Egipto está entrando en el tercer año de su revolución en un estado de ira y determinación. Furiosos y furiosas por una nueva serie de asesinatos cometidos por la policía y las bandas estatales, se han enfrentado al gobierno y su intento de revertir los logros del movimiento de masas. Muchas personas ven ahora a […]
Egipto está entrando en el tercer año de su revolución en un estado de ira y determinación. Furiosos y furiosas por una nueva serie de asesinatos cometidos por la policía y las bandas estatales, se han enfrentado al gobierno y su intento de revertir los logros del movimiento de masas.
Muchas personas ven ahora a los Hermanos Musulmanes como los campeones del capital internacional y de los negocios locales, cuando no hace tanto habían dominado la oposición al régimen. También son considerados como antidemocráticos y hostiles a los objetivos de la revolución.
Cuando Mursi declaró el estado de emergencia en las ciudades del norte, Port Said, Ismailia y Suez, miles de personas salieron a las calles para desafiar el toque de queda. El ejército no intervino, una señal de debilidad de Mursi y de la profundización de la crisis política de los Hermanos Musulmanes.
Los medios occidentales habitualmente describen Egipto diciendo que ha pasado de «Primavera Árabe» a «Invierno islamista», con las energías revolucionarias sofocadas por el nuevo gobierno y su agenda religiosa. En realidad el movimiento de masas es cada vez más secular. Partidos no religiosos y redes de activistas dominan las protestas en la calle, insistiendo en que los egipcios, musulmanes y cristianos tienen un interés común en profundizar el cambio.
Consignas religiosas, a veces importantes en las primeras etapas de la revolución, se escuchan con menos frecuencia. La demanda clave es «pan, libertad, justicia social».
La hermandad musulmana no se preocupará de detener el aumento de la pobreza, de establecer un salario mínimo efectivo o de garantizar el abastecimiento de alimentos básicos y combustible.
En lugar de garantizar las libertades básicas, lo que quiere es tomar medidas drásticas contra el movimiento que derrocó a Mubarak y liberó miles de presos políticos -entre ellos muchos líderes islamistas.
Mohamed el-Beltagy, dirigente de la hermandad, hizo un llamamiento a Mursi «para intervenir con plenos poderes», describió a las personas que se manifestaban como «matones» y exigió «un estado de emergencia».
En Alejandría, las manifestaciones se apoderaron de la estación de tren y ocuparon las vías. Otras marcharon hacia el centro de la ciudad coreando «abajo, abajo el poder de la hermandad» y, a Mursi, «los pobres dicen: vete».
Mursi está atrapado entre las presiones de las finanzas internacionales y las demandas de la gente. Con las nuevas elecciones parlamentarias que se avecinan, el reto para las personas activistas revolucionarias es el de organizar una alternativa electoral eficaz que pueda hacer frente a los islamistas.
Al mismo tiempo, las organizaciones de la izquierda tienen el reto de fortalecer la organización de los trabajadores y trabajadoras.
Nuevos ataques contra la revolución requerirán respuestas en las calles pero también en los sitios donde la clase trabajadora tiene el poder colectivo. En 2011 las huelgas de masas jugaron un papel clave en el derrocamiento de Mubarak. Serán necesarias una y otra vez para mantener la lucha por el pan, la libertad y la justicia social.
Fuente original: http://enlucha.org/site/?q=