La siguiente entrevista se realizó el pasado 22 de noviembre. En los días siguientes han continuado los enfrentamientos. Como escribe el diario Al Masry Al Yum el 24 de noviembre: «Los manifestantes que se han hecho fuertes en la plaza Tahrir llevan ya seis días protestando contra la brutalidad del poder militar y policial.» La […]
La siguiente entrevista se realizó el pasado 22 de noviembre. En los días siguientes han continuado los enfrentamientos. Como escribe el diario Al Masry Al Yum el 24 de noviembre: «Los manifestantes que se han hecho fuertes en la plaza Tahrir llevan ya seis días protestando contra la brutalidad del poder militar y policial.» La situación parece tan tensa que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) ha tenido que pedir disculpas oficialmente por la muerte de al menos 35 manifestantes. Según diversas fuentes, varios miles de personas han sufrido heridas de consideración en todo el país.
Alrededor de las 13 horas del 24 de noviembre tuvo lugar un debate para decidir si los manifestantes debían retirarse de la calle Mohamed Mahmud, próxima al Ministerio del Interior, frente al despliegue militar. Algunos de los participantes afirmaron: «No nos
iremos. Que se vaya la policía [militar].» Existe el temor de que la retirada de esta calle facilite un ataque de las fuerzas de seguridad contra los manifestantes acampados en la plaza Tahrir, según Al Masry Al Yum. El 23 de noviembre, miembros de la cofradía Al Ashar formaron una cadena humana para interponerse entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad en los alrededores del Ministerio del Interior. El gran imán de Al Ashar pidió a las fuerzas del orden que «dejaran de disparar contra los egipcios». Una indicación más de la intensidad del enfrentamiento.
La prensa egipcia del jueves 24 de noviembre informa de que se está negociando la constitución de un nuevo Gobierno, pero las vacilaciones de todos los candidatos reflejan la profundidad de la crisis política. Está claro que ninguno de ellos aceptará un puesto sin el aval, de una forma u otra, del CSFA. El exdirector de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, El Baradei, ha declarado al diario Al Ajbar que está dispuesto a renunciar a su campaña electoral si puede servir mejor a Egipto encabezando un Gobierno de transición. Finalmente, ha rechazado la oferta (o le «han» rechazado a él) y el CSFA ha nombrado finalmente nuevo primer ministro a Kamal el Ganzuri, economista, exministro de Mubarak, que se distanció de la dictadura en el último momento. El brazo político de la Hermandad Musulmana, el Partido de la Libertad y la Justicia, trata de justificar en su diario del mismo nombre (Libertad y Justicia) su decisión de no participar en las manifestaciones de la plaza Tahrir. Tiene que hacerlo porque la oposición de los jóvenes en sus propias filas es muy fuerte.
No olvidemos que el proyecto de constitución presentado por el viceprimer ministro, Ali al Selmi, ha sido rechazado, entre otras cosas, porque contiene artículos que sitúan al ejército al margen del control parlamentario y le permiten conservar prácticamente
su independencia económica, así como el derecho a decretar sus propias leyes. El documento le otorga un estatuto de «protector de la legitimidad constitucional» y atribuye el Consejo militar el derecho a oponerse al proyecto de constitución que redacte la Asamblea Constituyente que nombre el parlamento elegido (según modalidades propias del antiguo régimen). Este proyecto constitucional ha sido rechazado por razones distintas por una coalición de hecho de numerosas fuerzas políticas, máxime cuando recorta los derechos del parlamento con respecto a la composición de la comisión constituyente encargada de elaborar la futura constitución.
Aunque el Gobierno ha dado marcha atrás, el poder del CSFA ha aparecido como la piedra angular de toda esta estructura institucional y política y ha puesto de relieve la continuidad de los elementos del antiguo régimen. La conferencia de prensa del CSFA del jueves 24 de noviembre era claramente una advertencia «contra el caos» y una amenaza abierta a todos aquellos y todas aquellas que participen en la movilización o la impulsen (comunicado nº 85). «El segundo acto de la revolución», según el título de
numerosos diarios, ha comenzado. Está claro que el desenlace es una incógnita, pero la inmensa movilización del viernes 25 de noviembre es un fiel reflejo de la fuerza del movimiento.
Mustafá Omar, miembro de los Socialistas Revolucionarios de Egipto y reportero de Ahram Online, ha conversado con Lee Sustar sobre la dinámica del movimiento y las perspectivas de renovación del movimiento revolucionario egipcio.
¿Cuál ha sido el elemento desencadenante de esta última crisis en Egipto?
La causa inmediata fue un incidente ocurrido el sábado, 19 de noviembre, cuando la policía acudió a disolver una sentada protagonizada por no más de un centenar de personas en el centro de la plaza Tahrir. La mayoría de los participantes habían
resultado heridos en el levantamiento del 15 de enero pasado que provocó la caída de Mubarak.
La sentada se produjo tras una marcha masiva realizada la víspera y dominada por los islamistas, en la que se exigió al CSFA que entregara el poder a una administración civil para finales de abril de 2012. La jornada fue un éxito, pero al final un dirigente
islamista, conservador salafista, se desentendió del plan de realizar una sentada y se fue con sus seguidores, así que fueron apenas un centenar de personas las que pasaron allí la noche. A la mañana siguiente llegó la policía y procedió a expulsarlos brutalmente
de la plaza. Sin embargo, miles de personas respondieron a la represión y acudieron a la plaza para reconquistarla. Al día siguiente ya eran decenas de miles las que volvieron a ocupar la plaza Tahrir y echaron a la policía. Esa fue la causa inmediata de la nueva
movilización.
El segundo factor es el hecho de que a lo largo de las tres semanas anteriores hubo una serie de protestas continuas contra el poder militar y los juicios militares contra civiles. No fueron masivas, de 2.000 a 5.000 personas cada vez. Pero iban cobrando fuerza, señal de que podía suceder algo más gordo. En las últimas semanas, las familias de los presos en cárceles militares y los activistas que han estado combatiendo los juicios militares han ido ganando confianza. Se notaba que había disposición a volver a la plaza para luchar contra la policía y recuperar Tahrir.
La razón subyacente es que el Gobierno y el CSFA han sido incapaces de introducir ninguna reforma económica y social para mejorar las condiciones de vida de la población en los últimos nueve meses. No han subido el salario mínimo, como prometieron en marzo, ni establecieron ningún sistema de control de los precios de los alimentos básicos. De hecho, en los últimos cinco meses el CSFA no solo ha rechazado cualquier concesión económica importante, sino que además ha restablecido poco a poco toda la maquinaria represiva de Mubarak. Sus dirigentes han intentado levantar de nuevo la moral de la policía durante meses. Las Fuerzas de Seguridad Centrales, el principal cuerpo represivo de la policía, han recibido luz verde para atacar a los huelguistas, manifestantes, etc.
Así, en vez de llevar a cabo alguna reforma significativa, el CSFA decidió aplastar las protestas, manifestaciones y huelgas. Mientras por un lado prometió que no permitiría que el NDP, el partido de Mubarak, se presentara a las elecciones, ha dejado que los miembros del NDP formen ocho partidos nuevos. En otras palabras, el CSFA estaba rediseñando el escenario político con toda la gente del antiguo NDP, que iban a volver al Parlamento.
¿Cuál ha sido la respuesta popular a todo esto?
Es probable que la mayoría de los que ahora están en la calle apoyaron al CSFA en febrero y creían que los militares se pondrían del lado del pueblo y desmantelarían el régimen de Mubarak. Tras nueve meses de frustración por la política económica del régimen y el aumento de la represión, esto ha cambiado. Numerosos jóvenes y muchos trabajadores que confiaban en el CSFA han pasado por todo un proceso de toma de conciencia desde el mes de febrero.
Hay otra razón más que explica la rabia popular: el hecho de que los partidos liberales y los islamistas estuvieran buscando la manera de compartir el poder con el NDP y el CSFA mediante elecciones parlamentarias y presidenciales. Así, aunque hubo un cambio de conciencia apenas perceptible, no había confianza entre la gente para oponerse activamente. Sin embargo, de pronto, inesperadamente, olas y olas de manifestantes han vuelto a las calles tras meses de silencio. La desmoralización se ha convertido de repente en su contrario.
¿Qué actitud mantienen los partidos islamistas hacia el Gobierno y el CSFA? ¿Cómo han respondido a la movilización?
Los grupos islamistas han apoyado al CSFA y han admitido abiertamente que no piensan criticar al ejército ni al consejo militar. La Hermandad Musulmana, en particular, ha intervenido en muchas luchas sociales para frenarlas y en huelgas para romperlas. Intentaron romper dos huelgas de médicos en la primavera y el verano.
Han respaldado plenamente al consejo militar. Pero entonces los militares anunciaron que iban a controlar el proceso de elaboración de la nueva constitución, que pensaban dotarse de un poder de veto sobre cualquier ley que tuviera que ver con las fuerzas armadas y que el presupuesto militar se mantendría en secreto. El debate sobre estas cuestiones duró un mes, abriendo una brecha ente el ejército y los islamistas.
A su vez, los islamistas temían que los militares les impidieran incluir en la constitución cláusulas religiosas que permitieran la jurisdicción islámica (la sharía). Este fue el motivo de su protesta del viernes 19 de noviembre: el intento de la Hermandad
Musulmana de presionar al CSFA para que admitiera la sharía en la constitución. Ese viernes, los islamistas reclamaron que el CSFA entregara el poder a una administración civil para el mes de abril. El martes siguiente, la consigna en la plaza Tahrir era «El
pueblo quiere que el mariscal se vaya de inmediato». Por otro lado, los líderes del movimiento islamista están furiosos porque uno de ellos, el candidato presidencial, fue golpeado en la plaza, y otro, el número dos de la Hermandad Musulmana, fue expulsado
a la fuerza de Tahrir.
Así que estamos asistiendo a un nuevo movimiento de masas, que en apenas 72 horas ha abierto realmente una brecha entre jóvenes seguidores de la Hermandad Musulmana y la dirección de la organización. Muchos de estos jóvenes seguidores se han unido a las protestas en contra de las órdenes y de la voluntad de la dirección. De este modo, en la plaza hay ahora liberales, independientes, izquierdistas e islamistas. Esto está creando divisiones en el bloque islamista. Sus miembros más pobres y de clase trabajadora sienten que han de salir a defender la plaza Tahrir frente a la brutalidad policial. El martes 22 de noviembre había hasta un millón de personas en la calle y decenas de miles más en todo el país, todas ellas convocadas con menos de 48 horas de antelación.
¿Qué papel ha desempeñado EE UU en esta crisis?
Representantes de EE UU han dicho que han estado permanentemente en contacto y negociando con la Hermandad Musulmana. Según ellos, están preparando un Gobierno de coalición entre la Hermandad Musulmana, exmiembros del NDP y algunos liberales. Por lo visto, las elecciones estaban diseñadas para establecer un Parlamento casi idéntico al último de Mubarak. EE UU y el CSFA parecían confiar en que habían logrado estabilizar la situación y quitar el suelo bajo los pies del movimiento revolucionario. De ahí que la policía reprimiera brutalmente la sentada del sábado, como había hecho en numerosas ocasiones anteriores. Pensaban que bastaba abrir algunas cabezas y romper algunos huesos para que todo volviera a su cauce. No esperaban la ola de furia y combatividad.
Parecía que los islamistas estaban dispuestos a formar Gobierno con el consentimiento del CSFA, pero ahora ha cambiado la correlación de fuerzas. El movimiento no ha tardado ni 48 horas en imponer una exigencia que no se había cumplido en nueve
meses: la prohibición a los exmiembros del NDP de participar en el Parlamento durante cinco años, aunque muchos de ellos se presentan a las elecciones que tendrán lugar dentro de menos de una semana. Es más, el CSFA ha dicho que dejará de investigar los crímenes cometidos por la policía militar y que remitirá todas las denuncias a fiscales civiles. Esto era una demanda clave desde el 9 de octubre, cuando la policía militar masacró a policías civiles durante una protesta de los cristianos coptos.
¿Cómo han logrado los manifestantes tomar la plaza Tahrir a pesar de la represión?
En estos momentos -martes, 22 de noviembre- hay un millón de personas en la plaza Tahrir manifestándose pacíficamente. Sin embargo, en las calles laterales viene desarrollándose una batalla que no ha cesado durante las últimas 72 horas. Una calle
que sale de la plaza Tahrir, cerca del antiguo campus de la Universidad Americana, parece un campo de batalla de la Primera Guerra Mundial. Miles de policías intentan defender la sede del Ministerio del Interior. Han lanzado gases lacrimógenos contra
la multitud cada cinco minutos a lo largo de cuatro días, gracias a los suministros que reciben de EE UU. También disparan balas de goma.
Pero esto no es la brutalidad habitual de la policía. Tras el primer ataque del sábado por la mañana, volvieron el domingo a las 5 de la tarde, cuando había de 30.000 a 40.000 personas en Tahrir. Esta vez vinieron con la policía militar, y ahí comenzó la masacre.
Mataron a gente con balas de goma y fuego real. Esto fue el resultado de la política de tirar a matar por parte de francotiradores y las Fuerzas de Seguridad Centrales.
Según los médicos, las heridas se hallaban mayoritariamente alrededor del cuello y la cabeza. La policía procedió entonces a alinear los cadáveres en la acera. Arrastraron a uno unos cuantos metros y lo tiraron en un contenedor de basura. En otro punto de la plaza golpeaban las cabezas de los cadáveres con bates para asegurarse de que estaban muertos. La gente dice que fue peor que en tiempos de Mubarak.
El comportamiento de los militares provocó un cambio en la opinión pública, pues supuso un verdadero choque para quienes creían que los peores días de Mubarak habían quedado atrás. Es posible que no simpatizaran con el CSFA, pero pensaban que por
lo menos no era tan malo como la dictadura de Mubarak. Ahora la gente dice que «no tenemos un Mubarak, sino 16 Mubaraks», en referencia al número de miembros del CSFA.
¿Cuál es la composición social de los manifestantes de la plaza Tahrir?
Es muy similar a la que hubo en enero y febrero, aunque con menos clase media y más clase obrera. La mayoría de las personas que han muerto a manos de la policía eran pobres que vinieron de los arrabales, jóvenes que no tienen ninguna esperanza después
de años de marginación. Uno de estos muertos estaba ayudando a una mujer joven que rompía piedras para tirarlas contra la policía. Le dijo: «No tengo educación, no tengo futuro. De todos modos, un día la policía me matará. Yo moriré aquí, pero tú vete. Tú estás formada, tú ayudarás al movimiento».
Si esta movilización continúa, es probable que se sumen más jóvenes seguidores de la Hermandad Musulmana y salafistas. La mayoría de médicos que atienden a los heridos son seguidores de la Hermandad Musulmana y dicen que han acudido por su cuenta
obedeciendo a su conciencia.
Algunos han planteado la posibilidad de que el movimiento dé un paso más y se convoque una huelga general. ¿Ha llegado el momento?
En septiembre estuvimos a punto de que estallara una huelga general cuando coincidieron una huelga nacional de maestros (la primera desde 1951), una huelga de los conductores de autobús de El Cairo que duró casi 20 días y dos grandes huelgas
nacionales de médicos de la sanidad pública. En algún momento del mes de septiembre estaban en huelga por lo menos 750.000 trabajadores de sectores clave de la economía.
Muchos militantes de izquierda pensaron que entonces podía estallar una huelga general. Esas huelgas no acabaron en derrota, pero tampoco fueron victoriosas. Esto desmoralizó a mucha gente. Los trabajadores no están suficientemente bien organizados para enfrentarse al CSFA. En estos momentos, si montas una huelga, no es la policía, sino el ejército el que viene a romperla o frenarla. Ahora no hay huelgas masivas, pero sí muchas huelgas continuamente. Y no cabe duda de que los acontecimientos de
las últimas 72 horas infundirán confianza en la gente para enfrentarse al CSFA. El número de sindicatos independientes ha subido de 90 a comienzos del verano a 250. Pero aunque hay muchos sindicatos, no existe ninguna organización política de los trabajadores en el país.
¿Y ahora? ¿Podrán tener lugar la elecciones tal como estaba previsto?
Los últimos cinco meses han sido un periodo de pérdida del impulso revolucionario, a pesar de las huelgas y del periodo caliente de septiembre en que casi estalló la huelga general. El CSFA tenía la iniciativa y hubo una desmoralización masiva. Pero de repente la situación ha cambiado. ¿Pueden celebrar elecciones dentro de cinco días? La batalla todavía no ha terminado, pero ya es una gran victoria que haya caído el Gobierno de Esam Sharaf. Sharaf había prometido que sería el primer ministro de la plaza Tahrir, pero nombró a miembros del NDP de Mubarak para todos los cargos, salvo tres o cuatro.
Ahora, el movimiento exige un Gobierno de unidad sin miembros del NDP. Se está negociando la formación de un nuevo Gobierno con islamistas, liberales y tal vez incluso personajes de la izquierda. Este Gobierno entrará en funciones en condiciones muy difíciles. La gente dice que cuando se constituyó el Gobierno de Sharaf en marzo le dimos un cheque en blanco y nos robaron la revolución. Esta vez estaremos al tanto y exigiremos responsabilidades. Esta no es tan solo una manifestación contra el CSFA.
Todo esto está teniendo lugar en un nivel de conciencia muy superior.
Fuente: http://socialistworker.org/2011/11/23/egypts-revolution-returns
(Traducido por Viento Sur)