejercicio del trabajo por cuenta propia y va a flexibilizar la contratación de trabajadores por parte de los pequeños capitalistas privados que van a desarrollar su actividad legalmente, tributando al estado en razón de sus dimensiones económicas. De este modo, se va a proceder a legalizar un sector privado que tendrá que alcanzar ciertas dimensiones si lo que se pretende es que pueda absorber la fuerza de trabajo de la que la Administración Pública planea desprenderse.
Faltan demasiados detalles como para poder evaluar con precisión los planes del ejecutivo cubano. Falta, como suele ser habitual en estos casos, información precisa. Los ciudadanos cubanos aún no saben a qué tipo de licencias se refería el presidente, cuáles serán los sectores de actividad afectados. No saben tampoco qué tipo de limitaciones de tamaño se impondrán, si es que se impone alguna, a las nuevas empresas. No hay idea de cuáles serán los procedimientos impositivos, ni el tipo de coberturas sociales de los trabajadores privados. Tampoco se pueden conocer las repercusiones de esta crucial decisión en la organización económica: ¿se crearán redes comerciales al por mayor de abastecimiento al nuevo sector privado o seguirá dependiendo de un desvío sistemático de recursos públicos ante el que se hará la vista gorda? ¿Cuáles serán las repercusiones en el sistema financiero interno?
Sin embargo, el mero anuncio de la intención de desinflar estado y hacer emerger un sector privado con la responsabilidad de absorber el presunto excedente de fuerza laboral es un salto de pragmatismo que quiebra definitivamente el sueño igualitarista de la Revolución y asume, por la vía de los hechos, el reproche ideológico que, en última instancia, condena económicamente a la perspectiva socialista heredera de la revolución soviética. Es una propuesta práctica, un baño de realismo, porque de alguna manera puede reconocer y hacer aflorar a la legalidad y los impuestos una realidad viva y creciente: hay mucha economía privada en Cuba que circula por la mano izquierda. Obtiene el grueso de sus recursos materiales de la privatización ilegal, es decir, el robo puro y duro de la propiedad colectiva, y emplea a muchos miles de trabajadores sin declarar, que completan los magros ingresos de un empleo estatal al que a menudo ni asisten con el producto del desempeño informal, por no decir clandestino, de todo tipo de tareas que la economía planificada hace mucho ya que olvidó. En el mercado negro se realizan labores de plomería, carpintería, albañilería, electricidad y electrónica domésticas, estética y peluquería, mantenimiento y reparación de automóviles, transporte de viajeros y mercancías, vigilancia, compraventa de todo tipo de alimentos o artículos de consumo fuera de los circuitos reglados, espectáculos privados, hospedaje… El abanico de la economía privada en la isla es muy amplio, llena muchas parcelas de la vida humana completamente desatendidas por el sistema público, y es una fuente permanente de pérdidas económicas para el Estado en forma de impuestos no tributados y desvíos de magnitudes impresionantes de bienes y servicios.
Sin embargo, esto no es de ahora. La escasa productividad de los trabajadores estatales, la planificación ineficiente y el mercado negro son características que vienen de muy lejos en el socialismo cubanoiii. La novedad tiene que ver con la acumulación histórica de malos funcionamientos en un momento de especial dificultad. Muchos cubanos se preguntan qué clase de valores se fomentan en un sistema social en el que, desde bien pequeños, los niños conviven con la cultura del resolver, el desvío, la corruptela pequeña o no tan pequeña, la arbitrariedad de arriba frente a la astucia en la inoperancia de abajo. Es tal el grado de irrealidad en la programación económica estatal que se ha visto impotente para reducir significativamente la dependencia exterior a pesar de la insistencia en los medios de comunicación y el sinfín de previsiones al respecto. La alimentación y todo el sistema social, con sus magníficas facetas de solidaridad y atención generalizada a la población, depende por completo de las remesas en divisas de la emigración, el turismo y las exportaciones, principalmente de materias primas y capital humano -a saber, personal docente y sanitario a países amigos como Venezuela -. La coyuntura económica internacional ha borrado la ilusión de sostenibilidad del entramado cubano a largo plazoiv, porque el endurecimiento de las condiciones de la dependencia exterior ha agudizado las profundas debilidades del sistema y ha puesto en jaque las esperanzas de crecimiento y desarrollo que se barajaban, a pesar de la persistencia de los desfases estructurales del modelo, hace apenas tres años.
El socialismo y la democracia
Por Internet abundan los comentarios de todo tipo de neoliberales que repiten una y otra vez lo mismo: el caso cubano confirma por demás la superioridad del capitalismo y el carácter antinatural del experimento socialista. «¿No lo veis claro?», parecen decir, «hasta el gobierno cubano ha tenido que acabar reconociendo la necesidad de la empresa privada para que las cosas marchen». Sin embargo, este modo de ver la situación, que casa perfectamente con el discurso de los detractores de la Revolución y con los enfoques de las medidas de austeridad y reforma económica que anuncia el Gobierno cubano, y que podrían desembocar en un proceso similar al sufrido por China o Vietnam, se plantea siempre desde la concepción de lo económico como dimensión separada de lo político, social y cultural.
Fidel Castro, en su archicitado discurso del 17 de noviembre de 2005 en la Universidad de la Habanav, afirmó que nadie tiene la patente de lo que es el socialismo. Era un punto de partida muy interesante para desencadenar cambios socialistas que pudieran poner en duda algunos de los fundamentos del sistema social determinado por décadas de influencia de la fracasada Unión Soviética. Sin embargo, es muy conveniente establecer unas consideraciones mínimas acerca de lo que implica el término, que tiene rango de disposición constitucional irrevocable en Cuba.
Desde Marx se entiende que el socialismo parte de la propiedad colectiva de los medios de producción. La única instancia que representa a toda la sociedad es el Estado, de modo que en todos los intentos socialistas habidos hasta el momento se ha entendido la propiedad social de los medios productivos como propiedad estatal. No son pocos los ciudadanos y medios cubanos que, en la tesitura actual de fracaso de la economía colectivista en la isla, apuntan a la necesidad de flexibilizar el concepto de propiedad dentro del socialismovi y plantean la necesidad de acercarse al cooperativismo o a la pequeña propiedad privada.
Sin embargo, consideramos mucho más interesantes los planteamientos que no ponen el énfasis en la forma de la propiedad, sino más bien en el modo en que se gestiona, se toman las decisiones económicas, se planifica y se funciona. En este sentido, son innumerables las voces que, desde la izquierda, advierten de la necesidad de hacer un replanteamiento profundo del funcionamiento de la economía socialista entendiéndolo dentro del funcionamiento político general del sistema cubanovii. El objetivo que se sugiere, es, sin duda, la democratización íntima del sistema, el incremento de la participación y la iniciativa de los trabajadores y ciudadanos de a pie, la descentralización de la toma de decisiones. Desde el interior de Cuba y desde los apoyos intelectuales de la Revolución en el exterior se está dejando caer una tesis que bien podría ser la continuación de los planteamientos de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero en su importante obra «Comprender Venezuela, pensar la democracia. El colapso moral de los intelectuales occidentales»viii. Estos autores españoles sugieren que la Historia del siglo XX demuestra la profunda incompatibilidad del capitalismo con la democracia, ya que sólo se sostiene la soberanía popular cuando, casualmente, el pueblo vota lo que el capital necesita. Cuando las decisiones soberanas contradicen los dictados de la economía privada, afloran el golpe de estado, la guerra, el exterminio. Fernández Liria y Alegre Zahonero argumentan que el socialismo es la condición previa para la democracia. Sin igualdad social e independencia individual, sin la extensión a todos de unas condiciones de vida y trabajo decentes por derecho, es imposible la ciudadanía. Y en la esclavitud, bajo el sometimiento a los dictados de intereses privados, es imposible la verdadera democracia. Desde estos planteamientos, el objetivo no es el socialismo, que deviene un medio imprescindible para un programa político que no se remonta a 1917, sino a 1789. Se trata de que la soberanía popular efectivamente gobierne la economía, porque lo que se quiere conseguir es llegar al estado de derecho y la democracia. La colectivización económica es necesaria para que sean el pueblo y sus instituciones quienes tomen las decisiones, liberados del yugo de un conglomerado más o menos caótico de intereses privados que se expresan a través de los mercados, cuando no se constituyen en fuerza política o militar apoyada en el poder pecuniario.
Los autores de «Comprender Venezuela» revisan la historia de las democracias frustradas por decidir en contra de quienes mandan de verdad en el capitalismo, y sólo miran hacia el llamado «socialismo real» para hacer un serio reproche al entramado ideológico que malentendió el programa político ilustrado y desembocó a veces en dictaduras atroces sobrecargadas de crímenes e injusticias. Sin embargo, cabría dar otra vuelta de tuerca a este enfoque y, a la luz de la implosión de la URSS y sus satélites, y la involución económica en China o Vietnam, plantearse que no sólo el socialismo es imprescindible para el estado de derecho en democracia, sino que quizás también resulte lo contrario, que el perfeccionamiento del estado de derecho y la democracia sean necesarios para el buen funcionamiento del sistema socialista. ¿Puede el ejemplo cubano significar algo en todo esto?
Síntomas relevantes
La realidad cubana es rica en anécdotas que ilustran la naturaleza de los problemas estructurales del sistema. ¿Son problemas económicos? Quizás resulte que no, que mayormente sean organizativos y políticos, lo cual acarrearía la conclusión de que las soluciones no tienen que venir de la presión involucionista de los economistas, sino de reformas políticas y cambios profundos en la cultura de gobierno de la Revolución si de lo que se trata es de defender el socialismo (no sus conquistas, que se quedan en bien poca cosa si el suelo estructural de la sociedad se privatiza).
La realidad demuestra que la planificación central cubana es muy vertical, y con muy poco feedback. No parece contradecir el más elemental sentido común deducir que, ante una autoridad que no escucha, de la que no se forma verdaderamente parte, la reacción de un pueblo avispado como el cubano sea el engaño, el desvío, la astucia invencible en el largo plazo. Ante un Estado paternalista, que no está verdaderamente controlado por los ciudadanos, que depende de la lealtad revolucionaria por encima de todo, la reacción práctica sea la pereza, una medular falta de compromiso, la fácil anteposición de los intereses individuales y familiares a costa de las necesidades colectivas. La dirigencia cubana ha tratado siempre muy bien a su pueblo, ha procurado no dejar a nadie fuera, ha promovido un nivel de seguridad social casi por encima de lo sostenible con el bajo nivel medio de productividad que, desde finales de los años sesenta, desarrolla el grueso de los trabajadores del socialismo cubano. Sin embargo, nunca ha atacado las causas estructurales de la falta de compromiso productivo y de los peligrosos excesos, ya tan generalizados, de la astucia popular frente al poder. El Gobierno ha insistido siempre en la disciplina y no ha progresado mucho en el fomento de la democracia de base, de la confianza en las decisiones de los de abajo.
Un ejemplo de los excesos de la centralización lo relataba hace un año aproximadamente un buen conocedor de los intríngulis del funcionamiento del Estado cubano. El gasto de divisas tiene que ser, salvo excepciones muy sonadas, autorizado siempre a nivel de ministro. Es decir: cualquier suministro que implique importaciones debe entrar en la programación establecida por la cúpula gubernamental. Contaba este amigo el caso del hospital de una ciudad pequeña de provincia. El director del establecimiento era muy consciente de las necesidades perentorias que asolaban el servicio: conducciones de agua en estado crítico con filtraciones de aguas fecales en las aguas limpias, una instalación eléctrica desfasada y en un estado calamitoso. El responsable del centro sanitario, que atiende a una población de más de 25.000 personas, estaba en un eterno estado de desesperación porque, por muchos informes que elevaba al ministerio, las obras, urgentísimas por lo demás en un centro hospitalario, nunca se programaban y la situación no dejaba de empeorar. Y el buen hombre atravesó una raya mística a partir de la cual los músculos ya no responden cuando recibieron unos cuantos aparatos de diagnóstico no solicitados, que valían en divisas mucho más de lo necesario para adecentar las instalaciones sanitarias, que tuvieron que ser almacenados sine die en un cuartucho porque no podían enchufarse al deficiente sistema eléctrico de la institución. ¡Cuanta irracionalidad a cuenta de la planificación central! ¿Por qué no funcionan mecanismos para escuchar a quienes están al pie del cañón? o, yendo más lejos, ¿por qué no pueden tomar las decisiones los implicados, los que conocen de verdad las necesidades?
Relatos de este estilo se hallan por doquier en Cuba, porque es así como funcionan muchas cosas, así de mal, y desde hace muchos años. En el plano de la educación es forzoso citar un artículo, tan sincero como amargo, de Domingo Maximino Moralesix, un docente cubano que se lamenta de la deriva de un sistema educativo que sufre una combinación de problemas que, según cuenta, se agravan por las decisiones pedagógicas de los de arriba, tomadas sin considerar el criterio de los de abajo. Lo más interesante de su planteamiento, que no debe ser denostado sino rebatido sin refugiarse en reprochar el tono indignado y acusador, es la queja por no haber sido, ni él ni sus compañeros, escuchados en ninguno de los procesos de transformación del sistema escolar que se han producido en la isla desde el periodo especial. Para este profesor de secundaria, está bien decir que la educación en Cuba es mejor que la latinoamericana y la de algunos países desarrollados, pero «hubiera podido ser mucho mejor, más formadora de valores, más universal, si los protagonistas hubieran podido expresar con honestidad sus pareceres y hubieran sido escuchados».
La desconexión entre arriba y abajo explica muchas trapacerías y un sentimiento de impotencia que se encuentra con frecuencia entre trabajadores resignados a aceptar el mal funcionamiento como la verdad estructural a la que es obligado adaptarse. No hace mucho, un taxista se justificaba ante su tendencia a no usar el taxímetro y esconder parcialmente su recaudación a los ojos de la superioridad. Afirmaba que si su coche se estropeaba perdía el trabajo y, dado que la soldada depende de los servicios realizados, sufría una importante merma de ingresos. Según este trabajador, en caso de avería, si quería ver reparado el vehículo alguna vez, lo tenía que costear de su bolsillo, aunque perteneciera en realidad al Estado y fuera de este último la responsabilidad. Nos habló de una maraña de tejemanejes de mecánicos y responsables de almacén que ponían precio a los repuestos, como si fueran suyos, y con total impunidad. De hecho, hay un mercado negro de sorprendente eficacia que se encarga del suministro de piezas para automóviles, todas de importación, todas desviadas de los almacenes del único importador en la isla, el Estado.
Luego está la corrupción de altos vuelos, que cuaja en los sectores en los que abundan las relaciones con el capital privado exterior. En abril de 2010 salió a la luz un caso sonado, relacionado con la empresa mixta «Río Zaza», cuyos productos solían abundar, hasta enero de este mismo año, en los anaqueles de los supermercados en moneda fuerte. Como una historia de novela negra, el caso incluye la muerte sospechosa del gerente general de la firma, un ciudadano chileno, por intoxicación de alcohol y pastillas, y la huída de varios compatriotas suyos que, al parecer, se beneficiaron ilícitamente de los negocios de la compañía. Otro caso sonado y mucho más preocupante fue la llamada «Operación Crucero», desvelada a los militantes del Partido Comunista de Cuba a partir de marzo de 2009x. Al parecer, un italiano de dudosa condición y de ademanes mafiosos había obtenido de manera irregular y con resultados desastrosos la concesión en exclusiva para reparar y explotar por 20 años la terminal de cruceros del puerto de La Habana. Algún personaje importante de las altas esferas del gobierno lo había avisado a tiempo para que escapara de la operación policial desencadenada para capturarlo.
A través de la revista «Temas» se produjo, en mayo de 2010, un interesante debate al respecto de la corrupción en el socialismo insular. El psiquiatra jubilado Fernando Barral escribió una «Aproximación sociológica al problema de la corrupción en Cuba»xi en la que se hace inferir que se trata de un problema social de cierta magnitud que no se está encarando adecuadamente y exige más dureza penal y un mayor compromiso con los valores de raíz guevariana: propone, por ejemplo, que se eliminen los estímulos pecuniarios para premiar la productividad de los trabajadores. A este psiquiatra le respondió, en el mismo medio periodístico, el reputado jurista Ramón de la Cruz Ochoaxii, que explicaba el rigor punitivo que se aplica en los casos que salen a la luz… y afirmaba que «los revolucionarios cubanos sabemos que es una realidad grave que enfrenta nuestro país, que es un fenómeno bien extendido en nuestra sociedad y que no solo es un problema de los funcionarios y jefes corruptos». Este autor hace una reflexión más documentada y profunda sobre el asunto que la de su rival, y comienza invocando las afirmaciones alarmantes de Fidel Castro en el ya citado discurso de noviembre de 2005 para reconocer claramente que fallan los mecanismos de control «internos de cada empresa». Explica que las formas de corrupción de alto nivel producen indignación popular pero «ante las cotidianas, las que suelen ser más dañinas socialmente, hay ausencia de reacción social y eso es muy grave». Para de la Cruz Ochoa, es muy importante reformar las estructuras económicas para generar lo que denomina «sentido de pertenencia». En lo que coinciden ambos autores en su polémica es en la necesidad de dar mucha más publicidad periodística a los casos que se investigan y resuelven, rompiendo con la actual política de revelarlos sólo a regañadientes y cuando ya no hay otro remedio. Así pues, desde voces imbricadas en el statu quo intelectual cubano se apuntan con claridad dos necesidades impostergables: reestructuración para estimular la participación (la «pertenencia»), y transparencia informativa. El psiquiatra Barral, por cierto, sopesa la idea histórica de ocultar la información «para no dar armas al enemigo» con la necesidad de hacer escarnio público de los corruptos y regenerar el clima moral de la sociedad, y claramente opta por esto último.
La reestructuración
Desde el Gobierno de Cuba, a partir de la experiencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), se lleva lanzando, desde hace años, lo que llaman el «perfeccionamiento empresarial»xiii. El objetivo es propiciar un funcionamiento riguroso a la vez que ético y participativo, con un conjunto de nuevos estímulos para el compromiso y la creatividad. Se pretende adaptar al sistema cubano alguna que otra metodología de gestión proveniente de la investigación corporativa en el capitalismo, mejorar las relaciones entre responsables y subordinados y propiciar un fuerte compromiso con los clientes, la productividad, el dinamismo económico. Si bien en el ejército estos planteamientos fraguaron con naturalidad, en el entramado económico de la sociedad civil son muchas las dificultades que afronta la iniciativa, que apenas ha alcanzado, y de manera poco efectiva en muchos casos, al 38 por ciento de las empresas del país. Según un interesante reportaje publicado en Juventud Rebelde el pasado mes de julioxiv, la política del perfeccionamiento empresarial choca frontalmente con la indolencia contable a la que están habituadas muchas empresas cubanas, que nunca terminan de cumplir al ciento por ciento los requisitos exigidos para ingresar en el programa, o que entran y salen de la iniciativa con una inconstancia que hace muy difícil la obtención de los resultados esperados.
Por otro lado, el citado informe periodístico apunta a que una de las dificultades insalvables que afronta el intento reformador de la cultura empresarial cubana estriba en la rigidez del sistema de planificación central que, en numerosas ocasiones, priva a las compañías de la necesaria autonomía, sobre todo en lo tocante a la obtención de recursos en moneda fuerte, para que puedan desarrollar una planificación eficaz y cumplir sus objetivos.
Es evidente que el intento de transformar los métodos de funcionamiento de las empresas choca con los problemas estructurales del socialismo cubano. Para que el perfeccionamiento empresarial se generalizase en un entorno socialista, no en una regresión capitalista, habría de transformarse algo más que cada empresa. Tendría que cambiarse el modo en que se toman las decisiones económicas, que, en el socialismo, en una sociedad gobernada por los seres humanos y sus leyes, y no por esta estructura muy superior a la suma de sus partes a la que denominamos «mercado», es una cuestión eminentemente política. Y es que la sociedad civil no es el ejército. En éste, la disciplina es la piedra angular que sostiene todo el edificio, y no hacen falta transformaciones estructurales para perfeccionar sus empresas. Sin embargo, la sociedad cubana lleva demasiado tiempo bajo la disciplina revolucionaria, no termina de constituirse fuera de toda excepcionalidad como sociedad socialista y, por tanto, democrática.
Hasta ahora, el criminal bloqueo estadounidense, las permanentes amenazas de agresión, el tamaño y poder de los enemigos del socialismo cubano han justificado un orden que apenas puede disimular su carácter de permanente estado de excepción. Lo explicaba muy bien Santiago Alba en un hermoso artículo publicado en Rebelión: Cuba es una trincheraxv. Sin embargo, la vida de campaña se ha ido deteriorando y se presentan dos opciones que pasan por transformar de algún modo el bastión:
1. Se puede abrir un pasillo en el frente, un coladero para aliviar rápidamente los síntomas de tantos años de asedio al que se le ha estado dando una respuesta en forma de muralla de disciplina popular y que esconde, como ya hemos visto, un mar de indisciplinas internas porque, como dice Alba en su artículo, «en todas las trincheras se fuma»… Con tal de preservar las estructuras políticas, ante la realidad mercantil espontánea que se organiza en el territorio socialista, aparece la tentación práctica de renunciar un poco en los principios económicos, y quizás por ahí se avecina una derrota desde dentro, un retroceso. Ante los anuncios de Raúl Castro del primero de agosto, en los que se adivina un plan de reformas que parece asumir la legalización de una buena parte del capitalismo realmente existente en la isla, es inevitable temer un paso atrás, una cesión de líneas con riesgos para la resistencia socialista. ¿Cuáles son los peligros internos para la Revolución de los que hablaba el Comandante en Jefe ante los estudiantes universitarios, esas disfunciones que sí pueden acabar con ella? ¿Se refería quizás a las soluciones pragmáticas que reconducen por la vía de un capitalismo más o menos controlado las tendencias económicas que afloran en la retaguardia de las posiciones de combate?
Faltan todos los detalles, como ya hemos dicho más arriba, para evaluar con algo más que interrogantes el rumbo que están por tomar las transformaciones en la isla. Quizás sea cierto que para algunos sectores de la actividad económica un mercado privado (un mercadillo parece una expresión mucho más atinada) sea la solución más adecuada. Lo que verdaderamente mueve a la preocupación es un anuncio como el que se ha hecho sin que se observe ningún movimiento en el sentido de lo que viene a continuación.
2. Se puede volver a soñar y hacer como que no se está en guerra y salir paulatinamente del estado de excepción, revolucionando la Revolución para avanzar en la democratización profunda, socialista, de la actividad social y productiva, generando el citado «sentido de pertenencia», renunciando al paternalismo de un Estado que se dejaría de sentir como instancia ajena de ordeno y mando y se entendería que es, en realidad, la organización de la colectividad, la estructura que defiende los intereses de todos. Se puede intentar normalizar el socialismo y entrar en estado de guerra sólo cuando directamente amenacen los huracanes o las tropas extranjeras, naturalizando otro tipo de cultura política en el que se eleve por encima de todo el ejercicio práctico cotidiano de la soberanía popular. Para esta hipotética -y suponemos que dificilísima y arriesgada- transformación de las relaciones políticas del sistema -fomento radical de la participación en detrimento de la disciplina revolucionaria– habría que dejar ante todo muy claro que la propia constitución establece un límite inquebrantable que es precisamente el socialismo. No se puede montar una democracia que elimine la condición previa que hace posible la democracia, no se puede permitir que los ciudadanos, por una mayoría momentánea, decidan volver al capitalismo, la dictadura de los poderosos, el imperio y sus mercados. La isla sigue cercada por un mar dominado por el enemigo y la soberanía popular no tendría, por tanto, derecho al suicidio político. Esto último impondría, como en una especie de reverso de lo que ha sido la historia del capitalismo hasta el momento, el regreso inmediato al estado de excepción, a la disciplina revolucionaria, al vanguardismo comunista imprescindible para el combate.
Desde el punto de vista de la organización económica, probablemente se haría necesario pasar de los actuales parámetros de la planificación centralizada, aderezada de un auténtico descalabro contable y un descontrol inaceptable en el consumo de recursos, a un tejido de interrelaciones democráticas en el que la gestión se basara en un consenso social de objetivos y en la confianza y la autonomía con rigor y máxima transparencia en la presentación, al pueblo, a la comunidad social circundante, a las asambleas de trabajadores, no sólo a los superiores, de los resultados. Por ejemplo, el director del hospital del que hablábamos antes manejaría un presupuesto en moneda fuerte y decidiría, con su equipo y la comunidad social, en qué se gasta cada año. A cambio, debería llevar una contabilidad muy rigurosa y presentar ante un consejo socialxvi del centro sanitario y ante la sociedad y el Gobierno, cada ejercicio, un informe completo de las ejecuciones presupuestarias y el funcionamiento de la institución.
El control del flujo de divisas y del volumen de las importaciones no tendría por qué verse en entredicho. El Estado tendría que organizar la adquisición de lo que se demanda desde abajo. Si el control se entiende como rendición de cuentas hacia abajo, ante el pueblo, la comunidad, la sociedad, y hay una cultura y un funcionamiento democráticos que implique que el que lo hace mal es destituido por sus subordinados o por los representantes directos de la comunidad más inmediata, las cosas se ponen mucho peor que ahora en lo tocante a la corrupción y la malversación. ¿Consentirían los taxistas el tinglado vergonzoso que montan almacenistas y responsables varios? ¿Les interesa a los de más abajo que los de en medio hagan de su capa un sayo y obtengan privilegios a cuenta de desigualdades y corruptelas que hacen la vida más difícil a los subordinados? Una cultura profundamente democrática podría ser la vacuna de la cultura del resolver, de la pequeña corrupción cotidiana y generalizada, esa que tanto preocupa al jurista Ramón de la Cruz porque, en la actualidad, no recibe la respuesta social que merece.
Asimismo, una cultura del control democrático sería mucho más compatible con una cultura de la contabilidad rigurosa. Curiosamente, en los tiempos cubanos actuales se da una escamante falta de profesionalidad en la gestión de empresas y organismos públicos. La esfera contable sufre de la indolencia que asola todos los aspectos del funcionamiento económico en una sociedad aburrida del Estado paternalista. Si, en el fondo, se infantiliza políticamente a los ciudadanos porque la dirigencia revolucionaria lo decide casi todo, por mucho que se cuide la seguridad social o se elijan representantes al poder popular, la víctima es el esfuerzo y el compromiso. Y esto tiene repercusiones muy serias si se aplica al control de inventarios. Lo que estamos tratando de decir es que no es necesario que la empresa pase a ser privada para que los trabajadores la sientan como propia. Todo lo contrario, si se privatiza, lo que espolea la productividad no es, como afirman muchas voces capciosas, el amor al trabajo bien hecho o la superioridad ética de la empresa capitalista, sino más bien el miedo al despido. La propiedad privada implica que los bienes productivos no suelen ser de los trabajadores: el cooperativismo no es lo que precisamente acaba predominando en las economías de mercado. En los procesos de privatización que hemos sufrido en los países capitalistas desarrollados hemos podido comprobar cómo el sentimiento de «pertenencia», la probidad laboral, la dignidad de los trabajadores… ¡estaban precisamente asociados al carácter público de las empresas y se perdían con la privatización, siempre asociada al aumento de la precariedad y la explotación! Y, curiosamente, esas privatizaciones no han implicado ninguna mejora visible en ningún servicio, que sepamosxvii. Lo que sucede es que, en el sistema actual de gestión, muchos trabajadores cubanos sienten que tienen tan poca responsabilidad como un subordinado en una empresa capitalista, sólo que el puesto está garantizado y la empresa no se va al garete si no produce a toda máquina.
La transparencia
El complemento imprescindible a la mayor horizontalización de las relaciones productivas implica un proceso de mejora en el sistema político e informativo de la sociedad socialista. Hace falta mucho más debate público, muchos más espacios abiertos a la abierta discrepancia. Por ejemplo: ¿se puede presumir de que todo el discurso público que se permite a los candidatos a las elecciones al Poder Popular en Cuba se limite a una biografía? Está bien que no haya campañas electorales millonarias, ámbitos para la penetración de la financiación y las malas artes publicitarias del enemigo externo, pero… ¿no sería deseable que los procesos electorales fueran procesos de debate, rendición de cuentas, críticas públicas, argumentación de puntos de vista y propuestas y programas de intervención?
Por otro lado, los importantes pasos que ha dado el sistema periodístico de la isla para vehicular las críticas y demandas de la ciudadanía a través de las cartas al director, y para hacer investigaciones en profundidad de diversas realidades negativas del socialismo en la isla, no son suficientes. Han servido, eso sí, para demostrar que a la Revolución no le pasa nada malo por que se incremente la transparencia, más bien todo lo contrario. Pero se sigue echando de menos lo que apuntan los dos autores de la revista Temas citados más arriba, una información amplia y puntual de todos los casos de corrupción que conlleve el escarnio público de los corruptos y la transmisión de la idea de que el pueblo lo debe saber todo porque es soberano y responsable. En otros lugares hemos argumentado sobre las importantes carencias y errores que, a nuestro juicio, arrastran los medios de comunicación cubanos, que deberían convertirse en abanderados de las transformaciones que precisa el sistema socialista para desarrollarse y superar sus dificultadesxviii. En resumen, junto a la necesidad de informar mejor y más rápido de lo que pasa en Cuba, es preciso mejorar en la precisión y profundidad de la imagen que se da de la realidad del capitalismo en todo el mundo, para no eludir el debate, para fomentarlo y ganarlo día a día en un proceso que implique mucho más al pueblo en la forja de una legitimidad profunda del socialismo.
Lo cierto es que en Cuba se debate mucho a través de las estructuras del Partido Comunista y de las organizaciones revolucionarias. Hay un poder popular elegido por votación ciudadana y muchos elementos institucionales que se acercan a la idea de estado de derecho, empezando por su poder judicial. Pero esto no rebate en absoluto lo argumentado hasta el momento. Buena parte de las carencias viene de lo referente a la discusión abierta y pública, para la cual el ámbito primordial, que llega a todos los rincones en una sociedad moderna, son los medios de comunicación. En Cuba sobra preocupación por la apariencia de unanimidadxix y falta una aproximación más profunda y sincera a la búsqueda de acuerdos democráticos desde la base en todos los ámbitos de la vida económica, social y democrática. Del mismo modo que en la isla se hace un uso modélico del poder mediático en la defensa civil ante los huracanesxx, podría ser un ejemplo en el fomento de la participación, la iniciativa y el debate ciudadanos, sobre una base mucho más completa y rigurosa en lo que a información se refiere. Perfeccionar el socialismo pasa por asumir esta necesidad, nos tememos. ¿Será demasiado tarde? Ojalá no.
Seguiremos confiando en quienes han hecho posible que la esperanza perviva hasta hoy mismo, pero es indispensable que todito se hable, que se discutan las alternativas y que la Revolución cubana se supere y nos vuelva a dar una lección de dignidad y fuerza. Todavía quedamos, en todo el mundo, quienes nos resistimos a renunciar al sueño de la democracia, que se ha de fundamentar en el socialismo. Seguimos mirando a la isla que resiste como nuestro último territorio, tal vez como el primero, con ganas de alzar bien fuerte la voz ante nuestros congéneres y decir: Mirad a Cuba; así es como se hace.
NOTAS
i Naomi Klein lo explica muy bien, como siempre, en su magnífica obra La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Paidós, Barcelona 2007, páginas 249 y siguientes.
ii http://embacuba.cubaminrex.cu/Default.aspx?tabid=5219
iii Véase, por ejemplo, el interesante estudio de José A. Massip, Ernesto Hernández García, Boris Nerey Obregón en Cuba, Siglo XXI: http://www.nodo50.org/cubasigloXXI/economia/massip_hdez_nerey1_230101.htm
iv El autor de este artículo se regodeó en su día en la palpable estabilidad del montaje económico del socialismo cubano. Véase http://www.rebelion.org/noticia.php?id=55340.
v http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2005/esp/f171105e.html
vi Se pueden encontrar diversas alusiones a todo esto en sitios tan dispares como la revista Temas (http://www.temas.cult.cu/), en el boletín Bloggerscuba en pdf (http://twitter.com/bloggerscuba) o en innumerables artículos y cartas al director en medios cubanos.
vii Fueron sonados trabajos como «El futuro de Cuba después de Fidel», Popular, Madrid, 2006, de Heinz Dietrich, en el que, con un entramado terminológico un tanto especial venía a decir que falta algo así como retroalimentación en la toma de decisiones; o el conocido artículo de James Petras en Rebelión que suscitó una dura respuesta de Fidel Castro en los medios cubanos (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=55223). Más interesante es el discurso del profesor universitario Julio César Guanche. Véase http://www.kaosenlared.net/noticia/video-entrevista-julio-cesar-guanche-profesor-universidad-habana
viii Hiru, Hondarribia, 2006. http://www.hiru-ed.com/COLECCIONES/PENSAR/Comprender-Venezuela-pensar-la-democracia.htm
ix http://www.kaosenlared.net/noticia/cuba-hora-discrepar-algunas-vivencias-personales-sobre-educacion-cuban
x http://www.jornada.unam.mx/2009/06/30/index.php?section=mundo&article=024n1mun
xi http://lajovencuba.wordpress.com/2010/06/28/aproximacion-sociologica-al-problema-de-la-corrupcion-en-cuba/
xii http://www.temas.cult.cu/catalejo/economia/Ramon_de_la_Cruz_Ochoa.pdf
xiii Una buena visión histórica de la iniciativa se halla en la referencia citada en la nota 3.
xiv http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2010-07-03/visteme-despacio/
xv http://www.rebelion.org/noticia.php?id=13974
xvi En el sector público español se gestionan así algunas instituciones. El autor de este artículo conoce bien el sistema educativo. Cada centro escolar maneja un presupuesto que aprueba un consejo escolar representativo de toda la comunidad escolar (profesores, padres, alumnos y personal no docente), el cual tiene importantes atribuciones en la elección o revocación del equipo directivo y supervisa cada curso el gasto y la política educativa de la escuela o instituto de secundaria. Por lo general, aun siendo muy ajustadas las cantidades que las administraciones asignan a los centros educativos, la gestión es más que aceptable y no nos consta ni un solo caso de enriquecimiento ilícito o malversación.
Por otro lado, los colegios e institutos públicos españoles cuentan con herramientas informáticas sencillas de gestión y contabilidad estandarizadas, siempre listas para la inspección. En lo referente a las cuentas, como mínimo semestralmente se cuadran los balances contables con las anotaciones de la cuenta bancaria y se informa hacia abajo (al consejo escolar) y hacia arriba (lainspección educativa).
xvii Para ilustrar este punto, una película del genial Ken Loach: «La cuadrilla» (2001), que cuenta las consecuencias, tremendamente negativas, de la privatización de los servicios de mantenimiento ferroviario en la Gran Bretaña de Thatcher. En España no hemos observado ninguna mejora en los servicios telefónicos, aeroportuarios, sanitarios o bancarios a cuenta de la brutal privatización de los años 90… más bien todo lo contrario.
xviii Véase, por ejemplo:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=19079
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=55340
http://www.bielpidiovaldes.org/sugerenciastvcuba.pdf
xix En uno de los artículos ya citados (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=55340) argumentamos en su momento en contra del complejo que denominamos falsa unanimidad. Como ejemplo de argumentación contraria, véase http://lapolillacubana.blogcip.cu/2010/05/10/jugar-con-el-enemigo-o-cerrar-filas/