Mientras los medios locales e internacionales analizan el significado de la designación del príncipe heredero Salman bin Hamad Al Khalifa como primer viceprimer ministro de Bahrein, las poderosas facciones en la familia real deben estar evaluando el futuro del régimen. Es interesante notar que ningún prominente miembro de la casa real felicitó al príncipe heredero […]
Mientras los medios locales e internacionales analizan el significado de la designación del príncipe heredero Salman bin Hamad Al Khalifa como primer viceprimer ministro de Bahrein, las poderosas facciones en la familia real deben estar evaluando el futuro del régimen.
Es interesante notar que ningún prominente miembro de la casa real felicitó al príncipe heredero por el nombramiento, a excepción de sus hermanos e hijos.
Una «monarquía constitucional» de fantasía, basada en la represión y en políticas de apartheid contra la mayoría chiita, es fórmula segura para la desaparición del régimen.
Los levantamientos árabes en los últimos dos años sacaron del poder a varios regímenes autoritarios. El gobierno de Al Khalifa no es una excepción. Solo podría sobrevivir a través de una genuina monarquía constitucional.
A pesar de que el rey Hamad reivindica la Constitución de 2002, Bahrein no es ni una monarquía ni una democracia. El primer ministro Khalifa bin Salman Al Khalifa, quien ocupa el puesto desde 1971, y otros realistas, incluyendo altos funcionarios de la corte y del sector militar, han ejercido el poder sin rendirle cuentas a nadie.
Fuente original: http://www.ipsnoticias.net/
Para salvar a la monarquía, el rey Hamad debe comprometerse, en palabras y en hechos, con la construcción de una genuina monarquía constitucional. Esto exige que se comparta el poder con el pueblo y que se respeten los derechos civiles y la libertad de expresión, de reunión, de comunicación y de culto, no importa cuál sea la afiliación religiosa.
Bajo ese sistema, los nombramientos del primer ministro, de los miembros del gabinete y de otros altos funcionarios y jueces deben ser sometidos a la confirmación de un parlamento popularmente electo, con plenos poderes legislativos.
La era del primer ministro supremo, que ha tenido poder económico y político durante cuatro décadas, debe terminar si la familia reinante espera mantener un mínimo de legitimidad.
La turbulencia política bahreiní de los últimos dos años no ha desaparecido, a pesar de las políticas de represión, tortura y sectarismo. La brutalidad del régimen dejó a la familia gobernante desprovista de legitimidad interna, aislada internacionalmente y dividida en feudos y competencias por el poder.
Los esfuerzos del rey y de su hijo quedaron marginados por el todopoderoso primer ministro y sus partidarios en el consejo familiar.
Los bahreiníes fueron obligados a creer durante los años de la «reforma» de 2001 y 2002 que ellos eran la fuente de la soberanía.
La Carta de Acción Nacional en 2001 fue debatida abiertamente y apoyada públicamente por el rey. Tres declaraciones clave en el texto apuntalaron el masivo apoyo popular que recibió en el referendo nacional.
El primero señala que «todos los ciudadanos son iguales ante la ley en términos de derechos y deberes, sin distinción de raza, origen, lengua, religión o creencia». El segundo establece que «Bahrein será una monarquía constitucional», y el tercero añade que el país es «una democracia donde todos los poderes son conferidos al pueblo».
A los bahreiníes también se les prometió un parlamento elegido popularmente y dotado de plenos poderes legislativos.
La Constitución de 2002 incluyó promesas similares sobre democracia y soberanía popular. El artículo uno de la carta magna, por ejemplo, establece la naturaleza democrática del régimen y reconoce al pueblo como «la fuente de todos los poderes».
Pero las prometidas «reformas» resultaron ser una farsa, y el verdadero poder permaneció en las manos de la vieja guardia conservadora de la familia real.
El primer ministro, la emergente generación joven de los llamados «khawalids» y sus benefactores sauditas antirreformistas y antichiitas emergieron como el verdadero centro de poder.
Esta poderosa facción se aseguró de que los cambios prometidos no se implementaran. La única «reforma» que vio la población fue el cambio en el título del monarca, que dejó de ser «emir» para ser «rey».
En la década siguiente estallaron frecuentes protestas demandando reformas. El primer ministro Khalifa y sus aliados usaron a los servicios de seguridad, conformados en su mayoría por sunitas, para silenciar a la oposición.
Se cometieron graves violaciones a los derechos humanos contra una oposición en su gran mayoría pacífica, y que se había sentido fortalecida por la Primavera Árabe.
¿A dónde se dirige ahora Bahrein? Su benefactor, Arabia Saudita, y la superpotencia que lo apoya, Estados Unidos, se vuelven cada vez más impacientes con la negativa del régimen a responder a las razonables demandas de la población.
No es impensable que Riyadh y Washington abandonen a la familia real bahreiní. Si eso ocurriera, sería solo cuestión de tiempo para que el régimen de los Al Khalifa desapareciera.
Algunos poderosos elementos dentro del régimen todavía creen que la presencia de la Quinta Flota estadounidense en Bahrein es garantía de que Washington no cambiará de postura ante la monarquía.
También dan por descontado el apoyo saudita, porque perciben temores en Riyadh de un fortalecimiento de la comunidad chiita, concentrada en la oriental provincia petrolera del reino bahreiní.
Sin embargo, los intereses estratégicos de Estados Unidos en el Golfo y en toda la región de Medio Oriente, especialmente en relación con Irán y Siria, no están necesariamente vinculados con un régimen minoritario en Bahrein que la mayoría considera ilegítimo.
Las constantes declaraciones de compromiso del gobierno de Obama con valores de derechos humanos y buena gobernanza ya no son creíbles a la luz del apoyo de Washington al brutal régimen de Bahrein.
La credibilidad de Estados Unidos en el mundo árabe musulmán se ve amenazada por lo que se percibe como una «negligencia benigna» frente a lo que está ocurriendo en Bahrein.
Asimismo, los intereses estratégicos regionales de Arabia Saudita no necesariamente coinciden con los de Bahrein. Aunque el fallecido ministro del Interior saudita Nayef bin Abdelaziz apoyó las políticas de línea dura del primer ministro bahreiní contra los chiitas, su hijo Mohammad, el nuevo ministro del Interior, tiende a ser más pragmático y abierto.
El enfoque de Mohammad bin Nayef en la lucha contra el terrorismo en los últimos años quizás lo convenció de que acercarse a la población a través de políticas que apunten a sus «corazones y mentes» es más productivo que la brutalidad.
Nayef sin duda aprovechará la influencia saudita para apoyar la designación del hijo del rey bahreiní como primer viceprimer ministro con la intención de obligar la renuncia del primer ministro y lograr una verdadera reforma.
La continua inestabilidad en Bahrein no sirve a los intereses de Arabia Saudita o de la región.
*Emile Nakhleh fue alto funcionario de inteligencia y es profesor de la Universidad de Nuevo México y autor del libro «A Necessary Engagement: Reinventing America’s Relations with the Muslim World and Bahrain: Political Development in a Modernizing Society» (Un compromiso necesario: Reinventando las relaciones de Estados Unidos con el mundo musulmán y Bahrein. Desarrollo político en una sociedad que se moderniza).