Traducido por Viento Sur
Cuando ya se levantaban voces desde la derecha y de parte de la izquierda declarando el fin de la «primavera árabe» y recomendando a las masas rebeldes que volvieran a sus casas, los últimos días han dejado claro que el proceso revolucionario que comenzó en Túnez a finales del año pasado sigue vivo y coleando. En efecto, ha recobrado fuerzas y está experimentando un nuevo impulso, al que sin duda seguirán otros en el curso de los próximos años.
La revolución prosigue por todas partes, desafiando los intentos de abortarla o de desviarla de su rumbo progresista y liberador. Estos intentos están siendo patrocinados por EE UU, protector de la mayoría de los regímenes que están en la picota, y supervisados por los bastiones de la reacción árabe en los países petroleros del Golfo. Se trata de un vano intento de apagar las llamas de la revolución a base de bombear petrodólares, por mucho que cuenten con la ayuda -a cambio de una porción del pastel- de los dirigentes de la Hermandad Musulmana, a su vez respaldados por el emirato de Catar, y de grupos salafistas apoyados por el reino de Arabia Saudí.
La revolución prosigue por todas partes, como en Yemen, donde las manifestaciones del viernes pasado se convocaron bajo el lema de «Nuestra revolución continúa» para rechazar el acuerdo de «compromiso» bajo el cual [el presidente] Saleh, con una sonrisa de oreja a oreja, estampó su firma. La monarquía saudí trata de imponer el pacto a los yemeníes a fin de perpetuar el régimen de Saleh, como el de Mubarak en Egipto, mientras el propio Saleh sigue dirigiendo el espectáculo entre bastidores, en el mismo Yemen o desde Arabia Saudí, verdadero santuario de déspotas corruptos que recibió con los brazos abiertos a Ben Ali, ofreció refugio a Mubarak y hospitalizó a Saleh cuando éste fue herido.
La revolución prosigue por todas partes, como en Egipto, donde las masas han salido a la calle en un nuevo levantamiento contra el régimen militar. Han tomado conciencia de que el mando militar, al que por un tiempo consideraban leal al pueblo, es una parte inseparable, de hecho un pilar fundamental, del régimen cuyo fin había exigido el pueblo. La mayor de las revoluciones árabes, por su escala y su importancia, ha recobrado vitalidad. La visión y resolución de quienes han llevado adelante la lucha sin amedrentarse ante el aislamiento temporal han dado sus frutos: estaban convencidos de que la enorme energía liberada el 25 de enero pasado no se había agotado y de que debe seguir bregando en las luchas democráticas y sociales. Estas luchas gemelas solo pueden triunfar si van juntas. Es lo que sucedió cuando cayó el tirano y tendrá que suceder de nuevo, a escala más amplia, cuando el movimiento obrero haya consolidado su nueva organización.
La revolución prosigue por todas partes, como en Túnez, donde en los últimos días se han alzado las masas en la cuenca minera de Gafsa, cuyo levantamiento en 2008 allanó el camino a la revolución que estalló dos años después en Sidi Buzid. Han vuelto a reclamar la demanda original de la revolución tunecina: el derecho al empleo. No se han dejado engañar por la «transición ordenada» organizada por la «élite» social dominante para preservar su condición después de haber dejado caer en Ben Ali como chivo expiatorio. Esta «élite» trata hoy de asimilar a los oponentes de ayer.
La revolución prosigue por todas partes, como en Libia, donde se alzan cada vez más voces que denuncian el intento de someter el país a la tutela extranjera. Los revolucionarios amazigh, que desempeñaron un papel importante en la liberación del país de las garras del tirano, se han negado a reconocer al nuevo Gobierno porque este no les ha reconocido sus derechos. Se formulan cada vez más demandas sociales, tanto en las regiones más depauperadas bajo el régimen anterior como en el corazón de la capital. Todo esto se produce en ausencia de un aparato que tenga el monopolio de las armas y sea capaz de proteger a quienes acumularon riqueza y privilegios durante la larga dictadura de Gadafi.
La revolución prosigue por todas partes, como en Bahréin, donde las masas rebeldes no se han dejado engañar por la pantomima de la «investigación» que EE UU impuso al reino para facilitar la firma del contrato de suministro de armas que estaba previsto. Siguen manifestándose y protestando, día tras día, convencidas de que al final la victoria será suya y de que la dinastía de Al Jalifa y su patrono, la Casa Saudí, no se la podrá negar para siempre. La caída de la monarquía llegará inevitablemente.
Pero mientras tanto, la revolución debe proseguir. No cabe duda de que conocerá fracasos, retrocesos, reveses, tragedias, trampas y conspiraciones. Como dijo una vez el principal dirigente de la revolución china: «La revolución no es un banquete, un ensayo, una pintura ni un bordado; no se la puede hacer avanzar poco a poco, paso a paso…» Por tanto, la revolución debe proseguir sin descanso teniendo presente otra máxima famosa de uno de los líderes de la revolución francesa: «Quienes hacen la revolución a medias solo cavan su propia tumba. Lo que constituye una república es la destrucción de todo lo que se interpone en su camino.»