No es difícil comprender que Frédéric Chatillon, el brazo fuerte del Frente Nacional, sea el impulsor principal en Francia de la propaganda del régimen sirio. También es natural que Richard Meier, el defensor del nuevo asesino nazi (noruego) Anders Breivik, centre un pequeño libro en glorificar a los Asad padre e hijo. Pero, ¿y los […]
No es difícil comprender que Frédéric Chatillon, el brazo fuerte del Frente Nacional, sea el impulsor principal en Francia de la propaganda del régimen sirio. También es natural que Richard Meier, el defensor del nuevo asesino nazi (noruego) Anders Breivik, centre un pequeño libro en glorificar a los Asad padre e hijo. Pero, ¿y los demás? ¿Por qué hombres y mujeres que dicen ser izquierdistas y democráticos, que buscan una globalización alternativa, que defienden a los pueblos desposeídos y que nunca han sido sospechosos de enemistad hacia los árabes o de tener miedo del islam a su alrededor, se arrodillan para apoyar a Bashar y su séquito?
Está quien adopta la explicación policiaca de la historia, y son muchos más de los que pensamos. Os dicen que todo lo que sucede en el mundo árabe desde diciembre de 2012 no es más que un truco del imperialismo estadounidense para empujar a sus peones islamistas al poder en colaboración con el Reino de Arabia Saudí y Catar, los cuales han adoptado el papel de cajas registradoras. Pero cuando recuerdas su entusiasmo por las revoluciones tunecina y egipcia, incluso su ímpetu hacia Catar cuando su emir jugaba un papel de aguafiestas o cuando Al-Jazeera apoyaba al poder en Damasco, cambian sus posturas para ceñirlas exclusivamente a la teoría de la conspiración contra la «Siria antiimperialista».
Entonces, las manifestaciones populares a lo largo y ancho del país, los cientos de miles de refugiados, las detenciones colectivas, la tortura, la violación, el saqueo, y el bombardeo de ciudades y pueblos con carros de combate pesados y con aviones de guerra no es más que un engaño óptico, imágenes fabricadas en los despachos de la CIA y los estudios de Aljazeera. Incluso, aunque todo se pruebe cierto, se preguntan cuál es el peso de la libertad y la dignidad del pueblo sirio a cambio de la bomba nuclear iraní y los misiles del Hezbollah libanés.
Pero «esos antiimperialistas» que normalmente son defensores del islam político, se convierten en laicos puritanos cuando el asunto está relacionado con Siria. Cierran sus oídos a las llamadas de socorro a Dios en las manifestaciones rodeadas de francotiradores y ven a los salafistas cuando el régimen quiere que los vea. Exageran el papel de los voluntarios islamistas extranjeros, que Bashar al-Asad no dudó en ningún momento en infiltrar en Iraq, sollozan por la minorías al estilo de lo que hacían los canales occidentales en tiempos de «la cuestión de Oriente» y descuidan toda iniciativa que refleje el valor de la ciudadanía por parte de la oposición, sea política o cultural. Tratan al régimen, que se apoya parcialmente en el espíritu de un colectivo sectario, como si fuera laico, lo que es precisamente una de las acciones dedicadas a dominar a las minorías, siendo él mismo quien animó a la «reislamización» extremista y opresora de una parte de la sociedad con el pretexto de combatir el islam político.
Además de eso, se observa que los que supuestos «antiimperialistas» de quienes se espera que posean un mínimo de conciencia social, evitan por todos los medios utilizar tal expresión, centrando sus esfuerzos en la famosa conspiración, y en las deficiencias y forcejeos de la oposición. Ni una palabra de la base clánico-sectaria del régimen, nada del salvaje liberalismo económico y sus redes mafiosas, ni del comportamiento monárquico ni del extraño culto al individuo. Nada de los cincuenta años de despotismo destructivo y de las decenas de miles de víctimas siras, libanesas, palestinas e iraquíes. Ni un solo momento, aunque sea fugazmente, piensan en las fuerzas sociales actuales, claro está, fuera de la repetición consumista de la idea de un país que está compuesto por alineaciones de agrupaciones étnicas y religiosas que no puede ser gobernado democráticamente. ¿No provoca ira y al mismo tiempo lo explica el hecho de que los luchadores de la izquierda no se pregunten ni por las clases ni por los estratos sociales sobre los que cae la fuerza del régimen y a las que se enfrenta, o por esas que se benefician de él y están con él relacionadas, o esas que dudan unirse a una u otra parte?
En realidad, lo que une a esos luchadores con el sanguinario dictador de la especie de los Asad (leones) no es la política stricto sensu, sino la ideología. Es esa pseudo-cultura arraigada que impone a los otros pueblos de forma consciente o inconsciente, la necesidad de adoptar una cultura que no puede en ningún caso diferenciarse de la nuestra -el apego a la cual la convierte en una segunda naturaleza- de defensa de los logros sociales, las libertades individuales y colectivas cuando estamos en las filas de la izquierda. Eso a cambio de que sea impensable, molesto, insensato y antinatural según esa misma izquierda que veamos en Siria a personas viviendo libres e iguales, si no es cayendo en el balcón de la «conspiración estadounidense-saudí-catarí».