La revolución popular siria constituye una experiencia extraordinaria, fuera de lo común; una experiencia tanto moral como política, una renovación psíquica tanto como un cambio social. Es una insurrección tanto sobre las propias personas como sobre lo real. Revolución como desafío Desafiando los peligros de la detención, de la tortura y de la muerte, jóvenes […]
La revolución popular siria constituye una experiencia extraordinaria, fuera de lo común; una experiencia tanto moral como política, una renovación psíquica tanto como un cambio social. Es una insurrección tanto sobre las propias personas como sobre lo real.
Revolución como desafío
Desafiando los peligros de la detención, de la tortura y de la muerte, jóvenes y menos jóvenes, mujeres y hombres cambian sus vidas y se renuevan a través de la participación en el movimiento de protesta. Salen del enfrentamiento con los peligros mas fuertes, más valientes y más emprendedores. Aumentan su autoestima. Quien no participa en la protesta no tiene acceso a esta experiencia. De hecho, alrededor de dos generaciones no han tenido esta posibilidad, con esta amplitud. Por su implicación en ese «riesgo» colectivo y costoso, estos nuevos sirios desarrollan un espíritu de altruismo y de solidaridad, sin parejo en la historia de dos generaciones. Por su sacrificio para un objetivo colectivo, se liberan a la vez del miedo y del egoísmo. El rasgo extremo, peligroso de estas experiencias y dramático en muchos casos es susceptible de anclarles en la memoria nacional por generaciones.
Se debe, pues, hablar efectivamente de una revolución, puesto que muchos sirios cambian ellos mismos, luchando por transformar su país y liberar a su pueblo. Por esta razón, es, sin duda, difícil reprimirles y hacer que se callen definitivamente. No es posible, para un régimen empobrecido moral, política e intelectualmente, un régimen lleno de corrupción y de prepotencia, vencer, por la fuerza , a este alma audaz y fuerte.
Durante cuarenta años, el régimen ha impuesto a los sirios una vida estrecha, sin valentía, sin renovación y sin alegría. Una vida material, empobrecida de toda dimensión moral, espiritual o estética. En ese desierto de vida, la religión ha sido uno de los únicos elementos espirituales, el refugio único contra la putrefacción de una vida resueltamente centrada alrededor del poder.
Hoy, la revolución procura nuevas experiencias a los sirios. Es democrática en el sentido en que los participantes se comprometen en ella de forma voluntaria. Una cosa que no ha existido jamás bajo el régimen del Baas.
Revolución como memoria
Gracias a los progresos tecnológicos, se ha reducido la distancia entre las actividades sobre el terreno y su cobertura mediática. Se ha visto aparecer nuevas formas de organización y de gestión, más democráticas, más cercanas al movimiento sobre el terreno y basadas esencialmente en los nuevos medios de comunicación: el teléfono móvil, las secuencias de video difundidas en Internet y las redes sociales. Sustituyendo a los periodistas, a los que se prohíbe cubrir los acontecimientos en Siria, los jóvenes en revuelta han asegurado una cobertura intensiva de los acontecimientos.
Cada activista es doblemente creador de una nueva realidad: lo hace una vez saliendo a la calle para desafiar y cambiar el poder tiránico que representa en adelante el pasado, y una segunda vez documentando esta nueva realidad. Al hacerlo, transforma, de un lado su realidad en una realidad común que alcanza los diferentes huecos mediáticos y de otro, aporta un relativo apoyo a este movimiento protestatario. Se dirige a la opinión pública del país pero también del mundo, atrae más simpatía, tanto siria como árabe y mundial. A falta de este sistema nervioso (los jóvenes que cubren los diferentes puntos del movimiento), la revolución habría sido aislada y por consiguiente fácil de ahogar por el régimen.
Así, con el teléfono portátil como arma, esta actividad está constituyendo una memoria objetiva de la revolución y construyendo un archivo visual colosal que es en si mismo una inmunidad natural contra el olvido, puesto que la memoria verbal, aunque esencial en la memoria colectiva, es siempre más frágil que la memoria visual. El teléfono portátil , así como las páginas personales en Facebook han tenido un papel único contribuyendo a la génesis de las individualidades y de las subjetividades independientes. Un papel democrático que ha podido ampliar la posibilidad de participar en la producción de informaciones y a concebir un espacio público diferente, «virtual» e inaccesible a la colonización del régimen. Un papel comunicativo que permite nuevas concentraciones cuya dispersión es laboriosa.
Además del archivo visual, existen testimonios que se multiplican, escritos por un gran número de participantes directos en el movimiento. Protegiendo la memoria colectiva contra la confiscación y el olvido forzados, la documentación fotográfica ha asegurado una victoria definitiva en la batalla mediática. El régimen sirio no dispone de la menor credibilidad o del dinamismo que caracterizan a la cobertura mediática no costosa de la revolución, si se la compara con la factura humana, probablemente muy elevada. En sí, esto ha fundado su superioridad moral; quienes sacrifican sus vidas no son comparables ni con los denominados por los egipcios «el partido del sofá», que siguen la revolución sentados ante la televisión, ni con quienes veneran al régimen y le buscan justificaciones, los shabihas de los medios y los ideólogos. Inútil pues compararles con los grandes o los pequeños asesinos.
La valentía y los sacrificios de los revolucionarios constituyen una experiencia nacional fundadora; una experiencia que formará de nuevo al país.
Un régimen que realiza una guerra contra la revolución de los gobernados, no podrá jamás llevar a cabo una guerra contra su memoria. Incluso si pudiera reprimir momentáneamente por la fuerza, esto no sería sino una secuencia de una larga lucha en la que los sirios están equipados de excepcionales experiencias, de verdaderos pilares para su liberación.
Revolución y régimen
Hoy, en Siria, existen dos fuerzas: el régimen y la revolución.
La primera posee las armas, el dinero y el miedo pero está desprovista de todo sentido. La segunda posee el desafío del miedo y el gusto por la libertad. La revolución es la encarnación del altruismo extremo: el sacrificio. El régimen es la encarnación del egoísmo extremo que podría llevar a la destrucción del país para hacer sobrevivir una junta gobernante pobre a todos los niveles: intelectual, político y ético. La revolución es una revuelta moral y política, produce la mayor diferencia en la historia contemporánea de Siria, desde la independencia. En cambio, el régimen es una revuelta contra la sociedad siria; no aguantará, a menos que la sociedad siga enferma, dividida y desconfiante. La revolución es una fuerza de vida, el régimen es una fuerza de muerte.
La revolución nombra, el régimen anula los nombres. Este último impone a todo el país un solo y único nombre, Al-Assad. La calle está a su nombre, las plazas, el mayor lago del país, el hospital, la biblioteca nacional y Siria misma está a su nombre. La revolución nombra o más bien resucita los lugares: Deraa (Jasem, Nawa, Dael, Inkhel); Damasco (Kanaker, Duma, Harasta, Midan, Barzeh, Rukin Eldin, Muadamyeh, Attal, Alkusweh, Qatana, Jdaydet-Artuz); Homs (Bab Elsibaa, Bab Dreb, Al Waer, Al Rastan, Talbisa, Qusair); Hama (Al Hader, Al Souq, la plaza Al Assi, Al Salamieh); Idleb (Muarat Eln´man, Jisr Elshugur, Binnech, Khurbet Aljoz, Jabal Alzawieh); Alepo (La Universidad, Sayf Aldawleh, Saladino, Al Sakhour, Ein Araba, Tal Rifaat, Manbej, Al Bab); Al-Hasakeh (Al Qamishli, Ras Alein, Al Dirbasieh); Lattaquié (Al Slaybeh, el campo palestino de Arramel, Elskantouri, Jableh); Tartous (Bayas, Albeda); Arraqa (Attabaqa). Der Ezzor (Mayadin, Al Bukamal, Alquryeh)…
La revolución nombra los días, particularmente los viernes, «Viernes Santo» aludiendo al viernes que precede a Pascua, Viernes «de Azadi» (libertad en kurdo), Viernes de Saleh Al Ali (un resistente alauita conocido durante el mandato francés en Siria), Viernes del «¡lárgate!». Se libera el nombre del país, a partir de ahora Siria no es la de Al Assad o del Baas.
Nombrando y resucitando los nombres, la revolución se hace creadora de subjetividades, de la iniciativa y de la acción libre, mientras que el régimen hace todo lo posible por reducir Siria y los sirios a objetos para una y única subjetividad libre: «la subjetividad al-Assadiana».
La revolución desvela la riqueza reprimida de Siria, su riqueza social, cultural y política. Descubre la riqueza de los hijos de Siria, cuyos rasgos fueron borrados. Les da la palabra públicamente: gritan, protestan, se burlan, cantan y recuperan el espacio público o más bien lo liberan de una ocupación casi totalitaria.
A través del acto de nombrar, los sirios recuperan el dominio de sus propias vidas y de sus entornos; relatan sus historias y restauran su lengua abriéndola a emociones vivas y extremas. Revolución, ideología y modernización
Durante decenios, las élites políticas del mundo árabe, particularmente en Siria, han renunciado a la moral por la ideología. Demasiada ideología para cubrir poca moral. Por consiguiente, se ha llegado a un momento en que somos gobernados, en nuestros países, por gente poco escrupulosa que mata, roba y miente descaradamente mientras se erige en ejemplo de patriotismo, de sabiduría, incluso de moral.
Hoy, las revoluciones árabes de las que forma parte la revolución siria son una revuelta contra esas élites inmorales, y una liberación del yugo infalible de las ideologías. Su aspiración a la libertad y a la dignidad está revestida de moral que no encuentra apoyo más que en la vocación innata por la justicia y la cultura religiosa.
El carácter moral de la revolución siria y de las revoluciones árabes de un lado y la falta de moral en nuestros sistemas de valores llamados «modernos» (debido a la parcialidad de una gran parte de nuestras élites políticas y culturales por estructuras de modernización desprovistas de toda moral), ha hecho de forma que la gran base popular de la revolución en Siria esté más cercana de las estructuras sociales «tradicionales», que de las más modernas. Este último punto es tanto más sensible en Siria en la medida en que existe una doble superposición entre la «modernidad» y la «tradición». La modernidad porta en su seno consideraciones de clase. Hay pues de un lado formaciones religiosas, confesionales heredadas y de otro lado, «distinciones» entre las clases sociales que se han convertido, estos últimos años, en más tangibles y más ancladas.
La política de Bachar Al Al-Assad, la de la «modernización y del desarrollo», se basa esencialmente en la renovación de las herramientas y de los aparatos (nuevos coches, centros comerciales, hoteles y restaurantes lujosos, bancos, escuelas y universidades privadas para la élite del país), pero sin contenido humano o político. Nada a nivel del reconocimiento de los derechos políticos, de las libertades públicas, de la solidaridad social y de la cultura. Bien al contrario, la solidaridad social y nacional entre los sirios se ha desmoronado gravemente. Las dimensiones emancipatorias de la cultura se han borrado a favor de las ideologías sectarias y fanáticas, consagradas además por intelectuales reconocidos.
Esta composición entre un régimen político superado e inhumano de un lado y un escaparate material brillante de otro es la marca de fábrica del sistema en pie. Esto hace de él más que un régimen político autoritario: se trata de un sistema social, político e intelectual basado en la discriminación casi racial practicada sobre la población a partir del monopolio del poder y de la riqueza nacional. Este monopolio es una de las fuentes de la protesta popular y justifica, en parte, la razón por la que esta última haya tenido como punto de partida las regiones periféricas y rurales del país y las barriadas de las ciudades. La liberalización económica que ha tenido lugar en Siria, hace algunos años, ha generado un modelo de desarrollo favorable a las ciudades en detrimento de la provincia, favorable a los centros de las ciudades en detrimento de los barrios «periféricos» y en fin beneficiosa a nuevas barriadas ricas en detrimento de las barriadas tradicionales hacia las que se ha expulsado a la población desclasada del modelo de desarrollo liberal autoritario. Esas zonas han sido marginadas, el paro en ellas es elevado a causa de las nuevas competencias requeridas (dominio de lenguas extranjeras y de las nuevas tecnologías). Todo esto va parejo con el retroceso del papel social del estado y la transformación de los representantes del poder en ricos altaneros. Todo ocurre como si fueran destacados extranjeros que gobernaran a indígenas por los que no tienen ningún respeto y no expresan ninguna solidaridad. Atef Najib, el primo del presidente, detuvo a los niños de Deraa, les torturó y sugirió cínicamente a sus padres «fecundar» a sus esposas para reemplazar a los niños detenidos en caso en que los padres no fueran capaces. Esta persona es el ejemplo tipo del hombre del poder, bruto, inhumano y apoyado por el sistema.
La evolución de la situación en Siria hasta ese punto de alienación y de desprecio explica la rabia de los sirios. Nada es nuevo, pero la separación social y cultural ha desembocado en racismo. Y ahí debo mencionar el papel de destacados intelectuales en consagrar la atmósfera agresiva con más o menos inteligencia, por el ataque sin contención contra un fantasma llamado «Islam». Lo hacen sin hacer distinción entre el Islam como religión y herencia cultural de nuestras sociedades y el «Islam político». Este tipo de «laicismo» ciego es el dogma de las fuerzas de seguridad sirias. El dogma funcional del equipamiento protector del régimen «desarrollo y modernización». Algunos intelectuales siros conocidos han aceptado una especie de pacto con los generales de la seguridad a la vez que proclamaban justificaciones personales o públicas. Algunos han desarrollado toda una teoría sobre el «estado» y su modernidad y sobre la «sociedad» formada de individuos. Han llegado incluso a expresar voluntariamente su agresividad contra todo opositor a este estado. Así se han colocado como intelectuales orgánicos en este régimen.
Si me extiendo sobre este debate, no es por razones ideológicas sino porque esta noción aristocrática y falsa del laicismo ha proporcionado una justificación a métodos muy brutales del poder político. Ha bajado el umbral intelectual y moral garante de la vida de la gente sencilla y finalmente se ha impregnado de una atmósfera cultural y política racista (el racismo siendo una ideología de clase y no de identidad, como demuestra Benedict Anderson). Ha constituido un apoyo que va en el sentido de la legitimación del poder y su monopolización en manos de los gobernantes en Siria. Atef Najib no ha salido del pensamiento de Adonis, de Georges Trabichi o de Aziz Azmeh. En cambio, este pensamiento disminuye en gran medida las exigencias simbólicas y morales de la represión en la calle.
Por resumir, la revolución siria ha tenido lugar contra la modernización definida como una liberalización favorable a los ricos, como una ideología modernista, desprovista de todo contenido moral; como una modernidad de herramientas y de cosas, que va de los bancos a las universidades privadas y a los coches. Se trata de una revolución contra el régimen que ha hecho del «desarrollo y modernización» un dogma que oculta una relación ilegitima de privilegio entre el poder y la fortuna. Es una revolución contra los ricos del régimen que han robado millones durante la era socialista baasista y se han convertido en los dueños de la economía de la época liberal. Finalmente es una revuelta contra los ideólogos del régimen que han hecho de la «modernidad» una religión, una política y una cultura. «El desarrollo» y la «modernización» son su ejemplo tangible.
Revolución y medios tradicionales
El hecho de que la base de la revolución resida en los medios sociales «tradicionales» evoca una cuestión de naturaleza política a propósito de la relación entre esta base y la democracia. Estas estructuras sociales sufren de una persecución política y de una alienación cultural y explotación económica. Por consiguiente, recuperan una parte de su dignidad a través de la participación valiente y amplia en la revolución. Intentan liberarse políticamente enfrentándose a un régimen tiránico «modernizante» pero extremadamente retrógrado. Su presencia política en estos momentos podría equilibrar las fuerzas socioeconómicas a su favor.
¿Es el fundamento de una democracia estable y apta para desarrollarse? No en lo inmediato. La degradación espantosa a nivel de la educación y de la enseñanza, la desreglamentación de la estructura nacional de la sociedad (fisuras verticales profundas), la dependencia del estado al régimen y el nivel modesto de las élites políticas desmotivan las previsiones optimistas.
Sin embargo, las limitaciones probables no tienen nada que ver con una incompatibilidad intrínseca de cualquier tipo entre la democracia y los medios «tradicionales». Estos medios son el resultado a la vez de la exclusión de la vida pública, del nivel de rentas, de una educación muy débil y de una vocación natural por la independencia. Estos medios sociales estaban a punto de desaparecer en los años setenta del siglo pasado, salvo que han sido instrumentalizados por el reino Al Al-Assad. Hoy, son mucho más débiles y menos coherentes de lo que da a entender la primera impresión. En el caso de una apertura política, esas estructuras sociales podrían salir a la superficie, sobre todo al comienzo. Pero no podrían a largo plazo resistir a los nuevos mecanismos relativos a la economía y la educación nacionales. El corte voluntario y altivo con esas estructuras era un pilar de la tiranía política antes de que esa misma tiranía comprendiera que preservar esas estructuras sociales valía más, para ella, que desmontarlas.
Por otra parte, una mayor independencia a nivel local y un mayor grado de descentralización tendrían una mejor oportunidad de ser acogidos positivamente al nivel del desarrollo, administrativo y político. El centralismo era un obstáculo, un empobrecimiento social y cultural y apoyo a la dictadura. Debemos, por el contrario, pensar esto como un proceso histórico más largo y que va mas allá de la liberación del tirano para reformar la educación y la ley y para reconstruir el estado nacional y moderno.
Revolución y creatividad
Otra cuestión es tan importante como la precedente: ¿cómo se puede comprender el hecho de que la revolución sea una experiencia de creatividad accesible a centenares de miles de sirios y al mismo tiempo el hecho de que la base social de esta revolución sea de naturaleza «tradicional»? ¿Es que esos medios sociales son compatibles con la creatividad y la reinvención de sí? ¿No significa la tradición que el modelo ideal del si es ya existente y que basta justo con identificarse a él? Esto parecería contradictorio si se partiera de una noción ideológica de la tradición , en oposición a una modernidad, definida también ideológicamente. El hecho es que se copia el modelo de la clase media europea moderna y se le opone a la tradición a la vez que se carga a esta última con todas las connotaciones negativas como la irracionalidad y el estancamiento. Se la considera como un defecto que no encuentra su reparación y su plenitud más que simulando el modelo europeo, o más bien imitando a quienes lo imitan.
Si es cierto que la revolución siria se compone de un lado de medios locales y tradicionales (que se rebelan contra diversas privatizaciones y la invasión permanente del aparato de represión en todos los aspectos de la vida o de la solidaridad) y de otro lado de gente educada, instruida e intelectuales modernos, hombres y mujeres empujados por sus aspiraciones a la libertad, a la individualidad y la independencia (una clase media instruida emancipada de sus referencias tradicionales), es porque existe un destacado rasgo unificador que es el valor del trabajo para los dos sectores de la población. Lo que les une es su dependencia del trabajo como fuente exclusiva de vida, de moral y de representación del mundo. Estos dos tipos de población representan el gran público sirio en oposición con «la clase privada» que se define en términos de poder, de fortuna y ciertos privilegios culturales que se presumen.
La libertad por la que gritan y se sacrifican jóvenes creyentes, practicantes y no creyentes, jóvenes de la clase media instruida y jóvenes de las clases menos instruidas, significa la reconstrucción del sistema político y del sistema de valores alrededor del trabajo. El trabajo aquí se opone desde el punto de vista social, político y desde el punto de vista de los valores con el poder y los privilegios sobre los que se funda una alianza social que no tiene ningún escrúpulo en matar y torturar a los sirios.
Pero ¿porqué la libertad y no la justicia cuando el valor trabajo es central en todos los insurrectos sirios y la justicia central en el Islam? Esto es probablemente debido a una profunda asimilación del lazo entre el centralismo absoluto en el seno del poder y el sistema de privilegios sociales existentes que ha causado el hundimiento del Trabajo como valor material y moral. La prioridad de la Libertad en la revolución siria indica que la justicia está condicionada por la liberación de la tiranía. Esto es una condición necesaria aunque insuficiente. Se trata de un paso hacia el camino de la restauración de los valores supremos. En este sentido, la libertad será el primer valor sobre el que se podrá fundar la justicia.
Por resumir, se puede decir que lo que diverge entre las dos componentes de la alianza insurrecta en términos de gustos y de modo de vida es mucho más mínimo que lo que les separa de los nuevos feudales que poseen y gobiernan pero no trabajan.
Revolución e islamismo
¿Es posible que la evolución política en la Siria de después de Al Al-Assad derive hacia una «tiranía de la mayoría»? ¿Nos esperamos una tiranía islámica hostil a las minorías religiosas (principalmente los cristianos), o a una tiranía sunita contra (los alauitas, los drusos, los ismailitas y los chiítas)? La pregunta no es importante, salvo que «modernistas sirios» de los que tres nombres ya he citado anteriormente han lanzado advertencias. Lo han hecho bastante antes de que la revolución mostrara su espíritu, mientras que la sociedad siria sufría la tiranía de la junta oligárquica…
En realidad este temor no tiene fundamento en la historia contemporánea de Siria. Antes de la era baasista, la situación sociopolítica tendía hacia una reducción de las disparidades materiales y políticas entre las diferentes componentes de la población y no hacia su agravación. El propio Baas, incluso las dos caras assadianas, no habría sido posible sin esta evolución. Antes de que fueran excluidos por el sistema del partido único totalitario, los partidos políticos activos aseguraban una accesibilidad al espacio público para los individuos salidos de los medios religiosos, confesionales y étnicos diversos. Los dos partidos nacionalista y comunista presentaban alternativas a la sociedad para superar sus divisiones verticales. Es conocido que el partido Baas comprendía cristianos, musulmanes, sunitas, alauitas y muchos otros. El partido comunista reagrupó además a árabes, kurdos, armenios y judíos. Cuando todas estas estructuras fueron destruidas, incluso el partido Baas, la gente no tenía ya más que sus referencias tradicionales como recurso. Añadamos que la destrucción practicada durante el reino de Hafez Al Al-Assad se ha acompañado de la sujeción del ejército cuyo carácter independiente y nacional fue abolido, el control de las universidades y de los sindicatos, incapaces de tener cualquier papel público desde entonces. Esto se ha acompañado igualmente de la tiranía de un individuo, llevando al país hacia una autoridad familiar. Esto es contra lo que los sirios se rebelan hoy.
Quienes conocen la sociedad siria saben muy bien que no se puede definir a los musulmanes sunitas únicamente por defecto. Nada les une a parte de su distinción de los demás, a saber el hecho de que no sean ni cristianos, ni alauitas, ni drusos, ni ismaelitas. Esto molesta, ante todo, a los islamistas que intentan hacerse los representantes naturales de los sirios sunitas y molesta igualmente a otros fanáticos confesionales que no se distinguen en nada de los islamistas. El hecho de que no exista una única esencia sunita unificadora tiene explicaciones psicológicas e históricas sobre las que no vamos a detenernos aquí. Sin embargo es sorprendente que este análisis escape a los pensadores que alertan contra la «tiranía de la mayoría».
La única pregunta pertinente en este asunto es la siguiente: ¿qué es lo que justifica la puesta en guardia contra la tiranía de la mayoría antes incluso de denunciar una tiranía efectiva y que dura desde hace decenios? Puede ocurrir que esto esté ligado al dogma del modernismo que liga intrínsecamente el modernismo con Occidente. Este dogma no ve que este lazo es un hecho histórico. Por consiguiente estos pensadores expresan una hostilidad «occidental» clásica respecto al Islam.
Sin embargo, se estaría en una mejor posición para contestar toda islamización posible de nuestras revoluciones actuales y toda islamización de nuestras sociedades posrevolucionarias si se disociara esta objeción de toda hostilidad fundamental respecto al Islam. No hay ningún contenido democrático o liberador en esta hostilidad. Más aún, es un contenido retrógrado, tiránico y racista. Un verdadero laico democrático no puede lógicamente ser partidario de esa corriente esencialista.
Revolución y postbaasismo
¿Es posible que la última palabra en la Siria del post Baas sea la de los islamistas políticos? En Túnez, tienen la presencia más fuerte desde la independencia, hace 60 años. En Egipto, son los candidatos más mejor situados para gobernar y ocupar posiciones sensibles en el país. Nada deja suponer que no lo serán en la nueva Siria.
Pero esto en si no plantea ningún problema grave. Digamos más bien, que el problema no es nuevo por una parte, y por otra, no es más grave que las dictaduras familiares e individuales.
No es sin duda evidente integrar a los islamistas en el interior de nuestros nuevos sistemas políticos, sin embargo, su exclusión ha sido experimentada ya y sus resultados son conocidos. Además, en todos los países árabes en que los islamistas han sido perseguidos (Egipto, Túnez, Siria y Libia), muchos otros lo han sido también. Esta doble represión ha fundado la tiranía. El hecho es que la tiranía no se limita exclusivamente a la de las juntas oligárquicas, sino que caracteriza también a ciertos islamistas, fanáticos desde el punto de vista religioso y violentos políticamente que han aparecido y se disputan el poder con esas mismas juntas. Además, llevan a cabo conflictos con los gobernados, religiosamente, moralmente y culturalmente, lo que no es una evolución deseada. La aparición legítima de los islamistas en la escena social y política en nuestras sociedades cambiantes podría colocar los conflictos de política y de pensamiento en un primer plano. Empujaría a los opositores a la supuesta tiranía de los islamistas a articular de nuevo la democracia y el laicismo. La disociación de estos dos valores durante la última generación había debilitado la democracia, corrompido el laicismo y servido a las juntas en el poder.
Revolución y expectativas
¿Qué se espera de la revolución siria? La respuesta a esta pregunta es muy importante a fin de evitar las sobreestimaciones y, como consecuencia, las decepciones. Anticipar una democracia estable desde los primeros años que sigan al cambio político sería de un optimismo exagerado. La operación revolucionaria debe ante todo asegurar la transición de Siria hacia condiciones políticas que aceptarían la reforma y responderían con flexibilidad a las aspiraciones de los sirios. La Siria de después del Baas debe asumir desafíos colosales: la reconstrucción del estado y de la sociedad, reconciliar a los sirios entre sí basándose en la ciudadanía, después de lo que el régimen ha destruido, después de lo que ha propagado como atmósfera de guerra fría permanente entre los ciudadanos. Ha intentado incluso transformar esta guerra fría en guerra declarada durante la revolución. Siria será viable si logra proteger su cohesión, si llega a inventar mecanismos y procesos de autocambio. Entonces, nacerán nuevas élites, vivirán para la política y no de la política (según la distinción de Max Weber) como ocurre con la élite gobernante actual.
En lo inmediato tras la revolución, será urgente reformar la educación, el sector jurídico y administrativo, sin olvidar la reconstrucción del sistema político basándose en nuevos fundamentos. Se deberá reestructurar la función securitaria sobre nuevas bases, puesto que las estructuras de seguridad existentes comportan intrínsecamente la hostilidad hacia el pueblo. Será imperativo repensar enteramente los medios. Los medios actuales se basan en la mentira y la veneración del régimen. Finalmente, está la reconstrucción del ejército después de que la noción de «ejército doctrinal» haya destruido el ejército y haya desnaturalizado su carácter nacional. Desde la limpieza de las ruinas dejadas por el Baas hasta la construcción del país sobre mejores bases, una carga gigantesca pesa sobre las espaldas de la generación de los jóvenes siros. Esta generación que avanza a grandes pasos y paga el precio exorbitante de su reapropiación de lo político … y de la vida.
Yassin Al Haj Saleh es escritor, médico y antiguo preso político sirio (ha pasado 15 años en prisión por pertenecer al partido comunista -buró político-, y vive desde el pasado mes de marzo en la clandestinidad), ha escrito un amplio análisis sobre cuestiones importantes ligadas a la revolución y su futuro. Presentamos la traducción de su texto, inicialmente publicado en la Revue d´Etudes Palestiniennes de Beirut, otoño de 2011.