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Entrevista a John McMurtry, el trotamundos del desarrollo sostenible

La salvaguarda del ecosistema y de los bienes comunes es la condición necesaria para evitar la crisis irreversible de la sociedad contemporánea

Fuentes: Il Manifesto

Traducido del italiano por S. Seguí

John McMurtry gusta de definirse como filósofo universalista. En la más clásica tradición académica norteamericana, consiguió finalizar sus estudios gracias a una beca conseguida por méritos deportivos. Estudioso ecléctico y curioso, ha viajado mucho, ha visitado más de 80 países, y ha dejado constancia de sus experiencias de viaje en numerosos libros y artículos. Con un sarcasmo apenas velado, afirma que su vida académica ha estado dedicada a la crítica del sistema económico hoy predominante. Conocido en Canadá y Estados Unidos por sus posturas contra el neoliberalismo, los medios de comunicación lo han citado a menudo como uno de los estudiosos más influyentes, junto a la periodista Naomi Klein, del movimiento antiglobalización de Canadá. En su obra más famosa, The Cancer Stage of Capitalism, ha equiparado categóricamente el capitalismo contemporáneo a un cáncer que corroe toda la estructura social. En un tono a menudo profético, auspicia no sólo un cambio radical de las actividades económicas sino también la emergencia de un nuevo paradigma de la teoría económica, en el que la salvaguardia del ecosistema y del vínculo social subvierta los principios de la racionalidad económica. Lo hemos entrevistado en su residencia cercana a Toronto, donde pasa largos períodos en los que escribe sus obras, para preguntarle su opinión sobre la globalización y las estrategias para salir del círculo vicioso en que se halla inmersa la humanidad toda y el ecosistema.

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En un momento histórico en el que la acumulación de capital se fundamenta en la producción inmaterial (procesos de aprendizaje y cognitivos), ¿siguen teniendo relevancia las dos teorías del valor que subyacen a la teoría económica, es decir la teoría del valor-trabajo y la que se basa en la noción de escasez y utilidad?

Ninguna de las dos teorías es adecuada para describir el actual paradigma acumulativo. La teoría del valor-trabajo era progresista para su tiempo, por cuanto reconocía en los trabajadores asalariados la fuente primera del valor de cambio, una implicación de la teoría clásica que Marx consideró en su tiempo revolucionaria. La teoría marginal del valor basa su explicación de la economía en términos de la voluntad (posibilidad) de pagar un precio. Ambas teorías dejan de lado valores fundamentales como el ecosistema y el trabajo voluntario no remunerado (por ejemplo, el trabajo de la mujer en el hogar), sin los cuales ninguna sociedad podría existir. A largo plazo, este «despiste» ha hecho que la atmósfera, el aire que respiramos, el ciclo de las estaciones, el agua potable y la reserva planetaria de hidrocarburos se estén contaminando, desestabilizando y consumiendo cada vez más por un sistema económico indiferente a las necesidades del planeta y de sus habitantes. Lo que resulta alarmante es que los líderes políticos y sus analistas económicos hacen pasar todo esto por desarrollo económico. El valor económico, tal como yo lo entiendo, no crea ni es creado por los inputs de trabajo, ni puede ser calculado mediante los mecanismos de los precios del mercado. Sólo una regulación de la distribución de bienes y recursos basadas en estándares ecológicos y sociales precisos podrían garantizar una reproducción natural del capital.

Así pues, ¿cómo colmar estas evidentes insuficiencias de la economía en relación con el ecosistema y el trabajo no remunerado?

La economía es, o mejor dicho debería ser, la ciencia que se ocupa de no desperdiciar los recursos necesarios para la reproducción de la especie humana y del medio ambiente natural que la rodea. Hoy en cambio, la cultura económica dominante sostiene que los factores relevantes son los costes que debe afrontar el capital y el margen de beneficio que las empresas deben producir, mientras que los costes sociales y ecológicos suelen ser normalmente externalizados. Esta forma de razonamiento ha creado sin embargo las bases para unos efectos indeseables que señalada en mi anterior respuesta. Dicho esto, la respuesta a su pregunta es relativamente simple: se debe volver a pensar la actividad económica a partir de las necesidades de los seres humanos y del ecosistema. Por consiguiente, debería favorecer la producción de todos los bienes y servicios que permitan la reproducción de la especie humana en armonía con el medio ambiente que la rodea.

Lamentablemente, por el momento ningún modelo económico permite tomar seriamente en consideración del enfoque teórico que he indicado. En lugar de limitarse a criticar el actual modo de organizar la vida económica, creo que hemos llegado al momento de desarrollar un nuevo paradigma, problema al cual he dedicado los últimos años investigación, culminados por lo que he definido como teoremas primarios de la razón económica.

¿Un nuevo paradigma o un punto de vista crítico sobre el presente?

Un nuevo paradigma. Si bien muchos movimientos radicales de protesta comprenden la necesidad de un cambio de paradigma, se hallan sin embargo inmersos en una lógica matemático-formalista que conserva como una reliquia valores inaceptables para la mayor parte de los seres humanos. Además, un gran número de ambientalistas (en su mayor parte pertenecientes a la escuela americana) está totalmente influenciado por la lógica del mercado y no consigue ver más allá de las empresas que buscan un beneficio como marco de su reflexión sobre el sistema económico. Éstos nos ofrecen solamente modelos de innovación eco-tecnológica, sin proponer ningún cambio estructural de la racionalidad económica. Por ello, son propensos a venerar el mercado que rechaza cualquier tipo de cambio estructural en sus reglas.

¿Qué sería pues necesario hacer?

Se debería instaurar un régimen vinculante que abarcará a todos los países miembros de la OMC (Organización Mundial del Comercio) que esté fundado en la reducción planificada de la utilización de hidrocarburos, como condición indispensable de los intercambios comerciales y las exportaciones. Todo y ser ésta una necesidad imprescindible, nadie hace mención de esta propuesta, ni en el ámbito político ni en el académico.

El estudioso Norman Geras, en su obra The Contract of Mutual Indifference [1], afirma que vivimos en un contexto social caracterizado por un contrato de indiferencia recíproca, en el que el homo oeconomicus reina sin trabas. ¿Está usted de acuerdo con esta afirmación?

Es difícil considerar homo oeconomicus a quien está al timón de un sistema basado en el expolio. Esta versión del homo oeconomicus es absurda, y su instinto de maximizar su propio rendimiento personal puede considerarse psicópata. El único vínculo social posible que prevé es el que representan los contratos privados que procuran ventajas sólo a uno de los contrayentes. El problema sin embargo es la sintaxis con la que está construido este pensamiento. Como sostienen algunos estudiosos franceses -pienso por ejemplo en el movimiento antiutilitarista de Mauss- la economía se ha convertido en una disciplina autista, cuyo límite es la difusión de la cultura de la globalización, que hace pasar por un imperativo universal.

Sin embargo, este curso económico goza de consenso, ¿no cree?

Es cierto. La mayor parte de los que viven en el hemisferio rico del planeta considera que la economía está regida por principios racionales, como por ejemplo la acumulación del capital obtenida a través de la competencia leal, la eficiencia y la ausencia de despilfarro. En un contexto social en el que el cálculo económico se limita a los intercambios entre los que poseen suficientes derechos sobre los títulos de propiedad, el óptimo social lo otorga la mano invisible del mercado. Sin embargo, se trata únicamente de una ilusión. Todos sabemos hasta qué punto la mano invisible es ciega ante las exigencias de justicia social y ecológica. No es difícil comprender que todo ello conduce a un colapso social y ecológico inevitable.

La renta de subsistencia, unida a la reducción del horario de trabajo con paridad salarial, es una medida citada con frecuencia para hacer frente al avance de la pobreza y la exclusión social a escala global e incluso local. En su opinión, ¿permiten estas propuestas volver a conectar la economía con las necesidades individuales de un modo radical?

Son propuestas liberatorias, pero aisladas. Sobre todo, creo que la lógica económica hoy dominante no se vería modificada en absoluto. En términos de puras fuerzas productivas, ¿quién nos dice que los trabajadores, una vez desvinculados de la necesidad de procurarse la subsistencia de cada día seguirían trabajando? Sin la amenaza de la indigencia y del hambre, ¿quién haría los trabajos más humildes y penosos? Y también, ¿cómo podrían mantener el trabajo aquellos que gozasen de un salario idéntico por una prestación laboral reducida, cuando la competencia internacional lleve a sus empresas a la salida del mercado?

Estas propuestas de reforma son sin duda encomiables, pero no creo que sean las respuestas más adecuadas para resolver los problemas que el capitalismo contemporáneo nos plantea. Antes de entrar en crisis, el welfare state había conseguido garantizar los mismos beneficios que reportaría una renta de ciudadanía y la reducción del trabajo con paridad salarial, pero el nuevo curso económico que representa la globalización ha volatilizado estas ventajas transformándolas en mera utopía. Observe la Unión Europea. En los últimos 25 años ha estado a la vanguardia de la coexistencia de un sistema de intercambios económicos internacionales con programas sociales colectivamente financiados. Hoy está sometida a un sistema estilo estadounidense de recortes del gasto público, que los gobiernos democráticamente elegidos aplican en todo momento. La idolatría del mercado debe abordarse a un nivel mucho más profundo.

Muchos han intentado dar una definición de la globalización. ¿Cuál es la suya?

No me gusta dar definiciones, sobre todo cuando no existe suficiente espacio para la argumentación. Lo que sí puedo hacer en cambio es indicar cuáles son sus rasgos más característicos y en que difiere de las precedentes fases económicas. La diferencia fundamental ha sido la institución de un modelo de capitalismo global concebido como una ley natural y reglamentado por tratados internacionales. El elemento impulsor de este mecanismo ha sido la afluencia de fondos por parte de inversores que únicamente buscaban una maximización de sus beneficios, y rechazaban cualquier interferencia por parte del Estado. En este marco, el Estado-nación tendría por única misión facilitar la competencia.

¿Cómo explicar el fenómeno del fundamentalismo religioso en este modelo de capitalismo?

El elemento religioso del sistema globalizado por las multinacionales es la adoración de la mano invisible del mercado, vista como única garantía para mantener un orden social en el que reine la libertad humana. Nadie puede permitirse al respecto ninguna oposición; nadie puede criticarlo sin ser excomulgado de los medios de comunicación. Es en esta clave que debe entenderse la campaña evangélica contra todos los países no capitalistas, que son representados como demoniacos. Ni siquiera los filósofos o los artistas tienen la capacidad de representar la lógica perversa del nuevo orden mundial, sobre todo después del desastre del 11 de septiembre, que ha transformado toda oposición en terrorismo.

En muchas ocasiones ha hablado usted de la destrucción de los bienes comunes por parte de los poderes militares o financieros. ¿Puede explicarnos qué quiere usted decir con esta afirmación?

Por bienes comunes no me refiero sólo a los recursos naturales, sino a todo lo que contribuye a caracterizar la sociedad contemporánea, como por ejemplo el sistema de leyes, el agua potable, la alimentación, la energía, la sanidad, la educación, la cultura, los parques o las ciudades. Esta lista podría continuar indefinidamente. En esta acepción, pueden definirse como toda construcción social que garantice el acceso a los bienes necesarios para desarrollar una existencia digna. Con el avance del capitalismo esa tipología de bienes ha sido saqueados mediante expropiaciones puras y duras, que han permitido al capital acceder a recursos naturales patrimonio de toda la humanidad.

Originalmente, los recursos naturales expropiados eran las tierras en las que pastaba el ganado, de las cuales los campesinos podían conseguir obtener su sustento. Hoy son principalmente el petróleo y todos los recursos de los que se obtiene energía. Por tratarse de recursos cada vez más escasos como su valor financiero se ha incrementado notablemente. El concepto de bien común reconoce la preeminencia de la sociedad sobre la razón económica. Un modelo redistributivo que se ajuste a la noción de bien común debería garantizar el acceso a los recursos comunes al mismo tiempo que su mantenimiento. Esta dimensión social se ha perdido. El bien común es la síntesis universalmente compartida y el símbolo que constituye el mapa del significado humano. Su opuesto es el privilegio de clase.

[1] Verso, 1998.

John McMurtry es profesor emérito de la Universidad de Guelph (Canadá) y miembro de la Royal Society canadiense. Participante muy activo en el movimiento pacifista y en la crítica de la globalización neoliberal, ha escrito libros -aún no traducidos- que ha influenciado decisivamente el panorama intelectual norteamericano, como por ejemplo Unequal Freedom. The Free Market as an Ethical System (Garamond Press, 1998) y The Cancer Stage of Capitalism (Pluto Press, 1999). Su obra más reciente es Value Wars: The Global Market Versus the Life Economy. Sus ensayos aparecen a menudo en la revista «Philosophy and World Problems«. Asimismo, ha colaborado en la realización de la Encyclopaedia of Life Support Systems, proyecto financiado por las Naciones Unidas.