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A propósito de una información publicada por el Periódico Granma sobre las cartas de la ciudadanía

La ruta hacia la verdad

Fuentes: La Joven Cuba

Es justo apreciar el ejercicio del deber de transparencia que hizo el periódico Granma en la edición del pasado viernes 13 de julio en relación a la explicación de la ruta que dentro de esa publicación sigue la correspondencia dirigida a su Dirección, al balance general que hace del funcionamiento en el primer semestre de […]

Es justo apreciar el ejercicio del deber de transparencia que hizo el periódico Granma en la edición del pasado viernes 13 de julio en relación a la explicación de la ruta que dentro de esa publicación sigue la correspondencia dirigida a su Dirección, al balance general que hace del funcionamiento en el primer semestre de éste año de la sección encargada de seleccionar, publicar y dirigir a los organismos competentes las misivas recibidas, así como de los criterios que establece a esos fines. Como sabemos, la transparencia es una de las reglas a la que debe atenerse estrictamente cualquier institución que funcione dentro de los marcos de la esfera pública, pero es también, esencialmente, uno de los valores superiores que entraña el Socialismo como idea y praxis emancipadora.

En cambio, que se hiciese pública hace apenas unos días la carta que una intachable comunista cubana dirigió como ciudadana a la actual Directora de ese medio con la finalidad de que fuese publicada, y que esa dirección – como la anterior – desestimó como susceptible de serlo es, en sentido estricto, y como el otro lado de una misma moneda, un sencillo y limpio ejercicio ciudadano del derecho a la transparencia que el Socialismo reivindica y exige como parte del patrimonio de justicia e igualdad que hace suyo e intenta construir en Cuba con el sacrificio anónimo y sereno de ya cuatro generaciones, también, y en esa misma consecuencia y fines, de la libertad de palabra y prensa que concede la Constitución patria a todos los ciudadanos.

Ahora que gracias a la amplia información que ofrece Granma todos sabemos cuáles son los criterios de selección públicos que guían a su dirección periodística para incluir o desestimar la publicación de las cartas de los ciudadanos que a ellos se dirigen, y la manera en que asume su responsabilidad en la racionalidad y alcances de las respuestas que ofrece a sus lectores, resulta aún más incomprensible que la misiva de una madre indignada y dolida ante la impunidad de quienes se creen intocables y se escudan detrás de altos cargos y la complicidad del silencio más denso fuese descartada para su publicación.

Una denuncia – porque ese es el contenido implícito en la carta que no fue publicada por Granma – de la flagrante violación de la letra, el espíritu y de derechos que la Constitución cubana proclama y garantiza para todos, de nuestras leyes y del funcionamiento de nuestra institucionalidad, es preciso decirlo claramente, no es en modo alguno un asunto muy específico y personal, como respondiera el Departamento de Atención al Lector de esa publicación en un depurado estilo burocrático e inaccesible al civismo. Todo lo contrario. Nos atañe a todos.

Esto es y debería ser, por necesidad y urgencia cívica de nuestros tiempos, por cuestión de principios de una Revolución cuyos cimientos se fraguaron con la sangre de los más nobles y desprendidos de sus hijos, porque en ello le va su sobrevida, o por intrínseca decencia humana, algo de cardinal interés general para nuestra sociedad y Estado, y no cabe errar, porque se juega que el dicto martiano y guevariano de sentir la injusticia cometida sobre otro como una bofetada en el propio rostro deje de dimensionar entre nosotros el propósito de la conquista de la justicia toda que nos fue legado no como una profecía estéril y desarmada, acomodaticia y circunstancial, bonita, sino como una condición imprescindible y cotidiana para la garantía de la continuidad de la ética que sustenta la dignidad plena del hombre y la mujer cubana.

¿Cómo no darnos cuenta que el trabajo de Fidel Castro – reproducido por Granma en la propia edición del viernes a la que ahora hacemos referencia – en el que el joven revolucionario denunciaba desde las páginas de Bohemia el asalto y destrucción del estudio del escultor Fidalgo, faltando apenas seis meses para el 26 de julio de 1953, fue escrito precisamente porque no era, ni podía ser para él, o para el fotógrafo – el mártir – Fernando Chenard Piña que le colaboró en la denuncia pública del atropello y la alerta del probable asesinato del artista, o para otros tantos que muy pronto dejarían sobrada constancia de su consecuencia y valor cívico, tan solo un caso muy específico y personal?

Nadie escribe en Cuba, se puede decir con absoluta seguridad, a los medios de prensa institucionalizados por nuestro ordenamiento jurídico – tampoco a los órganos del Estado cubano – en busca de notoriedad, para mentir, para pedir una prebenda, o para lacerar con malicia y encono la obra humana e imperfecta que es nuestro proyecto. A todos ellos – mucho más al Granma por ser el órgano oficial de los comunistas cubanos – le escriben los ciudadanos, como sabe hasta el cubano o la cubana más humilde, cuando sienten que se le han agotado todas las vías institucionales, legales, o políticas para solucionar su drama, cuando se ha sido vapuleado por la apatía, la anomia y la mala administración, o la malevolencia de unos pocos, y a pesar de todo ello no les desfallece y falta la vocación y la necesidad de justicia.

Lo sabrán mejor que nadie nuestros periodistas, formados en nuestras universidades en el culto de servicio al otro, al bien común y la honestidad profesional, pero sobre todo los que a ellos se dirigen, los que en ellos siguen confiando. Se les escribe exigiendo justicia, no se les ruega. Y no hay ingenuidad en pensar así, o en obrar así. Pero no es ese un prestigio, una responsabilidad y una coherencia que se pueda aplazar por mucho tiempo sin pagar, por lo menos en nuestro caso, costos muy altos en la reproducción de los valores y las prácticas que hacen al Socialismo posible. Es preciso asumirlo, en Cuba, el drama del otro, su lucha por la justicia por singular y extraordinaria que sea es aún un drama colectivo, y precisamente por eso, porque intentamos continuar siendo en esa palabra hermosa que es el nosotros, más que uno y otro, más que uno por encima del otro.

Sería realmente torpe creer que esa exigencia de justicia, solitaria y áspera, la mayor de las veces amarga y desesperante, ingrata, que se hace a nuestros medios de prensa por problemas de nuestra cotidianidad, o por lo que pueda parecer imposible que ocurra, no es realmente lo que es. Hija del proceso extraordinario que es siempre una Revolución, y de la cultura y la ética de rebeldía que ella acuna, de su sensibilidad, es en realidad una auténtica y contemporánea defensa del Socialismo en nuestras tierras, y por filiación y andadura, una significación de lo que debe ser su democracia y su Derecho, es también una lucha por el débil contra el fuerte, por el bien contra el mal, por la igualdad de todos contra los fueros y privilegios a que unos pocos aspiran. Es también la crítica útil que emerge vivenciada de la profundidad de las historias de vidas de sus protagonistas y que necesitamos para corregir con premura los errores y carencias, para impedir las arbitrariedades posibles y reales que tenemos, porque esas historias son sin duda el relato de nuestros fracasos, el espejo que nos devuelve la imagen de lo que decididamente no queremos ser, de lo que no nos podemos permitir como sociedad.

A finales de la década de los 90 en una provincia del centro del país un alto oficial del MININT arrolló y ocasionó la muerte en un accidente de tránsito a un padre y su hijo que iban en una bicicleta cargando un cake al hogar para homenajear a la madre y a la esposa. Fue sancionado severamente por un tribunal, y poco después la mujer que sobrevivió sin consuelo a la muerte de su esposo y su hijo, pudo comprobar que aquel hombre, seguía en libertad en un discreto y apartado puesto de trabajo en la propia provincia. Se entrevistó entonces con todo el que pudo, escribió a Fidel. Su carta fue encausada a los órganos competentes de la jurisdicción militar. Las comisiones fueron, entrevistaron, nada cambió.

La mujer, que sería hasta tratada después por algunos funcionarios como contrarrevolucionaria sensibilizó en cambio a muchos en su lucha por la justicia; en su rabia, escribió otra vez a Fidel, amargada, creo recordar con exactitud, le apuntó que le daba ya asco ver un uniforme militar más. Viendo el video en el que Raúl Castro indignado y colérico analizó los hechos con todos los involucrados en ese acto de encubrimiento de la verdad, y que fue tomado porque él estimó era la única forma de que aquella mujer creyera finalmente que la impunidad había cesado, escuchando sus justificaciones, me pregunté en aquel entonces cuáles mecanismos mentales habían logrado que entre tantas personas nadie se hubiese puesto en el lugar de la esposa y madre, en el lugar del otro, en el lugar de la decencia. Así es de banal el mal, la cobardía, y la deshonestidad cuando se le expone.

Pero los hechos son los hechos y no pueden ser disimulados. La carta que la dirección periodística del Granma no quiso publicar a pesar de constarle ya el fracaso de la mediación institucional que asume sin ser esa publicación una oficina de atención a la población, a pesar de constarle por su contenido la pedregosa ruta de desidia e ilegalidad y de silencio seguida hasta su redacción, fue finalmente publicada por quienes en diferencia hoy osan ciudadanamente, como aquel que denunciara hace ya mucho el atropello sobre el escultor Fidalgo.

En tiempos de reforma de la Constitución cubana, en tiempos de esperanza para el Socialismo en Cuba, es éste un recordatorio demasiado elocuente de que siempre algunos se sintieron por encima de la Ley, también de lo que toca hacer para no justificar lo injustificable. El hecho de que un miembro del Consejo de Estado y un integrante del Consejo de Ministros sean los presuntos delincuentes denunciados ante la Fiscalía de la República por un ciudadano no debería paralizar a nuestras instituciones.

Ya es público, no hubo que esperar política comunicativa, ni permiso. Hago mío lo escrito por un joven abogado en 1953: ¨(…) hemos sido prudentes hasta ahora en ese punto, es demasiado serio para perder el tiempo. No queremos prejuzgar, pero ya los índices están acusando…El Gobierno tiene ahora la palabra¨.

Fuente: http://jovencuba.com/2018/07/21/la-ruta-hacia-la-verdad/