Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La incapacidad del régimen de Asad para quebrantar la resistencia de una pequeña ciudad rural del sur de Idlib resulta significativa respecto a la totalidad de Siria.
No es cierto que la victoria del régimen de Asad sea una certeza ineludible. No ha sido nunca verdad desde el inicio de la revolución. La evidencia de esto son los cientos de miles de manifestantes que en 2011 se mantuvieron firmes frente a la muerte durante muchos meses, al igual que en las cientos de batallas militares posteriores, como, por ejemplo, en los combates por la ciudad de Daraa del verano pasado, que demostraron cómo el régimen no habría podido volver a ocupar la región de Hawran si no hubiera sido por un acuerdo entre Estados Unidos y Jordania, y por la contribución de estos dos países, junto con los Estados de Israel y del Golfo, para cortar de raíz la revolución a cambio de determinados convenios con Rusia que nadie se molestó en explicar a los mismos sirios, las desventuradas víctimas de todo ello.
También Idlib nos dice mucho hoy en día, y la batalla por la ciudad de Kafr Nabuda, en los límites del sudoeste de la provincia, nos cuenta más de lo mismo. El régimen que ha logrado tomar tan velozmente el dominio de un territorio tan controlado por los rebeldes, se ha pasado ahora un mes entero siendo incapaz de romper la resistencia de un pequeño pueblo en las llanuras del campo norte de Hama, sencillamente porque en esta ocasión allí ha habido voluntad de luchar junto a las facciones rebeldes, y por haber dispuesto de algo de munición y armas lanzadas por sus patrocinadores internacionales.
Las victorias anteriores del régimen no se debieron a que sus oponentes fueran agricultores o dentistas, como dijo Barack Obama para justificar su negativa a frenar la brutal máquina de matar del régimen. Fueron posibles porque el régimen comete atrocidades a una escala y frecuencia sin precedentes desde la II Guerra Mundial; atrocidades ejecutadas con eficiencia industrial, como Zygmunt Bauman dijo de la maquinaria del Holocausto de los nazis.
Tampoco los éxitos del régimen en el pasado se debieron a algún genio militar o político que guiara sus acciones, sino más bien a que las circunstancias internacionales y regionales le han permitido practicar una barbarie ilimitada y una violencia sin límites. No decimos esto como autoconsuelo o debido al deseo de echar la culpa a otros con mentalidad victimista. De hecho, las victorias del régimen son también atribuibles a los conflictos internos entre las fuerzas políticas de la oposición siria y a su fracaso en todos los niveles; y al inepto liderazgo de la mayoría de las facciones armadas, y a su dependencia de extraños, y a la lujuria por el poder, y a los propios crímenes y violaciones generalizados. Sin embargo, a cada paso encontramos mil indicadores de que el régimen es demasiado débil para ganar y está demasiado desgastado para reconstruirse, y que él y sus aliados serían incapaces de una victoria militar si no fuera por la comunidad internacional que les permite masacrar a los sirios y hacer posible su exterminio en cualquier momento. Todo esto constituye, de hecho, la piedra angular de la relación de los sirios con el mundo.
Decimos con el mundo, y no simplemente con el régimen, porque los sirios ven con sus propios ojos que el mundo entero es socio de esta aniquilación o consiente en ella, incluidas todas esas autoridades que emiten declaraciones airadas después de cada masacre al mismo tiempo que aparecen como testigos de fondo, declarando una verdad sobre la cual nadie puede hacer nada, haciéndolo todo mucho más opresivo.
En el corazón de esta aniquilación están las armas químicas del régimen, cuyo uso, como los líderes occidentales advierten invariablemente, encontrará una «respuesta apropiada» la próxima vez. Los sirios ya han visto esta «respuesta apropiada» en numerosas ocasiones, desde el acuerdo químico de 2013 hasta los teatrales ataques posteriores a las masacres en Khan Shaykhun y Duma. Hoy, el problema químico se ha convertido en una farsa mediática, con Rusia repitiendo su discurso del año pasado sobre «provocaciones» preparadas por «terroristas en asociación con los Cascos Blancos» en Idlib. Los sirios conocen muy bien el significado de estas palabras: que están directamente amenazados por un régimen que utilizará armas químicas una vez más.
Las atrocidades derivadas de los bombardeos sistemáticos del régimen y de Rusia pretenden jugar un papel más allá del mero curso de la batalla sobre el terreno. Esto se ha hecho evidente en la actual campaña, que ha provocado el desplazamiento de los residentes de las provincias del norte y oeste de Hama, junto con los del sur y el oeste de Idlib, dejando estos territorios prácticamente vacíos de habitantes; desiertos de polvo de cemento provocados por las bombas de barril. Si el régimen fuera capaz de invadir y tomar el control de estas áreas en el futuro inmediato, el desplazamiento de sus residentes le facilitará las cosas, ya que no tendrá necesidad de controlar a las personas que han dominado el arte de rebelarse contra él durante muchos años. Por otro lado, si los equilibrios de poder internacionales y la determinación de los combatientes rebeldes impiden el avance del régimen, habrá dejado inhabitables estas zonas durante mucho tiempo, haciendo de ellas un ejemplo que quedará grabado en los recuerdos de los sirios, otro ejemplo del eslogan favorito del régimen: «Asad o quemamos el país«.
Dadas las imágenes de los niños asesinados en Idlib, no es por lanzar acusaciones al azar que decimos que todos somos parte de esta masacre: los diplomáticos que se ríen burlonamente de las solicitudes de protección internacional; los líderes de los Estados vecinos de Siria que ven los cuerpos ensangrentados de los sirios como una vía hacia una mayor influencia regional o ganancias políticas; los Estados que consideraron a los sirios como «amenazas a la seguridad nacional», lo que los llevó a ayudar a asesinarlos con el pretexto de la legítima defensa; los señores de la guerra y los líderes de las milicias cuyo entusiasmo por matarnos nunca se desvanece, y quienes les financian con igual entusiasmo como medio para enfrentarse a sus competidores; todas las políticas internacionales que no ven en nuestra masacre nada que les concierna, excepto sus «necesidades de seguridad» y la «Guerra contra el Terror», «frenar la afluencia de refugiados» y los acuerdos y tratos alcanzados en la oscuridad, cuyo coste se paga con sangre a plena luz del día.
Mientras los mercados, hospitales, escuelas y centros de defensa civil son atacados por la parte que tiene una superioridad militar abrumadora y un monopolio absoluto sobre los cielos, los funcionarios mundiales no muestran ningún reparo en hablar de «intercambios de fuego» y «violencia mutua» que hay que contener al fin de proteger a los civiles en Idlib. Esto se produce en un momento de flujo incesante de imágenes y videos horrendos procedentes de la zona, y una breve mirada basta para decirle a uno que lo que está sucediendo no es un «intercambio de disparos» sino, sin duda alguna, la definición del diccionario de masacre, cualquiera que sea la identidad de sus perpetradores.
Y, sin embargo, incluso después de todo esto, el régimen y sus aliados siguen siendo incapaces de alcanzar la victoria deseada. Y esto se debe a que la victoria no se logra solo militarmente, algo que el régimen se ve capaz de conseguir si los «amigos» y «garantes» de la oposición mantienen su curso de acción actual. Pero la victoria a la que aspira el régimen consiste nada menos que en la difusión de la «política» lanzando el peso del régimen sobre todo el país. Esta «política» requiere que los opositores al régimen no desaparezcan, sino que se involucren aceptando la visión rusa. No parece que esto sea posible sin concesiones nominales del régimen; concesiones que su estructura y composición no le permiten ofrecer.
Rusia busca arrastrar encadenados a los opositores del régimen a la mesa de negociaciones, y es posible que las entidades políticas y militares que representan a estos opositores no puedan tener ya la energía o la capacidad de resistirse después de todo lo acaecido. Sin embargo, la reciente batalla de Kafr Nabuda demuestra que, de hecho, tienen tal capacidad, siempre y cuando se disponga de un mínimo de apoyo y asistencia. Dado que los acuerdos hechos por los «garantes» son secretos, con detalles desconocidos hasta que se implementen, Idlib y su gente no tienen más alternativa que la de presentar su carne desnuda como testigo de la forma en que la comunidad internacional trabaja para convertir un cadáver podrido en un aparente régimen político mediante la fuerza de aviones de combate y armas químicas.
Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/blood-idlib%E2%80%99s-people-speaks
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