En la terrible campaña que los islamistas, en especial los salafistas, lideran, es enormemente superficial el debate sobre la idea de imponer en las nuevas Constituciones la sharía como fuente de jurisprudencia. Toda esta cuestión es artificial y no tiene una base objetiva. Las sociedades árabes e islámicas vivieron durante siglos sin Constituciones ni textos […]
En la terrible campaña que los islamistas, en especial los salafistas, lideran, es enormemente superficial el debate sobre la idea de imponer en las nuevas Constituciones la sharía como fuente de jurisprudencia. Toda esta cuestión es artificial y no tiene una base objetiva. Las sociedades árabes e islámicas vivieron durante siglos sin Constituciones ni textos religiosos que le impusieran a la gente cómo debía pensar y vivir. En el invento de esta cuestión por parte de las corrientes islamistas está la monopolización de la religión; es decir, se aparta la religión de la realidad de la gente corriente para ponerla en manos de los partidos y de los movimientos políticos so pretexto de defenderla. La creación de ese contencioso refleja tensión y falta de confianza en uno mismo; ¡como si proteger la religión solo fuese posible mediante la imposición de textos constitucionales y legales!
La fuerza de cualquier religión, creencia o ideología descansa en la libertad de elección y no en la imposición por la fuerza. Todas las ideologías van acompañadas de instrumentos de poder que causan su propio declive y el alejamiento de la gente, aunque la mayoría de esa gente las hubiera seguido fielmente. Las sociedades árabes modernas, que fueron creadas como Estados-nación tras las independencias, siguen siendo sociedades religiosas en mayor o menor medida; pero antes, su religiosidad era tolerante y espontánea, sin la propaganda que vemos hoy en día. El continuo discurso propagandístico superficial de cualquier partido, Gobierno o grupo sobre la convivencia y la tolerancia pone de relieve la ausencia de esa convivencia y esa tolerancia, más que afianzar su presencia. ¿Cómo podemos confiar en las consignas de los salafistas sobre la tolerancia religiosa hacia los cristianos si después leemos que tienen prohibido devolverles el saludo, felicitarlos en sus fiestas y participar en sus celebraciones? ¿Cómo podemos confiar en ellos cuando afirman que no desean imponer ninguna práctica religiosa a la gente y circulan por doquier historias que hablan de coacción y de la creación de una policía moral? Cierran locales e impiden que se celebren bodas, frustran reuniones y le cortan el pelo de una alumna de primaria porque no lleva velo, entre otras muchas historias.
Todo esto es nuevo y extraño para las sociedades de la región, pero por desgracia día tras día se está convirtiendo en el marco que moldea la cultura de las nuevas generaciones. En esta zona del mundo las personas mayores son los verdaderos historiadores de una convivencia espontánea entre la gente que está lejos de la propaganda y las apariencias; esos mayores nos transmiten otra imagen de cómo eran aquellas sociedades, en las que no existían prácticas salafistas como las mencionadas. En la vida social de esos historiadores había musulmanes, cristianos y judíos (antes de la creación del Estado de Israel) en la zona oriental, suníes y chiíes donde quiera que fuese; y judíos en Marruecos además de amazigs y árabes. Todo eso ya forma parte del pasado. La corriente islamista, con sus diversos movimientos, carga con la responsabilidad histórica de acabar con aquella convivencia afable y sus modelos son propaganda partidista. Las fronteras que definen qué es ser musulmán, cristiano, chií, suní o judío han pasado a estar bien establecidas. Una parte importante de nuestras sociedades modernas se ha estancado en una visión sectaria de los demás; el pensamiento excluyente y aislacionista controla la razón colectiva. En buena medida este cambio ha sido resultado del sectarismo islamista, que ahora pretende trasladar la ruina que ha causado en la sociedad a lo largo de las últimas décadas a las Constituciones, para legitimar el sectarismo y una visión parcial y divisoria de los miembros de la sociedad.
Por eso, el llamamiento a imponer la sharía en cualquier Constitución moderna no es solo una idea superficial esencialmente incompatible con el significado de un Estado moderno, sino que va más allá, y trabaja a corto y medio plazo por destruir estas sociedades y sus países, e implicarlos en luchas religiosas y sectarias internas que no tienen fin. La Constitución es un código que regula la naturaleza de las relaciones entre los individuos de un área geográfica concreta, e intenta gestionar dichas relaciones desde el punto de vista político y legal, de manera que las personas sean iguales en derechos y deberes; eso significa igualdad en la pertenencia al país en el que viven. Introducir la sharía no solo implica que los ciudadanos no son iguales ante la ley y que todo aquel que no sea musulmán es considerado ciudadano de segunda, sino que crea distintas clases entre los musulmanes. ¿Cómo se van a aplicar las leyes de una Constitución basada en la sharía a un musulmán que no es religioso, o a un laico, o incluso a un ateo? Todos serán también ciudadanos de segunda, si no algo peor. En una situación así, la Constitución se convierte en un tribunal moral, en vez de ser un instrumento regulador y legal cuya mayor preocupación es proteger las libertades y los derechos de los individuos.
La gran pregunta que siempre va unida a este debate es quién es la autoridad religiosa y política que va a interpretar la sharía y va a zanjar las distintas opiniones que habrá sobre cada problema. La genialidad histórica de la sharía residió en el gran pluralismo que dio a pueblos, sociedades y personas, y en la oportunidad de crear y de tener un sentimiento de pertenencia a ese espacio que les da un sentido y una identidad. Cualquier intento forzado de acabar con tal pluralismo -destino inevitable de cualquier proceso que trate de imponer la sharía en la Constitución- significa aprisionar sociedades y personas, y hacer de la Constitución y de la política una copia de la experiencia de la teología cristiana en los siglos oscuros de Europa, cuando la Iglesia se disputaba con Dios la potestad de perdonar y de absolver a las personas y a las sociedades.
Muchos islamistas replican que la sharía se fundamentará en «el islam puro y verdadero» y que los principios de la religión que se basan en la sunna y en la primera comunidad islámica son los que determinan qué es la sharía. Sin embargo, esta respuesta y estas definiciones siguen siendo ambiguas y no hay consenso respecto a ellas. Incluso dentro del movimiento salafista hay diferentes grupos, y cada uno aplica interpretaciones jurídicas distintas y cree que su opinión es la correcta. Esto significa que la diferencia en las interpretaciones es la norma y que el acuerdo es la excepción. Eso es lo que les sucede a los seres humanos con todos los textos, y este es el origen de la pluralidad que caracteriza la historia de la humanidad y sus logros. Y lo que el islamismo contemporáneo quiere hacer es condenarla.
Traducción al español para AISH: Ana Abarquero
Fuente original: http://www.aish.es/index.php/es/otrasvoces/colaboraciones/3991-la-sharia-es-incompatible