Los señores del uranio tratan de convertir la gran amenaza ecológica del cambio climático en una nueva oportunidad para relanzar su lucrativo negocio.
Ha transcurrido un cuarto de siglo desde que se paralizara definitivamente la construcción de la central nuclear de Lemoiz. El colectivo Ekologistak Martxan ha aprovechado este aniversario para organizar a lo largo de la semana en el Casco Viejo bilbaino unas jornadas de reflexión con el objetivo de analizar un futuro más que incierto en el ámbito de la energía.
En los albores del tercer milenio, cuando la energía nuclear parecía vivir los estertores de su breve pero oscura existencia, los señores del uranio han conseguido reabrir, al menos en el terreno de los medios de comunicación, el debate sobre la conveniencia de apostar por este tipo de energía ante uno de los más graves problemas a los que se enfrenta el planeta: el cambio climático.
Sobre los fantasmagóricos edificios vacíos, que aún resisten en la cala de Basordas, planea de nuevo la sombra de la amenaza. Sobre ella habló el martes Carlos Bravo, experto de Greenpeace en energía nuclear, en una conferencia plagada de datos reveladores y que comenzó y terminó en el mismo punto: la necesidad de que las centrales nucleares se cierren cuanto antes.
Por desgracia, las 200.000 personas muertas a consecuencia directa o indirecta del accidente nuclear de Chernobyl se convierten en el primer gran argumento contra la reactivación de los planes nucleares. Pero no es el único. «Actualmente, la apuesta por la energía nuclear no se sostiene ni social ni económicamente», mantiene Bravo.
La creación de nuevas centrales nucleares aparece como inviable desde el punto de vista de los beneficios. Las millonarias inversiones necesarias para construir las instalaciones y el tiempo que se tarda en levantarlas (entre ocho y diez años) no anima a los inversores privados, que ya se han olvidado (con contadas excepciones como la del Estado francés) de la generosa protección económica de los estados en el pasado.
Socialmente, se mantiene viva la imagen de tecnología catastrófica que sostiene a este modelo energético. Se han demostrado sobradamente los frecuentes fallos de seguridad, difícilmente evitables, que sufren las centrales a lo largo del ancho mundo con fatales consecuencias.
En este sentido, los esfuerzos de los lobbys pro-nucleares apuntan hacia la renovación tecnológica, encarnada en las plantas de «Cuarta generación». «Pero eso está todavía sobre el papel, y harán falta décadas para que se pueda sustanciar en algo demostrable; y para entonces tendríamos ya encima las graves consecuencias del cambio climático», afirma Bravo.
Cierre inmediato de las centrales
Del discurso del portavoz de Greenpeace se desprende que el movimiento ecologista, aún sin despreciar las amenazas, ve altamente improbable la reactivación de un plan global de creación de nuevas plantas nucleares. «Puede que se construyan algunas, pero no será la tendencia dominante» asegura Bravo, mientras apunta al verdadero objetivo prioritario del movimiento antinuclear: cerrar definitivamente las centrales que aún sobreviven.
Con cada hoja que se desprende del calendario se incrementa el riesgo de accidente en unas instalaciones al borde de su vida útil y expuestas a un amplio abanico de amenazas. La primera de ellas se deriva del propio envejecimiento de reactores y sistemas de seguridad, que multiplica los fallos, ya sean grandes o pequeños, en el funcionamiento diario. Y contra eso poco o nada se puede hacer, excepto echar la persiana.
Otro de los factores se deriva de la política de reducción de costes que aplican las empresas que gestionan las centrales nucleares, que ven con preocupación cómo el negocio tiene un horizonte limitado y tratan de incrementar los beneficios a costa de reducir las inversiones, especialmente en lo tocante a los sistemas de seguridad. Este ha sido el origen comprobado de graves fallos en centrales del Estado español como la de Garoña, Vandellós o la ya cerrada de Zorita.
Además, presionan al máximo a los gobiernos de turno para que flexibilicen los métodos y normativas de control, y se benefician de la preocupante ausencia de independencia de los organismos reguladores del sector, que sólo esporádicamente salen a la luz, con en el escándalo de Vandellós, donde el propio Gobierno español hubo de reconocer que el CSN (Centro de Seguridad Nuclear) actuó con injustificada indulgencia al ocultar graves deficiencias en el sistema de refrigeración del reactor.
Todo, mientras las empresas se llenan los bolsillos «porque, al ser instalaciones tan antiguas, ya han amortizado las inversiones iniciales, y se benefician de un sistema energético en el que pueden tirar los precios para competir con ventaja», destaca Bravo. De ahí que hagan lo imposible para que las centrales sigan existiendo, poniendo los intereses económicos privados claramente por delante de la seguridad de la ciudadanía.
Y no vacilan demasiado a la hora de cometer infracciones, habida cuenta de que el sistema sancionador, especialmente en el Estado español, no supone un factor disuasorio real. Bravo puso como ejemplo el ya citado caso de Vandellós: «Durante los siete meses en los que funcionó con fallos en los sistemas de refrigeración obtuvo unos beneficios de 400 millones de euros, y finalmente la multa que le impusieron fue de solamente 30 millones».
Y no son sólo los ecologistas quienes ponen de manifiesto la débil seguridad en las centrales nucleares. «Las compañías de seguros no quieren asegurar un accidente nuclear», constata Bravo.
El preocupante panorama que describe el militante de Greenpeace, el rosario de irregularidades y serias amenazas, sólo conducen a una conclusión: «Las centrales nucleares tienen que cerrarse ya, empezando por Garoña».
Agotamiento del modelo energético
«Tenemos un sistema energético fantástico, muy cómodo; al entrar en una habitación, con sólo darle a un botón se enciende la luz». Con esta frase, cargada de ironía, comenzó el miércoles su intervención sobre «Energía renovable y alternativas» Antonio Lucena, colaborador del Área de Energía de Ecologistas en Acción. «Un sistema fantástico si no fuera porque existe un pequeño inconveniente: las reservas. Si sólo usáramos carbón tendríamos para 91 años; petróleo para 18, gas para 10 y uranio para 4. Estamos quemando los últimos cartuchos de nuestros recursos energéticos, que nos van a durar, al actual ritmo de consumo, 40 años como máximo», aseguró.
Respecto al petróleo, la conclusión es que hemos tocado techo. Desde la década de los noventa el volumen de petróleo que se descubre es muy inferior al que se consume, y la curva de consumo mundial deja atrás, a pasos agigantados, a la de la producción. «Estamos en el preciso momento en el que queremos más petróleo y la naturaleza se niega en redondo a dárnoslo», sentencia el militante ecologista.
Todo ello justifica el alza de los precios. «¿Cuánto vale el barril del petróleo? El precio del crudo es aquél que nos quieren cobrar por él; nosotros no tenemos ninguna fuerza para influir sobre el mercado, y si comparamos el precio del barril comprobamos que ha subido entre 1999 y la actualidad desde 9 a 79 euros», aseguró con claridad Lucena, quien añadió que «estamos cargando de forma insoportable nuestra balanza de pagos».
Pero por encima del precio económico está el ecológico. Enseguida sale en el discurso el calentamiento global y el cambio climático, con las catástrofes asociadas a éstos. «Mientras estas catástrofes aumentan en número de forma lineal a lo largo de la historia, los daños personales y económicos que éstas nos infringen lo hacen de forma exponencial en los últimos tiempos. Y lo peor es que donde más las sufren es en los países pobres». Para comprobar esta afirmación sólo hace falta mirar a Honduras, país que todavía hoy sigue pagando los efectos del huracán Mitch, mientras que Estados Unidos puede -aunque no lo haga- reparar de forma inmediata los efectos del Katrina.
La esperanza de las renovables
Tras el preocupante panorama presente descrito por Lucena en la primera parte de su intervención, su discurso se dirige hacia la posibilidad de afrontar un futuro esperanzador. «Hay que cambiar de arriba abajo el sistema energético», mantiene, y esa revolución tiene que pivotar en la reducción del consumo energético y en la utilización exclusiva de las energías renovables. Sobre éstas, Lucena desmontó algunos de los mitos utilizados por sus detractores.
«Hay quienes dicen que son caras. Yo lo niego absolutamente. Nadie sabe lo que cuesta la energía tradicional. Si le preguntamos a un empresario que produce energía tradicional nos dirá que tanto de amortización por la inversión, tanto del mantenimiento, tanto de los salarios… pero no nos hablará de los daños que provoca al medio ambiente, de los desastres, de la pérdida de vidas humanas como en Chernobyl. Eso es lo que realmente le cuestan al mundo las energías fósiles».
Hay quienes, en tono condescendiente, aseguran que las renovables están muy bien, pero que son energías del futuro. Nada más lejos de la realidad. Las cifras sobre los aprovechamientos actuales revelan que la biomasa y la hidroelectricidad reúnen actualmente el 20% de la energía que se consume. «Ése es un presente incontestable», aseguró con vehemencia Lucena.
Otro dato que maneja con soltura es que el consumo de energía en todo el mundo es sólo una parte de 10.000 con respecto a la que nos llega del sol cada año. Y la conclusión es evidente para el veterano ecologista: «Muy mal lo tenemos que hacer para no saber aprovechar tan sólo una parte de mil».
Todos estos mitos y otros más caen uno detrás de otro en el discurso de Lucena. «Son todo mentiras; pero la realidad es terca y apunta en una sóla dirección: la reducción del consumo al 50% y la apuesta por un plan energético basado en las energías renovables», concluyó Lucena.
Los ecologistas sitúan a Garoña en lo más alto de la lista de centrales nucleares cuyo cierre hay que acelerar. El propio Consejo de Seguridad Nuclear ha reconocido dificultades en el terreno de la seguridad, y aunque trata de minimizarlas al máximo, se habla ya abiertamente de un problema creciente e imparable de agrietamiento múltiple por un fenómeno de corrosión, que afecta seriamente a los componentes de la vasija del reactor, el corazón de la central que alberga el uranio. Los tubos encargados de la refrigeraración están afectados por la mencionada corrosión en un alto porcentaje, y eso dispara el riesgo de accidente.
1972
Comienzan las obras en la cala de Basordas para la construcción de la central nuclear.
1974
Se realiza la primera marcha a la central para reclamar la paralización del proyecto.
1977
Una manifestación de 150.000 personas recorre las calles de Bilbo contra la planta.
1978
Primera víctima mortal del conflicto: David Alvarez muere como consecuencia de los disparos de la Guardia Civil. Ese mismo año, ETA hace explotar una bomba que causa la muerte de los trabajadores de la central Alberto Negro y Andrés Guerra.
1979
La Guardia Civil mata a Gladys del Estal. Muere el trabajador Angel Baños en atentado de ETA.
1981
Secuestro y muerte, en una acción de ETA, del ingeniero Jose María Ryan.
1982
Paralización provisional de las obras. Muere en acción de ETA Angel Pascual, director del proyecto de la central de Lemoiz.
1984
Paralización definitiva de las obras.
200.000 muertos
Esta es la cifra más reciente respecto al número de víctimas mortales provocadas por el accidente nuclear de la central nuclear de Chernobyl, según un informe de Greenpeace de 2006.