Los familiares de Daoud Mohamed Abdula han guardado en un garaje la camioneta con la que el sirio y sus cuatro hijos solían desplazarse cada mañana a la granja. El vehículo presenta casi una veintena de impactos de bala. Forma parte del legado que dejó la acción norteamericana del pasado domingo. Lo mismo que los […]
Los familiares de Daoud Mohamed Abdula han guardado en un garaje la camioneta con la que el sirio y sus cuatro hijos solían desplazarse cada mañana a la granja. El vehículo presenta casi una veintena de impactos de bala.
Forma parte del legado que dejó la acción norteamericana del pasado domingo. Lo mismo que los agujeros de proyectiles que marcan los muros del terreno donde Daoud se construía una nueva residencia. O los restos de sangre reseca que todavía se aprecian impregnando la tierra y las zapatillas que nunca pudieron recoger los cadáveres.
La viuda de Daoud, Rima Mohamed Ayasimi, todavía no ha podido aceptar lo ocurrido. No lo entiende. En torno a ella se arremolina todo un tropel de chiquillos. Los 20 huérfanos que también generó el ataque estadounidense. Varios son ciegos. Una pequeña no para de llorar. «Quiere ver a su padre», explica Rima.
«La Casa Blanca está llena de bárbaros. ¿Cómo se puede venir desde el fin del mundo a asesinar a inocentes y dejar todos estos huérfanos? Somos simples campesinos. ¡Qué locura es esa de que estamos traficando armas para Al Qaeda!», clama Nasser Al Haji, cuñado del difunto.
La indignación que destila Nasser es una constante en las conversaciones con los habitantes de Abu Kamal, el remoto poblado sirio que sufrió la ofensiva de helicópteros y tropas especiales de EEUU, en un suceso que dejó siete muertos.
Washington mantiene el silencio oficial sobre lo acaecido pero ha filtrado que el objetivo de tal operación era un iraquí llamado Badran Turki al Mazidih, que consideran responsable del aparato logístico de Al Qaeda en Siria desde el 2004.
Sin embargo, en Abu Kamal -sita a unos 600 kilómetros al noreste de Damasco- la población identifica a todas las víctimas del asalto como nativos del lugar y ajenos a toda militancia.
‘No dejaban de gritar. Estaban aterrorizados’
«Eran en torno a las 5 de la tarde. Los cuatro helicópteros aparecieron de forma súbita. Los soldados hicieron dos grupos. Uno comenzó a disparar contra nuestra tienda. El otro contra los trabajadores de la obra [Daoud y sus cuatro hijos]», explica Suad Zaim.
La joven de 28 años se encuentra postrada en la cama del hospital. Una bala le alcanzó la barriga. Otra el pecho. Su relato habla de una «lluvia» de munición que no se interrumpió durante cerca de 20 minutos.
Suad tuvo suerte. Su marido no. Fue uno de los cuerpos que rescataron los vecinos de Abu Kamal cuando concluyó el tiroteo que se escuchó en pleno centro de la villa, sito a casi un kilómetro de la propiedad de Daoud Mohamed Abdula.
«Parecía una guerra», recuerda el doctor Sleiman Gadban, director del hospital local. «Vinieron a matar. Todos los cuerpos tenían la mayoría de los disparos en el pecho. En uno se contaban ocho balazos», precisa.
El trágico balance de la agresión norteamericana no ha restado un cierto tono bucólico al escenario del incidente. La finca se encuentra ubicada junto a la ribera del Eufrates, entre sembrados de trigo y rebaños de ovejas. En el interior se divisa la tienda que ocupaba la familia de Suad y al fondo los cimientos donde trabajaban el clan de Daoud.
Los lugareños llegaron a grabar con sus teléfonos móviles varias imágenes del ataque que ahora exhiben a los periodistas como prueba de lo ocurrido. «¡Ten cuidado, que no te vean!», se escucha decir en árabe bajo las imágenes del sobrevuelo de dos helicópteros. «¿No tendrán francotiradores no?», inquiere otra voz. «Pero Dios mío, ¿qué está pasando?», le secunda un tercero.
Akram Hamid tampoco sabía que estaba ocurriendo. El mecánico sirio de 51 años se recupera en su domicilio del disparo que le quebró el brazo. Se encontraba en el lugar por pura coincidencia. Estaba pescando en el río a 500 metros del recinto asaltado. «Justo cuando lancé la caña aparecieron los cuatro aparatos. Empezaron a disparar sin previo aviso y de forma terrible contra la finca. Uno de los helicópteros aterrizó a 20 metros de donde me encontraba. Bajaron ocho soldados. Vestidos con uniformes oscuros. Me senté en el tronco de un árbol paralizado, esperando que Dios me ayudara», refiere.
Cuando las ráfagas se acrecentaron, Akram intentó huir en una motocicleta pero uno de los militares lo derribó con una salva. «Estaba herido en el suelo y me hacían gestos para que no se me ocurriera incorporarme. Sólo puede ponerme en pie y caminar hasta el hospital cuando se marcharon», acota.
El herido ha recuperado un alegato que lanzara el lunes el ministro de Exteriores sirio, Walid al-Moallem, y también califica el hecho como propio de «cowboys». «Son como los piratas. Ha sido un crimen injustificable. ¡Esa gente se estaba construyendo una casa, no tenían nada que ver con Al Qaeda!«, apunta.
El grave percance ha enrarecido al extremo las relaciones ya precarias que mantenían Damasco y Washington hasta el punto de que hoy mismo la embajada de EEUU en la capital árabe avisó que podría cerrar en cualquier momento ante la campaña de movilizaciones populares que ya ha iniciado el régimen sirio para protestar por la arremetida.
Esta mañana miles de habitantes de Abu Kamal marcharon por las calles de la villa portando pancartas donde se leían mensajes como «¡Abajo con el terrorismo de Bush!» y quemando enseñas de la nación americana.
«Los responsables de esta tragedia son los mismos criminales que vinieron a Irak prometiendo la democracia y lo destruyeron«, sentenció Akram Hamid.