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La situación apremiante de los trabajadores migrantes en Medio Oriente y el Norte de África

Fuentes: Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Mientras el mundo se moviliza en apoyo a los levantamientos populares que se extienden por el mundo árabe, provocados por la prolongada injusticia social y económica, los trabajadores migrantes de África y Asia se encuentran sin trabajo, sin dinero y son objeto de amenazas y golpizas.

Muchos de los estimados veinte millones de trabajadores migrantes en Medio Oriente y el Norte de África (MENA) provienen de países pobres cuyos dirigentes no han establecido desde hace tiempo mecanismos para proteger a sus ciudadanos contra abusos, condiciones inhumanas de trabajo y el tráfico de personas, ni suministran medios de repatriación en tiempos de crisis.

Los defensores de los derechos de los migrantes -y los propios trabajadores- dicen que sus remesas de dinero han contribuido a aumentar las reservas de divisas extranjeras, han reducido la devaluación de la mano de obra al enviar dinero a sus países, han facilitado las inversiones en infraestructura y el pago de deudas extranjeras como con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Pero a pesar de las crecientes quejas por maltrato, los gobiernos no se muestran dispuestos a escuchar.

«Para los que están en Bahréin, hubo anteriormente violaciones de los derechos humanos pero en la actual crisis no tienen adónde ir y la mayoría de las embajadas no están suficientemente equipadas para ocuparse de sus ciudadanos», dice Mohammad Harun Al Rashid, coordinador regional de CARAM Asia (Coordinación de Investigación de Acción sobre el SIDA y la Movilidad, Asia) «Estos países tienen que proveer mejor representación en los países receptores de mano de obra. Sin embargo, la mayoría de los países que envían mano de obra sólo consideran las remesas de dinero y no las condiciones de trabajo y de vida de sus ciudadanos. Los gobiernos no escuchan a sus ciudadanos y tienen que establecer relaciones con dirigentes comunitarios para rectificar este problema.»

Jan De Wilde, coordinador en oficina de la Organización Internacional de Migración (IOM) en Túnez, dice que aunque en situaciones como ésta los mecanismos de evacuación son usualmente responsabilidad de los empleadores o de países que envían mano de obra, la comunidad internacional tiene que intervenir y ayudar a evacuar a los ciudadanos de otros países antes de que las cosas empeoren. Según De Wilde, hay grandes cantidades de migrantes -sobre todo de Bangladesh, las Filipinas, Egipto, África Occidental y la región subsahariana- que parten de Libia desde mediados de febrero a una frecuencia de entre 1.000 y 3.000 por día.

«A muchos no les han pagado y tienen muchas dificultades para obtener alimentos y atención médica, y se ha suscitado una gran discriminación contra muchos africanos negros», dice De Wilde. «La gente se está poniendo muy inquieta, impaciente y lucha entre sí porque un grupo piensa que se favorece a otro grupo y es muy difícil enfrentar la situación. Ésta va a empeorar una vez que llegue el verano, las temperaturas ya superan los veinte grados durante el día y van a llegar a cincuenta.»

Historias de maltratos muy anteriores a los levantamientos

Los surasiáticos en Bahréin, sobre todo trabajadores migrantes de Bangladesh, Sri Lanka, las Filipinas, India y Pakistán, constituyen casi un 50% de la población de 1,2 millones del país.

Demografías como la de Bahréin son de lo más común en todas las seis naciones Estados del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC), donde la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que los trabajadores migrantes forman casi un 40% de la fuerza laboral, y en algunos casos superan a la población autóctona.

Usman tiene 43 años y proviene de la ciudad costera de Pasni en Pakistán. En su ciudad reparaba bicicletas. Le gustaba su trabajo, pero con tres bocas que alimentar necesitaba ganar más dinero. A principios de 2007, Usman decidió viajar a Dubai donde fue contratado como ayudante de albañil.

Después de ocho meses con un contrato por dos años, Usman sufrió una grave herida en su pantorrilla izquierda. Ocurrió cuando una grúa, en una construcción de varios pisos, estaba levantando una gran caja repleta de equipos eléctricos. La grúa tenía un clavo sobresaliente, y literalmente desgarró por completo su pantorrilla al pasar a su lado.

«Yo trabajaba en la mezcla de mortero, mezclándolo a fin de colocarlo sobre los ladrillos y pasó la caja. Sentí ese horrible pinchazo en mi pierna, y me levantó un poco del suelo… lo próximo que supe es que estaba sangrando y entré en shock. No sentía mi pierna y no podía verla por toda la sangre,» dice Usman.

La compañía de construcción llevó a Usman a la sala de emergencia donde le pusieron parches. Después le dieron un pasaje de avión de vuelta a Pakistán y le dijeron que no recibiría más ayuda de Dubai. Antes de la herida Usman ganaba 700 dírhams por mes. La compañía de construcción le permitió volver por 520 dírhams como limpiador en el campo de trabajo.

«Si no hubiera vuelto, no habría ganado dinero, y mi familia sufriría», agrega Usman. «Tuve que volver. Pero no puedo trabajar en las mismas cosas en las que solía trabajar.»

Desde que el gobierno bahreiní ordenó reprimir las protestas callejeras unos ocho migrantes han sido asesinados y cuarenta y cinco heridos y la mayoría de los ataques se han dirigido contra la comunidad paquistaní.

Faraz Sanei, investigador en Bahréin de Human Rights Watch basada en Nueva York dice que aunque los indios representan la mayor comunidad en Bahréin con 350.000 inmigrantes, los paquistaníes son abrumadoramente visibles en la policía antidisturbios y están usualmente implicados en las muertes de manifestantes.

Además, los grupos de oposición que piden reformas políticas y sociales han argumentado hace tiempo que el influjo de nacionales suníes desde el exterior en los últimos quince años representa el intento del gobierno de cambiar la demografía sectaria de Bahréin.

«Antes de la violencia muchos bahreiníes se quejaban de que cuando enfrentaban a los policías antidisturbios no podían hablar con ellos porque no comparten el mismo idioma o tienen pocos conocimientos de árabe. Cada vez que hay investigaciones en las aldeas existe esa mentalidad de nosotros contra ellos debida a esa barrera de la lengua,» agrega Sanei.

«El tema del trabajador migrante no es lo mismo que el tema paquistaní porque también hay muchos egipcios, yemeníes, jordanos, sirios y paquistaníes en las fuerzas de seguridad e inteligencia, así como en las fuerzas militares, que son naturalizados de modo que técnicamente son ciudadanos bahreiníes».

«Somos como esclavos en este país»

Los aires de cambio por la democracia, derechos y trabajo decente que tienen lugar en Yemen -mientras los manifestantes contra el régimen exigen el fin inmediato de los treinta y cinco años de régimen autoritario del presidente Ali Abdullah Saleh- dejan a un lado a los entre cuarenta y sesenta mil trabajadores domésticos etíopes que son obligados a trabajar todo el día bajo tormento mental y abuso.

En Yemen, que tiene una tasa de desempleo del 35% y es uno de los países más pobres del mundo árabe, las refugiadas o migrantes somalíes, sudanesas y etíopes trabajan como empleadas domésticas por un salario mensual sólo de entre setenta y ciento cincuenta dólares.

A pesar de que la prensa no ha informado de incidentes violentos contra trabajadoras migrantes durante protestas callejeras en Yemen, es evidente que los continuos abusos sobre las empleadas domésticas han afectado fuertemente a la reputación de los países en Medio Oriente.

Angelique, una trabajadora doméstica del Congo, de 26 años, escapó del conflicto en su país y viajó al Líbano con un contrato de seis años para trabajar como empleada en una casa. Despertada a diario a las 5:30 de la mañana, trabaja 18 horas confinada al apartamento, sin ningún tiempo libre.

«Me quedan solo seis meses y entonces volveré al Congo. Vea, la señora me cortó todo el pelo. Cada día limpio y cocino. Duermo en el piso de la cocina y no puedo aguantar más esta vida,» dice Angelique, quien no quiso dar su verdadero nombre, por temor a represalias, hablándonos desde el balcón.

«Hasta los perros pueden salir, pero nosotros no. Aquí vivimos como esclavas».

Angelique gana solo 100 dólares al mes, un tercio del salario mínimo, y envía todo el dinero al Congo.

Quedarse abandonados no es nada nuevo para los migrantes

La intervención militar occidental en Libia con el pretexto de esfuerzos humanitarios para proteger a civiles abrió nuevos horizontes cuando los barcos de guerra de la OTAN bombardearon un centro de la Media Luna Roja en Misrata, que había estado atendiendo a personas heridas en la actual turbulencia. Sin embargo, la necesidad extrema de proteger a los civiles de la comunidad de refugiados y migrantes no parece un deseo que juegue un rol importante en los planes de la OTAN.

Los trabajadores migrantes abandonados por sus empleadores o sus gobiernos no son un fenómeno nuevo en el mundo árabe. Durante la invasión dirigida por EE.UU. de Iraq y en la guerra del verano de 2006 en el Líbano, miles de trabajadores migrantes tuvieron que arreglárselas como pudieron.

Según el UNHCR, casi 140.000 nacionales extranjeros han huido de Libia por tierra. Incluyendo a unos 69.000 egipcios que han cruzado la frontera egipcia, y otros 75.000 asiáticos y africanos que han cruzado hacia Túnez mientras otros 50.000 -incluidos más de 10.000 trabajadores egipcios- siguen varados en Túnez.

Libia ha sido un importante destino para trabajadores migrantes después de la revolución de 1969 cuando llegaron numerosos trabajadores de la construcción de Túnez, maestros de Egipto y Palestina y trabajadores de la salud de Yugoslavia y Bulgaria para ayudar en la reconstrucción.

Veinte años después, una segunda ola de migrantes, sobre todo de Asia,  de la región subsahariana y de África Occidental llegaron para aprovechar los salarios relativamente altos de casi 300 dólares mensuales para trabajadores no cualificados.

Globalmente, las remesas de dinero enviadas a sus países por los migrantes y refugiados se han convertido en un asunto crucial en el tejido socioeconómico de los países en desarrollo en África y Asia.

En el ámbito macroeconómico, el doctor Ibrahim Awad, director del Centro para Estudios de Migración y Refugiados en la Universidad Americana de El Cairo, dice que las remesas ayudan a reducir los déficit crónicos de la balanza de pagos y contribuyen a equilibrar las economías de países como Egipto debido a su fiabilidad y naturaleza anticíclica, que ayudan a sustentar el consumo y la inversión durante las recesiones económicas.

Sin embargo, en la microeconomía, las economías a las cuales los trabajadores envían dinero podrían estar en peligro por el éxodo de migrantes que huyen de la violencia en Libia ya que la gente que suministra la fuerza laboral está afectada, aumenta la demanda de puestos de trabajo al volver los trabajadores desocupados y también afecta a la dependencia de las remesas de dinero que alimentan la actividad económica como medio para reducir la pobreza.

«La crisis destaca la dependencia de algunos países de las remesas de dinero que envían los migrantes. En algunos países las remesas constituyen más de un 30% del Producto Interno Bruto (PIB) como en Egipto, que tiene una proporción relativamente alta del PIB con 60%.

La dependencia de esta llegada de dinero sugiere que cualquier reducción afectará sobre todo el nivel casero, así como creará brechas económicas externas, que son difíciles de llenar,» dijo el doctor Awad en una entrevista con IPS.

Sin un fin a la vista, aumentan las preocupaciones entre algunas naciones en desarrollo de que la turbulencia en la región pueda propagarse a Estados del Golfo ricos en petróleo donde la mano de obra extranjera representa más de once millones de trabajadores.

Pero en lugar de esperar a que las rebeliones se acaben para enviar nuevamente migrantes a Libia o redirigir los esfuerzos en el encuentro de nuevos mercados, los países que envían mano de obra deberían adoptar medidas políticas apropiadas para acabar con la dependencia de la exportación de fuerza laboral y crear incentivos que alienten a sus ciudadanos a quedarse en su país.

«Los países que envían migrantes no deberían depender solo de la migración como medio de resolver el desempleo. El tema de la falta de puestos de trabajo debería resolverse internamente. Por lo tanto los países de origen deberían establecer políticas efectivas para la reinserción de los trabajadores migrantes que vuelven a sus mercados laborales, creando trabajo digno donde vive la gente», agrega el doctor Awad.

© Copyright Simba Russeau, Global Research, 2011

Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=24879

rCR